Poeta Lawrence Ferlinghetti, «uno de nuestros ángeles radicales»

Lawrence Ferlinghetti (poeta, periodista, dramaturgo, ensayista y pintor) nació el 24 de marzo de 1919 en Nueva York. Su padre fue un inmigrante italiano que falleció antes del nacimiento de Lawrence, y a los 2 años de éste, su madre tuvo un quebrantamiento mental que la incapacitó para hacerse cargo del hijo. El niño fue atendido por sus tíos Ludvico y Emily, con ella vivió varios años en Francia, hasta su posterior regreso a los Estados Unidos, donde creció en un orfanato de Manhattan.

Por José Vicente Anaya

Esta antología, Vida infinita: poemas selectos, del poeta beat Lawrence Ferlinghetti fue publicada en inglés (Endless Life: Selected Poems) en 1981 por la muy prestigiada editorial estadounidense New Directions. La selección fue hecha por el propio poeta a partir de ocho de sus relevantes libros, que fueron publicados entre 1955 y 1979. Con estos datos, es fácil deducir que el criterio de Ferlinghetti para elegir los poemas es consecuencia de puntos de vista que toman en cuenta las cualidades poéticas y la historia de su propia obra, y una formidable observancia en la calidad. También, en lo hasta aquí dicho, se trata del mejor libro para apreciar el desarrollo de 24 años de vida poética en Ferlinghetti, durante el entusiasmo de la revolución poética que realizaron los miembros de la generación beat en los Estados Unidos. La traducción al español de esta obra se debe a la muy buena experiencia y disciplinado trabajo que ha hecho el poeta Eduardo Hidalgo.

Lawrence Ferlinghetti (poeta, periodista, dramaturgo, ensayista y pintor) nació el 24 de marzo de 1919 en Nueva York. Su padre fue un inmigrante italiano que falleció antes del nacimiento de Lawrence, y a los 2 años de éste, su madre tuvo un quebrantamiento mental que la incapacitó para hacerse cargo del hijo. El niño fue atendido por sus tíos Ludvico y Emily, con ella vivió varios años en Francia, hasta su posterior regreso a los Estados Unidos, donde creció en un orfanato de Manhattan.

Entre 1937 y 1941, Ferlinghetti estudió periodismo en la universidad de Carolina del Norte y, posteriormente, hizo un doctorado en La Sorbona, en París, Francia. Durante varios años ejerció su oficio de periodista en periódicos y revistas.

A parir de la década de 1950 se estableció en la ciudad de San Francisco, California. Entre sus primeros amigos estuvieron el maestro de generaciones poéticas Kenneth Rexroth y los futuros poetas beat Philip Lamantia y Robert Duncan, con quienes compartió ideas políticas y filosóficas formando parte del Círculo Anarquista. Desde entonces, el poeta se ha considerado «un anarquista de corazón». Por esta experiencia, es notable que a lo largo de su vida Ferlinghetti ha sido un notable opositor a las guerras de Corea, Vietnam y otras; y simpatizante de la Revolución Cubana y el Sandinismo de Nicaragua así como de Salvador Allende y del Ejército Zapatista de Liberación Nacional de Chiapas, México, y se ha manifestado en contra del poder nuclear en su país.

Su entrada a la generación beat empezó en la década de 1950 por sus coincidencias con sus amigos poetas de San Francisco, donde, además de los antes mencionados trabó amistad con Allen Ginsberg, Gregory Corso, Jack Kerouac y otros; aunque alguna vez haya dicho, como William Burroughs, que él no es beatnik. No obstante, con toda razón, se ha dicho que la generación beat  ha sido un «invento» de Ferlinghetti, ya que en su editorial y librería City Lights (fundada en 1952), en la colección «Pocket Poets Series», ha publicado a muchos beats, para empezar, el famoso Aullido y otros poemas de Ginsberg (por el cual tuvo que enfrentar un juicio acusado de atentado a las buenas costumbres junto con el autor), así como libros de Philip Lamantia, Peter Orlovsky, Gregory Corso, Denise Levertov, Diane di Prima, William Burroughs, Robert Duncan, Frank O’Hara, Janine Pommy Vega, Bob Kaufman, Gary Snyder, Michael McClure y el mismo Ferlinghetti. Se trata de una colección de libros de bolsillo que abrió la perspectiva de una verdadera nueva poesía en los Estados Unidos y en el mundo.

En los Estado Unidos, se ha dicho que Ferlinghetti «es uno de nuestros ángeles radicales y un verdadero bardo» (bardo: poeta heroico de la cultura celta). Su obra no tiene discusión, y esta antología es la mejor muestra, no solo la selección es excelente, sino que también destacan poemas singulares como «Autobiografía» que en el orden de la cultura cotidiana de los Estados Unidos y el mundo hace un paseo por sucesos determinantes y personales. En el poema «Manifiesto Populista», arenga a los poetas insustanciales: «Poetas, salgan de sus clósets / Abran sus ventanas, abran sus puertas, / Han estado encerrados mucho tiempo / en sus inaccesibles mundos». Lo que nos recuerda otra proclama del Príncipe de los Poetas, Friedrich Hölderlin, en términos de una contraparte porque es un llamado combativo: «¡Poetas! ¡Despierten a los aletargados! / Legislen contra las leyes opresoras, / traigan la vida. / ¡Poetas! ¡Acepten su condición de héroes y vencerán, / pues tal como Baco, sólo ustedes / tienen derecho a la victoria». También llama la atención el poema «Elegía para disipar la penumbra» por el asesinato del alcalde George Moscone y el concejal Harvey Milk: «No es tiempo de sentarse en el piso / y contar historias tristes / sobre la muerte y la cordura. / Dos humanos hechos de carne / son ahora carne muerta / y no es necesario decir más. / Es pura vanidad / pensar que toda la humanidad / se bañe en rojo / porque un joven loco / un hombre tan malo / perdió la cabeza». Protesta de hechos ahora tan abundantes en nuestro tan atropellado mundo.

Solo por mencionar uno de sus notables libros, A Coney Island of the Mind ha vendido más de un millón de ejemplares.

Para Ferlinghetti México ha sido un especial atractivo, donde ha vivido estancias y viajes, al igual que otros beats (Ginsberg, Kerouac, Lamantia, Diane di Prima, Marge Piercy, ruth weiss). En su libro La noche mexicana, a la manera de diario de viaje, comenta sus estancias en Baja California (Tijuana, Ensenada, Mexicali) y el sur (Ciudad de México, Oaxaca, San Miguel de Allende, Uxmal) entre las décadas de 1950 y 1960. Años después recuerdo que realizó dos lecturas en el Palacio de Bellas Artes, a la primera (tendría yo 24 años de edad) asistí como público; en la segunda (febrero 26 de 2004), fui uno de sus presentadores, con el antecedente de compartir el almuerzo y una amena y larga conversación. Aunque más breve, intercambiamos palabras en 1977 después de una lectura de Allen Ginsberg en un auditorio de la Universidad de San Francisco donde, al presentarme como un poeta mexicano, él, muy contento, comentó: «La última vez que estuve en México viajé, con el joven poeta Oscar Oliva, a Cuernavaca, donde comí unos hongos alucinógenos y cabalgué en un brioso caballo por el campo». De La noche mexicana recojo estas palabras: «Perdóname si desaparezco en México, portando una máscara y extraños tirantes».

La traducción que ha hecho el poeta Eduardo Hidalgo de Vida infinita: poemas selectos es, para decirlo sencillo: excelente, pues los poemas se leen como si hubieran sido escritos originalmente en español, ejemplo de las mejores traducciones de poesía. Ésta es la mejor cualidad que podemos atribuirle a esta antología. Habría que agregar que este poeta traductor tiene una formación intelectual muy sólida en el estudio y conocimiento de la literatura y los idiomas inglés y francés.

Los libros de donde se seleccionaron los poemas de esta antología son: Pictures of the Gone World [Imágenes del mundo desaparecido] (1955), A Coney Island of the Mind [Un Coney Island mental] (1958), Starting from San Francisco [Partir de San Francisco] (1961), The Secret Meaning of Things [El significado secreto de las cosas] (1968), Open Eye, Open Heart [Ojo abierto, corazón abierto] (1973), Who Are We Now [Quiénes somos ahora] (1976), Northwest Ecolog [Ecología del Noroeste] (1978), y Landscapes  of Living & Dying [Paisajes de vida y muerte] (1979).

En el año 2018 Ferlinghetti llega a los 99 años de edad. Sigue intelectualmente lúcido y escribiendo. En el 2016, el periodista Iker Seisdedos en el periódico El País, de España, le preguntó si seguía escribiendo, y Ferlinghetti respondió: «Un escritor no se retira hasta que no puede sostener el bolígrafo».


Nota

Este texto, hasta ahora inédito, fue escrito por José Vicente Anaya (1947-2020) a principios de 2018, y es el prólogo de la antología Endless Life – Vida infinita de Lawrence Ferlinghetti. Se trata de una selección de 85 poemas, seleccionados por el propio Lawrence, de ocho de sus libros de poesía. La traducción estuvo a cargo de Eduardo Hidalgo (México, D. F., 1982), escritor, docente y traductor. El desarrollo de este proyecto se llevó a cabo entre 2016 y 2018 en el programa de posgrado Maestría en Producción Editorial de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos.

Este libro continúa inédito hasta la publicación de este prólogo.


LOS POETAS «PUNKS»: Algunos apuntes sobre los manifiestos Infrarrealistas

Posiblemente los infras estén más emparentados con el Movimiento Dadá, el Futurismo y la Generación Beat; además de ser los herederos de la primer Vanguardia Moderna mexicana, el Estridentismo. Sin más, el Infrarrealismo es un movimiento que habla de lo cotidiano a través de lo extraordinario, en donde el suceso es un constante acaecimiento de su propio devenir presentista.

«El asesino sonámbulo cruzó los portales de la pesadilla vacía.»

Mario Santiago Papasquiaro

Hablemos del «Infrarrealismo» y de los tres manifiestos escritos por Roberto Bolaño, Mario Santiago Papasquiaro y José Vicente Anaya. Escribir sobre el Infrarrealismo en un espacio como este implicaría de una reflexión más amplia. Sólo presentaré al igual que un Cicerone unas cuantas reflexiones al respecto.

Mucho se ha escrito sobre el Infrarrealismo recientemente, tanto en Universidades anglosajonas como latinoamericanas, además de diferentes artículos en la red. Este interés es debido a la publicación en 1998 de la novela «Los Detectives Salvajes» de Roberto Bolaño, dónde enuncia por primera vez un movimiento ocultado por el mainstream cultural mexicano. Sin embargo, como toda vanguardia cultural tiene un rito de iniciación, un bautizo con su historia. El Infrarrealismo es un movimiento que emerge de la historia social y política que atravesaba América Latina en los años 70. Donde los golpes militares y las «dictaduras perfectas» fueron la constante de la historia latinoamericana del siglo XX. Es pertinente resaltar, el Infrarrealismo es un evento coyuntural posterior a las Revoluciones del 68; y, por otro lado, es el resultado del movimiento estudiantil mexicano. Por otra parte, las constantes crisis económicas que atravesaba México fueron un punto a resaltar para que este movimiento literario surgiera. Además, el Infrarrealismo muestra una cara «moderna» en Latinoamérica de lo multicultural y el efecto de la globalización acaecida en los países latinoamericanos. Es así como este movimiento se conformó con poetas chilenos, mexicanos, argentinos, peruanos y de otros países latinoamericanos. Aventurándose en crear un aliento contracultural (aunque años antes un grupo de escritores mexicanos mal llamados de la Onda, pusieron los cimientos de una literatura escrita por «jóvenes», desalentados de su propia realidad cotidiana). Estos “nuevos poetas” son a la manera de los punks, unos rebeldes de la palabra, profanando lo sagrado, donde lo profano-sagrado deja de delimitarse y se diluye en un ambiente dionisíaco para convertir a la poesía en un nuevo conducto de una experimentación poética.

Posiblemente los infras estén más emparentados con el Movimiento Dadá, el Futurismo y la Generación Beat; además de ser los herederos de la primer Vanguardia Moderna mexicana, el Estridentismo. Sin más, el Infrarrealismo es un movimiento que habla de lo cotidiano a través de lo extraordinario, en donde el suceso es un constante acaecimiento de su propio devenir presentista.


Roberto Bolaño y José Vicente Anaya

José Vicente Anaya, poeta fundador del movimiento, comenta al respecto: «Yo propuse que cada uno de los infras escribiéramos un manifiesto, Bolaño se opuso diciendo (autoritariamente) que ¨no¨, porque él era el único que sabía qué es el infra(rrealismo). La reunión terminó así. La siguiente vez que nos reunimos solo Papasquiaro y yo llegamos con un manifiesto escrito (cada uno, se entiende) … es decir, que Papas y yo desobedecimos el dictado de Bolaño…».

La mitología dejó en los anales tres manifiestos y en ellos encontramos las ideas generales del Infrarrealismo. Si bien cada uno tiene sus particularidades propias, los tres buscan ante todo la movilidad del arte mismo. Es decir; «devolverle al arte la noción de una vida apasionada & convulsiva».


Roberto Bolaño y Mario Santiago

El manifiesto de Papasquiaro que lleva por nombre, «Manifiesto Infrarrealista«, es un escrito en forma de poema. Una experimentación con las palabras, encontrando en su forma escrita elementos dadaístas. Revisando las ideas propias del manifiesto escrito por Papasquiaro, podemos comprender la necesidad de una búsqueda de un no-oficio con el arte; es decir, el arte es del mundo y para el mundo. Hacer del arte un lugar «común» en donde la diversidad exista en tanto juego creativo. Como finalidad próxima, la idea de un arte debe estar enfocado en «sacar a la gente de su dependencia & pasividad». Sin olvidar que el arte mismo es una vida cotidiana en transformación presente. Con lo cual, la desmitificación del arte es una necesidad creadora y no una postura con su propia parroquia. En donde lo humano deja de ser ajeno y lo utópico es un «super bien». La cultura como medio de prolongación espiritual no es el encasillamiento con su status quo; sino más bien: «la cultura no está en los libros ni en las pinturas ni en las estatuas está en los nervios».

El manifiesto de José Vicente Anaya es una propuesta similar a la de Papasquiaro, un reto de Humanizar el arte con el presente. Es arrancar la huella del pasado en el presente, es un presente que se vive en el «ahora». Es convulsionar el pasado con el presente, porque toda huella pasada está en un momento presentista. Es dejar fuera el «maquillaje» y dejar que la «belleza» viva en lo cotidiano de la vida misma; por tanto: «la belleza es, existe en el presente». Anaya comulga con Papasquiaro y Bolaño manifestando:

«ser infrarrealista implica asumir en el arte las contradicciones de la vida, pero asumirlas de un modo en el que puedan superarse las inflexiones que constituyen <<el oficio de escritor>>».

Pero el punto central del manifiesto de Anaya es buscar la humanidad del propio arte. Es decir, sacar al arte mismo de la «sensatez» y la «cordura», ya que la imaginación es destruida por la inmovilidad misma. A su vez el ser humano es reducido a un plano objetual y de la nada. Porque «toda redención absoluta e hipostasiada es falsa». Para Anaya, el ser Infrarrealista requiere vivir en lo extraordinario de la vida misma. Además, es un vehículo que penetra la inmediatez de lo racional para hacer de la racionalidad una irracionalidad necesaria; es «vivir desde ahora en las galaxias de los hoyos negros». Sin embargo, el ser Infra implica convertirse en un fantasma mirando por la ventana, y hacer de la contemplación un simple saboreo de la vida. Donde el Dios Caos recobra la cordura de la no-cordura para establecer la aventura con el viaje en un nuevo descubrimiento al final de la noche; o como apunta Céline: «Lo mejor que puedes hacer cuando estás en este mundo, es salir de él. Loco o no, con miedo o sin él».

Roberto Bolaño al representar de una forma literaria el Infrarrealismo con su novela «Los Detectives Salvajes» (y posterior a su muerte), logra que dicho movimiento resurja del olvido cultural y se debata la existencia literaria de un no-grupo. Ahora bien, su manifiesto implica una serie de puntos que es necesario precisar.

En primer lugar, es un manifiesto que trata de recuperar una tradición muerta; es decir, intenta encontrar las huellas de vanguardias pasadas que viven como una tradición. Esta recuperación de la tradición evoca al Dadaísmo, el Estridentismo, el Nadaísmo y a la Generación Beat. Sin embargo, como apunta Hiram Barrios, el manifiesto de Bolaño se asemeja más: «A la ruta de la Onda de Parménides García Saldaña […] En ambos se exalta la peregrinación al estilo beat y se reivindica el lenguaje agresivo de las calles, el lenguaje «ñerito» de los onderos». Si revisamos un poco el manifiesto escrito por Bolaño, encontramos la idea de los locos por «vivir» la vida como obra literaria; idea que es concebida por Jack Kerouac en su novela, En el Camino. Al sentenciar Bolaño: «o.k. / déjenlo todo, nuevamente / láncense a los caminos». Y volvemos al tema principal de los tres manifiestos: hacer del arte una contemplación de la vida. Pero esta contemplación implica un inmiscuirse con ella en todo momento. Es buscar la «odisea» en una serenación de la mente. Es buscar la frontera que diluya al «hombre sin atributos»; esa frontera que implica un constante desapego con la moral impuesta de un arte para el bien vivir. Es ser un ermitaño y un nuevo monje que busca en su palabra la creación de las cosas sin significado, es construir el significado de un Ítaca de los ciegos. Es decir: «las sensaciones no surgen de la nada (obviedad de obviedades), sino de la realidad condicionada, de mil maneras, a un constante fluir».

En resumen, los tres manifiestos tienen como punto de partida la creación de una vida-obra/arte-vida, en donde la realidad es una constante sinfonía que paulatinamente se convierte en cacofonías de expresiones presentes. Es salir de lo apolíneo y embarcarse en lo dionisíaco, y dejar que el Dios Pan tome su lugar en su naturaleza con el mundo. 

Como toda vanguardia, el Infrarrealismo sufrió de la amnesia de la Historia y del polvo de su tiempo. Pero lo que cabe rescatar como propuesta de aliento creativo, es la búsqueda de un nuevo arte no impuesto por los cánones de la «Academia». Un arte que hable a través de sus propios «nervios». Más que una creación de vísceras, de carne y vida; el Infrarrealismo es la frontera con las parábolas del silencio, las cuales están en el camino por recorrer en su propia figuración con el presente. Posiblemente: «el infrarrealismo es una mandarina cuya cáscara es pelada con los dientes mientras se sigue saboreando».


Un ensayo de Edu Prado para Barbas Poéticas, 2020

José Vicente Anaya en su propia voz

Rock y Letras fue un programa de radio transmitido por internet a través de Conexión Rock y conducido por Eduardo Hidalgo. La edición número 63 del programa estuvo dedicada al Infrarrealismo, movimiento literario desarrollado en México en la década de los setentas. Para tal efecto, se contó con la participación de José Vicente Anaya (1947-2020), reconocido poeta, traductor y editor quien fue uno de los fundadores del Infrarrealismo y redactor de uno de sus manifiestos.

Rock y Letras 63 – el Infrarrealismo


Rock y Letras fue un programa de radio transmitido por internet a través de Conexión Rock y conducido por Eduardo Hidalgo. La edición número 63 del programa estuvo dedicada al Infrarrealismo, movimiento literario desarrollado en México en la década de los setentas. Para tal efecto, se contó con la participación de José Vicente Anaya (1947-2020), reconocido poeta, traductor y editor quien fue uno de los fundadores del Infrarrealismo y redactor de uno de sus manifiestos.

Asimismo, contamos con la participación de Eduardo Prado, conocedor y entusiasta del tema, quien condujo la entrevista con el maestro Anaya. Entre otros temas, hablamos sobre la genealogía del Infrarrealismo, los miembros fundadores, el movimiento estudiantil de 1968, la rebeldía de los infras, el taller de poesía de La Casa del Lago, la revista Correspondencia Infra y la novela Los detectives salvajes.

A continuación podrás ver el programa tanto en video (45 min) como en su versión completa en audio (122 min).


PARTE 1

PARTE 2

PARTE 3


«¿Por qué me dicen maestro si yo nunca les he dado clases? Llámenme simplemente Vicente, como me dicen mis amigos»


Escucha el programa completo (sólo audio) aquí:

También puedes escucharlo en los canales de audio de Barbas Poéticas en Anchor, iTunes y Spotify
Edu Prado, José Vicente Anaya y Eduardo Hidalgo, 2014

Este programa fue extraído de su fuente original y reproducido por Barbas Poéticas con autorización de su autor, Eduardo Hidalgo.


Evocando a José Vicente Anaya

En aquella primera reunión de muchas que sostuvimos a lo largo de la década, charlamos sobre las traducciones que Vicente hizo de algunos miembros de la generación beat, específicamente de las versiones en español de dos libros de Allen Ginsberg: Aullido y otros poemas y Kadish. Grabé nuestra conversación y después la transcribí para que formara parte como uno de los anexos de mi tesis. Las palabras de Vicente y su experiencia como traductor aclararon muchas dudas que yo tenía en torno al tema de la traducción de poesía y hasta el día de hoy le estoy profundamente agradecido por su generosidad, lo cual le expresé en varias ocasiones en vida.

Conocí a José Vicente Anaya, si la memoria no me falla, en enero de 2011. En aquel entonces, yo cursaba la Licenciatura en Idiomas y estaba preparando una tesis sobre la traducción de poesía del inglés y del francés al español. A través de un amigo en común, pude entrevistarme con él en la mítica librería Gandhi de la avenida Miguel Ángel de Quevedo, en la Ciudad de México, librería que, por cierto, fue la primera tienda de esta conocida cadena de librerías en el país. También recuerdo que la cafetería, en la parte alta, es un lugar muy acogedor y se presta para todo tipo de charlas literarias en un ambiente rodeado de libros, propicio para hablar de letras. Supe que a José Vicente Anaya le encantaba ese lugar por su café y para reunirse con sus amigos, sobre todo los del gremio literario.

            En aquella primera reunión de muchas que sostuvimos a lo largo de la década, charlamos sobre las traducciones que Vicente hizo de algunos miembros de la generación beat, específicamente de las versiones en español de dos libros de Allen Ginsberg: Aullido y otros poemas y Kadish. Grabé nuestra conversación y después la transcribí para que formara parte como uno de los anexos de mi tesis. Las palabras de Vicente y su experiencia como traductor aclararon muchas dudas que yo tenía en torno al tema de la traducción de poesía y hasta el día de hoy le estoy profundamente agradecido por su generosidad, lo cual le expresé en varias ocasiones en vida.

            También, en aquella primera ocasión que me reuní con él, me obsequió un par de libros: Peregrino y Versus: otras miradas a la obra de Octavio Paz. El primero es un poema de largo aliento en la misma línea de su conocido poema «Híkuri»; y el segundo, una serie de ensayos de varios autores que Vicente compiló y editó, y también una muestra de su mirada crítica a la poesía contemporánea en México, muy influida por Paz. Precisamente esa postura crítica, entre otras características, es por lo que se le recuerda.

José Vicente Anaya nació en Villa Coronado, Chihuahua el 22 de enero de 1947. Estudió sociología en la década de los sesenta en la unam, de hecho, participó en el movimiento estudiantil de 1968. Algunos años más tarde, se matriculó en la Licenciatura en Letras Hispánicas en la misma universidad pero, según me confesó en una de nuestras charlas, desertó de la carrera porque él buscaba, más bien, estudiar la literatura contemporánea de su época y, contrario a sus deseos, tanto sus maestros como el plan de estudios se apegaban al estudio de los clásicos. En aquella época de cambios y revoluciones en el pensamiento en México y el mundo, a José Vicente le tocó ser uno de los fundadores del infrarrealismo, un movimiento literario caracterizado por su heterogeneidad, pero especialmente por rebelarse en contra de la poesía de su época, controlada por las mafias culturales de la Ciudad de México. También fue autor de uno de sus manifiestos. A los infrarrealistas se les recuerda por irrumpir en recitales de poesía y por escribir sobre el gozo del sexo, el disfrute de la vida y la conexión con nuestros antepasados, entre otros muchos y muy variados temas en sus poemas.

La vida nos volvió a reunir algunos años después a propósito del infrarrealismo. En el mes de julio de 2014, en pleno mundial de futbol, grabamos una entrevista para un programa de radio que yo conducía en aquella época: Rock y Letras. La charla se llevó a cabo en una librería de la Ciudad de México con José Vicente como invitado especial y con la compañía de mi amigo y tocayo Eduardo Prado, gran conocedor y entusiasta del infrarrealismo. No puedo dejar de mencionar la generosidad de Vicente: siempre puntual, siempre amable y dispuesto a charlar con las generaciones jóvenes. Por cierto, en aquella entrevista, nosotros nos dirigíamos a él como «maestro», a lo que él contestaba: «¿Por qué me dicen maestro si yo nunca les he dado clases? Llámenme simplemente Vicente, como me dicen mis amigos» Sin embargo, a pesar de su respuesta y aunque efectivamente nunca le dio clases a muchas personas jóvenes interesadas en la literatura, Vicente fue verdaderamente un maestro para muchos de nosotros, ya que de él aprendimos mucho y nos introdujimos al mundo de vivir la literatura desde una perspectiva más real, más viva, más humana, alejándonos del canon y del academicismo que, en ocasiones, no hace sino mermar la literatura, acartonarla, anquilosarla.

Me reuní nuevamente con Vicente en el año de 2016 cuando inicié mis estudios de Maestría en Producción Editorial en la Universidad Autónoma del Estado de Morelos. En dicho posgrado, desarrollé una antología bilingüe (inglés-español) de la obra poética de Lawrence Ferlinghetti, reconocido poeta, editor y difusor de la generación beat a través de su librería y editorial City Lights en San Francisco, a quien Vicente conoció y con quien se reunió las veces en que Ferlinghetti estuvo en México. Le comenté a Vicente sobre el proyecto y le solicité que redactara un prólogo que hiciera las veces de invitación a la lectura de la antología. Vicente, con la generosidad que siempre lo caracterizó, respondió que por supuesto, le entusiasmó la idea y de inmediato accedió a redactar el prólogo, mismo que será publicado por primera vez y de manera póstuma en esta revista, como parte del homenaje que Barbas Poéticas hace al maestro. En aquella charla, cuando puse sobre la mesa el asunto del dinero que yo le iba a pagar por su prólogo, Vicente me dijo que no era necesario, que para él sería un gusto colaborar en un proyecto de esa naturaleza, en un libro de uno de los autores de la generación beat, uno de los temas que más le apasionaba.

De hecho, también fue el maestro de muchos en torno a la generación beat. A Vicente lo tocó ser dueño de una generosa colección de libros de autores beat, pero no sólo eso, sino ser también uno de sus traductores fundamentales en México y en general en el mundo hispánico. Fue pionero, ya desde la década de los setenta, en la difusión de este movimiento literario que tanto impacto y controversia ha causado a lo largo de los años. De no haber sido por el entusiasmo de Vicente, evidente en los libros, artículos, ensayos y traducciones que dedicó al tema, poco se conocería acerca de la generación beat en México.

Una de las características que hermanaba a Vicente con los autores beat fue su profunda religiosidad, pero no una religiosidad entendida como alguien que simplemente reza y va a la iglesia y trata de «portarse bien», sino más bien la de una persona que medita; que intenta vivir experiencias religiosas en el sentido más vasto del término; que comprende que el plano terrenal es pasajero y que no es la única forma de existencia; que los sueños pueden ser otras realidades como cuando afirma, en su celebrado poema «Híkuri»: mi domicilio exacto son los sueños. A propósito de su religiosidad, alguna vez me confesó que le hubiese gustado retirarse a algún monasterio y dedicarse a la vida monacal en su vejez. Si bien ese deseo no se cumplió, sí fue un monje citadino que compartía sus reflexiones en charlas de café con sus amigos, con sus lectores, en comidas, en sus libros, en sus poemas, en sus ensayos, en presentaciones de libros, en entrevistas, etcétera.

Que la muerte no sea un final, querido Vicente, sino un nuevo comienzo en alguna de esas otras realidades de las que tanto te gustaba hablar. Que tu viaje sea ligero porque ya nos encontraremos nuevamente en el camino.


El Corno Emplumado

Es muy importante recordar a El corno emplumando dentro de este contexto para nosotros los mexicanos. Me parece que es un asunto de mucho orgullo saber que los mexicanos somos los divulgadores de la generación beat en español.

Documental de Nicolenka Beltrán Fierro y Anne Mette W. Nielsen



En México, paralelo a estas inquietudes, Sergio Mondragón y Margaret Randall fundaron una gran revista de poesía: El corno emplumado. Yo diría que a México, a nosotros los mexicanos, nos correspondió ser los primeros que divulgamos la poesía de la generación beat. Cada poeta beat recién acababa de escribir un poema se lo mandaba a Margaret o a Sergio y al poco rato aparecía publicado —a veces bilingüe o a veces solo la traducción— en el Corno emplumado. Y el Corno circulaba por toda América Latina. Es muy importante recordar a El corno emplumando dentro de este contexto para nosotros los mexicanos. Me parece que es un asunto de mucho orgullo saber que los mexicanos somos los divulgadores de la generación beat en español. No fueron los españoles que estaban lejos de eso, porque vivían la dictadura del fascismo del dictador Franco. Ni tampoco América Latina, en el sur, donde también estaban viviendo imposiciones de la política de derecha en que los militares daban golpes de estado a cada rato.

José Vicente Anaya

Concha Urquiza: la poeta enamorada de dios, por José Vicente Anaya

                                              Mi naturaleza es de fuego

                                             SANTA CATALINA DE SIENA

                                   Mi temperamento quiere con ardor

                                                SANTA TERESA DE JESÚS

I

CONCHA Urquiza (1910-1945) en su corta estancia aquí en la Tierra dejó una gran estela de amor, que va de su deleitosa  poesía  místico-erótica  a  las  amistades  que cultivó. La capacidad amorosa de Concha se refleja en el gran cariño que, a su vez, le profesaron quienes la trataron de cerca. Amigos y amigas que han demostrado un especial afecto y admiración por Concha son: los escritores Mauricio Magdaleno y Arqueles Vela, los hermanos eruditos Gabriel y Alfonso Méndez Plancarte, las poetas Rosario  Castellanos  y  Dolores  Castro,  los  sacerdotes poetas Joaquín Antonio Peñalosa y Xavier Guzmán Rangel, las cultas abogadas Rosario Oyarzun y Guillermina Llach, los poetas Germán List Arzubide y Manuel Calvillo, los académicos Antonio Castro Leal y Porfirio Martínez Peñaloza, en fin, y tanta más gente.

Concha nació en la ciudad de Morelia, Michoacán, el 24 de diciembre de 1910. Siendo muy pequeña muere su padre y la familia se traslada a la ciudad de México. Desde  sus  primeras  letras  muestra  inclinación  por  la literatura  clásica,  a  tal  grado  que  a  sus  once  años  de edad ya escribe poemas de una admirable confección, como  es  el  caso  de  los  que  publicó  en  La  Revista  de Yucatán (1923). Ya adolescente, a los 14 años, publicó en  la  famosa  Revista  de  Revistas  (editada  hasta  hace pocos años), donde aparece una foto suya en la que es notable su precocidad y una especial sensualidad.

De 1928 a 1933 Concha vivió en la ciudad de Nueva York, periodo en el que se gesta su formación cosmopolita, donde se pone al día en lo que respecta a temas y autores de suma importancia en aquella época. Es también  el  momento  en  que  perfecciona  su  conocimiento del inglés y lee a los clásicos de este idioma. De aquí viene una frase de chispa que hizo correr entre sus amigos: «Cuando estoy en los Estados Unidos y oigo ladrar el inglés, me pongo a leer a Shakespeare. Cuando estoy en México y oigo aullar el español, me pongo a leer a Cervantes».

En los años que anteceden a su viaje a los Estados Unidos y que se extienden a poco después de su regreso  a  México,  Concha  vivió  una  experiencia  politizada con inclinación de izquierda, que parece haber ido de la simpatía o militancia en el comunismo al anarquismo crítico, terminando en una insatisfacción existencial que creyó sólo podría resolver en la vida religiosa, pasando así a una búsqueda mística en el catolicismo que la llevó a ser postulante en un convento de las Hijas del Espíritu  Santo  (monjas  docentes).  En  esta  etapa  Concha escribió sus más bellos poemas, caracterizados por una sabrosura  de  lenguaje  e  imágenes  erótico-amorosas, similares a los que escribieron los poetas clásicos españoles Fray Luis de León, Santa Teresa y San Juan de la Cruz.

Entre la bohemia y la vida religiosa, Concha rechazó toda impostura o alarde típicos en los ambientes intelectuales y, desde este punto de vista, fue tan modesta y rigurosa consigo misma que nunca le dio a sus escritos la importancia que merecían. Fue así que no se preocupaba por conservar sus poemas, y esto quiere decir que  no  pensó  en  que  llegaría  a  publicar  un  libro  con ellos. Son múltiples las anécdotas de sus amigos y amigas en las que cuentan que, estando en alguna cafetería, Concha escribía rápidamente sobre una servilleta y la dejaba en la mesa o se la regalaba a quien le acompañaba.

Ahora  resulta  que  muchas  de  esas  servilletas  son  los originales de sus poemas.

Concha Urquiza murió ahogada en el mar de Ensenada, Baja California Norte, el 20 de junio de 1945. Su poesía ha tenido varias ediciones aunque de pocos ejemplares y una distribución deficiente, razón por la cual ella no es muy conocida. Hasta aquí, se trata de una breve presentación de esta poeta quien, junto con sor Juana Inés de la Cruz, es orgullo para la cultura mexicana.

II

UNA orquídea en el desierto. Sólo una imagen así nos aproxima a Concha Urquiza. Poeta inconcebible que, sin embargo,  apareció.  Insólita,  extraña,  aislada…  Nadie como ella ha podido escribir una poesía delicada, profunda, hermosa, con cánones clásicos y auténtica, en pleno siglo XX. En su poesía no hay meras formalidades, y mucho menos una simple imitación del pasado, puesto que ella vivió su religiosidad (entre 1937 y 1945) con la misma búsqueda y entrega que lo hicieron los poetas místicos españoles en el siglo XVI.

Concha Urquiza amó con intensidad, y con todas las contradicciones que ese amor implica. Su pasión quedó escrita en cartas, en un diario y en sus poemas. Su gran Amado fue Dios. Después de unos cuatro años de militar en  el  Partido  Comunista,  descubrió  que  sólo  el  amor ardiente  por  la  Divinidad  podría  llenar  su  existencia. Sucedió en 1937, «la noche en que Él se apoderó tan completamente de todos mis deseos» [1]. Unos meses más tarde escribió: «Nunca amé a nadie con tal pasión del entendimiento y la voluntad, ni creo que después de haber sentido esto pudiese contentarme con el amor de un hombre» [2].  El  amor  ha  sido  la  vía  de  acercamiento  y  culto  a Dios para la mayoría de los místicos católicos. Más de 200 años antes de los místicos clásicos españoles, Ramón Llull decía: «Sin el amar, Dios no se comunica con hombre  alguno» [3]. Y  fray  Luis  de  León: «Ninguna  cosa  es más propia a Dios que el amor; ni al amor hay cosa más natural que volver al que ama en las primeras condiciones y genio del que es amado» [4].  Recordemos que san Juan de la Cruz llegó a concebir diez grados de amor místico: «1…hace enfermar al alma provechosamente. / 2. …busca sin cesar a Dios. / 3. …hace al alma obrar y le pone calor para no faltar. / 4. …causa en el alma, por razón del amado,  un ordinario sufrir sin fatigarse. / 5. …hace al alma apetecer y codiciar a Dios impacientemente.  /  6.  …hace  correr  al  alma  ligera  hacia  Dios  y dar muchos toques en él, y sin desfallecer corre por la esperanza. / 7. …hace atrever al alma con vehemencia. / 8. …hace al alma asir y apretar sin soltar. / 9. …hace arder al alma con suavidad. / 10. …hace al alma asimilarse totalmente  a Dios…» [5]. Concha Urquiza, con toda seguridad, conoció todos estos grados de amor.

La poesía mística es forzosamente producto de una revelación, no puede escribirse sin experimentar el trance espiritual. En 1940, Concha escribe:

A veces me ha pasado una cosa natural, pero desconcertante: volver de una oración6 intensa y darme cuenta, de pronto, como que se me entra por los sentidos, del mundo alrededor  de mí. La sensación es estupor y curiosa tentación de angustia, como quien pasa de un medio físico a otro que le es extraño: había estado viviendo en ese mundo tan diferente,  del alma, y me parece que choco con las cosas exteriores, y  que me lastima su realidad [7].

Pocas veces el fuego vehemente del amor puede ser expresado en una frase corta, como lo hizo Concha Urquiza: «quiero amarte sin mí». Frase que nos recuerda uno de los versos más famosos en san Juan y santa Teresa: «Vivo sin vivir en mí». Pero estas palabras de Concha nos dan otra dimensión.

Siendo  tal  el  amor  de  Concha  Urquiza,  ella,  como poeta enamorada, se describe en un atropello de imágenes para buscar a su Amado:

Yo soy como la cierva que en las corrientes brama.
Sed y polvo de fuego su lengua paraliza,
y en salvaje carrera, con las astas en llama,
sobre la piedra el casco golpea y se desliza.

En un soneto de 1943, el ansia que produce el amor es expresada así:

Este imperioso afán que te reclama
no en el centro del alma fue nutrido:
me ha turbado sin mí, como el sonido,
es ajeno a mi ser, como la llama.

Toda  la  belleza  del  Amado  puede  ser  captada  sin necesidad  de  describirlo  detalladamente,  basta  con algunos destellos que dan una presencia más que total, como en este fragmento del poema «Job»:

hirió la tierra, la ciñó de abrojos,
y no dejó encendida bajo el cielo
más que la obscura lumbre de sus ojos.

En la poesía amorosa mística no faltan las imágenes eróticas, sabrosas, que mueven los sentidos. De «La oración en tercetos» transcribimos estos fragmentos de Urquiza:

Como amante en el seno del amigo,
que largamente bebe su deseo,
gozarme quiero en soledad contigo.
[…]
Cuando te rindas a mi tibio abrazo,
háblame, dulce Amor, de aquella cita
que has de ceñirme con eterno lazo.
[…]
Allí te encontraré la vez postrera,
y en tu pecho de amores florecido
conoceré la eterna primavera.
[…]
El ciego centro de mi vida toca,

y éntrate al corazón como la llama

que en flaco leño con fiereza emboca.
[…]
Y así anegado el corporal sentido,
aquiétate en mi seno mansamente
y tengamos las cosas en olvido.

La  descripción  de  un  paisaje  también  expresa  la delicadeza del sentimiento amoroso, las imágenes suaves nos dejan la sensación de un momento en que la enamorada de tanto tener el amor casi lo pierde:

Ya la niebla sutil se despereza,
y canturreando amores en el viento
un pájaro los valles atraviesa.

Los ojos se fascinan de ver, y ya no son los sentidos ordinarios, ven más y diferente, como en estos versos del poema «El encuentro»:

La playa vasta en los dorados ojos,
de clara luz bañada;
las aves marineras atraviesan,
colúmpianse las brisas derramadas;
cálido olor de brotes y de nidos
trasciende la montaña.
Ávida y lentamente va la tierra
por las pupilas áureas.

El pasmo ante el inmenso y complejo funcionar del Universo culmina en la percepción de la música estelar:

Bajo los quietos ojos
treme y se agita la materia informe;
giran las nebulosas encendidas,
halla su centro el incipiente orbe,
la múltiple expresión busca el principio,
agrúpanse los átomos veloces,
se organizan las fuerzas derramadas,
se complican las notas en acordes.

Vida, materia, toda posesión (hasta el amor asido), están bajo el signo de lo efímero –desgaste, trocitos que van desapareciendo:

¿Qué es bajo polvo lo que vil adoro,
y que siendo este bien perecedero,
a tiempo que lo gozo, lo devoro?

La ciudad alucinada, con su presencia aplastante de materialidad, puede explicar la tristeza y la necesidad de un contacto en el orden de lo sensible:

Va la ciudad flotando a la deriva
con perezosas brumas y deshielo;
la luz, sobre la cúpula del cielo,
más parece pintada que no viva.

Para la mística católica sólo el amor a Dios induce a pasión extrema. Ya nos había dicho Concha Urquiza: «ni creo que después de haber sentido esto pudiese contentarme con el amor a un hombre». San Juan de la Cruz dice: «es una transformación total en el Amado, en que se entregan ambas partes por total posesión de la una a la otra, con cierta consumación de unión de amor» [8]. La sabrosura de este amor pleno, erotizado, mueve al olvido de lo terrenal:

Mi corazón olvida
y asido de tus pechos se adormece:
eso que fue la vida
se anubla y obscurece
y en un vago horizonte desparece.
¡Esfuerza, corre, búscale, así aprendas
la ciencia del amor pura y sabrosa,
así del muro de su pecho prendas
y entres a la bodega silenciosa
y sepas el secreto de su vino
con que el alma se embriaga y se reposa!

¿Y qué es el amor? El amor es una de esas pocas cosas que no pueden ser explicadas sin experimento de por medio, y que tal vez sólo la precisa imprecisión de la poesía se aproxima a decirlo:

Amor, corriente escondida
que pechos adentro va,
como un manantial que está
alimentando mi vida.

En los momentos esquivos del Amado, hay dolor, y  la poeta reclama:

¿Por qué, si enamorado,
la ley esquivas del abrazo ardiente?
¿Por qué la dulce fuente
hurtas del bien deseado,
dejando labio y corazón burlado?

También, por ser inmenso el amor, la poeta queda apabullada y confundida, hasta encontrarse en el tenso centro de las contradicciones:

Entre el cobarde impulso de olvidarte
y el doloroso afán de poseerte,
el corazón vacila de tal suerte
que ya no sabe huirte ni buscarte.

Las imágenes amorosas que hemos visto en la poesía de Concha Urquiza, son sumamente explícitas de un amor de enorme fuerza. Su gran amor, Dios, ha sido vivido y cantado con un fuego que arde desde las entrañas del cuerpo y del alma. El místico español Francisco de Osuna, en las primeras décadas de 1500, escribió:

Esta amistad o comunicación de Dios al hombre, no por llamarse espiritual deja de tener mucho tomo e certidumbre…; hablo de la comunicación que buscan e hallan las personas que trabajan de llegar a la oración y devoción, la cual es tan cierta que no hay cosa más cierta en el mundo, ni más gozosa, ni de mayor valor ni precio [9].

Todo  amor  vigoroso  lleva  de  diferentes  maneras, entre la dialéctica de la unión y la separación, a sentir muchas formas de dolor y muerte. Pero si el Amado es Dios, el asunto es aún más complejo. San Agustín describió su estado de amor así:

Y no podía vivir sin Él… ¡Con qué dolor se entenebreció mi corazón! Cuanto miraba era muerte para mí… Y cuanto había comunicado con Él se me volvía, sin Él, un suplicio suavemente cruel. Y llegué a odiar todas las cosas porque no Le tenían [10].

El  asunto  es  más  complejo  porque,  en  el  amor místico católico, la muerte es el único medio en que se puede vivir (estar) definitivamente con el Amado. Y de hecho el morir (pasar a la otra vida) es un anhelo ferviente  en  estos  místicos.  Recordemos  estos  versos  de fray Luis de León:  «¿Cuándo será que pueda / libre de esta prisión volar al cielo, / Felipe, y en la rueda / que huye más del suelo, / contemplar la verdad pura sin velo?» O estos otros de santa Teresa: « ¡Ay, qué larga es esta vida! / ¡Qué duros estos destierros! / Esta cárcel, estos hierros / en que el alma está metida. / Sólo esperar la salida / me causa dolor tan fiero, / que muero porque no muero».

Sin  menos  intensidad,  sin  menos  belleza,  Concha  Urquiza escribió estos versos en que desea morir para estar con el Amado:

El corazón do entero te vertiste
tu camino forzado entre despojos,
y el duro sello de tu amor pusiste,
¿qué puede ya buscar sino tus ojos?
¿Qué desear, sino morir contigo?

La muerte es también la liberación (cfr. supra, santa Teresa) de todo sufrimiento terrenal. Lo terrenal, lo pedestre ata a la inmediatez, y hasta puede alejar de la Divinidad.  El  sufrimiento,  entonces,  se  sigue  desdoblando. El deseo de muerte aparece por no tener a Dios en vida o porque es tenido muy poco y deseado más, o para tenerlo definitivamente en la otra vida. Así, Concha Urquiza llegó a escribir:

llegará una hora –quién sabe cuándo… tal vez allá detrás de la muerte–, en que vuelva a abrirse para mí Su corazón  divino y me deje refugiarme en Él, y dormir…»  [11]/ «Dichosos aquellos que mueren en el Señor […], me pregunto si de veras es cosa de entristecerse por la muerte de un ser amado. Dichosos… ¡qué más quisiéramos nosotros que estar con Él ya para siempre!» [12] / «Todavía a ratos cometo la locura de volver a soñar con aquella muerte gloriosa que Tú sabes: morir por amarte». [13] / «En estos días mi oración viene a condensarse en un solo ruego: que si no es posible que sea Suya, no quiera alargar mi vida [14].

Lo más deseado, Dios, está en el orden de lo espiritual; entonces, en su búsqueda choca con todo lo material. Contradicción entre el Cielo y la Tierra. «Yo conozco ahora demasiado bien que me muevo entre sombras y entre muertos, y que –si quiero vivir– Él es la Vida» [15]. Y ya había escrito santa Teresa: «Dábanme gran contento todas las cosas de Dios; teníanme atada las del mundo. Parece que quería concertar dos contrarios, tan enemigo el uno del otro, como es vida espiritual, y contentos, y gustos y pasatiempos sensuales» [16].

Las contradicciones entre lo terrenal y lo celestial llevan a Concha Urquiza hasta la zozobra, a un sufrimiento constante de caídas y levantadas, incluso, a las crisis nerviosas. El mismo amor, de por sí, en tanto sentimiento humano, conlleva contradicciones de las que no escaparon ni los místicos clásicos españoles. No olvidemos que el amor es una pasión. Es por eso que los místicos orientales buscan deshacerse de las pasiones [17]. Entre los cristianos (europeos)  místicos,  parece  que  sólo  Meister  Eckhart coincide con los orientales, sobre todo con su concepto del desprendimiento o desasimiento [18]. Es importante también notar que para los místicos orientales vivir o morir es lo mismo, en tanto simples cambios de «esferas» o reencarnaciones; por lo tanto, les da igual estar vivos que muertos, esto les hace esperar la muerte en cualquier momento sin el deseo de algo mejor en la otra vida. El equivalente al Cielo o Paraíso, para los budistas, es el Nirvana lo cual puede alcanzarse en vida a través del estado búdico (o de Buda); sin embargo, se puede decidir alcanzar sólo el grado de Bodhisattva para reencarnar en la  Tierra y seguir haciendo el bien [19]. En el misticismo oriental también hay erotismo (sexualidad), como lo es la práctica del tantra, pero en este caso la erotización no es con la Divinidad, sino llanamente carnal, y se toma más como una técnica de entrar en trance o iluminación a través del éxtasis orgásmico [20]. Estas diferencias, entre la mística de oriente y la de occidente, vienen al caso sólo para señalar cómo una visión determinada del mundo (cosmogonía) puede crear consecuencias específicas. Sin la vivencia apasionada del amor por Dios, los místicos católicos no habrían producido poesía amorosa tan bella.

III

CONCHA Urquiza, sobre todo, fue una gran enamorada de Dios, y es por este enamoramiento que nos dejó tan hermosa poesía. A las contradicciones de su amor por la Divinidad (todo enamoramiento profundo crea desazón) hay que agregar su lucha entre lo espiritual y lo material, sus amores a humanos y, englobándolo todo, su lucha existencial.
El  amor  siempre  marcó  a  Concha: «recuerdo  que durante muchos años una de las mayores torturas era la carencia de amor, aun el más bajo de los amores humanos…» [21]. Consideró que se excluían mutuamente el amor a Dios y el amor a un humano, y esto le creó un sinnúmero de mortificaciones y dudas: «Dios sabe qué criatura va a pasar mañana delante de mí por la calle, que despierte los antiguos impulsos; qué hora de desesperanza va  a  impulsarme  a  buscar  el  descanso  de  unas  horas lejos de Él… De esto tengo miedo» [22]. Pasaba de la certeza  de que su amor a Dios había terminado con todo cariño terrenal (« ¡qué fácilmente se olvidan los amores humanos!») [23], al descubrimiento de amar terrenalmente («mi corazón está preso, mi entendimiento fijo en una criatura; en mis momentos de adoración pienso en él aunque no quiera; y pensando en él, quiera o no, el corazón se llena de nostalgia, de alegría y de ternura» [24].   Este tipo de contradicciones, por supuesto, no sucedían en un día sino a lo largo de meses, lo cual da una idea de periodos en que su búsqueda daba giros entre aceptaciones y rechazos de entrega total que terminaban deshaciéndola hasta el desasosiego.
Concha no hacía caso omiso de sus «marejadas de sombra» (como llamó a sus crisis):

Sufro porque vivo en una contradicción perpetua. / La vida entera es guerra del cuerpo contra el cuerpo, del alma contra el alma […] no sé qué tengo ni qué quiero […] y con no desear nada, lo que me tortura no es sino un deseo más grande que todos los otros y que los absorbe todos… pero     éste es un huésped desconocido…  [25] / mi corazón está frío, mis nervios exasperados y paralizadas todas mis energías… tengo que debatirme en una angustia incesante; de aquí la terrible exasperación de los nervios, el terror del futuro, y tantas cosas que están haciendo mi vida intolerable [26].

Las búsquedas de Concha Urquiza fueron sinceras. La vitalidad de sus deseos la hizo vivir en un vaivén de extremo a extremo. De la tranquilidad a la inquietud, del gozo al sufrimiento, del cuerpo al espíritu… Cada lucha la aniquilaba:

Si se puede imaginar la desolación y la desesperanza de un hombre que camina a través de un desierto sin límite, o del náufrago que se sienta en la playa a ver el mar inmenso y el horizonte desnudo, día tras día, tal vez se pudiera dar la idea de mi cansancio [27].

En sus «marejadas de sombra», Concha deseó la muerte para dejar de sufrir o para escapar de sus contradicciones: «Yo  sólo  he  querido  morir  para  descansar  un poquito…» (8 de diciembre de 1938) / «Si Dios tuviera piedad de mí, me enviaría la muerte, antes de que me envilezca más… (5 de enero de 1939). Esto ha creado la sospecha de que ella decidió matarse abrazada por la vastedad del Océano Pacífico (también dicen que estaba enamorada del mar); sin embargo, el suicidio no es más que una hipótesis, no hay datos que lo comprueben. Quienes la trataron de cerca aseguran que se ahogó por accidente, pero esta versión puede estar determinada por la condena al suicidio en la fe católica; y también resulta una aseveración especulativa, puesto que no hubo testigos  presenciales  («alguien  dijo  que  había  oído  unos gritos»). Se podría incluso, aventurar alguna otra versión sobre la muerte de Concha Urquiza, pero ahora es un asunto irrelevante.

 Los  últimos  meses  de  su  vida,  según  dice  Gabriel Méndez Plancarte, estuvieron turbados por la depresión. Y en sus dos últimos sonetos aparece lo sombrío desde el título: «Nox» («Noche»). En esta poesía sufre la sensación  de  haber  perdido  a  su  Amado:  «¿Cómo  perdí,  en estériles acasos, / aquella imagen cálida y madura / que me dio de sí misma la natura / implicada en Tu voz y en Tus abrazos? / Ni siquiera el susurro de Tus pasos, / ya nada dentro el corazón perdura…»
La vida de Concha Urquiza fue tormentosa por intensa. Tal vez sea ley que a algunos artistas la intensidad les apresura el tiempo, y tienen que morir jóvenes bajo  cualquier  circunstancia.  A  los  35  años  logró  una obra extensa y madura que muy pocos poetas alcanzan a esa edad. Ella se calcinó en el fuego de sus contradicciones. Puede ser que nunca la consideren santa pero su sensibilidad, sus visiones, la belleza del lenguaje e imágenes en su poesía, ya la consagran como a una excelente poeta mística.


NOTAS

1 Concha Urquiza: Obras. Poemas y prosas, recopilación y prólogo de Gabriel Méndez Plancarte, Editorial Bajo el Signo de Ábside, México, 1945, p. 204.
2 Ibid.,p. 249.
3 Ramón Llull: Proverbis…, traducción, prólogo y notas de Sebastián García Palou, Madrid, Editora Nacional, 1978, p. 103.
4 Fray Luis de León (versión de): El cantar de los cantares, Madrid, Espasa-Calpe, 1981, p. 7. (Colección Austral, 464).
5 San Juan de la Cruz: Noche oscura, Libro II, Capítulo 19.
6 «la oración es una subida o levantamiento del entendimiento en Dios…» Cfr., san Juan Damasceno: Fide,Libro III, Capítulo 24.
7 Concha Urquiza, op. cit., p. 325.
8 Cántico Espiritual,Canción 22.
9 E. A. Peers: El misticismo español, Buenos Aires, Espasa-Calpe, tr. de Carlos Clavería, 1947, p. 80. (Colección Austral, 671). Veamos este argumento de José Ortega y Gasset: «No puede ser objeción contra el misticismo que su conocimiento sea indecible, un color tampoco puede decirse. Por eso lo arriesgado que es someter a peso y medida intelectual lo que el místico declara»; «Los místicos han sido en todo tiempo y lugar grandes artistas de la palabra» citado por Luis Santullano en la introducción de Obras completas de santa Teresa, Madrid, Aguilar, 1963, p. 12.
10 San Agustín: Confesiones,Libro IV, Capítulo 4.
11 Concha Urquiza, op. cit.,p. 365.
12 Ibid., p. 219.
13 Ibid., p. 349.
14 Ibid., p. 345.
15 Ibid., p. 355.
16 Santa Teresa de Jesús: Libro de su vida, Capítulo VII.
17 «Quien se ha liberado de las ligaduras de las pasiones, quien se ha desprendido del cuerpo y quien ha alcanzado la Sabiduría marchando más allá del reino de la ilusión, brilla esplendorosamente como el Sol». Undánavarga, VI, 12, edición de W. W. Rockhill, Londres, 1883.
18 «Celebro el desprendimiento más que todo amor… Lo que el amor tiene de mejor, es que me fuerza a amar a Dios, mientras que el desprendimiento fuerza a Dios a amarme… el amor me fuerza a sufrir todas las cosas por Dios, mientras que el desprendimiento me lleva a ser accesible sólo a Dios… el desprendimiento está tan próximo a la nada que no puede haber cosa alguna entre el desprendimiento perfecto y la nada». Cfr., Meister Eckhart: Los Tratados, Buenos Aires, Ediciones del Peregrino, tr. de Carlos E. Saltzmann, 1982, pp. 171-172.
19 Cfr. Evans-Wentz: El Gran Yogui Milarepa del Tíbet, Buenos Aires, Editorial Kier, tr. de Héctor V. Morel, 1977, p. 41.
20 Cfr. Philip Rawson: Tantra. The Indian Cult of Ecstasy, Singapur, Thames and Hudson Press, 1979.
21 Concha Urquiza: op. cit.,p. 238.
22 Ibid.,p. 278.
23 Ibid.,p. 206 (25 de julio de 1937).
24 Ibid.,p. 372 (20 de enero de 1939).
25 Ibid.,p. 288 (2 de febrero de 1939).
26 Ibid.,p. 284 (7 de noviembre de 1938).
27 Ibid.,p. 365 (9 de enero de 1939).


Ensayo extraído del libro «Brota la vida en el abrazo. Poesía mística y cotidianidad de Concha Urquiza: Una biografía oral», escrito por José Vicente Anaya.

Puedes descargar el libro AQUÍ.

Una fuerte lluvia va a caer / Porque los tiempos están cambiando: La poesía que leíamos en 1968

Pienso en 1968 como en un año de rebelión y gozo. Si el azar hubiera sido más favorable, habría prohijado más belleza al provocar que todo mejor ocurriera en el mágico y simbólico 69.

Lo dicho de ninguna manera oculta los espantosos nubarrones de dolor y muerte, ni la negación de la vida que representó el terrorismo de Estado impuesto por los políticos en el poder (amparados en la profunda corrupción y autoritarismo del PRI, dispuestos, como lo hicieron una vez más, a matar, desaparecer y masacrar a los ciudadanos y justificarlo como “un bien a la patria”); aunque frente a todo eso estaba nuestra afirmación de la vida envuelta bajo el manto de Eros (Vida, Creación, Gozo, Erotismo, Sensibilidad), enfrentada al macabro Tanatos (Muerte, Destrucción, Injusticia, Cerrazón, Opresión). Por supuesto que no era necesario que las cosas ocurrieran como ocurrieron, pero cuando se vive en un país en el que gobierna la megalomanía oligofrénica y, por otro lado, los jóvenes están llenos de vida, hartos de la miseria material y espiritual, ávidos de justicia, Eros y Tanatos se polarizan. Frente a toda la parafernalia con que el gobierno reprimió aquella lucha justiciera de los jóvenes estaba, y estará, nuestro profundo anhelo de libertad. El espíritu libertario era más pleno y auténtico con cada golpe de la opresión, porque el ser humano sólo es libre cuando lucha por la libertad en un lugar y tiempos concretos, es por esto que Jean-Paul Sartre dijo que los franceses nunca habían sido tan libres como cuando estuvieron bajo el yugo de la ocupación nazi.

En tiempos de miseria y tragedia, pues, también hay y debe haber fiesta, elogio y creación del espíritu, vitalidad que mantiene la energía, y de esto es que quiero hablar ahora. ¿En qué se manifestó esa energía? Se manifestó en una reapropiación del arte, sobre todo en el canto y en la poesía como parte de la vida cotidiana. Y tuvo sus expresiones en la música del momento, el rock y el auténtico folclor latinoamericano así como en los poetas que nos eran muy significativos, además de otras voces que no eran estricta y formalmente poemas pero que tenían todo el vigor para serlo. Tuvo sus expresiones, también, en frases contundentes que se gestaron en otros lugares con similar espíritu festivo y combativo.

Las cosas no sucedieron en los estrictos 365 días de 1968, venían de años antes y continuaron… Si quisiéramos explicarlo con todo detalle no nos alcanzaría el tiempo en un texto como éste, porque tendríamos que abordar la historia de la lucha libertaria de la humanidad, sin excluir su presente y su futuro… Para el tema que ahora tocamos, nos ceñiremos a los jóvenes que en 1968 en México teníamos un promedio de veinte años de edad (unos más y otros menos). Y es aquí donde el recuerdo me trae las primeras palabras de un autor que para nosotros fue capital, el fancés Paul Nizan en su libro Adén Arabia nos decía:

Tenía yo veinte años. Y no permitiré que nadie diga que esa es la edad más hermosa de la vida.

Todo amenaza con la ruina a un hombre joven: el amor, las ideas, la pérdida de la familia, la entrada en el mundo de los adultos. Es duro aprender cuál es su lugar en el mundo.
¿A qué se parecía nuestro mundo? Se parecía al caos que los griegos atribuían al origen del Universo, en las tinieblas de la creación.

Ante el deslinde y la rabia de estas palabras emparentadas con la poesía, Sartre, en ese momento joven y entrañable amigo de Nizan, al hablar de ambos, apunta: “Íbamos a escribir, haríamos hermosos libros que justificarían nuestra existencia”.

Hace más de cien años, otro joven francés (iconoclasta, como deben ser todos los jóvenes sensibles e inteligentes), Arthur Rimbaud, había escrito: “El poeta harto [ebrio] insultó al Universo”. Y el poeta James Douglas Morrison, con su grupo de rock The Doors, gritaba: “¡Queremos el mundo! ¡Y lo queremos ahora!” Todas estas voces eran nuestras, venían desde muy adentro de nuestro ser, no eran las consignas políticas que alguien inventa y trata de imponer a los demás. Nosotros estábamos descubriéndonos en las palabras de los jóvenes que habían sentido lo que sentíamos.

Edgar Morin, cuando explica la rebeldía que llevó al joven James Dean a la muerte (recordemos que éste fue el símbolo más atacado del “rebelde sin causa” – los más adultos del status quo equivocadamente creían que no había causas para la rebelión) escribió: “Al fin y al cabo, en las sociedades aburguesadas y burocratizadas [capitalistas y comunistas, ¿neoliberales ahora?] es adulto quien se conforma con vivir menos para no tener que morir tanto. Empero, el secreto de la juventud es éste: vida quiere decir arriesgarse a la muerte; vida quiere decir, vivir la dificultad.” El mismo Edgar Morin, en un viaje que hace en 1969 a la contracultura de California, Estados Unidos, apunta: “John me dice que los jóvenes han descubierto el absurdo de una vida dedicada al trabajo tecnoburocrático. Qué formidable disolución de los valores. ¡Qué crisol! Ese es mi objetivo aquí: ver a esta juventud que segrega su contrasociedad y vive su revolución salvaje”. Aquí, lo que se iba al carajo eran los hipócritas valores de los poderosos (capitalistas o comunistas) sobre el trabajo, la “positiva productividad”, el progreso, la eficiencia; por eso, con los poetas diabólicos o malditos exaltábamos contravalores. Con Lautréamont leíamos: “Hice un pacto con la prostitución para sembrar el desorden en las familias”. En el elogio de las Flores del mal de Charles Baudelaire, con poemas como: “La musa venal”, “La mala sangre”, “Una carroña”, etcétera, cimbraban sus palabras: “Hipócrita lector, mi semejante”. Y el salvajismo de Arthur Rimbaud:

Heme aquí sobre la playa armoricana. Que las ciudades se incendien en la noche. Mi viaje está hecho, dejo la Europa. El aire marino quemará mis pulmones. Los climas perdidos me curtirán, nadar, triturar la hierba, sobre todo fumar, beber licores como de metal hirviente -como hacían nuestros ancestros alrededor del fuego.
Yo volveré con mis miembros hechos de acero, la piel oscura, el ojo furioso. Por mi apariencia creerán que soy de una raza fuerte. Tendré oro, seré vago y brutal. Las mujeres cuidan bien a esos inválidos feroces que regresan de los países cálidos. Me mezclaré en la política. Estaré salvo.

De la rebelión estudiantil de mayo de 1968, en París, en la que encontramos algunos motivos como los nuestros, coincidíamos: “La imaginación toma el poder” o “Mientras más hago el amor, más ganas tengo de hacer la revolución. Y mientras más hago la revolución, más ganas tengo de hacer el amor”. Del poeta peruano Oquendo de Amat, quien murió joven, leíamos: “Tengo veinte años y una mujer como un Sol”. Y de otro peruano, Javier Heraud: “Soy un río…” De Miguel Hernández:

Menos tu vientre
todo es confuso.
Menos tu vientre
todo es futuro
fugaz, pasado.
Menos tu vientre
todo es oculto, menos tu vientre
todo inseguro,
todo postrero,
polvo sin mundo.
[…]
Boca que arrastra mi boca.
Boca que me has arrastrado:
boca que vienes de lejos
a iluminarme de rayos.
Alba que das a mis noches
un resplandor rojo y blanco.
Boca poblada de bocas:
pájaro lleno de pájaros…
Beso que va a un porvenir
de muchachas y muchachos
que no dejará desiertos
ni las calles, ni los campos…

El amor libre fue un reto radical y una nueva responsabilidad, la libido liberada hacía más sabrosa la vida. Muchas familias, como se dijo, se empezaron a transformar porque los hijos y las hijas rompieron la tutela del sargento que representaba el pater familias (Wilhem Reich dixit). Las muchachas se supieron dueñas de su vida, su cuerpo, su sexo y se iban del hogar por muchas horas o para siempre. Los Beatles cantaban:

Miércoles por la mañana a las cinco
cuando el día empieza
Silenciosamente cierra la puerta de su recámara
Ella deja una nota
en la que desearía decir más…
En silencio de da vuelta a la llave de la puerta trasera
afuera camina y ya es libre
Ella (“Le dimos toda nuestra vida”)
se va (“Sacrificamos la mayor parte de nuestras vidas”)
de casa (“Le dimos todo lo que puede comprar el dinero”)
Ella se va de casa después de haber vivido sola
durante tanto tiempo, adiós, adiós…

Los poetas beats, de los Estados Unidos, nos habían dejado importantes mensajes, en el decir de Jack Kerouac quien había definido a su generación como un grupo de “Jóvenes románticos modernos buscando acción”. El «Aullido» de Allen Ginsberg, tan lleno de intensidades, hablaba de aquellos muchachos amorosos:

quienes copularon extasiados e insaciables con una cerveza un dulce corazón un paquete de cigarrillos una vela y remataron fuera de la cama y continuaron sobre el piso y siguieron por el pasillo y acabaron desmayándose sobre la pared con una visión del último culo y llegaron eludiendo el último trancazo del conocimiento,
quienes endulzaron las vaginas de un millón de muchachas estremeciéndose a la hora del ocaso y amanecían con los ojos enrojecidos pero ya estaban preparados para endulzar la vagina del alba, destellando nalgas bajo pajares y desnudos en el lago…

En el mero 1968, Nicolás Guillén nos sorprendió con un poema totalmente nuevo y diferente dentro de su típica y conocida producción de la negritud (y confieso que aún hoy me sigue sorprendiendo), el poema se titula “La pureza”, y leo:

Yo no voy a decirte que soy un hombre puro.
Entre otras cosas
falta saber si es que lo puro existe.
O si es, pongamos, necesario
o posible.
O si sabe bien.
¿Acaso has tú probado el agua químicamente pura,
al agua de laboratorio
sin un grano de tierra o de estiércol,
sin el pequeño excremento de un pájaro,
el agua hecha no más que de oxígeno e hidrógeno?
¡Puah!, qué porquería.
Yo no te digo pues que soy un hombre puro; yo no te digo eso,
sino todo lo contrario.
Que amo (a las mujeres naturalmente,
pues mi amor puede decir su nombre),
y me gusta comer carne de puerco con papas
y garbanzos y chorizo y huevos, pollos, carneros, pavos, pescados y mariscos,
y bebo ron y cerveza y aguardiente y vino,
y fornico (incluso con el estómago lleno).
Soy impuro. ¿Qué quieres que te diga?
Completamente impuro. Sin embargo, creo que hay muchas
cosas puras en el mundo
que no son más que pura mierda.
Por ejemplo la pureza del virgo nonagenario..
La pureza de los novios que se masturban
en vez de acostarse juntos y desnudos en una posada…
La pureza de los clérigos,
La pureza de los académicos…
La pureza de los que nunca tuvieron blenorragia
ni un chancro sifilítico.
La pureza de la mujer que nunca lamió un glande.
La pureza del hombre que nunca succionó un clítoris.
La pureza del que no engendró nunca…
En fin,
la pureza
de quien no llegó a ser lo suficientemente impuro
para saber qué cosa es la pureza…

El polvo de William Blake rejuvenecía más que nosotros cuando leíamos: “Los caminos del exceso conducen al Palacio de la Sabiduría” y “Si las puertas de la percepción estuvieran abiertas, veríamos la realidad tal como es: infinita”. Entonces se multiplicaron las “Lucys en el cielo con diamantes” (Beatles), las Magas (Julio Cortázar) o las alucinantes amorosas Nadjas (André Breton).
El amor intenso frente a la realidad opresiva. Entonces venía Mick Jagger a cantar su poema:

No puedo encontrar satisfacción…
Cuando un hombre viene por la T. V.
a decirme qué tan blancas deben estar mis camisas…
entonces explota mi imaginación…
[y]
Nena, no juegues conmigo
porque juegas con fuego.

De ahí (como Charles Baudelaire, Arthur Rimbaud, Paul Verlaine e Isidore Ducasse “Conde de Lautréamont”) a la “Simpatía por el diablo”. Y del poeta “Rey Lagarto” James Douglas Morrison:

Sabes que no sería verdad,
sabes que yo mentiría
si te dijera, chava mía,
que no podemos ir más alto.
Ven, chava, y prende mi fuego…
Trata de incendiar la noche…
Trata de incendiar la noche…
[…]
Ámame dos veces, chava,
ámame el doble hoy.
Ámame dos veces, chava,
me voy a desvanecer.
Ámame dos veces, muchacha:
una por mañana
y otra por ahora mismo…

Para el conformismo todo el mal está promovido por los pensadores inconformes, críticos. El poder político, por medio de la misma bocota del que era presidente, nos acusó de tener influencia de los “modernos filósofos de la destrucción”. “¿Quiénes son esos filósofos?”, nos preguntábamos Eligio y yo. Han de ser algunos de los que leemos: Herbert Marcuse, Theodor Adorno, Simone de Bauvoir, María Zambrano, Hegel, Friedrich Nietzsche, Emma Goldman, Mijail Bakunin, Susan Sontang, Karl Marx, Merleau-Ponty, Charles Fourier, Hans Magnus Enzesberger, Bertrand Russell… ¿Será? Pues estamos de acuerdo con esa acusación… Entonces, para la llamada “Manifestación del silencio”, en una manta negra de más de diez metros de largo con letras blancas escribimos: ESTAMOS CON LOS MODERNOS FILÓSOFOS DE LA DESTRUCCIÓN (la foto de esta manta apreció en la primera plana de uno de los periódicos y el texto del pie también fue acusatorio). Causó escándalo no sólo entre la prensa vergonzante del momento sino aun entre la izquierda estrecha de miras. Como siguió causando censura que en las manifestaciones posteriores transformáramos las consignas: “El pueblo unido, funciona sin partido”. Edgar Morin con justa razón escribió: “Soy de quienes piensan que el activismo del militante de partido es reaccionario; el que es revolucionario es el militante de la existencia, es la comuna y la nueva red de relaciones humanas, sociales e, incluso, económicas, es el festival del rock y el amor libre”. De la década de 1960, por supuesto.
En “Una fuerte lluvia que va a caer”, el poeta Bob Dylan cantaba:

Oh, ¿qué has visto mi hijo de ojos claros?…
Vi a un recién nacido rodeado de lobos
Vi una supercarretera cubierta de diamantes, y sin nadie en ella
Vi una rama negra goteando sangre
Vi un cuarto lleno de hombres con martillos sangrantes…
Vi a diez mil oradores con sus lenguas cortadas
Vi pistolas y espadas en manos de niños.
Y una fuerte lluvia, y una fuerte lluvia va a caer…
¿Y qué escuchaste mi hijo de ojos claros?…
Oí el golpe del trueno rugiendo una advertencia
Oí una ola rugiente que podría cubrir al mundo
Oí a cien tamborileros con sus manos en llamas
Oí a diez mil susurros que nadie escuchaba
Oí a un muerto de hambre y mucha gente riendo
Oí la canción de un poeta muerto en la cloaca
Oí en el callejón los llantos de un payaso
Y una fuerte lluvia, y una fuerte lluvia va a caer.
Oh, ¿qué encontraste mi hijo de ojos claros?…
Encontré a un niño detrás de un pony muerto
Encontré a un hombre blanco paseando con un perro negro
Encontré a una muchacha con su cuerpo en el fuego
Encontré a una niña que me dio un arcoiris
Encontré a un hombre herido de amor
Encontré a otro hombre herido por el odio
Y una fuerte lluvia, y una fuerte lluvia va a caer…

Y en “Los tiempos están cambiando”, Dylan también decía:

Vengan, júntense toda la gente
dondequiera que ande
y reconozcan que las aguas
en todo el rededor están creciendo
y vean que pronto estarán inundados hasta el cuello
Y si creen que vale la pena
cambiar vuestro tiempo
es mejor que empiecen a nadar
Porque los tiempos están cambiando.
Vengan escritores y críticos
ustedes que profetizan con la pluma
y tengan sus ojos bien abiertos.
Ya no habrá oportunidad
Y no hablen tan aprisa
porque la rueda sigue girando
y nadie sabe lo que significa
que el vencido de hoy
será el que triunfe mañana.
Porque los tiempos están cambiando…
Vengan padres y madres
de toda la Tierra
y ya no critiquen
lo que no han entendido.
Sus hijos y sus hijas
ya no están bajo su mando
Las rutas viejas
se están acelerando…
La línea está trazada
el anatema está lanzado.
Lo que va lento hoy
más tarde irá de prisa
así como el presente
será nuestro pasado.
El orden muy pronto se desvanece
Los primeros de ahora
muy pronto serán los últimos.
Porque los tiempos están cambiando.

En aquel entonces, la promesa de un mundo mejor (comunismo) fue menos determinante que el desencanto de lo que existía. Ernst von Solomon antes lo había dicho así: “No queríamos lo que conocíamos. Y no conocíamos lo que queríamos”.
Aunque escrita por muchos autores, aquella poesía era muy nuestra, no cabía duda, nos llenaba porque encerraba la posibilidad del sueño que partía de la realidad, pesadilla a veces, pero también mejores sueños habría que realizarlos en el ahora y aquí. Por esto, no encuentro mejor colofón para este texto que unas palabras de T. E. Lawrence: “Todos los hombres sueñan, pero no de la misma manera. Aquellos que sueñan por la noche, entre los repliegues polvorientos de su mente, se despiertan con el día y piensan que todo fue fantasía. Pero los soñadores despiertos son peligrosos, porque pueden actuar sus sueños con los ojos abiertos, y convertirlos en realidad”.