Son Ray Manzarek, Robby Krieger y John Densmore quienes hacen que The Doors suene como ellos, y tal vez sean Manzarek, Krieger y Densmore quienes hacen que diecisiete de los veinte entrevistados en American Bandstand prefieran The Doors sobre todos los demás grupos, pero es Morrison quien se sube allí con pantalones negros de cuero sin ropa interior y proyecta la idea, y es Morrison a quien están esperando ahora.
1968
Son las seis, o las siete de una tarde de principios de primavera, y estoy sentada en el frío suelo de baldosas de vinilo de un estudio de sonido en Sunset Boulevard, viendo a un grupo de rock llamado The Doors grabar una pista.
En general, mi atención está menos que enteramente comprometida con las preocupaciones de los grupos de rock (ya he escuchado sobre el ácido como etapa de transición y también sobre el Maharishi e incluso sobre el amor universal, y después de un tiempo todo me suena como un cielo de mermelada), pero The Doors son diferentes.
The Doors me interesan. No tienen nada en común con los apacibles Beatles. Carecen de la convicción contemporánea de que el amor es hermandad y el Kama Sutra. Su música insiste en que el amor es sexo y el sexo es muerte y ahí está la salvación. The Doors son los Norman Mailers del Top 40, misioneros del sexo apocalíptico.
En este momento están reunidos en una incómoda simbiosis para hacer su álbum, y el estudio está frío y las luces son demasiado brillantes y hay masas de cables y bancos de circuitos electrónicos intermitentes y siniestros con los que los nuevos músicos viven de manera tan informal. Hay tres de los cuatro Doors. Hay un bajista prestado de un grupo llamado Clear Light. Están el productor, el ingeniero, el gerente de ruta, un par de chicas y un husky siberiano llamado Nikki con un ojo gris y otro dorado.
Hay bolsas de papel medio llenas con huevos duros e hígados de pollo y hamburguesas con queso y botellas vacías de jugo de manzana y rosa de California. Hay todo lo que The Doors necesita para cortar el resto de este tercer álbum, excepto una cosa: El cuarto Door, el cantante principal, Jim Morrison, un graduado de UCLA de veinticuatro años que usa pantalones negros de cuero sin ropa interior y tiende a sugerir un rango de lo posible más allá de un pacto suicida.
Es Jim Morrison quien describe a The Doors como «políticos eróticos».
Es Morrison quien define los intereses del grupo como «cualquier cosa sobre revuelta, desorden, caos, sobre todo actividades que parece no tener sentido». Es Morrison quien fue arrestado en New Haven en diciembre por ofrecer una actuación “indecente”. Es Morrison quien escribe la mayoría de las letras de The Doors, cuyo carácter peculiar es reflejar una paranoia ambigua o una insistencia bastante inequívoca en el amor a la muerte como la máxima euforia. Y es Morrison quien falta.
Son Ray Manzarek, Robby Krieger y John Densmore quienes hacen que The Doors suene como ellos, y tal vez sean Manzarek, Krieger y Densmore quienes hacen que diecisiete de los veinte entrevistados en American Bandstand prefieran The Doors sobre todos los demás grupos, pero es Morrison quien se sube allí con pantalones negros de cuero sin ropa interior y proyecta la idea, y es Morrison a quien están esperando ahora.
Ray Manzarek está encorvado sobre un teclado Gibson.
— ¿Crees que Morrison va a volver? — le dice a nadie en particular.
Nadie responde.
— ¿Entonces podemos hacer algunas voces? — dice Manzarek.
El productor está trabajando con la cinta de la pista rítmica que acaban de grabar. — Eso espero —, dice sin mirar hacia arriba.
—Sí—, dice Manzarek. —Yo también.
Es mucho tiempo después que llega Morrison. Tiene puestos sus pantalones negros de cuero, se sienta en un sofá de cuero frente a los cuatro grandes parlantes en blanco y cierra los ojos. El aspecto curioso de la llegada de Morrison es este: nadie lo reconoce ni con un parpadeo.
Robby Krieger continúa elaborando un pasaje de guitarra. John Densmore afina su batería. Manzarek se sienta en la consola de control y hace girar un sacacorchos y deja que una chica le frote los hombros. La chica no mira a Morrison, aunque está en su línea de visión directa.
Pasa más o menos una hora y todavía nadie ha hablado con Morrison. Entonces Morrison habla con Manzarek. Habla casi en un susurro, como si estuviera luchando con las palabras detrás de una afasia incapacitante.
— Es una hora para West Covina—, dice. —Estaba pensando, tal vez deberíamos pasar la noche ahí afuera después de tocar.
Manzarek deja el sacacorchos. — ¿Por qué? — dice.
— En lugar de volver.
Manzarek se encoge de hombros.
— Estábamos planeando volver.
— Bueno, estaba pensando, podríamos ensayar allí.
Manzarek no dice nada.
— Podríamos ensayar, hay un Holiday Inn al lado.
— Podríamos hacer eso—, dice Manzarek. — O podríamos ensayar el domingo, en la ciudad.
— Supongo que sí —. Morrison hace una pausa. — ¿El lugar estará listo para ensayar el domingo?
Manzarek lo mira un rato.
— No —, dice entonces.
Cuento las perillas de control de la consola eléctrica. Hay setenta y seis. No estoy segura a favor de quién se resolvió el diálogo o si se resolvió en absoluto. Robby Krieger toca su guitarra y dice que necesita una caja de fuzz. El productor sugiere que tome prestado uno de Buffalo Springfield en el próximo estudio. Krieger se encoge de hombros. Morrison vuelve a sentarse en el sofá de cuero y se echa hacia atrás. Enciende un fósforo. Estudia la llama un rato y luego, muy lentamente, muy deliberadamente, la baja hasta la bragueta de sus pantalones negros de cuero.
Manzarek lo mira. La chica que está frotando los hombros de Manzarek no mira a nadie. Existe la sensación de que nadie va a salir de esta habitación, nunca. Pasarán algunas semanas antes de que The Doors termine de grabar este álbum. No veo cuándo.
Extraído de: Joan Didion, The Withe Album. Simon & Schuster, 1979. pp. 21 – 25
La semejanza entre Woodstock y Avándaro es innegable -las mismas imágenes, los mismos símbolos, el mismo ritmo musical, los mismos ídolos ya internacionales-; pero su significado denotaba algo muy diferente.
AVÁNDARO, 11 SEPTIEMBRE 1971
“Cada quien habla de la fiesta como le va en ella”, dice el dicho. En una batalla, ningún soldado sabe lo que pasa -ni siquiera, si van ganando o perdiendo-, sino hasta después de terminada la guerra. Les narro, tal como recuerdo yo, aquel magno festival de Avándaro.
Fui acompañado de algunos hippies mexicanos, uno de tantos sectores que conformaban ese abigarrado movimiento juvenil conocido como “la onda”; pero que ciertamente, era el sector más significativo, pues fueron quienes dotaron de identidad y utopía a todo el movimiento. Se trataba de chavos y chavas de la clase media de las colonias Del Valle, Narvarte, Roma, etc. de la Ciudad de México. La mayoría de ellos andaba por los 18 años y frecuentaban la Gran Fraternidad Universal (organización vinculada a los rosacruces). Me vinculé con este sector el día mismo de mi llegada a mi parroquia, tres años atrás: el Purísimo Corazón de María, de la Colonia Del Valle. De inmediato me cautivaron su peculiar apariencia y estilo de vida. Tenía yo entonces 30 años y acababa de llegar a México, terminando mis estudios eclesiásticos en la ciudad de Roma. Me llamaron la atención estos muchachos, por ser muy espirituales, aunque no identificados con la Iglesia: leían el “Evangelio Espiritual de Jesús El Cristo”, del mago esoterista Eliphas Levi (1810-1895), que aseguraba que Jesús había estado en la India. Por las tardes, al terminar mis tareas, visitaba sus cuartuchos de azotea, a la luz de alguna veladora, y escrito en la pared, entre posters sicodélicos, una frase espiritual. Leían sus escritos místicos, propugnaban la Paz y el Amor, amaban el rock y tocaban melodías novedosas que ellos mismos componían (de entre ellos estaba el grupo musical “La Semilla del Amor”), eran vegetarianos, ecologistas y gustaban de la astrología.
Llegamos a Avándaro tres días antes del concierto. El lugar era un hermoso valle, en plena naturaleza, y lo disfrutamos como lo habíamos hecho en Huautla: no nos faltó ni baño, desnudos en el río (más que morbosidad, era expresión del sentimiento inefable de inmersión en naturaleza). La víspera del concierto, hasta atrás, en el límite natural de ese valle, construimos sendas chozas con ramas y hojas, y tendimos unas hamacas, disponiéndonos para el evento. En esos días previos, la tarima donde se desarrollaría el concierto estaba disponible para grupos espontáneos de rock, que ciertamente, no faltaban. Entre estos eventos, se presentó la Rockópera “Tommy” (un niño discapacitado que denotaba la vulnerabilidad de los muchachos de entonces), del grupo rockero “The Who”, estrenada en 1960, con interesantes técnicas de composición. Por cierto, el actor principal, Héctor, era alumno mío en la Preparatoria Popular de Liverpool.
Armando Molina era el organizador de una carrera automovilista para algunos juniors, y para amenizarla, invitó a grupos rockeros mexicanos que él estaba promoviendo. Estos grupos, con indiscutible calidad musical, enfrentaban el boicot de las disqueras y de la radio, ya que el rock era tenido como indecente, escandaloso y políticamente incorrecto. Los únicos lugares disponibles para ellos, eran los “Hoyos Funkies”, como los denominó Parménidas García Saldaña: locales cerrados, no muy grandes, sin ventilación, ni sillas, ni nada, y como se cobraba poco, tenían mucha concurrencia y nadie se escandalizaba si, de repente, llegaba algún “hornazo”. Los asistentes pertenecían al subproletariado urbano. Llevaban poco dinero; pero los músicos se les entregaban con todo entusiasmo, de modo que estos ya gozaban de cierta fama entre ellos.
Finalmente, llegó el día esperado. El valle se iba llenando de gente joven. La mayoría eran asistentes habituales a los “hoyos funkies” (no tanto “xipitecas”), todos con muy buen humor y ganas de convivir. En el imaginario de los asistentes estaba presente Woodstock, el festival que dos años atrás (18 de agosto 1969) había resultado todo un “happening”. Aquel estuvo muy bien organizado: el boleto incluía un espacio para dos sleeping bags, había tiendas artesanales de objetos indios y circulaba el LSD. En cambio, nuestro magno evento rockero fue “a la mexicana”, casi improvisado: faltaba agua para beber, comida y no había baños. Ya anocheciendo, llegaron los coches con los juniors chilangos y su desmadre. Quisieron agandallarse, metiéndose hasta adelante, empujando a toda la multitud, por lo que cayeron tiendas de campaña y nuestras “chozas”. Era este otro aspecto de la “onda”, el “desmadre”, tan bien descrito en las novelas de José Agustín: la libertad sin frenos, el goce sin moralina (el rigorismo moral propio de los años 50’s en la que sus padres los criaron). Entre tanto, seguían llegando más y más chavos. Luego se calcularía que habrían estado unos 200,000. Ya para entonces, se había desatado el aguacero. La mayoría no veníamos preparados, así que nos tocó gozar la mojada. Los altavoces difundían la nueva música en su versión mexicana, a veces con interrupciones por a fallas técnicas o pidiendo orden, sin faltar leves alusiones al movimiento estudiantil de tres años atrás y reiterado en el “halconazo” de junio pasado.
La marihuana circulaba libremente. El ejército sí estuvo presente; pero con la consigna de no molestar a quien la fumaba. Incluso en los altavoces aconsejaban consumir mejor marihuana y no otras sustancias más riesgosas, y ofrecían atención médica. Donde quiera que se dirigiera la mirada percibía escenas inauditas: muchachos semidesnudos, abrazos y “agasajos”, gente bailando o coreando “rolas” ya conocidas. Había un ambiente de libertad y camaradería, lo cual llamaba la atención dadas las incomodidades y la precariedad (falta de alimentos, agua, lluvia, lodo). Todo mundo se desvivía por el goce colectivo -sin faltar el clásico ofrecimiento “corre la bacha”-, cuando, lo más probable en casos de escasez extrema, era el agandalle y el egoísmo (“que cada quien se rasque con sus propias uñas y el que tenga más saliva que trague más pinole”). A las 3 de la mañana, tocó el turno al “Three Souls in my Mind”, ya me estaba preocupando el regreso, pues no traía vehículo. Se decía que Echeverría había enviado unos camiones; pero eso era claramente insuficiente. Perdí a mis compañeros y buscándolos, pasó un coche ofreciendo un lugar. De inmediato me agarré del picaporte. Así pude llegar temprano a la Ciudad de México.
Después de un breve descansito, le telefonee a Manuel Acevez, director de la revista mensual ondera “Piedra Rodante”, de la que yo era colaborador -y ahora, reportero-. Platicamos sobre el concierto y Manuel me ordeno: –“¡Maestro!, Escribe de inmediato tus impresiones y me las traes, pues queremos sacar pronto las primicias”-. De un tirón escribí un breve texto y se lo llevé y luego regresé a dormir. Por la mañana me sorprendió el horrible linchamiento mediático, una verdadera orgia de reporteros “chayoteros”, con puras estupideces y majaderías. Se esperaría que, dada la importancia del evento, los periódicos hubiesen enviado a analistas con estudios sociológicos o sicológicos ¡¡¡Doscientos mil muchachos pasaron una noche tormentosa, escuchando rock y fumando mota, sin que se tuviese que lamentar ningún incidente!!! Luego comprendí que había consigna, pues Avándaro fue la arena en donde medían sus fuerzas el presidente Echeverría y el gobernador del Estado de México, Carlos Hank González, de sospechosos nexos con el negocio de las drogas. Mes y medio después -por fin- salió el número de Piedra Rodante dedicado a Avándaro. En medio del escándalo farisáico salió mi ingenuo articulito, “Dios quiso que lloviera para unirnos más”.
– II –
El título mismo del artículo me evidencia como creyente. El Concilio Vaticano II había afirmado que los “signos de los tiempos” eran un “lugar teológico” (es decir, estaban al mismo nivel que la Escritura o la Tradición): Jesús había criticado a discípulos de extracción campesina, porque, mientras podían descifrar acertadamente los “signos de los cielos” para pronosticar el clima (“las nubes de oriente predicen la lluvia y el viento del sur, que hará calor”), no sabían, empero, interpretar aquellos fenómenos significativos que señalan por dónde el Espíritu está señalando la marcha de la historia. Yo, prácticamente salido del seminario, estaba necesitado de descubrir el “mundo” profano y posicionarme desde los signos que me parecieran más heurísticos, y cuando por azar, me ví vinculado a uno de los grupos más representativos del amplio espectro “ondero”, me parecía muy probable que este fenómeno fuera uno de esos “Signos de los Tiempos”. Por eso me preguntaba cómo estaría mirando Dios nuestro Concierto de Avándaro.
Seguramente, Dios no lo miraría con esos ojos linchadores de los mass-media convenencieros. Seguramente, Él amaba a estos jóvenes de nueva generación y constructores del futuro. Había que descubrir qué era lo que daba unidad a ese aparente caos e, incluso, detectar los elementos sacrales del evento. El Concilio había abierto las ventanas a la Modernidad, para que entrase en la Iglesia el frescor y ese aire era “secular”. Pero, sorprendentemente, los “xipitecas” ahora me pedían que les prestara mi “túnica” (sotana), justo cuando, el Papa Pablo VI acababa de autorizarnos a los nuevos clérigos estudiantes en Roma, quitarnos la sotana y cambiarla por el “Clergeman”. Los sacerdotes “modernos” nos sentíamos muy cómodos con la secularización de la fe, liberándonos del ritualismo mistérico; pero ahora, estos chavos a quienes yo consideraba la vanguardia (alternativa a la de sus coetáneos, los estudiantes revolucionarios del 68), estaban ávidos de sacralidad. Como sacerdote y como Antropólogo de la Religión, vi en Avándaro un evento cuasi religioso: inició con el ritual de una penosa peregrinación al lugar sagrado, y terminó con el terrible éxodo del retorno. Se palpaba -casi se tocaba- la sensación de unidad que traspasaba culturas y clases sociales; el éxtasis colectivo, que tenía algo de orgía sacral, favorecido por ciertas sustancias tabú (y como sucedía en los rituales festivos totémicos, se ingería ritualmente su tabú). Avándaro fue, ante todo, una fiesta patronal. A diferencia de Woodstock -y lo mismo en cualquier fiesta anglosajona-, el evento congregó a muchas individualidades o a lo más, parejas y pequeños grupos; pero en México, la fiesta compromete a todo el pueblo. Aquí las individualidades se diluyen en un único sujeto colectivo, donde se contagian sentimientos, se olvidan afrentas y se da cabida a la euforia. En el “tiempo de fiesta” se diluyen fronteras (como la de día y noche, trabajo y ocio); se olvidan las diferencias raciales o clasistas para recuperar la unidad primigenia de la tribu.
Seguramente, tampoco Dios veía el festival con los ojos de la izquierda “sesentaiochera” -a tres años del “Tlaltelocazo” y a tres meses del “halconazo”-. Para ese gran movimiento estudiantil revolucionario -y especialmente, para sus intelectuales dirigentes-, Avándaro se leyó como mero mimetismo del hipismo “gabacho”, y nos tachaban de dejarnos manipular por la colonización imperial que enajenaba a los jóvenes para impedir su toma de conciencia revolucionaria. Quizás haya mucho de verdad en esa crítica; pero recordemos que Marx apenas conceptualizó la “cultura”, y quien sí lo hizo fue un marxista italiano, Antonio Gramsci, quien pensaba que cuando la situación fuese demasiado rígida para trabajar en los campos económico o político, y hay condiciones para avanzar en los aspectos culturales (y no posponerlos para después de la toma del poder, pues entonces fácilmente se deriva en dictaduras). en esos casos, una contracultura podría arrebatarle la dirigencia al grupo hegemónico, dejándole a este tan sólo la dominación, con lo que quedaría debilitado.
La semejanza entre Woodstock y Avándaro es innegable -las mismas imágenes, los mismos símbolos, el mismo ritmo musical, los mismos ídolos ya internacionales-; pero su significado denotaba algo muy diferente. En Woodstock, la mayoría de los asistentes pasaba los 30 años, pertenecían a la clase media sajona, con mentalidad y hábitos de organización (el boleto daba derecho a un espacio para dos sleeping-bags, con buen nivel de vida y dólares para comprar las chucherías indias que se vendían en las boutiques allí instaladas). En Avándaro los asistentes eran chavitos subproletarios, de las prepas o vocacionales, que no tenían satisfechas algunas de sus necesidades primarias, y que su “feria” no les alcanzaba ni para la mota, por lo que se drogaban con cemento flexo. La juventud estadounidense protestaba contra la violencia de la guerra en Vietnam, de manera semejante como la juventud mexicana protestaba contra la aún reciente represión estudiantil. El “dropp-out” (salirse de la casa familiar), que en Estados Unidos era algo normal al cumplir la mayoría de edad, y que incluso, se tenía derecho a un subsidio económico, no representaba el dolor de dejar la peculiar familia mexicana -cálida y cercana; pero posesiva y moralista-, por lo que “pirarse de la casa” significaba quedarse a la deriva, sin seguridades ni protección, y por lo mismo, los chavos y las chavas se acogían a las buhardillas de las azoteas de las casas de la clase media urbana, para hacinarse con otros muchachos y muchachas de condiciones semejantes. Haciendo de la precariedad poesía, al no poder pagar un cuarto, descubrían la calidez de la comuna; al no poder comer carne, se hacían vegetarianos; a falta de agua, criticaban el hábito burgués del baño diario, y al no tener dinero para ir de compras, criticaban el consumismo del Sistema (Stablishment). Para conseguir la droga, los hippies gabachos tuvieron que buscar un “dealer” entre los afroamericanos, y gracias a ellos, conocieron mejor a los discriminados “negros”; mientras que aquí, los jóvenes peregrinaban con los huicholes a la meseta de Viricota, en el desierto potosino zacatecano, para probar el peyote (de venta legal), o bien, iban a Huautla de Jimenes a comer los hongos, guiados por alguna chamana como María Sabina y así conocieron y admiraron la cultura mazateca. De modo que fue normal que, en Avándaro, los xipitecas recibieran bien a los mariguanos de piel bronceada. Piedra Rodante publicó la foto de un joven moreno de larga cabellera, a caballo. En Avándaro, el idealizado “México Profundo” eran estos chavos albureros de Tepito, de Ixtapalapa o de la Guerrero.
La droga misma era diversa y tenía otra connotación. La marihuana entró a América por Acapulco (la “golden”), procedente de Filipinas, de donde se exportó al país del Norte. Los alucinógenos de allende la frontera eran el LSD y la cocaína; mientras que aquende la frontera, eran el peyote y los hongos alucinantes, y para obtener estas plantas, tuvieron que irlas a buscar a las “zonas de refugio” indígenas y, de paso, incorporaron a su apariencia algunas prendas autóctonas (morrales, jorongos, huipiles, huaraches, manta). Por estas razones yo los bauticé con el nombre de “xipitecas”, de connotación tribal, por sus acercamientos transculturales (de indígenas, “gabachos” y de “peladitos” chilangos).
Nodal en toda cultura subalterna es la lengua, el primer signo de identidad. Frecuentemente se niega la voz a las minorías contraculturales; pero su palabra, pugna siempre por hacerse oír. El caliche original (versión alternativa al “slang” gabacho), fungió, al decir de Parménides García Saldaña, “como puñal y como escudo”. Acuñado frecuentemente en las cárceles, esta jerga se utilizaba, tanto para ocultar actividades u objetos ilegales o mal vistos, cuanto como medio para el reconocimiento de su población. Pero si la voz está amordazada, la palabra pugna por gritar y hacerse oír, y los “onderos” aprendieron a hacerlo con el medio más adecuado, el rock. Mutando el blues triste y nostálgico de los esclavos negros del norte, el rock &roll se difundió con la toma de conciencia de los movimientos por los derechos humanos, después del asesinato de Martín Luther King. Elvis Presley lo pasó a los blancos clase media, fue enriquecido en versiones sicodélicas de gran tecnología, y fue así que llegaron a México traducciones domesticadas de algunas rolas. Pero faltaba la voz musicalizada de la protesta cultural ondera, el rock mexicano. Por supuesto, no era posible una traducción literal de rolas gringas, pues el inglés es monosilábico, mientras el español es bisilábico, y la sintaxis condiciona el ritmo musical. Producir rock mexicano significa pensar en español y decir lo que, para la juventud mexicana -en especial los “chavos banda”- tienen necesidad de gritar, y esto fue lo que Alex Lora supo captar. El rock, desde sus orígenes negros tiene connotación contracultural, y en el México de entonces, cuando en los 50’s la educación había sido hipócritamente moralizante, los oídos de muchos radioescuchas estaban bloqueados a lo que los jóvenes de entonces realmente expresar. Avándaro posibilitó que el rock mexicano se quitase la mordaza y pudiera gritar su Palabra; fue su presentación, su consagración y su reconocimiento. Ahora la contracultura conquistaba los media, pues las disqueras descubrieron que la música contestataria podía domesticarse, si se presentaba en conjunto con otros géneros musicales, de modo que el rock se convirtió (nuevamente cito a Parménides) en “el gran negocio del siglo XX”.
Quizás el sentimiento predominante en Avándaro fue la conciencia de libertad absoluta. Después de las recientes experiencias de represión (Tlaltelolco y el “halconazo”), los jóvenes estaban urgidos de sentirse libres e intuyeron que el concierto en Avándaro podría posibilitarlo, tanto por la lejanía del valle y la falta de condiciones, como porque no se preveía mayor riesgo de represión política. Durante 50 horas, la gran tribu ondera pudo experimentar el lo que significa hacer lo que pidieran los deseos, sólo acotados por el respeto a la libertad de los demás. Había un acuerdo implícito en que todos la pasáramos bien (“Paz y Amor”) y, por tanto, habría que evitar agresiones y malas vibras. Naturalmente no faltaron pequeñas riñas y escaramuzas; pero fueron excepción y controladas por los asistentes mismos. Se podía fumar la mota en público, y “no había tos” (los militares se hacían presentes; pero no molestaban a quienes veían fumando mota sin hacer desmanes). Cualquiera podía hacer lo que le pegara en gana: danzas improvisadas para exorcizar la lluvia, abrazos y “agasajos” e incluso, desnudarse en público. De hecho, una muchacha se subió al techo de la camioneta de sonido y obsequió a la multitud con un buen “streap-tease”: Se le dirigieron las luces, nadie se molestó y al terminar, alguien le pasó una cobija. Se compartían sentimientos comunes de alegría, entreayuda y respeto.
La droga fue el pretexto para la alarma y el escándalo entre la opinión pública. No se puede negar que el consumo de estas substancias produce efectos nocivos para la salud, como puede constatar con algunos de estos muchachos (por cierto, también lo hace el tabaco, el alcohol, el café y los somníferos); pero la marihuana tampoco puede ser considerada a la par de las drogas heroicas. Su desconocimiento fue aprovechado por organismos evangélicos estadounidenses que promovieron aquí y allá, sendas campañas antifanáticas y antialcóholicas, que además de prohibir el consumo del alcohol, fomentaron la persecución religiosa. Fueron los tiempos de los gangsters, de Alcapone. El alcalde de Nueva York Fiorello La Guardia, entre 1934 y 1945, encargó una investigación exhaustiva y en su célebre informe, concluyó que la marihuana es, incluso, menos dañina que el alcohol. Pero la política prohibicionista continuó en México hasta la década de los cincuentas, cuando sospechosamente cobró mucho auge. Yo fui testigo de algunos amigos xipitecas que fueron encerrados en el Palacio Negro de Lecumberri por habérseles encontrado un poco de marihuana, y en la cárcel se relacionan fácilmente con los verdaderos traficantes, que tratarían de engancharlos. Por eso, dos meses después del Festival de Avándaro, escribí un artículo en la Revista Piedra Rodante (“Cultura Pop y represión”, noviembre 1971), proponiendo que esta droga se considerase como un problema de salud pública, como ahora se está legislando, y no con tratamientos de tipo policiaco. Avándaro pudo ser considerado como un experimento sicosocial: Una congregación de centenares de miles de jóvenes, abandonados al libre consumo de marihuana, pasaron un par de días sin que hubiera que lamentarse daños graves. Aunque no tuve acceso a partes médicos, que yo sepa, no se reportaron casos de gravedad, y se reportó saldo blanco. Algo inconcebible si en una congragación multitudinaria similar se hubiera consumido alcohol en condiciones similares. También hay que reconocer que el estado de paz y bienestar se obtiene mejor con otros medios, como la meditación y la oración, y viene bien recordar la advertencia del Papa Pablo VI, de que las drogas y el alcohol “ponen en peligro la debilísima sensibilidad ante el misterioso influjo interior del Espíritu Santo a la que están destinados los Carismas, los Dones y los Frutos de la Gracia”
En resumen, Avándaro sigue siendo hoy un parteaguas para el rock mexicano y una identidad entre quienes participamos de las ideas y actitudes más auténticas de aquellos tiempos; pero creo que también a las generaciones actuales que aún no habían nacido cuando aquel festival y a quienes probablemente les toque tiempos distópicos, Avándaro puede proporcionarles los necesarios sueños utópicos -como el de la Era Acuario-, que siempre dan esperanza, con tal que tengamos el claro realismo de saber que esto no nos bajará de las estrellas, sino que nosotros tenemos que irlo construyendo con esfuerzo y conciencia, como lo intentamos la generación de entonces.
Enrique Marroquín (1939) es un sacerdote, antropólogo y escritor mexicano, figura clave en la contracultura de La Onda en México e impulsor de la Teología de la Liberación. Entre sus obras podemos encontrar «La Contracultura como protesta» (1975), donde bautizó a los onderos mexicanos como «xipitecas».
El día de hoy, Barbas Poéticas cumple 8 años de investigar, seleccionar, curar y traducir contenido alrededor de los y las rebeldes que a todos nos inspiran.
El día de hoy, Barbas Poéticas cumple 8 años de investigar, seleccionar, curar y traducir contenido alrededor de los y las rebeldes que a todos nos inspiran. Y, además de agradecerles a todos los que nos han venido leyendo y siguiendo a través del tiempo, lo celebramos con la amable invitación de parte de Héctor Zalik para participar en la versión on line de la feria de Radio UNAM: «Los otros libros: Tianguis de la diversidad Textual», esta vez en una sesión a distancia que conjuntó las ideas de dos valiosos expertos de la literatura y del ejercicio editorial que han venido sumándose a esta revista durante los últimos años.
Barbas Poéticas es presentado por:
Susana Zavala – Diseño Editorial
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¿Cómo hacer un buen ejercicio editorial?
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¿Registrar tu obra es contracultural o no?
¿Cuál es la importancia de la traducción de la obra de la Generación Beat?
¿Dejarse la barba es la verdadera esencia de la rebeldía?
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Trasmitido originalmente vía FB Live, reproducido en Barbas Poéticas con la autorización de su conductor, Héctor Zalik.
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Di Prima detiene la narración de sus andanzas para hablar francamente de los métodos anticonceptivos desde el punto de vista de una mujer liberada. Pero todo el relato me hizo pensar mucho sobre esa transformación cultural de los cincuenta, la bohemia, y el feminismo en EEUU. Ayuda a poner más piezas del rompecabezas.
[…] Sí, era bueno ser la chica de tres hombres, y cada uno de ellos con su propio viaje, cada uno deseando cosas diferentes para que el mundo se completara, una interacción, como una foto con triple exposición, hecha un infinito espacio. Desde entonces he descubierto que, por lo general, es bueno ser la mujer de muchos hombres a la vez, o ser una de las muchas mujeres en el círculo de un hombre, o ser una de las muchas mujeres en un hogar con muchos hombres, y la relación entre todos nosotros siempre era cambiante y ambigua. Lo que no es bueno, lo que es claustrofóbico y somnífero, es la relación regular de uno a uno. Está bien por un fin de semana, o un mes en las montañas, pero no está bien como una cosa de largo tiempo, no está bien una vez que ambos se han dicho a sí mismos que ésta será su forma de vida. Luego empiezan los reclamos interminables, los malabarismos para evitar el aburrimiento, y el cierre lento e inexorable del horizonte infinito de Dios […]
Diane Di Prima murió a los 86 años, el 25 de octubre de 2020. Parecía ser una de esas poetas norteamericanas que estarían con nosotros para siempre (como Lawrence Ferlinguetti, por ejemplo), que durante muchos años estuvo ahí, como figura central de los primeros brotes de la generación beat, recorriendo las calles de Nueva York, tal y como nos han contado cientos de veces los demás, los hombres, dejándonos saber a todos que a pesar de todo prejuicio, las mujeres podían librarse del yugo puritano de la sociedad de post-guerra y dar testimonio en su propia carne del enfrentamiento ante el conformismo de la época.
Una muestra es la cita con que inicia este texto. Las caminatas por la ciudad se fueron expandiendo a cada kilómetro, cada esquina y cada persona que Diane conocía en el camino (en los años en que nuestro conocido Jack K. iba y venía escribiendo su propio camino, en la sección “mainstream” de esa generación). Conocer a un tipo con el que se “suele coger bien”, caminar con él, conocer a otro par y luego pasar un tiempo viviendo en una granja, siendo “la chica de tres hombres”. Es en Memorias de una Beatnik que, en 1969, Diane compartió con el mundo al estilo digno de su generación, sus recorridos, vivencias, detalles que escandalizaron a la sociedad gringa que de por sí ya vivía escandalizada en plena hora pico de los hippies, Woodstock, el feminismo, la contracultura y, en el contexto beat, la muerte del ya amargado y decadente Kerouac.
Quizá fue un buen año para aparecer. Quizá parte del mundo ya estaba listo para leer cómo una chica de 34 años (nació en el ’34) contaba sus andares sexuales y, básicamente, se cogió a todos los hombres que se le dio la gana. Entre ellos varios de los mismos beats cuya condición masculina les daba esa brevísima “ventaja estratégica” de poder contar crudamente sus experiencias (el mismo En el camino, las cartas de Neal Cassady, algunos poemas de Ginsberg, etc.) y que ahora, llegaba Diane a relatar cómo ella se los había cogido a ellos. Toda generación de explosiones creativas debe fluir en ambas direcciones.
Florecimos en nuestra granja del río Hudson. Funcionó para cada uno. Big Bill se ocupó de mi mente —su generosidad y estabilidad, su confianza me hicieron sentir bien, como nunca me había sentido en mi vida, y su galantería me hacía sentir hermosa. Billy era compañero de equipo y camarada, éramos buena pareja: podía seguir siendo yo misma con él en las caminatas, quitando la hierba mala o cogiendo; mi fuerza vital igualaba la suya. Y Little John era hermano y amigo, escuchaba mi paranoia resonando en su cabeza, encontraba sus secretos enunciados en mis poemas. Muchos juegos de ajedrez estancados pasaron entre nosotros.
Hasta ahora había poco trabajo editado en México sobre la obra de Diane. Podemos mencionar, por ejemplo, a José Vicente Anaya en Los Poetas que cayeron del Cielo (1998 y 2001) o su ensayo sobre las mujeres de la Generación Beat en Círculo de Poesía; o también, el trabajo de la dupla Medina/Burns en Una tribu de salvajes… (Aldvs, 2012). Todo ello enfocado a la poesía pero no a sus memorias.
Sin embargo, a pocos meses de la muerte de su autora, Memorias de una Beatnik estará finalmente disponible en español a través de Matadero Editorial y la UNAM bajo la traducción de Rubén Medina a finales de febrero. Rubén es profesor en la Universidad de Wisconsin-Madison desde el 91, traductor y poeta desde sus días en el movimiento Infrarrealista. Entre otras cosas beats, podemos encontrar su trabajo en Una tribu de salvajes improvisando a las puertas del infierno (Aldvs, 2012), donde traduce a grandes poetas como Anne Waldman y a la misma Di Prima así como diversos ensayos y antologías a propósito del movimiento Infrarrealista.
Pero sin duda, esta obra de es mucho más de lo que podríamos describir aquí, es por eso que, a continuación, presentamos una breve entrevista con Rubén Medina acerca de Memorias… y Diane Di Prima, con una sorpresa final.
Memorias de una Beatnik, Matadero Editorial – UNAM (2021)
Barbas Poéticas – ¿Cuánto tiempo te llevó trabajar en Memorias de una Beatnik?
Rubén Medina – Mira, empecé a traducir el libro en julio de 2019 y terminé en marzo del 20. Durante esos dos meses del verano—julio y agosto— pude dedicarme a la traducción, pero a partir de septiembre que empezó nuevamente el trabajo en la universidad, el proyecto pasó a un segundo o tercer plano, ocupando solo algunas horas de las noches y de los fines de semana. Aunque en realidad terminé la traducción dos o tres meses después, en junio del 20, con la tercera versión. Primero hice una traducción que podríamos llamar literal, al pie de la letra, apegada a lo que comunica el relato, si es posible decirlo así. Después vino una revisión fijándome más propiamente en el estilo de la autora, las peculiaridades de su escritura y usos del lenguaje, particularmente la sintaxis. La traducción, como dice Gayatri Spivak (quien tradujo la Gramatología de Derrida al inglés), es una de las lecturas más íntimas que se hace a un texto. Esa segunda versión para mí busca expresar esa intimidad. En la tercera versión, al final, ya me interesa asegurar que el texto fluya, sea legible y funcione en español. Y para eso hay que meterle mano al texto, lo menos que sea posible. Es decir, aquí ya se trata de la transición final de un idioma a otro, es donde se ven más claramente las decisiones del traductor. En general este es el proceso que sigo. Aunque imagino que para algunos traductores estas tres versiones se llevan a cabo en un mismo y único momento.
BP – ¿Cómo fue tu aproximación a la obra de Di Prima?
RM – Por lo general traduzco poesía, si bien habitualmente trato de leer todo lo que escriben los autores y autoras que traduzco. En el caso de Di Prima hace una década seleccioné unos quince poemas de sus numerosos libros –excluyendo Loba, un poema largo y súper interesante dentro de su obra, porque no pudimos pagar los derechos de autor—para la antología bilingüe de poesía beat, Una tribu de salvajes improvisando a las puertas del infierno, que hice con John Burns. Leí entonces Memoirs of a beatnik y Recollection of My Life as a Woman. Los dos textos me parecieron extraordinarios. Son dos memorias marcadas por distintos momentos o periodos de la vida de Di Prima en que se escriben. El primero se publicó en 1969 (ella iba a cumplir 35 años) y el segundo en 2001 (ya cerca de los 70). Ambos tratan de su formación como escritora, participación en la bohemia de Nueva York y su experiencia como mujer blanca, nieta de inmigrantes italianos. Sin embargo, Memoria se circunscribe a los años 1953-1957 (Di Prima tiene entonces entre 19 y 23 años), y en este sentido son años anteriores a la segunda ola de feminismo en Estados Unidos, a la contracultura de los sesenta, la psicodelia y el rock, y el fenómeno literario y cultural beat. Pero a la misma vez Di Prima es pionera y una figura importante en cada una de estas tendencias culturales y políticas. Memoria ofrece una visión que no encontramos, por ejemplo, En el camino de Kerouac, que se caracteriza por una perspectiva y privilegios masculinos. Recollection, por otra parte, narra con más detalle y reflexiona más ampliamente sobre las primeras tres décadas de su vida. Me pareció que ambas memorias nos revelan la complejidad de su persona, sus múltiples experiencias como mujer, activista y escritora, y por tanto complementan y contextualizan su poesía. También noté varios otros atributos a la Memoria, que me impulsaron a traducirla, además de ser una narración de 194 páginas. Por ejemplo, la manera en que la ficción y el relato autobiográfico se cruzan en el texto (sirven para hacer una lectura deconstructiva), la subversión de convenciones sociales y tradiciones sexuales heterosexuales, y la relación entre escritura y mercado debido a que, por una parte, la industria cultural busca entonces sacar provecho económico del fenómeno “beat” y, por la otra, Di Prima necesita un ingreso para poder vivir como madre soltera. De todo esto hablo en el prólogo. En fin, me pareció que había que dar a conocer este texto de Di Prima en español, y sopesar su relevancia y su múltiple papel en la cultura estadounidense.
BP – ¿Qué parte de este libro fue tu favorito durante la traducción?
RM – Confieso que me interesaba leer sobre su encuentro con Ginsberg, Kerouac, Orlosvki, en 1957, que aparece por cierto en el último capítulo. Hemos estado tan acostumbrados a la leyenda beat, a comer ese platillo, ¿no? Pero en realidad me gustaron muchas partes de la memoria. Por ejemplo, en un capítulo, creo que el 9, Di Prima detiene la narración de sus andanzas para hablar francamente de los métodos anticonceptivos desde el punto de vista de una mujer liberada. Pero todo el relato me hizo pensar mucho sobre esa transformación cultural de los cincuenta, la bohemia, y el feminismo en EEUU. Ayuda a poner más piezas del rompecabezas.
BP – ¿Qué otra poeta beat crees que necesita ser traída o profundizada al idioma español?
RM- Hay todavía mucho que traducir de las tres poetas claves beat, quienes realmente fueron (o han sido) una parte constitutiva del movimiento, y cuya asociación no fue temporal y circunstancial. Me refiero a Joanne Kyger, Anne Waldman y Diane Di Prima. Están también todos los textos de las compañeras, amantes, cómplices de aventura de los beat; me refiero a Carolyn Cassidy, Joan Haverty, Eileen Kaufman, Hetie Jones; además, las dos novelas de Joyce Johnson: Come and Join the Dance, y Minor Characters. Habría que traducir asimismo a la poeta y performer ruth weiss, quien es la primera en experimentar lecturas de poesía con música de jazz aún antes de los beat. También escribe teatro y hace películas.
BP – ¿Tienes en mente alguna otra traducción beat?
RM – Propiamente beat no. Después de la antología beat [Una tribu de salvajes…], me pareció necesario reunir en un libro a todas las neovanguardias gringas, desde los beat a los poetas del lenguaje —unas cinco décadas de poesía. Y en ese proyecto John Burns y yo hemos estado trabajando por varios años. Y avanzamos cuando podemos. En el verano pasado, ya encerrado por la pandemia, traduje poemas de Charles Olson, cuya lectura de su obra y selección de poemas me llevó muchas semanas. Mira, el fenómeno de las neovanguardias en EEUU (lo que se conoce como “postvanguardia”) es básicamente de poetas blancos y éstos constituyen el canon de la poesía estadounidense, con algunas excepciones, entre ellas la del extraordinario poeta beat negro, Bob Kaufman. Nuestro interés es incluir también a poetas negros, chicanos, nuyoricans, asiáticos (hombres y mujeres) que se caracterizan por la experimentación pero que no se promovieron como parte de un grupo o escuela, y tuvieron un inmediato recibimiento en las universidades como el caso de Black Mountain, La escuela de Nueva York, los poetas del lenguaje. La antología busca crear un espacio de múltiples poéticas, una especie de territorio minado ya no caracterizado por la vastedad blanca (whiteness) de la poesía gringa.
Ese verano pasado también empecé otro proyecto de traducción. Se trata de 15 poetas mujeres estadounidenses nacidas más o menos entre las décadas del 30 y 90 del siglo pasado. Básicamente se trata de poetas que me gustan, pero que asimismo revelan las tendencias de la poesía de EEUU, varias concepciones del poema y del lenguaje.
[..] Pero lenta, de manera imperceptible, los días comenzaron a ser más cortos, la hierba se volvió marrón, y con los primeros grillos una inquietud se empezó a agitar en mí por el combate rápido y el duro vivir de la ciudad, por el juego y la lucha y el inagotable intercambio humano que era Nueva York para mí en ese momento. Me sorprendía a mí misma escuchando el tráfico, o el sonido de fondo de “Bird” tocado en un fonógrafo barato en el apartamento de al lado, y supe que era el momento para mí de seguir mi camino. Así que por el momento me despedí de Billy —el volvería a Nueva York en el otoño—, le devolví sus pantalones anchos y me puse la falda y la blusa de oficina. Big Bill me llevó a la estación de autobús y dentro de una hora estaba de vuelta en Nueva York […]
Agradecemos a Rubén Medina por platicar con nosotros. Entrevista realizada por correo electrónico entre el 30 de enero y 7 de febrero de 2021.
Entrevista e introducción por odeen rocha para Barbas Poéticas, 2021.
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La poesía de Henri se caracteriza por una frescura directa que se saborea mucho mejor en escena, cuando a menudo se ve acompañado de instrumentos musicales o una banda de rock. Influenciado por los simbolistas franceses y la generación Beat, el trabajo de Henri es a menudo libre en forma y rico en imágenes.
Adrian Henri (1932 – 2000) fue una figura muy querida en el mundo de la poesía escénica, las bellas artes y más. Nacido en Birkenhead, Henri creció en Rhyl, Gales, durante los años de la guerra y se formó como pintor en King’s College, Newcastle, donde recibió la influencia de los expresionistas abstractos y los artistas pop emergentes de la época. La pintura siempre seguirá siendo una gran parte de su vida, influyendo en su escritura y acompañándola. Primero saltó a la fama como poeta como parte de la escena de Liverpool en la década de 1960 apareciendo junto a Roger McGough y Brian Patten en la innovadora antología Penguin Modern Poets 10, más conocida como The Mersey Sound, que ha vendido más de medio millón de copias. También formó parte del grupo Liverpool Scene, con quienes produjo siete discos entre 1967 y 1972.
Pere Ubu en Liverpool, por Adrian Henri
La poesía de Henri se caracteriza por una frescura directa que se saborea mucho mejor en escena, cuando a menudo se ve acompañado de instrumentos musicales o una banda de rock. Influenciado por los simbolistas franceses y la generación Beat, el trabajo de Henri es a menudo libre en forma y rico en imágenes.
A continuación, una versión al español de su poema “La entrada de Cristo a Liverpool”.
La mañana de la ciudad. Las semillas de diente de león soplando desde el suelo. El olor de los setos crecidos. Las voces de los niños en la distancia. Sonidos del río. a la vuelta de la esquina en Myrtle St. Los compradores de los sábados por la mañana, pañuelos, cestas de la compra, perros.
luego bajando la colina…
EL SONIDO DE LAS TROMPETAS animando y gritando en la distancia niños corriendo furgonetas de helados las banderas estallando sobre los edificios negro y rojo verde y amarillo Union Jacks Red Ensigns LARGA VIDA AL SOCIALISMO …estirado contra el cielo azul… sobre la sala de San Jorge
Ahora la procesión
LOS TAMBORES DE MARCHA
horribles rostros de Breughel enmascarados de ancianas en la multitud máscaras amarillas de niñas con rulos y pañuelos en la cabeza fábricas apestosas… Máscaras Máscaras Máscaras máscaras rojas máscaras púrpuras máscaras rosas
aplastante emergiendo, llevándome a lo largo de todo el camino bajando la colina, pasando la Filarmónica La Bolsa de Trabajo pies excitados aplastando los geranios en los Jardines de San Lucas carteles pancartas carteles Mantener blanca a Gran Bretaña Terminar la guerra en Vietnam Dios bendiga a nuestro Papa
Dibujos de vallas publicitarias en las aceras palabras pintadas en el camino ALTO SIGA DETÉNGASE
el sonido de las tuberías y los tambores en la calle niñas pequeñas con vestidos amarillos y naranjas flores de papel banderas bordadas Hijos leales del Rey William Lodge, Bootle Máscaras, más Máscaras que se amontonan en los autobuses de pie en las paredes escalando vallas rostros familiares entre la multitud los rostros de mis amigos las sombras de Pierre Bonnard y Guillaume Apollinaire Jarry anda en bicicleta cuidadosamente a través de la multitud. Una gata negra abriéndose camino abajo, entre los pies carteles signos ensaladas brillantes
MOSTAZA DE COLMAN J. Ensor, Fabriqueur de Masques SALUDA A JESÚS, REY DE LOS JUDÍOS … esforzándose por echar un vistazo a través de la multitud, pelo rojo bata blanca rey burro cara familiar semáforos y pasos cebrados GUIN GUINN GUINNESS ES El pájaro blanco que muere sin ser notado en un rincón es plumas en una bandeja la sangre que corre se fusionó con los neones en un charco
LA GUINNESS ES BUENA LA GUINNESS ES BUENA PARA Máscaras Máscaras Máscaras Máscaras Máscaras LA GUINNESS ES BUENA PARA TI. las bandas de metales animando con altavoces a todo volumen ruido de caballos policiacos TODO EL PODER A LA ASAMBLEA CONSTITUYENTE
máscaras animando dientes brillantes narcisos pisoteados CARNICEROS DE JERUSALÉN
pancartas animando borrachos que tropiezan y cantan máscaras máscaras máscaras noche la delgada hoz lunar cielo azul pálido moteado con nubes naranja brillante banderines, periódicos desechados, sombreros de papel devueltos lentamente a la colina por los polvorientos basureros de la tarde con grandes escobas que barren las alcantarillas… la última de las multitudes que esperan en las paradas de autobús colegialas risueñas, tranquilos hombres de negocios yo caminando a casa vacío de pedacitos de papel a la deriva alrededor de mis pies.
The entry of Christ into Liverpool
City morning. dandelionseeds blowing from wasteground. smell of overgrown privethedges. children’s voices in the distance. sounds from the river. round the corner into Myrtle St. Saturdaymorning shoppers headscarves. shoppingbaskets. dogs.
then down the hill
THE SOUND OF TRUMPETS cheering and shouting in the distance children running icecream vans flags breaking out over buildings black and red green and yellow Union Jacks Red Ensigns LONG LIVE SOCIALISM stretched against the blue sky over St George’s hall
Now the procession
THE MARCHING DRUMS
hideous masked Breughel faces of old ladies in the crowd yellow masks of girls in curlers and headscarves smelling of factories Masks Masks Masks red masks purple masks pink masks
crushing surging carrying me along down the hill past the Philharmonic The Labour Exchange excited feet crushing the geraniums in St Luke’s Gardens placards banners posters Keep Britain White End the War in Vietnam God Bless Our Pope
Billboards hoardings drawings on pavements words painted on the road STOP GO HALT the sounds of pipes and drums down the street little girls in yellow and orange dresses paper flowers embroidered banners Loyal Sons of King William Lodge, Bootle Masks more Masks crowding in off buses standing on walls climbing fences familiar faces among the crowd faces of my friends the shades of Pierre Bonnard and Guillaume Apollinaire Jarry cycling carefully through the crowd. A black cat picking her way underfoot posters signs gleaming salads COLMAN’S MUSTARD J. Ensor, Fabriqueur de Masques HAIL JESUS, KING OF THE JEWS straining forward to catch a glimpse through the crowd, red hair white robe g rey donkey familiar face trafficlights zebracrossings GUIN GUINN GUINNESS IS white bird dying unnoticed in a corner s plattered feathers blood running merged with the neonsigns in a puddle GUINNESS IS GOOD GUINNESS IS GOOD FOR Masks Masks Masks Masks Masks GUINNESS IS GOOD FOR YOU brassbands cheering loudspeakers blaring clatter of police horses ALL POWER TO THE CONSTITUENT ASSEMBLY masks cheering glittering teeth daffodils trodden underfoot BUTCHERS OF JERUSALEM banners cheering drunks stumbling and singing masks masks masks evening thin sickle moon pale blue sky flecked with bright orange clouds streamers newspapers discarded paper hats blown slowly back up the hill by the evening wind dustmen with big brooms sweeping the gutters last of the crowds waiting at bus-stops giggling schoolgirls quiet businessmen me walking home empty chip-papers drifting round my feet.
Playlist de Liverpool Scene
Traducción de odeen rocha para Barbas Poéticas, 2021.
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Creo que Times Square fue el lugar más importante para Burroughs, Kerouac y para mí entre 1945 y 1948. Quizá haya sido el periodo más formativo en los inicios de la mente spengleriana, en donde Herbert Huncke utilizaba palabras como madrear, en onda, fresa, beat[2] en las mesas de la cafetería Bickford’s.
por Allen Ginsberg
Para darnos una idea de los recuentos que Kerouac dedicó a Nueva York, tendríamos que revisar las secciones sobre Nueva York y Times Square en La ciudad y el campo, de lo mejor que hay en ese libro. En esa parte mostró un gran dominio narrativo. Lo que intentaba hacer fue escribir una novela de aprendizaje a la manera de Los Buddenbrook de Thomas Mann, una novela familiar que trata de distintas generaciones y de la historia social. En cuanto a la prosa estadunidense, Thomas Wolfe fue su gran inspiración, de manera que la primera novela de Kerouac tiene un estilo wolfeano. En ese tiempo leía mucho a Thomas Mann, y ya había leído bastante a Sherwood Anderson y a Hemingway, pero principalmente a Wolfe y un poco de Thoreau. Durante la época en que escribía, y por influencia de Burroughs, aprendió de la narrativa de Louis-Ferdinand Céline, y probablemente a mediados de los cuarenta, también por influencia de Burroughs, leyó un poco de Proust, Gide y Céline. Leyó a Anderson por su cuenta, y también por su cuenta aprendió de Thomas Wolfe.
En La ciudad y el campo, Kerouac divide a su familia en varios hermanos y hermanas. Describe la historia de la familia en un pueblito llamado Galloway, que se corresponde a la perfección con su experiencia en Lowell.
La ciudad y el campo inicia con una descripción de la vida familiar en el pueblito. Después la narración nos lleva a la ciudad, en donde la familia se divide y sus fragmentos se esparcen en Brooklyn. El héroe, Peter Martin, termina caminando en Times Square con algunos personajes interesantes, o con gente que había conocido en la Universidad de Columbia o en la preparatoria Horace Mann.[1] La mente de Kerouac ya había madurado para 1947, su visión del mundo ya estaba definida; su soledad, establecida, y su conciencia de la muerte le había llegado porque vio morir a su padre, lo cual sea quizá la experiencia de amor crucial en su vida, el drama crucial. La ciudad y el campo trata acerca de la muerte de su padre, quien, aparentemente, murió amargado y disgustado.
Originalmente se trataba de una búsqueda gnóstica. Pero después, cuando murió su padre, creo que Jack se dio cuenta de la transitoriedad de la vida, de la tristeza que cambia de rostro a medida que transcurre la existencia. De esa manera quiso convertirse en el ángel que registra los sueños, y comenzó, literalmente, a registrar sus sueños, y también el sueño de la vida misma. Fue el ángel que registra el sueño de la vida, que sabe que la vida es solamente un sueño. A través de sumergirse en el océano de la narrativa, llegó a una satisfactoria visión de la vida para el beneficio de los demás. En Visiones de Cody, hay una nota sobre el porqué de su escritura. «Escribo este libro porque todos vamos a morir» es el inicio. También escribe «A mitad del sueño, mi corazón se abrió al exterior, o se abrió al interior al Señor. Es un tipo de rezo, de hecho, para Kerouac era un rezo, una súplica al Señor y un rezo. Era algo espiritual, pero mucho más romántico y religioso, y terminó siendo católico. Para el periodo que va de 1953 a 1955, cuando experimentó el budismo, quería que la gente despertara de la pesadilla que representa la existencia.
Jack no tuvo necesidad de buscar inspiración, se encontraba en medio de una vida lo suficientemente interesante y sólo tuvo que observar a su alrededor y escribir acerca de su vida. No tuvo que inventar una literatura. En aquella época, escribíamos dentro de un estilo que después fue conocido como poesía confesional, o como el nuevo periodismo en narrativa; es decir, una novela basada en la biografía personal. Veíamos a nuestro alrededor y tomábamos la realidad como el sujeto de la novela. Hubo precursores que ya habían notado que la ficción, de alguna manera, estaba muerta. O al menos el tipo de ficción que se solía escribir y que daba como resultado una enorme novela ficticia. Kerouac también lo hizo, y de manera brillante en La ciudad y el campo, pero inmediatamente después, en su siguiente libro, se decantó por escribir acerca de la gente que amaba.
Todo está registrado en La ciudad y el campo. Kerouac se encuentra sólo, vagando en Times Square al lado de personajes de mentes apocalípticas de la posguerra. Cerebros misteriosos, drogadictos, gente con costumbres sexuales extravagantes, hippies de la nueva naturaleza. Herbert Huncke es un personaje central [que conoció] en ese lugar, a quien Burroughs describe en su novela Yonqui bajo el nombre de Herman, una referencia cruzada.
Cuando lleguemos a Burroughs, hablaremos de su visión de Times Square en la década de 1940, que se entrecruza con la novela La ciudad y el campo de Kerouac. Era una época en la que Kerouac, Burroughs y yo nos juntábamos con Herbert Huncke, un vecino local, timador y yonqui de medio tiempo. Huncke también trabajó para el doctor Alfred Kinsey, quien se paseaba por Times Square recolectando material estadístico sobre la vida sexual de los vagabundos. Huncke era uno de los agentes que le conseguían personas para entrevistar; y entre los entrevistados para el Informe Kinsey original estuvimos Herbert Huncke, William Burroughs, Jack Kerouac y yo. Fue una coincidencia histórica chistosa.
Huncke es un escritor bastante interesante que influyó en Burroughs y Kerouac. Fue un personaje en la mente de Kerouac, Burroughs y John Clellon Holmes. Nosotros lo animamos a que escribiera y el resultado fue una serie de historias buenas por derecho propio, se parecen al estilo de Sherwood Anderson o algo así, a la literatura estadunidense primigenia, pero son tan directas y tienen un lenguaje oral tan perfecto que, en mi opinión, siempre han sido un clásico, pero poco conocidas.
Creo que Times Square fue el lugar más importante para Burroughs, Kerouac y para mí entre 1945 y 1948. Quizá haya sido el periodo más formativo en los inicios de la mente spengleriana, en donde Herbert Huncke utilizaba palabras como madrear, en onda, fresa, beat[2] en las mesas de la cafetería Bickford’s.[3] Creo que Herbert Huncke fue el primero a quién se le ocurrió la noción de una Generación Beat, o la noción del ethos beat, y de los conceptos de beat y fresa; la manera en que nosotros usábamos esas palabras era más o menos la misma en que las utilizaba Huncke, porque se las escuchábamos a él. Nunca había escuchado la frase en onda (hip) hasta que lo escuché hablar. En realidad, Huncke, un hombre sin futuro, una figura menor pero seminal tanto en nuestro vocabulario como en nuestras actitudes. De hecho, me atrevería a decir que probablemente él sea la persona de donde surgió todo el estilo y el vocabulario al que después se le conoció como estar en onda, incluida la palabra beat.
Huncke pasó la década de 1930 en Chicago, después se mudó a Nueva York y ya llevaba ahí cinco años cuando Burroughs se cambió a un departamento cerca del bar Riordan’s en la Octava Avenida. Su objetivo era explorar esa avenida, los bares honky-tonk[4] de apostadores alrededor del Madison Square Garden; los bares para los viejos; los bares de timadores, los bares de yonquis, pachecos y policías antidrogas; lugares de convivencia social en los alrededores de Times Square. Todos los timadores de la calle 42; los ladrones de autos y casas; rateros de artículos de moda; vendedores de mota; yonquis que entraban y salían en busca de la siguiente dosis; policías antidrogas encubiertos siguiendo a todo mundo; jóvenes que no tuvieron éxito en el rodeo; choferes negros que fumaban mota y escuchaban a Charlie Parker y leían que Gibran Jalil Gibran habían estado ahí; alumnos de la Universidad de Columbia como yo mismo o Kerouac y otros cuantos; gente que hacía negocios ilegales como Bill Garver, quien robaba abrigos de Horn & Hardart[5] para ganarse la vida y costear su hábito por la droga; todos ellos solían ir al bar Angler.[6] Kerouac los describe en La ciudad y el campo.
En aquella época, Times Square era el lugar de los adictos a las anfetaminas y de los timadores porque había una sucursal de la tienda Horn & Hardart y una de la cafetería Bickford’s que tenía mesas en donde timadores y yonquis se sentaban con su taza de café a platicar toda la noche. Se la pasaban relajados debajo de la marquesina del Teatro Apollo,[7] en donde se podía ver a Jean Gabin en Le Quai des Brumes (El muelle de las brumas), o a Peter Lorre en M, o Los niños del paraíso, o La sangre de un poeta. Las grandes historias de Jean Gabin influyeron enormemente en Kerouac. El masculino y velludo Gabin, a quien le gustaba la compañía de otros hombres pero que tenía ternura y sensibilidad, llamó la atención de Kerouac a diferencia de los machos estadunidenses sin delicadeza.
Todos los timadores de Times Square veían esas películas. Los criminales del lumpen iban a ver Metrópilis y M, y se la pasaban despiertos toda la noche bebiendo café con sus dedos relucientes de mugre. Hay una pequeña parte en El almuerzo desnudo de Burroughs que se desarrolla en la cafetería Bickford’s. La escena muestra a un joven timador que remoja una rebanada de pastel en su café, y también hay una descripción de sus «dedos relucientes de negro». El joven acababa de reunirse con un cliente que lo había llevado a un cuarto de hotel, lo puso en la cama y se convirtió en una criatura viscosa, verde y pegajosa que lo llenaba de semen, y el timador dice: «Bueno, creo que uno se acostumbra a cualquier cosa, mañana tengo una cita con él».
Pienso que aquellos días fueron la punta de diamante de nuestra apertura a la juventud y probablemente significaron la experiencia más determinante. El cielo era el aspecto más notable de la eternidad, la amplitud del cielo sobre las cornisas de los edificios. Por primera vez desde que tuve conciencia, me di cuenta del rojo resplandor apocalíptico que ocasionaban las luces de neón, que le daba una intensidad llamativa y tecnicolor a los cielos debajo de los cuales caminábamos. Parecía una escena bíblica, el fin de los días o momentos pre-apocalípticos que coincidía con el incremento del énfasis eléctrico bajo las estrellas.
En aquella época casi todo mundo consumía inhaladores de benzedrina. Podíamos obtenerla abriendo un inhalador y tragar su interior con una taza de café. El efecto se producía inmediatamente y duraba unas ocho horas, muy fuerte. Kerouac se metía benzedrina cuando escribió los últimos pasajes de La ciudad y el campo. Alrededor de 1945, yo también empecé a usar anfetaminas para escribir. Vicki [Russell], una amiga de Herbert Huncke, fue quien introdujo las anfetaminas en el movimiento. Era una chica que deambulaba por Times Square, una muchacha imponente, inteligentísima, parcialmente lesbiana y parcialmente prostituta. Vicki les enseñó los inhaladores de benzedrina a Burroughs y Kerouac, y Kerouac, a su vez, me los enseñó a mí y me sirvieron para escribir por un tiempo. Los consumía y escribía todo un fin de semana, hasta que mis textos se convertían en un galimatías el domingo por la noche.
Hay descripciones de todas esas personas en La ciudad y el campo, y también hay retratos de Times Square y la luz roja en el cielo. Había un local de máquinas de pinball abierto toda la noche con una luz submarina, subterránea y azul verdoso. La gente solía ir a ese lugar a jugar con las máquinas de pinball con una intensidad causada por las anfetaminas, y cada vez se adentraban más y más en la conciencia fluorescente que los circundaba. Hay una descripción de eso en La ciudad y el campo, que se entrecruza con una parte de Yonqui, otra de En el camino, y otra de Visiones de Cody. En El viajero solitario, Kerouac también describe Times Square en la sección «Escenas de nueva York»
Mis amigos y yo en Nueva York teníamos una forma especial de divertirnos sin gastar mucho dinero y, lo más importante, sin tener que asistir a eventos aburridos y solemnes como, por ejemplo, un baile de etiqueta en casa del alcalde. No tenemos que darle la mano a nadie, no hacemos citas; lo que nos hace sentir muy bien. Vagamos como niños. Entramos en las fiestas, contamos lo que hemos hecho y la gente cree que estamos exhibiéndonos. Dicen: «¡Hey, estos son los beatniks!»[8]
La revista Esquire pidió a Kerouac que escribiera acerca del entretenimiento en Nueva York, pero era muy difícil y muy aburrido. Entonces Jack dijo: «¿No sería divertido si simplemente escribiéramos acerca de andar paseando en las calles e ir a Times Square? Normalmente, los artículos tratan acerca de ir a cenar al Pavillion[9] o al Club Playboy o a algún lugar elegante». Entonces decidimos escribir sobre una auténtica noche en Times Square.
Veamos, como ejemplo, una típica velada. Al salir del metro de la Séptima Avenida, en la calle 42, pasas al baño, que es el peor baño de Nueva York…
Este artículo de la revista Esquire inicia con una gran descripción del baño del metro como una de las vistas más importantes de Nueva York, y realmente lo era si se quería estar en contacto con lo que sucedía bajo la superficie.
… nunca se puede saber si funciona o no, generalmente hay frente a él una gruesa cadena diciendo que no funciona o que está saliendo de él algún monstruo de cabello blanco. Es un baño por el que han pasado siete millones de neoyorquinos, quienes al hacerlo necesariamente han visto el nuevo puesto de hamburguesas al carbón, el puesto donde venden Biblias, las rocolas funcionando, el puesto de revistas usadas, contiguo al lugar donde venden cacahuates y que huele a andén del metro; aquí puedes hallar un libro usado del viejo Plotino y partes de antiguos libros de texto de las escuelas superiores alemanas, también venden hot dogs de apariencia dudosa (no, en realidad muy ricos, sobre todo si uno no tiene los 15 centavos que cuestan y busca en la cafetería de Bickford alguien que le preste a uno el dinero, con el cambio que le sobra).
Cuando subes las escaleras, la gente pasa horas enteras bajo la lluvia, con paraguas escurriendo agua, muchachos con ropa de trabajo, temerosos de acercarse al ejército, situado a la mitad de las escaleras esperando Dios sabe qué; algunos de ellos, sin duda héroes románticos nacidos en Oklahoma, deseosos de terminar en los brazos de alguna rubia joven y ardiente en un último piso del Empire State, otros pensando en comprarlo gracias a un mágico hechizo pergeñado en una casa sucia y vieja en las afueras de Texarkana. Se sienten avergonzados de que los vean entrar al cine, que está frente al New York Times, donde exhiben películas pornográficas. Tom Wolfe decía, refiriéndose a ciertos tipos que dan vuelta en esta esquina, que eran el tigre y el león acechando.
Recargado sobre el mostrador de la tabaquería, donde hay muchas cabinas telefónicas, en la esquina de la calle 42 y la Séptima Avenida, es posible hacer maravillosas llamadas mientras se mira hacia la calle. Se siente uno bien viendo llover afuera y pudiendo prolongar la conversación. ¿A quién ves pasar? Jugadores y entrenadores de basquetbol, muchachos que van a la pista de patinaje, vagos del Bronx buscando algo de acción ¿o a lo mejor una aventura amorosa?, extrañas parejas de mujeres que salen de los cines porno —¿las has visto? —, o ensimismados y borrachos negociantes, con los sombreros torcidos sobre sus cabezas grises, mirando catatónicamente los anuncios que hay arriba del Times Building: enormes frases sobre Krushchev o sobre los países de Asia, mostrados rápida y luminosamente. Súbitamente, un policía, psicopáticamente preocupado, aparece en la esquina y le dice a todo el mundo que circule. Éste es el corazón de la ciudad más grande que el mundo ha conocido y esto es lo que los beatniks hacen en ella. «Permanecer de pie en una esquina, sin esperar nada, es Poder», dijo el poeta Gregory Corso.
En lugar de ir a clubs nocturnos —si es que se puede, (la mayoría de los beatniks nunca traen un centavo en la bolsa) …[10]
Usa la palabra beatniks de manera consciente porque, en mi opinión, los editores de Esquire dijeron: «Bien, danos una Nueva York beatnik». Había una buena cantidad de publicidad mediática acerca de los beatniks de una naturaleza tan escandalosa que Jack pensó que sería maravilloso escribir un ensayo sobre la apreciación que los beatniks tenían de las sombras en la pintura del metro.
Herb Caen, un columnista de espectáculos del San Francisco Chronicle, fue quien acuñó el término beatnik en la época del Sputnik, debido a que los poetas beat supuestamente estaban muy lejos de este mundo, como el Sputnik. Inmediatamente surgió toda una especie de beatniks: tenían una imagen semejante a Frankenstein y la idea de Big Daddy y matar a tu madre en la bañera, pelo sin lavar, barbados, con ladillas, enojados con el gobierno y con sus padres, que viven en la inmundicia, no tienden sus camas, roban, asesinan con hacha; todo ese estilo se elevó hasta el elegante horror del mansonismo. La ola beatnik fastidió a Kerouac porque la gente se le acercaba y le decía que podían manejar más rápido que Neal Cassady y que se subiera a sus coches para intentar matarlo. Existe una generación que creyó que ser beatnik significaba estar enojado con el mundo, en lugar de condolido por el mundo.
Lo anterior se escribió en 1960 y describía la vagancia en Nueva York a finales de la década de 1950, con algunas retrospectivas de la década de 1940. Todo eso ha envejecido ahora. En esos momentos, Kerouac simplemente escribía con cierta nostalgia sardónica, casi burlándose del asunto. Su impresión original de Times Square fue la de una gran habitación, misma que yo comparto. «Fue una especie de apreciación del espacio en sí mismo que fue nuestro primer indicio del Dharma Kia». El mundo flotaba en el espacio, los rascacielos flotaban en el espacio. La clave fue la visión del gigantesco techo que era el cielo sobre las cornisas de los edificios. Si tenías conciencia de estar parado en aquella enorme habitación y te inspeccionabas, notabas esta obra de la inteligencia en todas direcciones. Y te dabas cuenta de que no estabas en Nueva York, sino en medio del universo, del vasto cielo abierto. Esa conciencia de estar en el espacio es lo que caracteriza la obra de Kerouac, y la mía en cierta manera, y la de todo el periodo beat de la década de 1940. Fue el primer descubrimiento de una grieta en la conciencia: estábamos hechos de la misma esencia, éramos fantasmas.
El clímax de En el camino, en mi opinión, es cuando regresan de México y tienen una visión repentina del Desconocido amortajado[11] que dice: «Ooo» en la carretera. Es la clave y el momento más visionario de En el camino porque se trata de una aparición poética en medio de todo aquel naturalismo romántico. De pronto surge una pequeña figura fáustica, Doctor Sax caminando en la carretera. Es una alusión del tiempo, de la muerte, del desprendimiento del ego y de la aflicción, la primera noble verdad [del budismo]. El fantasma dice «Llora por el hombre», la verdad del sufrimiento. Sabíamos que algo grande pasaba y lo único que pude decir fue «guau». Guau finalmente se vuelve el mantra de todo el libro. En En el camino, ya existe una alusión de la mente orientada hacia el budismo. Apreciar la naturaleza espiritual de los seres, de nosotros mismos, estar conscientes de la muerte, «Llora por el hombre».
[1] Jack Kerouac asistió a la preparatoria Horace Mann en el Bronx de 1939 a 1940.
[2] Los términos originales en inglés son zap, hip, square y beat. Decidimos dejar beat en inglés por tratarse de un libro sobre la Generación Beat, pero como se ha dicho en otros capítulos, beat puede significar golpeado, madreado, erizo, deprimido, derrotado, pobre, entre otras acepciones (N. del T.)
[3] Bickford’s era una cafetería popular y económica situada en Nueva York en 225 W. de la Calle 42.
[4] Los honky-tonks eran locales en donde se servía alcohol a los obreros. A veces había espectáculos con grupos musicales o pianistas y una bailarina, también podían funcionar como burdeles (N. del T.)
[5] Horn & Hardart era una tienda de autoservicio popular en Nueva York durante las décadas de 1940 y 1950.
[6] El bar Angler se localizaba en la esquina de la Octava Avenida y la calle 43
[7] El Teatro Apollo estaba situado en la Calle 42 entre la Séptima y la Octava avenidas, no hay que confundirlo con el Teatro Apollo más famoso de la Calle 125 en el Harlem.
[8] Kerouac, Jack, El viajero solitario (trad. Jorge García-Robles), Laberinto, México, D. F., 2013, p. 70.
[9] Le Pavillion era uno de los restaurantes franceses más elegantes de Nueva York.
[10] Kerouac, Jack, El viajero solitario (trad. Jorge García-Robles), Laberinto, México, D. F., 2013, pp. 70-72.
[11] «The Shrouded Stranger» es uno de los primeros poemas de Allen Ginsberg. Jack Kerouac lo menciona en En el camino, aunque en su novela lo llama «The Shrouded Traveler» (N. del T.)
Extraído de: Ginsberg, Allen. The Best Minds of My Generation: A Literary History of the Beats, Grove Press (2017).
En «Miles Ahead» de Don Cheadle, el personaje de Miles Davis resume su propia vida: «Vine a Nueva York, hice algo de música, conocí algunas chicas, usé drogas, hice más música…»
En «Miles Ahead» de Don Cheadle, el personaje de Miles Davis resume su propia vida: «Vine a Nueva York, hice algo de música, conocí algunas chicas, usé drogas, hice más música…». El cine puede resumir en unas cuantas secuencias y frases un cúmulo bastante complejo de experiencias previas, como cuando menciona que un día amaneció negro y por ese solo hecho, ya sabía tocar el piano. Miles Davis representa la necesidad de innovación, de renacimiento constante. Decir frases como por ejemplo «revivir la era del jazz» representa un contrasentido, esa música nunca murió, se diría que toma otras formas, va de un lado a otro y sólo mira para atrás para pensar sus influencias, para contradecirlas u homenajearlas. No existe una era del jazz como tal. Nadie puede imaginar a Miles Davis tocando «Milestones» como en su época de jazz fusión, o sus viejos estándares del «hard bop», grabados en «Kind of Blue», que ni siquiera le gustaban tanto, «eso ya pasó», diría, «nosotros nos movemos». Y no es sólo el protagonismo o las ganas de sentirse vigente para las nuevas audiencias, es la necesidad de cambio y la búsqueda de respuestas creativas. Una sola escena en la cinta de Don Cheadle nos puede dar indicios sobre determinada etapa de esa evolución: Este es Miles Davis con Gil Evans cuando pensaban que los ruidos de la civilización entrarían casi a la fuerza en esa esforzada trompeta: «Porgy and Bess», el «Concierto de Aranjuez» o los «Sketches of Spain»; este es el personaje gandalla e intratable al que sólo podían amar los masoquistas; este es un paréntesis en la vida del genio y sus problemas con las drogas, o con su disquera… Lo que hay en Miles es la voluntad de estar siempre a la vanguardia: su actitud siempre fue la de decirnos: «Yo soy lo que está vigente, el emisario de lo que viene». Bastaba verlo, nunca envejeció, incluso en su último disco, que incorpora vertientes del hip hop parece expresar que siempre es posible comenzar de nuevo en una música que él llamaba «música social».
En la citada película vemos que a Miles le roban un codiciado demo con sus trabajos más recientes, los que marcarían su renacimiento; luego mucha tensión dramática, «flash backs», disparos y persecuciones, cuál debe ser, lo que nos hace pensar que si la música no es el Santo Grial, entonces ¿qué es?
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Dos novelas no tan célebres del autor, pero que reflejan bien su estilo y sus preocupaciones: altos niveles de lirismo, viñetas, sobrecarga sensorial y originalidad en las imágenes y el vocabulario. Las dos comparten un personaje, Jack Dulouz, alter ego del propio Kerouac.
Dos novelas no tan célebres del autor, pero que reflejan bien su estilo y sus preocupaciones: altos niveles de lirismo, viñetas, sobrecarga sensorial y originalidad en las imágenes y el vocabulario. Las dos comparten un personaje, Jack Dulouz, alter ego del propio Kerouac, que narra en sendas novelas su juventud y primer amor, y el suceso más determinante de su niñez: la muerte de su hermano mayor, Gerard. La historia de infatuación sirve para mostrar un retrato de la juventud de la época y, de manera casi alegórica, la pérdida de la inocencia de esa generación, que habría de ser sacudida por la guerra. Por otro lado, la enfermedad de Gerard y su muerte se narran en un tono que podría parecer hagiográfico, muy pertinente para las reflexiones del autor sobre lo divino, y los conceptos metafísicos de bien, mal y trascendencia. De las dos, Maggie Cassidy es mucho más cercana al Kerouac de On the road, mientras que Visiones de Gerard ofrece una prosa más mesurada y, aunque aguda, permanentemente melancólica. Además, el ritmo de la primera novela –producido por los cambios de escenarios, las acciones y los múltiples personajes- es mucho más acelerado que el de la segunda, compuesto por pasajes de poca movilidad, centrados casi siempre en Gerard y su interacción con una o dos personas, casi siempre miembros de su familia. Sin embargo, a raíz de ello, Visiones… gana profundidad. En las dos el estilo de Kerouac está presente el ritmo –asincopado, casi de bebop- y en la densidad que adquieren los acontecimientos al narrarse gracias a las catálisis expansivas que rodean cada pequeña acción. De cierta manera –mucho más evidente en Maggie Cassidy- percibimos un hilo narrativo muy fino alrededor del cual se superponen capas de información sensorial o interior que imponen al lector un ritmo de lectura particular (en esto, entre otras cosas, Kerouac es semejante a Proust). Si bien es cierto que Kerouac es un autor de culto que cuenta con seguidores apasionados, no creo exagerar si afirmo que no hay alguien que no pueda disfrutar de su lectura (una vez que descifre su código estético), sobre todo en una era en la que la adolescencia aparece idealizada y extendida la mayor cantidad de años que sea posible, a cualquier costo.
Como suele ocurrir con longsellers como Kerouac, existen siempre diferentes ediciones de su obra. Los especialistas o admiradores se decantan por una determinada en función de lo que ofrece de particular (prólogos, cronologías, estudios preliminares, etcétera). Los libros que nos ocupan son publicados por Juan Pablos y cuentan ambos con prólogos fervorosos pero informados: Jorge García-Robles (encargado también de la traducción de ambos tomos) ofrece una introducción accesible para los que no conocen al autor, pero también interesante para quienes sí, por la frescura de su perspectiva y lo desenfadado de su estilo. Sin embargo, lo verdaderamente llamativo en ambos libros es, precisamente, la traducción. En este punto no es ocioso decir que uno de los aspectos de lo literario es su “intraducibilidad”: el autor no consigue nunca transmitir a cabalidad sus pensamientos por medio del lenguaje y, por otra parte, una obra solamente es plena en su idioma original, pues al ser transferida a otra pierde los matices sonoros, sintácticos, formales y semánticos que le daban identidad estética: al leer una traducción siempre nos encontramos ante otra obra. En este sentido, la elección de una traducción particular se basa en distintos criterios, que suelen estar ligados a la precisión (siempre ilusoria) que suele depender del grado de especialización del traductor, no sólo en la lengua original, sino en el estilo del autor, sus coordenadas históricas y culturales y el código estético de la obra. Usualmente, el traductor aspira a ofrecer una interpretación fidedigna e informada, que comunique los matices de la voz del autor, de modo que –se entiende- parte de su trabajo es volverse traslúcido. Por ello nos parece chocante, en Latinoamérica, la lectura de los tomos publicados por editoriales ibéricas que no tienen empacho en cargarlos de localismos que de inmediato nos recuerdan la mediación existente y crean una distancia entre nosotros, lectores, y la obra en sí. Jorge García-Robles toma una decisión atrevida en sus versiones de Kerouac al usar deliberadamente jerga mexicana, por lo general de la capital, pero también nahuatlismos.
«En la otra foto (¡Gracias a Dios! Pensé cuando la vi al día siguiente en el Lowell Evening Leader) soy un héroe atleta griego con rizos negros, cara blanca como el marfil, ojos como periódico gris claro, cuello de joven noble, manos poderosas posadas como leones en a cada lado de mi regazo desesperado… en vez de tener a Maggie entre mis brazos para la foto como felices prometidos que se ríen, nos sentamos a cada lado de la mesa con pequeños regalos dispuestos sobre ella, (radio, guante de béisbol, corbatas) – aún así no sonrío, tengo una grave mirada vanidosa que medita internamente ante la cámara para mostrar que tengo honores especiales reservados para mí en la sala de eco y el oscuro pasillo del infinito, esta sombría telepatía, pensando en grande, en lugar de estallar en grandes risas como Iddyboy [Robert Morissette] ahí atrás, que pasa su brazo alrededor de Martha Alberge y Louise Giroux – diciendo ‘HEE! en un estruendoso grito regodeándose con la chica, Iddyboy abrazando con satisfacción a la chica, amando la vida mostrando tanto entusiasmo que hace saltar el cabello del fotógrafo. Maggie, por su parte, es un ejemplo de desinterés ante la cámara, no quiere tener nada que ver con eso (como yo) pero tiene una actitud más fuerte, duda mientras hago pucheros, frunce los labios mientras miro fijamente al mundo – porque también mis ojos brillan grisáceamente en el papel y muestran un interés definitivo en la cámara que al principio es imperceptible, como de sorpresa — En Maggie hay asco sin disimulo. Lleva un crucifijo y en primer lugar no tiene nada que decirle al mundo ante la cámara.»
Jack Kerouac, en Maggie Cassidy.
Reseña de Nora de la Cruz. Traducción de fragmento de Maggie Cassady por Odeen Rocha.
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Filmado en el East Village en el verano de 1959, este metraje, con Allen Ginsberg, Jack Kerouac, Lucien y Francesca Carr y sus hijos Simon, Caleb y Ethan, la artista Mary Frank (esposa de Robert Frank) y sus hijos Pablo y Andrea, visitando Harmony Bar & Restaurant (Third Avenue y East 9th Street), cobra vida en esta nueva versión recientemente coloreada a través de IA.
De izquierda a derecha: Gregory Corso (con gorro blanco), Larry Rivers, Jack Kerouac, David Amram, y Allen Ginsberg.
Siguiendo en la colorización de archivo beat, tenemos esta conocida escena —seguramente la reconoceremos de muchas cubiertas de libros durante las últimas décadas— tomada durante la filmación del cortometraje Pull my Daisy, que pueden ver en Barbas Poéticas por acá.
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Endless Life – Vida infinita es una antología de parte de la obra poética de Lawrence Ferlinghetti, concretamente de sus libros publicados entre 1955 y 1979. Esta traducción está a cargo de Eduardo Hidalgo.
Endless Life – Vida infinita es una antología de parte de la obra poética de Lawrence Ferlinghetti, concretamente de sus libros publicados entre 1955 y 1979. Es un trabajo que se realizó en la Maestría en Producción Editorial de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos entre 2016 y 2018. La traducción es de Eduardo Hidalgo y la obra cuenta con un prólogo de José Vicente Anaya(1947-2020), reconocido poeta, traductor, editor y especialista en la generación beat, mismo que se puede leer en esta misma revista.
Barbas Poéticas presenta una breve muestra de este libro: cinco poemas en inglés con sus respectivas versiones en español.
Dove sta amore…
Dove sta amore Where lies love Dove sta amore Here lies love The ring dove love In lyrical delight Hear love’s hillsong Love’s true willsong Love’s low plainsong Too sweet painsong In passages of night Dove sta amore Here lies love The ring dove love Dove sta amore Here lies love
Dove sta amore…
Dove sta amore En donde está el amor Dove sta amore Aquí está el amor La paloma del amor En deleite lírico Escuchemos el canto del amor El canto verdadero del amor El canto llano del amor Un canto dulce de dolor En los fragmentos de la noche Dove sta amore Aquí está el amor La paloma del amor Dove sta amore Aquí está el amor
Autobiography
I am leading a quiet life in Mike’s Place every day watching the champs of the Dante Billiard Parlor and the French pinball addicts. I am leading a quiet life on lower East Broadway. I am an American I was an American boy. I read the American Boy Magazine and became a boy scout in the suburbs. I thought I was Tom Sawyer catching crayfish in the Bronx River and imagining the Mississippi. I had a baseball mit and an American Flyer bike. I delivered the Woman’s Home Companion at five in the afternoon or the Herald Trib at five in the morning. I still can hear the paper thump on lost porches. I had an unhappy childhood. I saw Lindberg land. I looked homeward and saw no angel. I got caught stealing pencils from the Five and Ten Cent Store the same month I made Eagle Scout. I chopped trees for the CCC and sat on them. I landed in Normandy in a rowboat that turned over. I have seen the educated armies on the beach at Dover. I have seen Egyptian pilots in purple clouds shopkeepers rolling up their blinds at midday potato salad and dandelions at anarchist picnics. I am reading ‘Lorna Doone’ and a life of John Most terror of the industrialist a bomb on his desk at all times. I have seen the garbagemen parade in the Columbus Day Parade behind the glib farting trumpeters. I have not been out to the Cloisters in a long time nor to the Tuileries but I still keep thinking of going. I have seen the garbagemen parade when it was snowing. I have eaten hotdogs in ballparks. I have heard the Gettysburg Address and the Ginsberg Address. I like it here and I won’t go back where I came from. I too have ridden boxcars boxcars boxcars. I have travelled among unknown men. I have been in Asia with Noah in the Ark. I was in India when Rome was built. I have been in the Manger with an Ass. I have seen the Eternal Distributor from a White Hill in South San Francisco and the Laughing Woman at Loona Park outside the Fun House in a great rainstorm still laughing. I have heard the sound of revelry by night. I have wandered lonely as a crowd. I am leading a quiet life outside of Mike’s Place every day watching the world walk by in its curious shoes. I once started out to walk around the world but ended up in Brooklyn. That bridge was too much for me. I have engaged in silence exile and cunning. I flew too near the sun and my wax wings fell off. I am looking for my Old Man whom I never knew. I am looking for the Lost Leader with whom I flew. Young men should be explorers. Home is where one starts from. But Mother never told me there’d be scenes like this. Womb-weary I rest I have travelled. I have seen goof city. I have seen the mass mess. I have heard Kid Ory cry. I have heard a trombone preach. I have heard Debussy strained thru a sheet. I have slept in a hundred islands where books were trees. I have heard the birds that sound like bells. I have worn grey flannel trousers and walked upon the beach of hell. I have dwelt in a hundred cities where trees were books. What subways what taxis what cafes! What women with blind breasts limbs lost among skyscrapers! I have seen the statues of heroes at carrefours. Danton weeping at a metro entrance Columbus in Barcelona pointing Westward up the Ramblas toward the American Express Lincoln in his stony chair And a great Stone Face in North Dakota. I know that Columbus did not invent America. I have heard a hundred housebroken Ezra Pounds. They should all be freed. It is long since I was a herdsman. I am leading a quiet life in Mike’s Place every day reading the Classified columns. I have read the Reader’s Digest from cover to cover and noted the close identification of the United States and the Promised Land where every coin is marked In God We Trust but the dollar bills do not have it being gods unto themselves. I read the Want Ads daily looking for a stone a leaf an unfound door. I hear America singing in the Yellow Pages. One could never tell the soul has its rages. I read the papers every day and hear humanity amiss in the sad plethora of print. I see where Walden Pond has been drained to make an amusement park. I see they’re making Melville eat his whale. I see another war is coming but I won’t be there to fight it. I have read the writing on the outhouse wall. I helped Kilroy write it. I marched up Fifth Avenue blowing on a bugle in a tight platoon but hurried back to the Casbah looking for my dog. I see a similarity between dogs and me. Dogs are the true observers walking up and down the world thru the Molloy country. I have walked down alleys too narrow for Chryslers. I have seen a hundred horseless milkwagons in a vacant lot in Astoria. Ben Shahn never painted them but they’re there askew in Astoria. I have heard the junkman’s obbligato. I have ridden superhighways and believed the billboard’s promises Crossed the Jersey Flats and seen the Cities of the Plain And wallowed in the wilds of Westchester with its roving bands of natives in stationwagons. I have seen them. I am the man. I was there. I suffered somewhat. I am an American. I have a passport. I did not suffer in public. And I’m too young to die. I am a selfmade man. And I have plans for the future. I am in line for a top job. I may be moving on to Detroit. I am only temporarily a tie salesman. I am a good Joe. I am an open book to my boss. I am a complete mystery to my closest friends. I am leading a quiet life in Mike’s Place every day contemplating my navel. I am a part of the body’s long madness. I have wandered in various nightwoods. I have leaned in drunken doorways. I have written wild stories without punctuation. I am the man. I was there. I suffered somewhat. I have sat in an uneasy chair. I am a tear of the sun. I am a hill where poets run. I invented the alphabet after watching the flight of cranes who made letters with their legs. I am a lake upon a plain. I am a word in a tree. I am a hill of poetry. I am a raid on the inarticulate. I have dreamt that all my teeth fell out but my tongue lived to tell the tale. For I am a still of poetry. I am a bank of song. I am a playerpiano in an abandoned casino on a seaside esplanade in a dense fog still playing. I see a similarity between the Laughing Woman and myself. I have heard the sound of summer in the rain. I have seen girls on boardwalks have complicated sensations. I understand their hesitations. I am a gatherer of fruit. I have seen how kisses cause euphoria. I have risked enchantment. I have seen the Virgin in an appletree at Chartres And Saint Joan burn at the Bella Union. I have seen giraffes in junglejims their necks like love wound around the iron circumstances of the world. I have seen the Venus Aphrodite armless in her drafty corridor. I have heard a siren sing at One Fifth Avenue. I have seen the White Goddess dancing in the Rue des Beaux Arts on the Fourteenth of July and the Beautiful Dame Without Mercy picking her nose in Chumley’s. She did not speak English. She had yellow hair and a hoarse voice and no bird sang. I am leading a quiet life in Mike’s Place every day watching the pocket pool players making the minestrone scene wolfing the macaronis and I have read somewhere the Meaning of Existence yet have forgotten just exactly where. But I am the man And I’ll be there. And I may cause the lips of those who are asleep to speak. And I may make my notebooks into sheaves of grass. And I may write my own eponymous epitaph instructing the horsemen to pass.
Autobiografía
Llevo una vida tranquila todos los días en el Local de Mike viendo a los campeones del Billar de Dante y a los franceses adictos al pinball. Llevo una vida tranquila en la parte baja del Este de Broadway. Soy estadounidense. Fui un niño estadounidense. Leía la American Boy Magazine y me convertí en niño explorador en los suburbios. Me creía Tom Sawyer atrapando cangrejos en el Río Bronx imaginando el Mississippi. Tenía una manopla de beisbol y una bici American Flyer. Entregaba la revista Woman’s Home Companion a las cinco de la tarde o el Herald Trib1 a las cinco de la mañana Aún puedo escuchar el ruido del papel al caer en los pórticos perdidos. Tuve una infancia triste. Vi el aterrizaje de Lindberg. Observé mi casa y no vi a ningún ángel. Me atraparon robando lápices en una tienda barata el mismo mes que me convertí en Eagle Scout2. Corté árboles para el CCC3 y me senté en ellos. Aterricé en Normandía en un bote que se volcó. He visto instruidos ejércitos en la playa de Dover. He visto pilotos egipcios en nubes púrpuras tenderos subiendo las persianas a medio día ensalada de papa y dientes de león en picnics anarquistas. Estoy leyendo «Lorna Doone» y una biografía de John Most terror de los empresarios una bomba en su escritorio a todas horas. He visto a los hombres de la basura desfilar en el Desfile del Día de la Raza detrás de los pedorros trompetistas. No he ido a Los Claustros en mucho tiempo ni a las Tullerías pero sigo pensando en ir. He visto a los hombres de la basura desfilar mientras nevaba. He comido hotdogs en canchas de beisbol. He escuchado el Discurso de Gettysburgo y el Discurso de Ginsberg. Me gusta este lugar y no volveré a mi lugar de origen. También he andado en vagones vagones vagones. He viajado entre hombres desconocidos. He estado en Asia con Noé en el Arca. Estaba en La India cuando Roma fue construida. He estado en el Pesebre con un Burro. He visto el Distribuidor Eterno desde una Colina Blanca al sur de San Francisco y a la Mujer Sonriente en el Parque Loona afuera de la Casa de la Risa durante una gran tormenta la mujer aún ríe. He escuchado el sonido de las parrandas nocturnas. He deambulado solitario como una multitud Llevo una vida tranquila fuera del Local de Mike todos los días observando el mundo que camina con zapatos curiosos. Una vez comencé a caminar alrededor del mundo pero terminé en Brooklyn, Aquel puente fue demasiado para mí. Me he comprometido en silencio exilio y astucia. Volé muy cerca del sol y mis alas de cera se desprendieron. Estoy buscando a mi Viejo a quien nunca conocí. Ando en busca del Líder Perdido con quien volé. Los hombres jóvenes deben ser aventureros. El hogar es donde uno comienza. Pero Mamá nunca me dijo que habría escenas como ésta. Cansado del útero, descanso he viajado. He visto ciudades idiotas. He visto el desorden de las masas. He escuchado los lamentos de Kid Ory. He escuchado el discurso del trombón. He escuchado a Debussy fatigado por la partitura. He dormido en cien islas donde los libros eran árboles. He escuchado las aves que suenan como campanas. He usado pantalones grises de franela y caminado en la playa del infierno. He vivido en cien ciudades donde los árboles eran libros. ¡Qué trenes qué taxis qué cafés! ¡Qué mujeres de pechos invidentes y extremidades perdidas entre los rascacielos! He visto estatuas de héroes en plazas públicas. Danton sollozando en la entrada del metro Colón en Barcelona señalando al Oeste en lo alto de Las Ramblas hacia el Expreso Americano Lincoln en su silla inexpresiva Y una gran Cara de Piedra en Dakota del Norte. Sé que Colón no inventó América. He escuchado a cien dóciles Ezra Pounds. Todos deberían ser liberados. Hace mucho tiempo fui pastor. Llevo una vida tranquila en el Local de Mike todos los días leyendo los avisos Clasificados. He leído el Reader’s Digest de principio a fin y noté la cercanía entre los Estados Unidos y la Tierra Prometida donde las monedas dicen En Dios Confiamos pero los billetes no lo dicen son dioses de ellos mismos. A diario leo los anuncios de «Se solicita» buscando una piedra una hoja una puerta escondida. Escucho que los Estados Unidos cantan en la Sección Amarilla. Nunca se puede saber que el alma tiene sus momentos de ira. Leo los periódicos diariamente y escucho que la humanidad se equivoca en la triste plétora de tinta. Veo donde vaciaron el Lago Walden para construir un parque de diversiones. Veo que obligan a Melville a comerse su ballena. Veo que se aproxima otra guerra pero no estaré ahí para pelearla. He leído lo que está escrito en el muro de afuera. Ayudé a Kilroy a escribirlo. Subí por la Quinta Avenida tocando la corneta en un fuerte pelotón pero me apresuré a regresar al Casbah buscando a mi perro. Veo que los perros y yo somos similares. Los perros son observadores andan por aquí y por allá a través del mundo de Molloy He caminado por callejones donde no caben los Chryslers. He visto cien carretas lecheras sin caballos en un terreno vacío en Astoria. Ben Shahn nunca las pintó pero están ahí maltrechas en Astoria. He escuchado el obbligato del yonqui. He andado en supercarreteras y creído las promesas de los anuncios espectaculares Pasé por los Departamentos de Jersey y vi las Ciudades de la llanura Descansé en la naturaleza de Westchester con sus errantes grupos de nativos en vagones de tren. Los he visto. Yo soy el hombre. Yo estuve ahí. Y sufrí un poco. Soy estadunidense. Tengo pasaporte. No sufrí en público. Y soy muy joven para morir. Soy un hombre hecho por sí mismo. Y tengo planes para el futuro. Estoy formado para conseguir el mejor trabajo. Quizá me mude a Detroit Sólo vendo corbatas temporalmente. Soy un buen tipo. Soy un libro abierto para mi jefe. Soy un misterio total para mis amigos íntimos. Llevo una vida tranquila en el Local de Mike todos los días contemplando mi ombligo. Soy parte de la extensa locura del cuerpo. He errado en varios bosques nocturnos. Me he recargado en puertas ebrias. He escrito historias salvajes sin puntuación. Yo soy el hombre. Yo estuve ahí. Y sufrí un poco. Me he sentado en sillas incómodas. Soy una lágrima del sol. Soy la colina donde corren los poetas. Yo inventé el alfabeto después de ver el vuelo de las grullas que formaron letras con sus piernas. Soy un lago sobre un páramo. Soy una palabra en un árbol. Soy una colina de poesía. Soy una amenaza para los incoherentes. He soñado que todos mis dientes caen pero mi lengua vive para contarlo. Ya que estoy hecho de poesía. Soy la orilla de una canción. Soy una pianola en un casino abandonado del malecón junto al mar sigo tocando en la densa niebla. Veo que la Mujer Sonriente y yo somos similares. He escuchado el sonido del verano en la lluvia. He visto que las chicas en pasarelas tienen sensaciones complicadas. Entiendo sus dudas. Soy un recolector de frutos. He visto cómo los besos provocan euforia. He arriesgado el encanto. He visto a la Virgen en un manzano en Chartres Y a San Juan arder en Bella Union. He visto jirafas en la selva sus cuellos, como el amor dañan las circunstancias de hierro del mundo. He visto la Venus Afrodita sin brazos en su pasillo ventoso. He escuchado el canto de la sirena en Una Quinta Avenida. He visto la danza de la Diosa Blanca en la Rue des Beaux Arts el Catorce de Julio y a la Bella Dama Sin Piedad hurgar su nariz en Chumley’s. Ella no hablaba inglés. Tenía pelo amarillo y voz ronca donde ningún pájaro cantaba. Llevo una vida tranquila en el Local de Mike todos los días viendo como los jugadores de billar preparan la sopa minestrone y devoran los macarrones y, en algún lugar, he leído el Significado de la Existencia aunque he olvidado donde exactamente. Pero soy el hombre Y estaré aquí. Y lograré que hablen los labios de aquellos que duermen. Y tal vez convierta mis cuadernos en manojos de hierba. Y tal vez escriba mi propio epitafio epónimo donde se inste a los jinetes a que sigan su camino.
I am waiting
I am waiting for my case to come up and I am waiting for a rebirth of wonder and I am waiting for someone to really discover America and wail and I am waiting for the discovery of a new symbolic western frontier and I am waiting for the American Eagle to really spread its wings and straighten up and fly right and I am waiting for the Age of Anxiety to drop dead and I am waiting for the war to be fought which will make the world safe for anarchy and I am waiting for the final withering away of all governments and I am perpetually awaiting a rebirth of wonder
I am waiting for the Second Coming and I am waiting for a religious revival to sweep thru the state of Arizona and I am waiting for the Grapes of Wrath to be stored and I am waiting for them to prove that God is really American and I am waiting to see God on television piped onto church altars if only they can find the right channel to tune in on and I am waiting for the Last Supper to be served again with a strange new appetizer and I am perpetually awaiting a rebirth of wonder
I am waiting for my number to be called and I am waiting for the Salvation Army to take over and I am waiting for the meek to be blessed and inherit the earth without taxes and I am waiting for forests and animals to reclaim the earth as theirs and I am waiting for a way to be devised to destroy all nationalisms without killing anybody and I am waiting for linnets and planets to fall like rain and I am waiting for lovers and weepers to lie down together again in a new rebirth of wonder I am waiting for the Great Divide to be crossed and I am anxiously waiting for the secret of eternal life to be discovered by an obscure general practitioner and I am waiting for the storms of life to be over and I am waiting to set sail for happiness and I am waiting for a reconstructed Mayflower to reach America with its picture story and tv rights sold in advance to the natives and I am waiting for the lost music to sound again in the Lost Continent in a new rebirth of wonder
I am waiting for the day that maketh all things clear and I am awaiting retribution for what America did to Tom Sawyer and I am waiting for the American Boy to take off Beauty’s clothes and get on top of her and I am waiting for Alice in Wonderland to retransmit to me her total dream of innocence and I am waiting for Childe Roland to come to the final darkest tower and I am waiting for Aphrodite to grow live arms at a final disarmament conference in a new rebirth of wonder
I am waiting to get some intimations of immortality by recollecting my early childhood and I am waiting for the green mornings to come again youth’s dumb green fields come back again and I am waiting for some strains of unpremeditated art to shake my typewriter and I am waiting to write the great indelible poem and I am waiting for the last long careless rapture and I am perpetually waiting for the fleeing lovers on the Grecian Urn to catch each other up at last and embrace and I am waiting perpetually and forever a renaissance of wonder
Estoy esperando
Estoy esperando que mi caso resurja y estoy esperando que lo maravilloso renazca y estoy esperando que alguien descubra América realmente y que solloce y estoy esperando el descubrimiento de una nueva frontera occidental simbólica y estoy esperando que el Águila Americana realmente extienda sus alas y que vuele erguida y estoy esperando que la Edad de la Ansiedad caiga muerta y estoy esperando que se luche la guerra que liberará el mundo la anarquía y estoy esperando el desvanecimiento final de todos los gobiernos y estoy en espera perpetua del renacer de lo maravilloso
Estoy esperando la Segunda Venida y estoy esperando que un renacimiento religioso barra con el estado de Arizona y estoy esperando que se almacenen Las uvas de la ira4 y estoy esperando que se compruebe que Dios es realmente estadunidense y estoy esperando ver a Dios en televisión dentro de los altares de las iglesias si sólo pudiesen encontrar el canal adecuado para sintonizarlo y estoy esperando que se sirva nuevamente La Última Cena con un nuevo y extraño aperitivo y estoy en espera perpetua del renacer de lo maravilloso
Estoy esperando que marquen mi número y estoy esperando que el Ejército de Salvación nos gobierne y estoy esperando que se bendiga a los humildes y que hereden la tierra sin impuestos y estoy esperando que los bosques y animales tomen posesión de la tierra y estoy esperando una forma de destruir cualquier nacionalismo sin que nadie muera y estoy esperando que pardillos y planetas caigan como lluvia y estoy esperando que amantes y dolientes se recuesten juntos nuevamente en un nuevo renacer de lo maravilloso
Estoy esperando que se crucen las fronteras y estoy ansiosamente esperando que algún obscuro médico general descubra el secreto de la vida eterna y estoy esperando que se terminen los tormentos de la vida y estoy esperando zarpar hacia la felicidad y estoy esperando que un renovado Mayflower llegue a los Estados Unidos con su historia para la TV vendida a los nativos con anticipación y estoy esperando que la música perdida suene nuevamente en el Continente Perdido en un nuevo renacer de lo maravilloso
Estoy esperando el día que clarifique todo y estoy esperando el castigo por lo que Estados Unidos le hizo a Tom Sawyer y estoy esperando que el Muchacho Estadunidense desnude a la Belleza y se le eche encima y estoy esperando que Alicia en el país de las maravillas me retransmita su sueño total de inocencia y estoy esperando que Childe Roland llegue a la última torre obscura y estoy esperando que a Afrodita le nazcan brazos vivos en la conferencia final sobre el desarme en un nuevo renacer de lo maravilloso
Estoy esperando obtener algún indicio de inmortalidad recolectando mi temprana niñez y estoy esperando que lleguen otra vez las verdes mañanas y la ingenuidad de la juventud y los verdes campos y estoy esperando que los esfuerzos del arte espontáneo agiten mi máquina de escribir y estoy esperando escribir el gran poema indeleble y estoy esperando el último gran éxtasis descuidado y estoy en espera perpetua de que los amantes que huyen en la Urna Griega5 se encuentren al fin y se abracen y estoy esperando para siempre un renacimiento de lo maravilloso
Come lie with me and be my love
Come lie with me and be my love Love lie with me Lie down with me Under the cypress tree In the sweet grasses Where the wind lieth Where the wind dieth As night passes Como lie with me All night with me And have enough of kissing me And have enough of making love And let our two selves speak All night under the cypress tree Without making love
Ven a acostarte conmigo y sé mi amor
Ven a acostarte conmigo y sé mi amor6 El amor se acuesta conmigo Acuéstate conmigo Bajo los cipreses En los dulces prados Donde el viento se acostó Donde el viento murió Con el paso de la noche Ven a acostarte conmigo Toda la noche conmigo Y hártate de besarme Y hártate de hacer el amor Y deja que nuestros seres hablen Toda la noche bajo los cipreses Sin hacer el amor
Recipe for happiness in Khabarovsky or anyplace
One grand boulevard with trees with one grand café in sun with strong black coffee in very small cups
One not necessarily very beautiful man or woman who loves you
One fine day
Receta para la felicidad en Jabárovsk o en cualquier lugar
Un gran bulevar con árboles con una gran cafetería soleada con un fuerte café negro en tazas pequeñas
Alguien que te ame no necesariamente muy hermoso
Un buen día
NOTAS
[1] El autor se refiere al periódico New York Times que, cuando Lawrence Ferlinghetti era niño, se llamaba The International Herald Tribune (N. del T.)
[2] Grado máximo al que puede aspirar un miembro de los Boy Scouts of America (N. del T.)
[3] Civilian Conservation Corps. Programa de ayuda para jóvenes estadunidenses creado en 1933 para combatir la pobreza y el desempleo durante la Gran Depresión (N. del T.)
[4]Las uvas de la ira es una novela escrita por el escritor estadounidense John Steinbeck (1902-1968) (N. del T.)
[5]Ode on a Grecian urn es un poema del poeta inglés John Keats (1795-1821) (N. del T.)
[6] Inspirado en el verso «Come live with me and be my love» [Ven a vivir conmigo y sé mi amor] del poema «The Passionate Shepherd to His Love» de Christopher Marlowe.
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Se trata de una breve pieza en prosa de Jack Kerouac, publicada por primera vez en el periódico The New York World Telegram and Sun, el 5 de diciembre de 1957 (poco después de la publicación y éxito de En el camino).
Se trata de una breve pieza en prosa de Jack Kerouac, publicada por primera vez en el periódico The New York World Telegram and Sun, el 5 de diciembre de 1957 (poco después de la publicación y éxito de En el camino).
Una edición de 200 ejemplares diseñado e impreso por Ronald Gordon en Oliphant Press, NYC, fue enviado como tarjeta/regalo de Navidad por los entusiastas de Kerouac Marshall Clement y David Stivender en diciembre de 1972.
Tengo la impresión de que el festejo de la Navidad ha cambiado en el breve lapso de mi propia vida. Hace apenas veinte años, antes de la Segunda Guerra Mundial, me parecía que la Navidad se celebraba todavía con una inocencia naif; hoy, en cambio, no es raro escuchar la frase: “Navidad llega una vez al año, como los impuestos”. En mi ambiente católico francocanadiense de los años 30, la Navidad era respetada y cumplida como ocurre actualmente en México. Al principio, yo era muy chico para ir a la misa de gallo, pero ese era el acontecimiento para el que queríamos ser grandes. Mientras tanto, nos hacíamos los dormidos hasta que oíamos que nuestros padres salían a la misa de gallo, y entonces íbamos a revolver los regalos, tocábamos los juguetes y los poníamos de nuevo en su lugar, y después volvíamos a la cama en pijama cuando veíamos que nuestros padres regresaban, por lo general con un grupo de amigos para festejar con las puertas abiertas.
Ya mayores, nos emocionaba quedarnos despiertos en Nochebuena y ponernos trajes y zapatos de goma y orejeras y caminar con los adultos por los senderos escarchados de la iglesia. Fiesta en la calle, el brillo intermitente de las estrellas de Nueva Inglaterra en invierno como hileras de estalactitas. Y antes de entrar a la iglesia se oía ya el coro de niños que cantaba Bach, y la voz del tenor, que nos daba risa. Pero la puerta de la iglesia abierta de par en par derramaba una claridad dorada y en el interior las chicas se agrupaban en el coro para cantar villancicos de Händel.
A mí me fascinaba especialmente la estatua del santo con Jesús en brazos. Era una estatua de San Antonio de Padua, pero yo siempre creí que era San José y que era justo que pudiera tener al Señor en sus brazos. Los ojos se me iban siempre a esa estatua, a aquel que con grave semblante de yeso sostenía a ese niño inmaterial de rostro diminuto y cuerpo de muñeca, de mejillas pegadas al cabello enrulado, lo sostenía casi en el aire, contra su pecho infinito y misterioso, el Hijo, la mirada en dirección a la llama de las velas, agonía, el fondo de ese mundo donde nos arrodillamos con la vestimenta oscura del invierno, los ángeles y altares piramidales detrás de él, los ojos sumisos frente a un misterio en el que ni él mismo estaba iniciado, solo la fe de que ese pobre San José era barro para la Mano de Dios (como creía yo también), un humilde y auténtico santo —un santo sin el vano frenesí de los mártires, un santo sin gloria, sin culpa, sin cumplimiento ni encanto franciscano —una tumba discreta y un espíritu tímido en las Galerías de la Cristiandad — él, que conocía las estrellas del desierto y hablaba con los sabios en los establos —encargado del pesebre, santo vagabundo del heno y las sendas de camellos —mi Amigo secreto. Y ahora en la misa de gallo yo lo glorificaba en esa posición honorable en la iglesia, con su familia en ese pesebre que atraía todas las miradas.
Después de la misa empezaba la reunión a puertas abiertas. Los amigos regresaban a casa o iban a casa de otros. Los filántropos de una organización navideña de origen medieval mantenida viva por los franceses de Quebec y Nueva Inglaterra, llamada «La Guignolee», y ahora patrocinaba la Sociedad para los Pobres de San Vicente de Paúl, aparecían en estas fiestas de puertas abiertas y colectarían ropa vieja y comida para los pobres y nunca rechazarían una copa de vino tinto dulce con un crossignolle (buñuelo) ni mucho menos cantar con nosotros en la cocina. Siempre cantaban un viejo cántico propio antes de irse. Los árboles de Navidad siempre eran enormes en aquellos días, todos los regalos estaban dispuestos y eran abiertos hasta el momento elegido. ¡Qué alegría sentía al ver las limpias camisas blancas de los adultos, sus rostros enrojecidos, las risas, las bromas obscenas! Mientras tanto, las ávidas mujeres en la cocina con delantales sobre sus mejores vestidos sacaban los tortierres[1] de la hielera.
Días enteros se habían dedicado a la preparación estos suntuosos y deliciosos pasteles que son mejores fríos que calientes. También mi madre hacía inmensos ragouts de boulettes (estofado de albóndigas de cerdo con zanahorias y papas) y servirlo bien caliente a multitudes de a veces 12 o 15 amigos y parientes: su cafetera de aluminio por goteo resistía 15 tazas grandes. Del refrigerador salían también tazones de cortons recién hechos (francés-canadiense para pate de maison [pastel de pasta]), y una variedad de pan crujiente recién horneado generosamente en varias panaderías francesas. En el alboroto de los regalos y el papel para envolver, siempre fue un deleite para mí salir al porche o incluso salir a la calle a la una de la mañana y escuchar el zumbido silencioso de las estrellas diamantinas en el cielo, observé las ventanas rojas y verdes de las casas, reflexioné sobre los árboles que parecían congelados en una devoción repentina, y pensé en los acontecimientos de otro año que se va. Ante el ojo de mi mente estaba el San José de mi imaginación abrazando al querido Niño. Quizás se han librado demasiadas batallas en víspera de Navidad desde entonces, o quizás estoy equivocado y los niños pequeños de 1957 guarden secretamente la Navidad en sus pequeños y devotos corazones.