Este texto es un adelanto exclusivo del libro «Pull my Daisy y otras experimentaciones: La Generación Beat y el cine» coordinado por Matías Carnevale, que será publicado en Argentina esta primavera por Editorial Alción.
por Matías Bragagnolo
William Seward Burroughs (1914-1997) conoció a Joan Vollmer Adams (1923-1951) en Nueva York, en 1944. Tenían amigos en común (aquellos que la posteridad recordaría como los miembros más significativos de “la Generación Beat”) y Joan estaba casada y era madre de una bebé. William (Bill para los amigos) era homosexual, y ella lo sabía, pero la atracción intelectual fue inevitable, y más tarde se volvieron amantes.
Vinieron entonces años turbulentos. Joan se había convertido en una adicta a la Benzedrina, Bill a la heroína. Bill incursionó en la delincuencia, robando a borrachos en los subterráneos y vendiendo droga, y así llegaron sus primeros encuentros con la ley. Ambos pasaron por infructuosos procesos de desintoxicación y largos períodos sin verse hasta que en octubre de 1946 se fueron a vivir a una granja en el valle del Río Grande, donde Burroughs tenía planeado cultivar marihuana. De Texas no tardarían en marcharse hacia Nueva Orleans, y de ahí a la ciudad de México, donde para finales de 1949 ya estarían asentados.
El 6 de septiembre de 1951, Joan y Bill se encontraban en el departamento de un conocido. La ocasión parecía ser la venta de un arma de fuego. Todos estaban muy alcoholizados y la relación no era la mejor para el matrimonio de hecho. Hubo un comentario sarcástico de Joan acerca de la puntería de Bill, y él, pistola automática Star en mano, sugirió demostrarla al estilo Guillermo Tell. Joan colocó un vaso sobre su cabeza. Bill apuntó y disparó. Bill erró. Joan cayó muerta con un tiro en la frente.

Se supone que fue este desastroso evento el que convirtió a Burroughs en escritor. Según descubriría años más tarde en una sesión de espiritismo celebrada con el pintor Brion Gysin en París, el error de puntería fue ocasionado por un “Espíritu Feo” (o “Malo”) que había tomado posesión de su persona. Y la mejor forma de liberarse de esa posesión había sido escribiendo.
Después de algunas semanas de detención en una cárcel, Burroughs abandonó México con el juicio pendiente (sería condenado en ausencia por asesinato culposo, accidental), y empezó un vagabundeo que incluyó una interesante estancia en Nueva York, donde convivió con Ginsberg en un departamento del Lower East Side. Con el manuscrito terminado de Marica, su segunda novela, y con una primera versión de las Cartas del Yagé redactada con su compañero de cuarto, Burroughs fue asaltado por la primera inspiración consciente para lo que sería su próxima obra. Los cordeles de ropa, las escaleras para incendio, los balcones, las pasarelas y el aglomerado laberíntico de viviendas y estructuras edilicias abigarradas que por la ventana del departamento veía le sugirieron ciertas imágenes de las “Iluminaciones” de Rimbaud, y de eso a la dialéctica hubo poco trecho. En México, durante un viaje al Ecuador buscando la ayahuasca, en un intento por superar los rechazos de un efebo y ganarse su atención, había empezado a inventar ciertas historias disparatadas, escatológicas, sangrientas y repugnantes. Las rutinas que desde entonces caracterizarían la obra de Burroughs empezaban a tomar consistencia. Con el nombre de rutinas Bill definía viñetas paródicas, satíricas, casi actos de vodevil, con gran influencia de los episodios aislados que pueblan las obras de Sade, Apollinaire y, por sobre todas las cosas, El Satiricón de Petronio.
Con Yonqui, su primera novela, finalmente publicada, Bill es expulsado del departamento de Allen Ginsberg —para la posteridad quedaría el insulto final de este último: “¡No quiero tu fea y vieja poronga!”— y reinicia un derrotero que lo lleva por Europa hasta llegar al norte de Marruecos, fascinado por El cielo protector de Paul Bowles, quien vivía en Tánger con su esposa Jane.
Se instala en esta ciudad, donde conoce a e inicia una ambivalente relación con los Bowles. Tánger por entonces era llamada “la Zona Internacional”, porque se encontraba bajo los simultáneos gobiernos de Francia, España, Estados Unidos y el Reino Unido, resultando ello en un verdadero paraíso para licenciosos como el propio Burroughs, que se encontró rodeado de adolescentes prostitutos árabes y drogas de todo tipo. Así empezó el trabajo duro con una novela llamada Interzona, que más tarde terminó por ser bautizada por Jack Kerouac como El almuerzo desnudo. Era 1954, e intoxicado con fuertes dosis de majún (especie de pasta comestible derivada de la resina y el polen de la marihuana) pasaría los siguientes cuatro años escribiendo.
En 1957 Ginsberg y Kerouac acudieron en ayuda de su amigo para organizar lo que más tarde se daría en llamar, usando una expresión de la futura novela, “La horda de palabras”: más de mil páginas mecanografiadas, repletas del material no lineal y profundamente explícito que en medio de carcajadas y frenetismo William había producido en la soledad del cuarto de la pensión en que habitaba. Terminaba una hoja, la sacaba de la máquina, la arrojaba al suelo junto con el resto y seguía escribiendo, como si su imaginación no pudiera ser contenida. Sodomía retorcida, consumo de drogas duras, medicina depravada, insectos monstruosos, empresarios desquiciados, ejecuciones, transformaciones dignas de un cine que todavía no había nacido por falta de efectos especiales suficientes…
Kerouac recordaría con espanto su primer contacto con estas páginas. En su novela de 1965 Desolation Angels, donde Burroughs es Bull Hubbard y la novela es La cena desnuda, escribió: “Cuando me comprometí a empezar a tipearlo prolijamente a doble espacio para sus editores … tuve pesadillas horribles… como sacar un sinfín de mortadela de mi boca, de mis entrañas, sacar y sacar todo el horror de lo que vio Bull y escribió …”.

Pasada la primera selección de capítulos para la gran novela que William había producido, mucho del material que quedaría afuera se reciclaría cuando, en París, Brion Gysin descubriría por casualidad en el Beat Hotel la técnica del cut-up, consistente en dividir en pedazos simétricos un texto, rearreglarlos al azar y luego leer de corrido el resultado. Gysin, “el único hombre que he respetado” (en palabras de Burroughs), supo que el cut-up tenía el potencial suficiente para ser explotado por un autor que había dado a luz una obra dotada de un carácter tan fragmentario. Publicado por primera vez en 1959 y en París, El almuerzo desnudo no tardaría en volverse una verdadera obra de culto, inclasificable y perseguida por la censura.
La versión apócrifa de Conrad Rooks
La idea de producir cine estuvo entre Gysin y Burroughs desde el inicio de la intensa amistad que durante sus vidas los unió. Y eso incluía, por supuesto, la adaptación de El almuerzo desnudo, una tarea entre titánica e imposible.
Sin embargo, cuando en 1962 un joven millonario de 27 años llamado Conrad Rooks se presentó y le ofreció a William Burroughs 500 dólares a cambió de una cesión temporal de los derechos de adaptación a cine de El almuerzo desnudo el autor no pudo más que aceptar un dinero que siempre le era necesario. Rooks, spoiled child con un serio historial de abuso de alcohol y drogas, gracias a la muerte de su padre acababa de convertirse en el heredero del imperio comercial Avon Cosmetics. Disponía ahora de alrededor de tres millones de dólares para gastar, y se le había ocurrido “invertir” en el cine. Quería contar su propia historia de abuso de sustancias y superación, y después de leer la segunda novela publicada de Burroughs había considerado que podía funcionar como el marco perfecto para su proyecto.
Pero en cuanto el escritor intuyó que el proyecto se había puesto en marcha decidió recuperar los derechos cedidos. Por un lado, no confiaba en la capacidad de Rooks para hacer una buena adaptación, auguraba un desastre en puerta. Por el otro, su novio, el joven Ian Sommerville (el cerebro científico detrás de los cut-ups), no cesaba de repetirle que Rooks era un embaucador.
Burroughs no tardó en informarle al reciente millonario y diletante cineasta que ya no había cesión de derechos. Y que se había gastado los 500 dólares, pero que algún momento se los devolvería. Por supuesto, no tenía intenciones de hacerlo, y nunca lo hizo.
Rooks decidió seguir adelante con la idea de contar sus peripecias con las sustancias y su eventual recuperación con una cura de sueño en una clínica de Suiza. El resultado fue un largometraje experimental, surrealista al que llamó Chappaqua, en honor al pueblo neoyorkino donde se había criado. Lo guionó, lo produjo, lo dirigió y lo protagonizó. Estrenado en 1967, Chappaqua ganó una medalla de plata en el festival de cine de Venecia, contó con Robert Frank (el realizador de la icónica Pull my Daisy) como director de fotografía, con cameos de Ornette Coleman, Allen Ginsberg y su novio Peter Orlovsky y, como si fuera poco, se incluía a Burroughs como parte sustancial del elenco.
El personaje de Burroughs se llamó Opium Jones, y no era otra cosa que la personificación de la adicción al opio y sus derivados, algo en absoluto reñido con la biografía del escritor. Opium Jones persigue al protagonista durante toda la película, y lo acompaña con su presencia siniestra durante la desintoxicación en la clínica. Las últimas palabras que murmura Opium Jones son pronunciadas antes de que Rooks abandone la clínica a bordo de un helicóptero: “Un recipiente indigno, obviamente – Me retiro del caso”, que no es más que una de las variaciones que Burroughs usaba en sus lecturas cuando leía un fragmento de “Cambien puntos coordinación”, uno de los capítulos de la novela Expreso Nova (1964). Y no debe haber sido una mera casualidad la elección de esa línea de diálogo. Quien en Expreso Nova dice estas palabras es nada más ni nada menos que el doctor Benway, médico experto en interrogatorios, lavados de cerebro y control, el personaje quizás más paradigmático de El almuerzo desnudo. De alguna remota manera, puede decirse que el heredero de Avon se había salido con la suya.
“Creo que Chappaqua es todo lo más cerca que pude llegar a El almuerzo desnudo”, diría Rooks en el año 2000, sincerándose, aunque sin dejar de dar su versión de los hechos: “No podría nunca haber distribuido El almuerzo desnudo. Ningún estudio se le habría acercado en 1963. Así que ¿qué hubiera tenido de bueno gastar un montón de dinero cuando sabías que no podría ser exhibido?”.
La versión truncada de Antony Balch
No era Conrad Rooks la única persona que soñaba con llevar a la pantalla grande El almuerzo desnudo.
En 1962 Burroughs conoció en París a uno de los nuevos amigos de Gysin, un joven de 24 años llamado Antony Balch (1937-1980). Antony era por entonces un distribuidor de películas de dudosa moralidad, aunque con aspiraciones y aptitudes de cineasta. Estaba por entonces viviendo en el mismo hotel que el escritor y que el pintor, el mítico Beat Hotel del número 9 de la calle Git le Coeur, y se dedicaba a conseguir escenarios para filmaciones y a subtitular al inglés filmes franceses.
Los tres amigos no perdieron tiempo, y durante el siguiente año filmaron el cortometraje Towers Open Fire (Torres abran fuego), una adaptación del capítulo “Tropas de combate en el área”, de la recién editada novela de Burroughs El ticket que explotó, la segunda escrita con la técnica del cut-up. Inmediatamente Antony se puso a trabajar en lo que iba a llamarse Guerrilla Conditions, un documental de 23 minutos sobre las vidas de Burroughs y Gysin que nunca terminó, pero cuyas cintas se vieron convertidas hacia 1966 en The Cut-ups, otro cortometraje experimental.
En esta segunda película pueden ser apreciados fragmentos de lo que se supone que fueron intentos de Balch por filmar escenas de El almuerzo desnudo. En lo que parece ser la primera escena del capítulo “Joselito”, un Burroughs en calidad de médico examina a un joven semidesnudo al que la posteridad conoció solo por el nombre de “Baby Zen”. En otra escena aparece Burroughs empacando en una habitación de hotel de mala muerte, en lo que podría haber sido la huída de William Lee (el alter ego del autor en la novela) después de matar a los policías Hauser y O’Brien y antes de perderse en ese cuadro apócrifo del Bosco que son los capítulos de la novela.
Sin embargo, recién fue en 1971, viviendo los tres amigos en Londres, cada uno en un departamento del mismo edificio, en el número 17 de la calle Duke, en el barrio de Saint James, cuando Brion Gysin se puso seriamente a trabajar en el guion de El almuerzo desnudo. Trabajó con ahínco y contó con la asistencia de Burroughs (tipeando, revisando, corrigiendo, sugiriendo), hasta dejarlo listo en 1972, con una extensión de aproximadamente 80.000 palabras. Gysin había sugerido cambios sustanciales, como el cambio de nombre de la Interzona, el territorio más significativo de la obra original (Tánger), que en el guion era la Nuncazona (Neverzone). También la inserción de musicales, con canciones de su autoría, para acentuar el tono burlesque de las rutinas. Para justificar los continuos saltos en tiempo y espacio que ocurren en la novela sin explicación alguna (una verdadera prehistoria de los textos creados por el cut-up), el pintor propuso la existencia de una empresa de transportes llamada “Aerolíneas Travesti”. Se supone que a Burroughs le desagradó el resultado final.
Mientras tanto, Antony Balch dibujaba una buena cantidad de storyboards (la versión gráfica de las escenas de un guion, el paso previo a producirlas), cada uno con sus detalles de cámara. Usaba marcadores de colores.
Para cuando en marzo de 1971 el proyecto había sido anunciado a la prensa, los tres amigos habían fundado una compañía cinematográfica con el fin de producir el guion. La llamaron Friendly Films Ltd (Películas Amigables S.R.L.). Acompañado por un amigo, el novelista Terry Southern, Burroughs viajó a Hollywood a entrevistarse con Chuck Barris, el productor de programas de entretenimiento para televisión, que estaba interesado en leer el guion y discutirlo un poco, pero la experiencia fue un fiasco.
Y mientras seguían buscando inversores llegó el año 1973, y apareció el primer nombre barajado para asumir el rol de William Lee en la película: el mismísimo Mick Jagger, confeso admirador de Burroughs. Hubo algunas reuniones, alguna visita de Mick con su esposa Bianca al departamento del escritor, pero aparentemente fue la lujuria del director lo que alejó al Stone del proyecto. Mick se sintió acosado por Balch y terminó por rechazar la propuesta.
Más tarde se habló de Dennis Hopper para el mismo papel, y de Eartha Kitt (la legendaria actriz que encarnó a la Gatúbela afroamericana en la serie del Batman de Adam West) como un babuino de culo púrpura, pero el proyecto empezó a languidecer hasta el punto de que hacia 1974 el sueño de filmar El almuerzo desnudo se había convertido en un estado de situación perpetuo.
La versión minúscula de Howard Brookner
En 1978 William Burroughs vivía en New York, en el Bowery, en un departamento al que todos conocían como “el Bunker”, por el grosor de sus paredes y la absoluta carencia de ventanas: el edificio había pertenecido a la YMCA, y el hogar del escritor no era otra cosa que el vestuario reciclado. Y Howard Brookner era un estudiante de cine a punto de terminar su carrera en la NYU. Howard tenía que presentar su tesis, y decidió, con la ayuda de su compañero de clases Jim Jarmusch como técnico de sonido, filmar un documental sobre Burroughs.
Una amistad nació entre el escritor y el flamante director, y el proyecto creció hasta convertirse en un documental hecho y derecho que se estrenó en 1983. Burroughs: The Movie se convirtió así en el único largometraje documental sobre Burroughs producido con la colaboración del propio protagonista.
Las circunstancias en que una escena de El almuerzo desnudo fue producida son desconocidas, pero fue una sorpresa para los primeros espectadores del documental cuando una toma de Burroughs leyendo una de las escenas del capítulo “Hospital” da paso a la escena en sí misma.
Burroughs es el Dr. Benway, intentando operar a un paciente en un baño (el del mismísimo Bunker, de hecho). Hay una enfermera y un médico ayudante. La enfermera no es otro que el transformista Jackie Curtis, integrante de la troupe de La Factoría de Andy Warhol. Después de parlotear un poco (“¿Les conté de la vez que hice una apendisectomía con una lata de sardinas oxidada?”), Benway, empuñando una sopapa que esterilizó en el agua de un inodoro tapado, le da al paciente un masaje cardíaco a corazón abierto, salpicándolo todo de sangre.
Howard Brookner moriría de complicaciones derivadas del SIDA en 1989, a los 34 años.
La versión biográfica de David Cronenberg
Los intentos de David Cronenberg por llevar El almuerzo desnudo al cine se remontan al año 1981, cuando conoció al productor inglés Jeremy Thomas en el Festival Internacional de Cine de Toronto, Canadá. Bastó una charla para convencer a Thomas para que adquiriera los derechos de adaptación de la novela. Siguieron entonces las primeras visitas a Burroughs, que por entonces ya vivía en Lawrence, en el estado de Kansas, el hogar donde pasaría sus últimos años de vida. En 1985 director, productor y autor viajaron a Tánger para empaparse del ambiente más frecuente de la novela. Paul Bowles era el único de los amigos de Burroughs que todavía vivía en la Interzona.
Desde un comienzo Burroughs se negó a encargarse del guion. “Los escritores tienden a creer que pueden escribir un guion de cine, sin darse cuenta de que los guiones de cine no están destinados a ser leídos, sino actuados y fotografiados. Después de abrirme camino a machetazos con ‘Las últimas palabras de Dutch Schultz’, al menos había aprendido esa lección”. Y los años pasaron y Cronenberg seguía sin escribir el guion. El estallido creativo le llegó recién en 1989, en Londres, mientras volvía a incursionar en la actuación para el papel del psicoterapeuta en Engendro de la noche, la segunda película que el escritor Clive Barker dirigió.
El comienzo del rodaje estaba programado para el 7 de agosto de 1990, y los escenarios serían en su mayoría los de Tánger, pero el comienzo de la Guerra del Golfo Pérsico cinco días antes obligó a un cambio de planes. Setecientas toneladas de arena fueron derramadas en las escenografías montadas en una antigua fábrica de municiones de Toronto, para poder recrear el territorio norafricano de la Interzona. Parte del proceso de filmación contó con la presencia de Burroughs.
En la película que se estrenó en 1992, William Lee (Peter Weller) es empleado de una empresa de fumigación, aspecto argumental tomado tanto del capítulo de la novela llamado “El exterminador hace un buen trabajo” como del cuento que da nombre a la colección de cuentos de 1973 ¡Exterminador! De hecho, esos textos son mayormente autobiográficos, toda vez que Burroughs trabajó como exterminador cuando vivió en Chicago en 1942. Utilizaba, como en la película, un polvo amarillo que no es otra cosa que la piretrina, con el que Joan, la esposa de William (personificada por la actriz Judy Davis), se ha empezado a drogar. Así, la piretrina deviene en una versión análoga de la heroína. William no tarda en empezar a inyectarse también. Busca ayuda y da con el Dr. Benway, que le recomienda una cura con polvo de carne negra de ciempiés gigante acuático, una de las criaturas que pueblan la fauna de la novela. Este polvo no es otra cosa que una analogía de la apomorfina, una síntesis lograda por el médico inglés John Dent hirviendo morfina y ácido clorhídrico. El resultado era una sustancia emética reguladora del metabolismo, ideal para la recuperación del alcoholismo o la adicción a las drogas. Burroughs se sometió a esta cura experimental por primera vez en 1956, con resultados alentadores.
William Lee es detenido por los detectives Hauser y O’Brien (un pasaje de la novela basado en un hecho real sufrido por el escritor en 1945), y es entonces cuando tiene el primer contacto con una de las criaturas que Cronenberg hizo diseñar. Es una cucaracha del tamaño de un gato castrado, que habla por un esfínter anal que tiene bajo las alas, y que bien podría ser asimilada al Espíritu Feo, toda vez que no tardará William Lee en matar a su esposa como Burroughs lo hizo con Joan Vollmer en la vida real (donde el calibre de la pistola era .380 y no .32, como la que Peter Weller empuña). A diferencia del guion de Brion Gysin, que respetando la novela ubica el ingreso de Lee en la Interzona luego de que Lee da muerte a los dos detectives, en la película de Cronenberg es la muerte de Joan el punto de inflexión.
Pese a las alteraciones de tiempo y espacio (Cronenberg concentra los hechos en 1953, entre Nueva York y la Interzona), el guion había terminado por contener un importante componente biográfico, no solo tomado de algunas de las otras obras de Burroughs, sino también del libro de Ted Morgan Literary Outlaw: The Life and Times of William S. Burroughs. Están Allen Ginsberg y Jack Kerouac con otros nombres, y está el matrimonio de Paul y Jane Bowles. Paul es Tom y Jane es Joan, personaje que no solo comparte nombre con la mujer de William: es también Judy Davis quien la personifica.
La inclusión del matrimonio Bowles no es meramente biográfica. Se supone que lo primero que Burroughs escribió de El almuerzo desnudo fue la rutina en la que Mohammed Temsamany, el chofer de Paul Bowles —al que llama Aracknid, mientras que Bowles es Andrew Keif, siendo “keif” la pronunciación que Burroughs le daba al kif, la potente variante marroquí del cannabis— atropella a una mujer embarazada, esta pare in situ su feto sanguinolento y Mohammed se sienta a revolver la sangre con un palo. Por su parte, la asociación entre los nombres Jane y Joan tenía (conocido o no por Cronenberg) un antecedente: cuando en el primer capítulo de la novela escribió Burroughs “En Cuernavaca ¿o era Taxco? Jane conoce a un proxeneta trombonista y desaparece en una nube de humo de porro”, bien podía estar refiriéndose a la vez en que Joan, viviendo ambos en México (enero de 1951), se marchó a Cuernavaca a preparar unos papeles legales para hacer una división de bienes comunes del concubinato, o bien podía estar aludiendo a alguna de sus infidelidades mutuas. La sospecha radica en el primer manuscrito de la novela, donde no se hablaba de Jane, sino de Joan.
Más allá del ínfimo porcentaje de la novela adaptado en el guion, la película no podía ser llamada adaptación si no contenía a los mugwumps, unos seres que “no tienen hígado y se alimentan exclusivamente de cosas dulces. Sus labios delgados, de un azul amoratado, cubren un pico de hueso negro afilado como una navaja barbera y con el que frecuentemente se hacen pedazos cuando se disputan clientes. Estas criaturas segregan por sus penes erectos un fluido adictivo que prolonga la vida retardando el metabolismo”. El diseño de estas criaturas y de la “Clark-Nova”, una cruza entre una máquina de escribir y la cucaracha gigante antes descrita, son verdaderas muestras de la dialéctica entre escritor y director.
También es un personaje de la película Kiki (a cargo del actor Joseph Scoren), un amante adolescente a quien Burroughs conoció en Tánger, y que aparecerá y reaparecerá tanto en sus obras posteriores como en sus recuerdos y sueños. Nunca se supo el verdadero nombre de Kiki, más allá de una referencia a un tal “Henrique” en Expreso Nova, pero puede decirse que el escritor realmente estuvo enamorado de él. Kiki lo abandonó en 1955, y en 1957 murió acuchillado en Madrid por un cantante cubano que, en un ataque de celos, lo encontró en la cama con una de las chicas de su banda. En la película, Kiki es asesinado por un insecto humanoide salido de la mente de Cronenberg.
En 1965 Conrad Rooks le había encargado al legendario músico de jazz Ornette Coleman una banda sonora para Chappaqua, pero por motivos poco claros la reemplazó por otra a cargo de Ravi Shankar (se supone que la primera era demasiado buena). Esta vez, con Howard Shore a cargo de la banda sonora de El almuerzo desnudo, el saxofonista tuvo su revancha. Incluida está, como no podía ser de otra forma, la pieza “Midnight Sunrise”, que Coleman había grabado junto a los Master Musicians of Jajouka, el colectivo de música ritual marroquí que Brian Jones popularizó en forma póstuma en 1971. Burroughs, como fanático de los Master Musicians of Jajouka (fueron en Tánger la banda de la casa del restaurant que regenteaba el mismísimo Brion Gysin), había oficiado como nexo entre el jazzero y éstos, e incluso estuvo presente durante las sesiones de grabación en enero de 1973.
Llegados los títulos finales de la adaptación de Cronenberg, resulta claro que la película es más la historia de cómo se escribió El almuerzo desnudo que una adaptación de la obra en sí misma. El mero hecho de verlo al personaje que representa a Allen Ginsberg leyendo fragmento de la novela, o a William Lee contando como anécdotas ciertas rutinas que en el texto provienen de la boca del Dr. Benway (concretamente, la del ventrílocuo con el “ojete parlante” y la del profesor de neurología cuyas hemorroides se engancharon en la rueda trasera del auto que lo transportaba) reafirman esta sensación. Los personajes, criaturas, elementos y rutinas adaptados resultan ser, en honor a la verdad, escasos en relación al Jardín de las Delicias heroinómano de la novela. Sin duda, como el propio Cronenberg le dijo a Burroughs: “podrías hacer doscientas o trescientas películas con El almuerzo desnudo”.
Epílogo
Peter Weller se sienta en una silla plegable frente a William Burroughs, durante una pausa en el set de filmación. El actor se frota la frente con una mano, se queja del dolor de cabeza que está sufriendo, y dice, queriendo sonar gracioso: “Me vendría bien un poco de heroína”. Burroughs se levanta de su silla, pone su cara a centímetros de la de Weller y, mirándolo a los ojos con total seriedad, le espeta: “¡No! ¡Eso es basura!”.
Publicado en Barbas Poéticas con el permiso del coordinador editorial de la obra Matías Carnevale, Ciudad de México – Argentina, 2022.