Son Ray Manzarek, Robby Krieger y John Densmore quienes hacen que The Doors suene como ellos, y tal vez sean Manzarek, Krieger y Densmore quienes hacen que diecisiete de los veinte entrevistados en American Bandstand prefieran The Doors sobre todos los demás grupos, pero es Morrison quien se sube allí con pantalones negros de cuero sin ropa interior y proyecta la idea, y es Morrison a quien están esperando ahora.
1968
Son las seis, o las siete de una tarde de principios de primavera, y estoy sentada en el frío suelo de baldosas de vinilo de un estudio de sonido en Sunset Boulevard, viendo a un grupo de rock llamado The Doors grabar una pista.
En general, mi atención está menos que enteramente comprometida con las preocupaciones de los grupos de rock (ya he escuchado sobre el ácido como etapa de transición y también sobre el Maharishi e incluso sobre el amor universal, y después de un tiempo todo me suena como un cielo de mermelada), pero The Doors son diferentes.
The Doors me interesan. No tienen nada en común con los apacibles Beatles. Carecen de la convicción contemporánea de que el amor es hermandad y el Kama Sutra. Su música insiste en que el amor es sexo y el sexo es muerte y ahí está la salvación. The Doors son los Norman Mailers del Top 40, misioneros del sexo apocalíptico.
En este momento están reunidos en una incómoda simbiosis para hacer su álbum, y el estudio está frío y las luces son demasiado brillantes y hay masas de cables y bancos de circuitos electrónicos intermitentes y siniestros con los que los nuevos músicos viven de manera tan informal. Hay tres de los cuatro Doors. Hay un bajista prestado de un grupo llamado Clear Light. Están el productor, el ingeniero, el gerente de ruta, un par de chicas y un husky siberiano llamado Nikki con un ojo gris y otro dorado.
Hay bolsas de papel medio llenas con huevos duros e hígados de pollo y hamburguesas con queso y botellas vacías de jugo de manzana y rosa de California. Hay todo lo que The Doors necesita para cortar el resto de este tercer álbum, excepto una cosa: El cuarto Door, el cantante principal, Jim Morrison, un graduado de UCLA de veinticuatro años que usa pantalones negros de cuero sin ropa interior y tiende a sugerir un rango de lo posible más allá de un pacto suicida.
Es Jim Morrison quien describe a The Doors como «políticos eróticos».
Es Morrison quien define los intereses del grupo como «cualquier cosa sobre revuelta, desorden, caos, sobre todo actividades que parece no tener sentido». Es Morrison quien fue arrestado en New Haven en diciembre por ofrecer una actuación “indecente”. Es Morrison quien escribe la mayoría de las letras de The Doors, cuyo carácter peculiar es reflejar una paranoia ambigua o una insistencia bastante inequívoca en el amor a la muerte como la máxima euforia. Y es Morrison quien falta.
Son Ray Manzarek, Robby Krieger y John Densmore quienes hacen que The Doors suene como ellos, y tal vez sean Manzarek, Krieger y Densmore quienes hacen que diecisiete de los veinte entrevistados en American Bandstand prefieran The Doors sobre todos los demás grupos, pero es Morrison quien se sube allí con pantalones negros de cuero sin ropa interior y proyecta la idea, y es Morrison a quien están esperando ahora.
Ray Manzarek está encorvado sobre un teclado Gibson.
— ¿Crees que Morrison va a volver? — le dice a nadie en particular.
Nadie responde.
— ¿Entonces podemos hacer algunas voces? — dice Manzarek.
El productor está trabajando con la cinta de la pista rítmica que acaban de grabar. — Eso espero —, dice sin mirar hacia arriba.
—Sí—, dice Manzarek. —Yo también.
Es mucho tiempo después que llega Morrison. Tiene puestos sus pantalones negros de cuero, se sienta en un sofá de cuero frente a los cuatro grandes parlantes en blanco y cierra los ojos. El aspecto curioso de la llegada de Morrison es este: nadie lo reconoce ni con un parpadeo.
Robby Krieger continúa elaborando un pasaje de guitarra. John Densmore afina su batería. Manzarek se sienta en la consola de control y hace girar un sacacorchos y deja que una chica le frote los hombros. La chica no mira a Morrison, aunque está en su línea de visión directa.
Pasa más o menos una hora y todavía nadie ha hablado con Morrison. Entonces Morrison habla con Manzarek. Habla casi en un susurro, como si estuviera luchando con las palabras detrás de una afasia incapacitante.
— Es una hora para West Covina—, dice. —Estaba pensando, tal vez deberíamos pasar la noche ahí afuera después de tocar.
Manzarek deja el sacacorchos. — ¿Por qué? — dice.
— En lugar de volver.
Manzarek se encoge de hombros.
— Estábamos planeando volver.
— Bueno, estaba pensando, podríamos ensayar allí.
Manzarek no dice nada.
— Podríamos ensayar, hay un Holiday Inn al lado.
— Podríamos hacer eso—, dice Manzarek. — O podríamos ensayar el domingo, en la ciudad.
— Supongo que sí —. Morrison hace una pausa. — ¿El lugar estará listo para ensayar el domingo?
Manzarek lo mira un rato.
— No —, dice entonces.
Cuento las perillas de control de la consola eléctrica. Hay setenta y seis. No estoy segura a favor de quién se resolvió el diálogo o si se resolvió en absoluto. Robby Krieger toca su guitarra y dice que necesita una caja de fuzz. El productor sugiere que tome prestado uno de Buffalo Springfield en el próximo estudio. Krieger se encoge de hombros. Morrison vuelve a sentarse en el sofá de cuero y se echa hacia atrás. Enciende un fósforo. Estudia la llama un rato y luego, muy lentamente, muy deliberadamente, la baja hasta la bragueta de sus pantalones negros de cuero.
Manzarek lo mira. La chica que está frotando los hombros de Manzarek no mira a nadie. Existe la sensación de que nadie va a salir de esta habitación, nunca. Pasarán algunas semanas antes de que The Doors termine de grabar este álbum. No veo cuándo.
Extraído de: Joan Didion, The Withe Album. Simon & Schuster, 1979. pp. 21 – 25
Escrito no solo sobre su amada ciudad natal, Los Angeles, el poema adquiere más resonancia al enfocarse en Brian Jones. El miembro fundador de The Rolling Stones fue encontrado muerto a los 27 años en su piscina el 3 de julio de 1969, y este poema rindió homenaje a la estrella como figura mítica.
Tan sólo dos años después, la muerte prematura del propio Morrison le llegaría a la misma edad y con su cuerpo sumergido en agua, justo como le sucedió a Jones.
Jim Morrison no sólo era el Rey Lagarto o la voz y líder de la reconocida banda The Doors. No, también fue un poeta increíble. Qué mejor manera de demostrarlo que con ese perfecto poema llamado “Oda a L.A. mientras pienso en Brian Jones, Fallecido”, escrito en 1969.
El poema fue un elemento esencial de las presentaciones de la banda durante ese año, ya que solía repartirse entre la multitud antes de muchos de sus conciertos. Impreso en papel verde pálido y tinta verde oliva, el folleto es una belleza en sí mismo sin tener en cuenta su conmovedor contenido. Como lo confirman las notas de Alan Graham, Morrison estaba «pasando el poema a cada persona que conocía».
Escrito no solo sobre su amada ciudad natal, Los Angeles, el poema adquiere más resonancia al enfocarse en Brian Jones. El miembro fundador de The Rolling Stones fue encontrado muerto a los 27 años en su piscina el 3 de julio de 1969, y este poema rindió homenaje a la estrella como figura mítica.
Tan sólo dos años después, la muerte prematura del propio Morrison le llegaría a la misma edad y con su cuerpo sumergido en agua, justo como le sucedió a Jones.
Oda a L.A. mientras pienso en Brian Jones, Fallecido
Soy residente de una ciudad Acaban de elegirme para el papel de Príncipe de Dinamarca
Pobre Ophelia
Todos esos fantasmas que él nunca vio Flotando a la fatalidad en una vela de hierro
Regresa, valiente guerrero al buceo en otro canal
Piscina de caliente mantequilla
¿Dónde está Marrakech?
Bajo las cataratas
la furiosa tormenta
donde los salvajes cayeron
al final de la tarde
monstruos rítmicos
Has dejado que tu Nada le haga competencia a tu Silencio
Espero que te hayas ido sonriendo como un niño en el fresco remanente de un sueño
El hombre-ángel
con serpientes compitiendo
por sus palmas
y dedos
Finalmente reclamó
esta benevolente
alma
Ophelia
Hojas, empapadas en seda
Sueño clorificado loco ahogado Testigo
El trampolín, la zambullida La piscina
Eras un luchador una musa almizclada de Damasco Eras el palidecido sol para la TV de la tarde
sapos-cornudos
disidente de mancha amarilla
Mira ahora adónde te ha llevado
en el cielo de carne con los caníbales y judíos
El jardinero encontró el cuerpo, furioso, Flotando
Afortunado Cadáver
¿Qué es esa cosa verde pálido
de la que estás hecho?
Hacer agujeros en la piel de la diosa
¿Apestará llevado al cielo por los pasillos de música?
De ninguna manera
Requiem por un pesado que sonríe Ese gordo sátiro de mirada maliciosa ha saltado a lo alto
en la tierra fértil
Jim Morrison, Los Angeles, 1969.
Procesando…
¡Lo lograste! Ya estás en la lista.
¡Vaya! Se ha producido un error y no hemos podido procesar tu suscripción. Por favor, recarga la página e inténtalo de nuevo.
Una leyenda dice que si un músico de blues quiere tener éxito, debe ir a un cruce de caminos a la medianoche, tocar ahí algo de su autoría y esperar a que aparezca el Diablo en la forma de un hombre negro. Este hombre le pide cortésmente la guitarra al músico, la afina y se la regresa. Y así, mágicamente, el músico obtiene las habilidades para interpretar el blues de manera soberbia, tal como lo hizo Robert Johnson
Todo en este mundo tiene un comienzo. Nada se salva ni nada puede surgir de la nada: nuestro universo, cuyo origen los científicos explican mediante la teoría del Big-Bang; nuestro idioma, que proviene del latín; o incluso los más insignificantes microorganismos.
Los géneros musicales no son una excepción a esta regla. La música, al igual que todas las artes, surge como una necesidad de expresar ideas, emociones y acontecimientos humanos a través del tiempo. Por medio de la música se pueden transmitir las inconformidades e inquietudes de una generación, como sucedió en los años 60 del siglo XX, cuando el rock revolucionó la forma de pensar y de actuar de los jóvenes, y bandas y cantantes como The Beatles, The Rolling Stones, The Doors, The Who, Janis Joplin y Jimi Hendrix, entre otros, contribuyeron al cambio social de aquellos días de amor libre, hippies y sustancias alucinógenas.
Los músicos de rock se convirtieron en una especie de chamanes psicodélicos que condujeron las mentes juveniles por los caminos de la expansión de la conciencia; pero, ¿quién fue uno de los gurús de estos personajes?, ¿a quién se le debe atribuir el mérito o el descrédito? A pesar de lo que afirma Bob Dylan, la respuesta no está en el viento. La respuesta tiene nombre y apellido: Robert Johnson.
Pacto con el Demonio
La región del delta del Mississippi vio nacer, crecer y morir al cantante de blues que sentó las bases de un estilo que después se convirtió en rock. El 8 de mayo de 1911 vio la luz Robert Johnson, pero era una luz más bien sombría, oscura, con olor a diablo y a tragedia; al ser descendiente de esclavos negros, el futuro no era prometedor para el pequeño Robert y su destino era claro: trabajar como jornalero en los campos de algodón. Pero el abuelo del rock nunca se conformó con su suerte –que de alguna manera ya estaba echada– y se negó a desempeñar el papel que la sociedad de sus tiempos le imponía.
Desde su niñez, Johnson mostró interés por la música. Cuando cumplió 16 años, dejó la escuela y, por las noches, se escapaba de su casa para tocar la armónica –bastante bien, por cierto– con los blueseros del momento: Eddie James «Son» House y Willie Brown. Robert observaba con atención la manera de tocar la guitarra de «Son» House y, en los intermedios de sus presentaciones, tomaba el instrumento y comenzaba a tocar ante la audiencia. Sin embargo, el mismo House tenía que hacerlo callar porque los sonidos que producía no eran gratos para el público.
Si bien la vida de Johnson carece de documentación amplia, durante un lapso de seis meses nadie supo nada de él. Al término de este misterioso periodo, nuevamente se acercó a «Son» House y a Willie Brown, pero ya no para tocar la armónica, sino la guitarra. Ante la negativa de los blueseros, Johnson insistió tanto que, finalmente, le dieron una oportunidad para mostrarles lo que sabía hacer. Al escucharlo, la sorpresa de ambos fue mayúscula y comprobaron su talento; de inmediato le preguntaron dónde y cómo había aprendido a tocar así, a lo que Johnson respondió que había vendido su alma al Diablo en un cruce de caminos.
I went to the crossroad…
Una leyenda dice que si un músico de blues quiere tener éxito, debe ir a un cruce de caminos a la medianoche, tocar ahí algo de su autoría y esperar a que aparezca el Diablo en la forma de un hombre negro. Este hombre le pide cortésmente la guitarra al músico, la afina y se la regresa. Y así, mágicamente, el músico obtiene las habilidades para interpretar el blues de manera soberbia, tal como lo hizo Robert Johnson después de esos meses que pasó en las tinieblas. Pero todo tiene un precio: a cambio del favor, el Diablo se adueña del alma del bluesero y puede reclamar su vida en cualquier momento.
Con el talento recién adquirido, Johnson se dedicó a tocar por todo el sur de Estados Unidos, acompañado únicamente por su guitarra de palo y su suave voz de tenor, que a veces impostaba con falsetes que, a la postre, se convirtieron en característicos del blues. A él también le podemos atribuir el perfeccionamiento de las técnicas bend[1] y slide[2] , fundamentales en la interpretación del blues, el rhythm & blues y el rock & roll.
En medio del ajetreo de sus presentaciones, Robert solo hizo dos sesiones de grabación, ambas en Texas: la primera tuvo lugar en San Antonio, en noviembre de 1936, y la segunda se llevó a cabo en Dallas, en junio de 1937. Escribió 29 canciones, 12 de las cuales grabó en dos versiones, lo que da un total de 41, únicos registros que existen de su talento.
Su muerte es misteriosa. La versión más aceptada es que fue envenenado. Cuentan que la noche del 16 de agosto de 1938, Robert actuaba en el bar de un hombre con cuya esposa sostenía un affaire. El dueño del bar, al enterarse de esto, puso veneno en el whiskey del bluesero y le causó la muerte. Hay quienes afirman que murió de neumonía y otros más dicen que de sífilis. Existe otra versión que afirma que desapareció inexplicablemente y que después su cuerpo fue encontrado sin vida. Esta última teoría cerraría la historia del pacto diabólico: el Diablo finalmente regresó para cobrarse el favor.
You may bury my body Down by the highway side Baby, I don’t care where you bury my body when I’m dead and gone You may bury my body, whoooo Down by the highway side So my old evil spirit Can get a Greyhound bus and ride[3]
El legado de Johnson
Si bien antes de Johnson hubo otros músicos de blues como «Son» House, Willie Brown, «Blind» Lemon Jefferson, Charlie Patton y «Blind» Willie Johnson, fue Robert quien, con sus innovadoras composiciones y técnicas, comenzó la revolución musical que más tarde desembocó en el fenómeno del rock & roll y todos los cambios que éste trajo. Asimismo, fue con él con quien inició la «maldición de los 27», pues se trata del primer rockero –aunque este término se acuñó después– que murió a los 27 años, tal como ocurrió después con Janis Joplin, Jim Morrison, Jimi Hendrix, Brian Jones, Kurt Cobain y Amy Winehouse, por mencionar a los más famosos.
Robert Johnson era un artista, y lo era en toda la extensión de la palabra. Como tantos otros –Edgar Allan Poe, Wolfgang Amadeus Mozart o Vincent Van Gogh–, no gozó de mucha popularidad en vida. Vendió muy pocas copias de sus grabaciones y el discreto encanto sonoro de su música no fue redescubierto sino hasta los años 50 del siglo XX por quienes llevaron el estandarte del blues y del rock & roll: Muddy Waters, B. B. King, Little Richard, «Fats» Domino y, más tarde, The Rolling Stones y Eric Clapton. Con el tiempo, todo el universo del rock, sin excepción, se vio influido directa o indirectamente por este hombre, desde los más clásicos, como Elvis Presley o The Beatles, hasta los que parecen alejarse de los cánones rockeros, como Kraftwerk o Massive Attack, y todo el abanico del rhythm & blues, el funk, el soul y el hip-hop. No hay quien escape a su influjo.
Nunca sabremos cómo habría sido la música sin la existencia de Robert Johnson. Tal vez hubiese sido otro el generador de la revolución musical del siglo pasado o tal vez todo sería igual. Lo cierto es que fue él quien estuvo en el lugar y el momento indicados, es a él a quien le debemos la existencia de esa música que, a más de 60 años de su nacimiento, aún nos sigue estremeciendo. Es él el único y verdadero abuelo del rock y, como a cualquier otro abuelo, se le debe honrar y respetar.
NOTAS
Consiste en pisar y jalar, hacia arriba o hacia abajo, una de las cuerdas de la guitarra para obtener una ligera distorsión de la nota y dar la sensación de un sonido vibrante y prolongado.
Consiste en deslizar, a lo largo del mástil, un tubo de vidrio, de metal o de plástico sobre las cuerdas que están siendo pulsadas, lo que genera una transición continua y no escalonada de los tonos.
Puedes enterrar mi cuerpo / a un lado de la carretera / Nena, no me importa dónde entierres mi cuerpo cuando muera y me haya ido / Puedes enterrar mi cuerpo, wohooo / junto a la carretera / para que mi viejo y malvado espíritu / pueda subir a un autobús Greyhound y viajar [Me and the Devil Blues, Roberth Johnson, 1937]
Amemos pues, depuremos pues, las puertas de la percepción hacia el infinito. Seamos, por un momento y quizá para siempre: INMACULADOS.
Bonne nuit, Monsieur Morrison: Hemos venido a morir.
I. When the music’s over, turn out the lights
Le poète se fait voyant par un long,
immense
et raisonné dérèglement de tous les sens. [1]
—Arthur
Rimbaud
En medio de una mar de gente, entre cientos de cabezas y melenas
sudorosas, la adrenalina y la ansiedad están al tope por lo que escuchan —y por
lo que están a punto de escuchar—. Entonces, todos dirigen su mirada en trance
hacia el mismo punto. Ahí, derrumbado sobre una tarima adornada con
instrumentos de metal, madera y plástico, él sostiene entre sus manos un micrófono.
El cable serpentea alrededor de sus piernas y pasa por los pliegues de una
camisa que separa su abdomen del infinito. Siempre en movimiento, su cabellera
ondulada —que años más tarde coronaría a miles de mentes de esa generación—
enmarca un par de párpados cerrados. Ahí se encuentra un profeta, quizá uno de
los verdaderos —es probable que el último— que pisó los convulsos años que
dieron vida al siglo XX.
Ése era el espíritu de un joven de dos décadas y un poco más que desde
hacía casi dos años sacudía y masturbaba las conciencias de una adolescencia
que traía sobre sus hombros una vida entera de clamar por un mesías. Y esos
jóvenes enardecidos no sólo estaban a punto de ungir a su ansiado prototipo de
mago, de guía espiritual; sino que estaban —quizá sin saberlo— a punto de
presenciar el nacimiento de un chamán.
Un solo hombre —su mirada, su voz, su cabellera y un par de pantalones
ajustados— sería capaz de transformar su realidad y la de todos los que lo
siguieron y admiraron. Ante ellos se erigía el próximo monarca de la
contracultura norteamericana —amén de lo que llegó a significar—, cuya voz se
convirtió en una mano imaginaria que los tomó con firmeza de los genitales y
los llevó a la cima, a un rincón apartado del mundo donde nadie los encontraría
jamás. Ahí, cogerían tan duro que no tendrían otra salida más que exprimir su
cerebro y renacer nuevos, distintos: ser otros.
Éstos fueron tiempos de rituales, de ceremonias chamánicas de comunión
con los espíritus que emergían poco a poco de entre sus labios y alrededor de
sus movimientos; en la superficie, todo tenía forma de concierto de rock.
Aquélla fue una suerte de reencarnación de Dionisio: lector imparable y
rebelde prototípico que lideró legiones de ángeles. Juntos, el dios y sus feligreses,
sucumbían a los placeres de la carne a la menor provocación.
Esta oscura aura musical pronto se mezcló peligrosamente con la
evocación a su héroe, Arthur Rimbaud —el enfant terrible—, quien
vomitó toda la poesía que pudo desde el fondo de su podredumbre espiritual
hasta que no quiso otra cosa. No quedaba más que someterse al sueño dorado del
iluminado: desaparecer. Desvanecerse: a primera vista, quizá, para dedicarse al
comercio y contrabando en Abisinia; sin embargo, para los paganos que
observamos desde las lejanas nubes del futuro, representó una desaparición
esencial, un corte definitivo en la actividad del genio, en el latido sagrado
de la creación. Para ambos poetas.
El muchacho yace en el escenario. Sus ojos siguen sin abrirse. Este
pequeñísimo ritual es parte de un ritual mayor en el que mira hacia dentro —dentro de sí—,
hacia las cavernas que se esconden justo detrás de nuestros propios párpados
—porque la mirada del profeta es nuestra mirada; somos uno con él, que entonces
no es nadie—. Ahí se ocultan los secretos que acaso nunca lleguemos a
descubrir. Tal vez sólo haya luz un pequeño momento antes de despedirnos de
este plano, cuando toda la vida pase frente a nosotros. Aunque venga de ninguna
parte —de Otrolado, diría el propio Lecumberri—, emergerá
desde las tinieblas para obsequiarnos una última sorpresa y una última sonrisa.
No hay que olvidar que el profeta —el chamán— es capaz de ir y regresar de este viaje una y otra vez.
II.We want the world and we want it: Now!
Do you know we exist? [2]
—Jim Morrison
Cuando James Douglas Morrison era un niño, sus compañeros lo veían como
un devorador de libros. La literatura se convirtió en su vida. Sabía más de
poesía y poetas que cualquiera a su alrededor. Era un pequeño de diez años que
corregía a sus profesores. Su espíritu saltaba a la vista de quienes en ese
instante se retorcían confusos, pero que, al final, lo recordarían el resto de
sus vidas.
Poco antes de que Jim cumpliera catorce, un libro llegó a los estantes
de las librerías norteamericanas y sacudió las mentes de aquéllos cuya alma no
cabía en el molde del american way of life. La historia narraba la vida
de un joven en sus veintes, nacido en Lowell, Massachusetts, quien había
recorrido Estados Unidos a lo largo de la última década. Sus pies iban
enfundados en un par de zapatos desgastados, pero llenos de fe. Pasó por trenes
de carga, pidió aventones a desconocidos y compartió el viaje con intrépidos
pilotos que se convirtieron en héroes americanos. Tomaba notas sin parar,
imaginaba la vida on the road: una vida de libertad, música, baile,
hierba y poesía —mucha poesía—.
Kerouac escribió:
[…] the only people for me are the mad ones, the ones who are mad to live, mad to talk, mad to be saved, desirous of everything at the same time, the ones who never yawn or say a commonplace thing, but burn, burn, burn like fabulous yellow roman candles exploding like spiders across the stars and in the middle you see the blue centerlight pop and everybody goes “Awww!” [3]
Jim, entonces, ardía. ¿Qué más podía hacer un chico de 14 años en San
Francisco, ante esta invitación a lanzarse a los caminos y experimentar la vida
como es: infinita?
Empezó por largarse de la escuela, por supuesto. Escapó uno de esos
tantos días, entre la neblina que rodeaba el edificio de su secundaria, justo
donde encontraba a sus ídolos: los poetas, los escritores, los libertarios
héroes de las carreteras. No se detendría hasta llegar al 261 de la Avenida
Columbus, donde —asegura la historia— el mismo Ferlinghetti lo saludó con una amplia
sonrisa desde el otro lado de la vitrina. Así, selló de una vez y para siempre
el destino del hijo del almirante Morrison —primer capitán de un navío
atómico—, en el camino de lo espiritual y lo sagrado, en el amasijo eléctrico
entre la poesía y el rock.
Pero el sendero místico lo había llamado desde mucho antes. No hay que
olvidar que un chamán es elegido por los dioses, es recibido desde antes de la
concepción para asignarle la tarea que será su ocupación sagrada por el resto
de su vida.
El pequeño Jimmy escribiría años después: Indians scattered on dawn’s highway bleeding / Ghosts crowd the young child’s fragile eggshell mind [4]. Ése era su ritual de iniciación. Fue casi imperceptible para un niño tan chico que —dada la profesión militar de su padre— se veía arrastrado una y otra vez, transferido de ciudad en ciudad —también on the road, por qué no— a bordo del auto familiar. Su vista parecía ocupada con el exterior del mundo, pero en realidad se hallaba en lo profundo: en el interior de su propia mente. Más tarde escribiría:
Me and my — ah —mother and father — and a / grandmother and a grandfather — were driving through / the desert, at dawn, and a truck load of Indian / workers had either hit another car, or just — I don’t / know what happened — but there were Indians scattered / all over the highway, bleeding to death. / So the car pulls up and stops. That was the first time / I tasted fear. I musta’ been about four — like a child is / like a flower, his head is just floating in the / breeze, man. / The reaction I get now thinking about it, looking / back — is that the souls of the ghosts of those dead / Indians… maybe one or two of ’em… were just / running around freaking out, and just leaped into my / soul. And they’re still in there [5].
El chamán había nacido
III. All right, all right… I wanna see some ACTION!
The key of joy is disobedience [6].
—Aleister
Crowley
En Estados Unidos, necesitas ser un héroe o un asesino para convertirte
en una verdadera superestrella. Jim ya estaba en ese camino.
Sigue ahí, tendido en el suelo. Guarda el micrófono entre las manos con
los ojos cerrados. La mirada se dirige hacia el nebuloso interior de sí mismo.
Segundos antes se sostenía del pedestal, como si no hubiera otra cosa en el
mundo que pudiera mantenerlo de pie, ni siquiera sus propias piernas. La música
es el único asidero.
Un redoble de tambores que parece eterno anuncia lo inevitable: el
paredón, en medio de la jungla. Es uno más de los soldados que enviaron a
combatir una guerra inútil, los que condenaron a convertirse en muertos
caminantes. Historias, palabras, llantos, miradas: todo aquello enfundado bajo
el uniforme. Las miradas perdidas nos observan fijamente por debajo de sus
cascos.
Uno. Dos. Tres. Cuatro.
Silencio.
Morrison ha desobedecido los últimos meses. Ningún productor de
televisión lo quiere de nuevo ante sus cámaras. Y aunque toda la nación lo
reconoce, sus propios compañeros de armas voltean a otro lado cada vez que
empieza un show. ¿Qué hará ahora Jimmy para meterlos en problemas?
This is the end, beautiful friend [7]. La vida lo puso en el camino del chamán, de aquél que presagia el final con una sonrisa en la cara. Esa sonrisa morrisoniana —tan bella y particular—, capaz de mantener la respiración de un planeta entero a lo largo de medio siglo. This is the end, my only friend. The end [8].
Se entregó —por fin— a la poesía más que al rock. Aunque para él,
siempre fue la poesía: el rock era sólo un instrumento para explotar los versos
como armas de construcción masiva. Y, ¿de qué otra manera puede construirse un
mundo nuevo si no es prendiéndole fuego, como en una pira funeraria?
Nuestro chamán sostuvo la antorcha bien arriba. A veces tuvo que
resguardarla bajo la mirada hipnotizante de un Dionisio que resucitó de entre
los vivos; a veces, detrás de la melena que hacía que la clase media
estadounidense —ésa que busca sostener una vida moralina al norte y también al
sur del Río Bravo— suspirara con desesperación. No fue posible que ellos lo
aceptaran, que lo miraran sonreír sin sentirse amenazados, sin temer por sus
almas puritanas. Al final, tenían algo de razón: eran violadas con violencia
por un terrible gurú de la poesía eléctrica —aunque no tuvieron nunca la menor
idea de lo que eso significó—.
Compañía: ¡Alto! ¡Presenten armas!
El auditorio está callado. Lo que presencian ahora ha dejado de ser un
concierto. Ya no es el evento por el que pagaron una entrada. Ya no está
incluido en el boleto. Ya no van a ver a un excéntrico y hermoso joven
interpretar canciones junto a su banda, como lo han hecho los últimos años. Ya
no es otro show como el de otros grupos que los animan a desobedecer y a
dejarse crecer el cabello. Ya no podrán volver a casa, al final del día,
despertar y ponerse su traje, ir a trabajar, cobrar su cheque y seguir actuando como rebeldes. Ya no más.
Están frente a un acto de muerte y resurrección. El redoble de John
continúa por más tiempo. Se alarga más de lo que cualquiera de ellos espera.
Pero —aunque cueste trabajo entenderlo— éste ya no es un concierto de
rock.
Manzarek, de espaldas, extiende los brazos en señal de que ha llegado el
momento de la iluminación. Krieger levanta su guitarra a la altura de los ojos.
El brazo del instrumento apunta directo al corazón del soldado. Morrison está
listo para el sacrificio.
Uno. Dos. Tres. Cuatro.
Silencio…
Y, entonces, ¡el estruendo! Jim está en el suelo.
El Estado de Miami no pudo soportarlo más, y él tampoco. New Haven no lo
toleró. Su amado Los Ángeles también lo rechazó. Embriagarse en público,
arriesgar a la gente en las calles, simular una felación en el escenario —a
un desconcertado Robby que hacía llorar su guitarra-sexo-alma—. El caos
se apilaba.
México lo recibió como a un dios, pero lo trató como a un cliente. La
casa presidencial lo echó a la calle por ser él mismo. Masturbación, blasfemia,
lujuria, lascivia en público. El caos crecía. Quizá sólo abrió la puerta a la
multitud de vicios que todo el mundo practicaba en privado. Él quitó el
antifaz. Desvistió a la hipocresía y el mundo se escandalizó ante el desnudo —como
si se vieran frente al espejo—.
You are a bunch of fuckin idiots! You are a bunch of slaves! Maybe you love to have your face stuck in the shit! What are you gonna do about it? All right, all right, all right… I wanna see some action out there! What are we waiting for? I wanna see some fun! I wanna see some dancing! The are no rules. No limits. No laws. This is your show [9].
El chamán se enfrentó al mundo y el mundo no pudo más con él. Fue un
ritual de iniciación —quizá de confirmación— ante los espíritus
que desde hacía tiempo habitaban en su interior. Fue imposible continuar entre
la gente que no soportó verse a sí misma reflejada en los ojos de otro.
La policía se convirtió en el miembro visible, de lenguas bífidas, que
lo acusó y lo puso detrás del estrado. La oscuridad tomó la forma de un
rechoncho juez que desayunaba “justicia” en las rocas.
Unborn living, living, dead. Bullet strikes the helmet’s head [10]. La guerra había terminado. Para Jim, la única trinchera posible quedaba en la poesía y la forma de llegar a ella era, claro, a través de la muerte.
Barbón y gordo, Morrison dejó las grabaciones de L.A. Woman para irse a
París. Pamela y poesía están allá. Era irresistible.
—Hola, Mr. Morrison. ¿A París?
—Sí. Dos asientos.
—¿Quién lo acompaña?
—La poesía.
En el aeropuerto, la gente lo recibe emocionada pero expectante. Aquel
tipo barbudo de los periódicos está frente a ellos.
Una voz que emerge de entre la niebla le habla directo a Jim.
—Bienvenu, Monsieur Morrison —el joven entorna los ojos como si reconociera a un viejo amigo, quizá ese espíritu que encontró años atrás—. Nous savons que tu es venu ici pour mourir [11].
Él sonríe. Y el mundo gira de nuevo.
IV. Bienvenu, Monsieur Morrison [12]
Is everybody in?
Is everybody in?
Is everybody in?
The ceremony is about to begin.
Wake up! [13]
—Jim Morrison
Ella estaba dormida. Él, mientras, moría en la bañera. Estaba sonriendo.
Eso, a fin de cuentas, me hizo sentir mejor.
Maintenant, tu es Monsieur Morrison. Bienvenu [14].
Antes conocido como James Douglas Morrison, el hermoso muchacho de ojos azules que enamoraba unodostrescuatrocincoseis pichones [15] se alista para asistir a su propio funeral. Así, José Miguel Lecumberri da voz a este texto: una visita, un recorrido interior a aquella maquillada tumba en Père-Lachaise. Un viaje lleno de simbolismos y rituales, alrededor, hacia y dentro de un sepulcro enteramente vacío.
En este plano, J.D.M. no existe más. Nadie —ya ni nosotros— existe.
Desaparecimos en el momento exacto en que aquel joven y su par de pantalones
ajustados yacieron sobre el escenario. Abrazó su propia voz. Escondió su alma
tras los párpados y su hermosa cabellera.
Monsieur Morrison nació porque llegó para morir. Es el deseo que experimenta el
excéntrico, el chamán, el mago. El poeta. Sí, la poesía es sólo el primer paso
del resto del viaje. No es siquiera el acercamiento de la cámara, no es ni el
tomar aire antes de saltar. Aún queda mucho por recorrer. La travesía está
escrita en las páginas de este libro. Monsieur Morrison lo es —aquí en
nuestros ojos y allá en la mente de Lecumberri— TODO.
Monsieur Morrison es lo que el diablo hubiera querido ser, de no haber sido un ángel o una Punta Maquínica, sino un hombre, barro y aliento, légamo y hálito, fango y soplo, sedimento y respiración [16].
Las posibilidades son infinitas.
París lo recibió a sabiendas de que
aquello terminaría con un sacrificio. Monsieur Morrison se ofrecería
como comidilla para chamanes, brujos y esotéricos, y luego también para los
detectives, que manosearían y profanarían su cadáver. Ésa fue su misión desde
que vio la luz del mundo por primera vez. Sus padres lo sabían, pero decidieron
olvidarlo. Él también lo olvidó. Fue sobre el escenario que el recuerdo lo
golpeó con toda la fuerza del universo. Cuando tenía los ojos cerrados:
visiones y gritos y clamores, todo fuera de su tiempo.
Monsieur Morrison aún canta en las oscuras cintas, en el apolillado vinil, y Alicia sigue ahogada escogiendo para siempre su camino entre las venas de los muertos [17].
Para siempre…
Después de recibir la bienvenida
parisina, todos los nombres cambiaron. Sin embargo, todas las almas nacieron
una vez más. ¿Muerte? ¿Desaparición? ¿Sacrificio? Todo al mismo tiempo, y quizá
nada, a fin de cuentas. De cualquier forma su nombre sigue goteando desde la
punta de la lengua de media humanidad. Todos, alguna vez en la vida, clamamos
ser Jim Morrison, sólo por juego o por disfraz o porque las almas de esos
indios que sangraban sobre la autopista revolotean aún entre nosotros.
Monsieur Morrison caía tan lentamente que parecía soñar. Esto es lo que el amor le hace a tu alma. Es la pesadilla, lo que pasa en el deshabitado palacio del amor. La jaula se ha vuelto león… [18]
Todos, alguna vez en la vida, estuvimos encerrados en jaulas como
rugientes bañeras, con el agua hasta las narices y los cabellos como anclas
hacia el sur. Todos hemos tenido las manos extendidas en un rictus de dolor.
Con esa sonrisa de quien sabe con certeza a dónde va, M.M. se deja ir.
Deja que los demás lo toquen, lo respiren. Deja que los mortales extraigan algo
de Bourbon de sus pulmones, para drogarse, con la esperanza de ser un poco más
como él.
El señor Muerte, Moloch, juega con su precioso chico de ojos azules. Con su voz de teatro griego se hace un collar de gemas que aúllan, que construyen pirámides en la luna [19].
Nosotros, los mortales, dirigidos por el autor, jugamos con los
espíritus de los muertos. Le pedimos al infierno que nos conceda un miligramo
de poesía para llevar y un poco de maravillosidad perdida.
Monsieur Morrison nos da la
bienvenida al interior. Pasamos por el umbral del asombro y dejamos atrás la
historia que se cuenta desde hace cuarentaisiete años. Nadie recordará
Chicago, ni Miami, ni Los Ángeles. Nos sentaremos, trago en mano, al final de
la barra, a reescribir su pasado.
Lecumberri se posa al Otrolado.
Viste el sucio uniforme de cantinero y se inclina ante Él. No deja vacío el
vaso mientras mira cómo escurre el Bourbon entre las barbas llameantes y hasta
los pulmones donde —ambos lo saben con certeza— se acumulará más y más hasta
que M.M. se eleve al cielo y baje nuevamente hacia nosotros.
Hoy canta el infierno: un F14 vomita pétalos radiactivos sobre el Tíbet, las prostitutas cantan bajo el Arco del Triunfo, se avecina el otoño como una marejada de cuervos oxidados [20].
La lectura de este texto requiere abandono. Y oído afinado y ojos
abiertos hacia el interior. Es un recorrido literario y es un disco de música y
es una cinta de video y es un carrete de fotografías bellísimas y oscuras.
J.D.M. hizo todo eso, J.M.L. lo
materializó, y M.M. lo llevó hasta el final.
He venido al mundo para vaciarme, no voy a morir sino a desaparecer [21].
Amemos pues, depuremos pues, las puertas de la percepción hacia el infinito [22]. Seamos, por un momento y quizá para siempre: INMACULADOS.
Bonne nuit, Monsieur Morrison: Hemos venido a morir.
La lectura de este texto requiere abandono. Y oído afinado y ojos abiertos hacia el interior. Es un recorrido literario y es un disco de música y es una cinta de video y es un carrete de fotografías bellísimas y oscuras.
CORTOMETRAJE
OTROLADO, cortometraje basado en Monsieur Morrison
banda sonora original
Notas:
1. Rimbaud, A., (1871), Lettres du voyant. [El poeta se hace
vidente por un largo, inmenso y razonado desarreglo de todos los sentidos.]
2. Morrison, J., (1978), An American Prayer, Estados Unidos,
Zeppelin Publishing Company. [¿Sabes que existimos?]
3. Kerouac, J., (1957), On the road, Estados Unidos, Viking
Press. [La única gente que me interesa es la que está loca, la gente que está
loca por vivir, loca por hablar, loca por ser salvada, con ganas de todo al
mismo tiempo, la gente que nunca bosteza ni habla de lugares comunes, sino que
arde, arde, arde como fabulosos fuegos artificiales explotando igual que arañas
entre las estrellas y en el centro ves la última explosión azul y todo el mundo
estalla en un “¡Awww!”]
4. Morrison, J., (1978), An American Prayer, Estados Unidos,
Zeppelin Publishing Company. [Indios
esparcidos sobre la autopista del amanecer, sangrando. / Los espíritus
abarrotan la mente del niño pequeño, frágil, como cáscara de huevo.]
5. Morrison, J., (1978), An American Prayer, Estados Unidos,
Zeppelin Publishing Company. [Yo y mi
—ah— madre y mi padre —y una / abuela y un abuelo — íbamos conduciendo a través
/ del desierto, al amanecer y un camión de indios / trabajadores había chocado
con otro coche o sólo —no sé / qué sucedió—, pero había indios desparramados
por toda la autopista, desangrándose hasta la muerte. / Entonces el coche se
orilla y se detiene. Ésa fue la primera vez / que saboreé el miedo. Yo debía de
tener cuatro años —a esa edad, un niño es / como una flor, su cabeza flota en
la / brisa, amigo. / La sensación que tengo ahora cuando pienso en ello,
mirando / atrás, es que las almas de los fantasmas de los indios / muertos,
quizá la de uno o dos, estaban sólo / corriendo enloquecidas por allí y se
introdujeron en mi / alma. Y aún siguen ahí dentro.]
6. [La clave de la alegría es la desobediencia.]
7. Morrison, J., música de The Doors (1967). The End. En The
Doors [LP]. Estados Unidos: Elektra Records. [Éste es el fin, hermoso amigo
(hermosa amiga).]
8. Morrison, J., música de The Doors (1967). The End. En The
Doors [LP]. Estados Unidos: Elektra Records. [Éste es el fin, mi único amigo
(mi única amiga). El fin.]
9. Morrison, J. Concierto en vivo, Miami (1969). [¡Son una
bola de pendejos! ¡Son un montón de esclavos! Tal vez les encanta tener la cara
metida en la mierda. ¿Qué van a hacer al respecto? Está bien, está bien, está
bien… ¡Quiero ver algo de acción aquí! ¿Qué estamos esperando? ¡Quiero ver algo
de diversión! ¡Quiero ver algo de baile! No hay reglas. No hay límites. No hay
leyes. Éste es su espectáculo.]
10. Morrison, J., música de The Doors (1968). The Unknown
Soldier. En Waiting for the Sun [LP]. Estados Unidos: Elektra Records. [Nonatos
viviendo; los vivos, muertos. La bala impacta directo en la cabeza del casco.]
11. [Sabemos que ha venido aquí a morir.]
12. [Bienvenido, Monsieur Morrison.]
13. Morrison, J., (1978), An American Prayer, Estados Unidos,
Zeppelin Publishing Company. [¿Están todos aquí? / ¿Están todos aquí? / ¿Están
todos aquí? / La ceremonia está a punto de comenzar. / ¡Despierten!]
Pienso en 1968 como en un año de rebelión y gozo. Si el azar hubiera sido más favorable, habría prohijado más belleza al provocar que todo mejor ocurriera en el mágico y simbólico 69.
Lo dicho de ninguna manera oculta los espantosos nubarrones de dolor y muerte, ni la negación de la vida que representó el terrorismo de Estado impuesto por los políticos en el poder (amparados en la profunda corrupción y autoritarismo del PRI, dispuestos, como lo hicieron una vez más, a matar, desaparecer y masacrar a los ciudadanos y justificarlo como “un bien a la patria”); aunque frente a todo eso estaba nuestra afirmación de la vida envuelta bajo el manto de Eros (Vida, Creación, Gozo, Erotismo, Sensibilidad), enfrentada al macabro Tanatos (Muerte, Destrucción, Injusticia, Cerrazón, Opresión). Por supuesto que no era necesario que las cosas ocurrieran como ocurrieron, pero cuando se vive en un país en el que gobierna la megalomanía oligofrénica y, por otro lado, los jóvenes están llenos de vida, hartos de la miseria material y espiritual, ávidos de justicia, Eros y Tanatos se polarizan. Frente a toda la parafernalia con que el gobierno reprimió aquella lucha justiciera de los jóvenes estaba, y estará, nuestro profundo anhelo de libertad. El espíritu libertario era más pleno y auténtico con cada golpe de la opresión, porque el ser humano sólo es libre cuando lucha por la libertad en un lugar y tiempos concretos, es por esto que Jean-Paul Sartre dijo que los franceses nunca habían sido tan libres como cuando estuvieron bajo el yugo de la ocupación nazi.
En tiempos de miseria y tragedia, pues, también hay y debe haber fiesta, elogio y creación del espíritu, vitalidad que mantiene la energía, y de esto es que quiero hablar ahora. ¿En qué se manifestó esa energía? Se manifestó en una reapropiación del arte, sobre todo en el canto y en la poesía como parte de la vida cotidiana. Y tuvo sus expresiones en la música del momento, el rock y el auténtico folclor latinoamericano así como en los poetas que nos eran muy significativos, además de otras voces que no eran estricta y formalmente poemas pero que tenían todo el vigor para serlo. Tuvo sus expresiones, también, en frases contundentes que se gestaron en otros lugares con similar espíritu festivo y combativo.
Las cosas no sucedieron en los estrictos 365 días de 1968, venían de años antes y continuaron… Si quisiéramos explicarlo con todo detalle no nos alcanzaría el tiempo en un texto como éste, porque tendríamos que abordar la historia de la lucha libertaria de la humanidad, sin excluir su presente y su futuro… Para el tema que ahora tocamos, nos ceñiremos a los jóvenes que en 1968 en México teníamos un promedio de veinte años de edad (unos más y otros menos). Y es aquí donde el recuerdo me trae las primeras palabras de un autor que para nosotros fue capital, el fancés Paul Nizan en su libro Adén Arabia nos decía:
Tenía yo veinte años. Y no permitiré que nadie diga que esa es la edad más hermosa de la vida.
Todo amenaza con la ruina a un hombre joven: el amor, las ideas, la pérdida de la familia, la entrada en el mundo de los adultos. Es duro aprender cuál es su lugar en el mundo. ¿A qué se parecía nuestro mundo? Se parecía al caos que los griegos atribuían al origen del Universo, en las tinieblas de la creación.
Ante el deslinde y la rabia de estas palabras emparentadas con la poesía, Sartre, en ese momento joven y entrañable amigo de Nizan, al hablar de ambos, apunta: “Íbamos a escribir, haríamos hermosos libros que justificarían nuestra existencia”.
Hace más de cien años, otro joven francés (iconoclasta, como deben ser todos los jóvenes sensibles e inteligentes), Arthur Rimbaud, había escrito: “El poeta harto [ebrio] insultó al Universo”. Y el poeta James Douglas Morrison, con su grupo de rock The Doors, gritaba: “¡Queremos el mundo! ¡Y lo queremos ahora!” Todas estas voces eran nuestras, venían desde muy adentro de nuestro ser, no eran las consignas políticas que alguien inventa y trata de imponer a los demás. Nosotros estábamos descubriéndonos en las palabras de los jóvenes que habían sentido lo que sentíamos.
Edgar Morin, cuando explica la rebeldía que llevó al joven James Dean a la muerte (recordemos que éste fue el símbolo más atacado del “rebelde sin causa” – los más adultos del status quo equivocadamente creían que no había causas para la rebelión) escribió: “Al fin y al cabo, en las sociedades aburguesadas y burocratizadas [capitalistas y comunistas, ¿neoliberales ahora?] es adulto quien se conforma con vivir menos para no tener que morir tanto. Empero, el secreto de la juventud es éste: vida quiere decir arriesgarse a la muerte; vida quiere decir, vivir la dificultad.” El mismo Edgar Morin, en un viaje que hace en 1969 a la contracultura de California, Estados Unidos, apunta: “John me dice que los jóvenes han descubierto el absurdo de una vida dedicada al trabajo tecnoburocrático. Qué formidable disolución de los valores. ¡Qué crisol! Ese es mi objetivo aquí: ver a esta juventud que segrega su contrasociedad y vive su revolución salvaje”. Aquí, lo que se iba al carajo eran los hipócritas valores de los poderosos (capitalistas o comunistas) sobre el trabajo, la “positiva productividad”, el progreso, la eficiencia; por eso, con los poetas diabólicos o malditos exaltábamos contravalores. Con Lautréamont leíamos: “Hice un pacto con la prostitución para sembrar el desorden en las familias”. En el elogio de las Flores del malde Charles Baudelaire, con poemas como: “La musa venal”, “La mala sangre”, “Una carroña”, etcétera, cimbraban sus palabras: “Hipócrita lector, mi semejante”. Y el salvajismo de Arthur Rimbaud:
Heme aquí sobre la playa armoricana. Que las ciudades se incendien en la noche. Mi viaje está hecho, dejo la Europa. El aire marino quemará mis pulmones. Los climas perdidos me curtirán, nadar, triturar la hierba, sobre todo fumar, beber licores como de metal hirviente -como hacían nuestros ancestros alrededor del fuego. Yo volveré con mis miembros hechos de acero, la piel oscura, el ojo furioso. Por mi apariencia creerán que soy de una raza fuerte. Tendré oro, seré vago y brutal. Las mujeres cuidan bien a esos inválidos feroces que regresan de los países cálidos. Me mezclaré en la política. Estaré salvo.
De la rebelión estudiantil de mayo de 1968, en París, en la que encontramos algunos motivos como los nuestros, coincidíamos: “La imaginación toma el poder” o “Mientras más hago el amor, más ganas tengo de hacer la revolución. Y mientras más hago la revolución, más ganas tengo de hacer el amor”. Del poeta peruano Oquendo de Amat, quien murió joven, leíamos: “Tengo veinte años y una mujer como un Sol”. Y de otro peruano, Javier Heraud: “Soy un río…” De Miguel Hernández:
Menos tu vientre todo es confuso. Menos tu vientre todo es futuro fugaz, pasado. Menos tu vientre todo es oculto, menos tu vientre todo inseguro, todo postrero, polvo sin mundo. […] Boca que arrastra mi boca. Boca que me has arrastrado: boca que vienes de lejos a iluminarme de rayos. Alba que das a mis noches un resplandor rojo y blanco. Boca poblada de bocas: pájaro lleno de pájaros… Beso que va a un porvenir de muchachas y muchachos que no dejará desiertos ni las calles, ni los campos…
El amor libre fue un reto radical y una nueva responsabilidad, la libido liberada hacía más sabrosa la vida. Muchas familias, como se dijo, se empezaron a transformar porque los hijos y las hijas rompieron la tutela del sargento que representaba el pater familias (Wilhem Reich dixit). Las muchachas se supieron dueñas de su vida, su cuerpo, su sexo y se iban del hogar por muchas horas o para siempre. Los Beatles cantaban:
Miércoles por la mañana a las cinco cuando el día empieza Silenciosamente cierra la puerta de su recámara Ella deja una nota en la que desearía decir más… En silencio de da vuelta a la llave de la puerta trasera afuera camina y ya es libre Ella (“Le dimos toda nuestra vida”) se va (“Sacrificamos la mayor parte de nuestras vidas”) de casa (“Le dimos todo lo que puede comprar el dinero”) Ella se va de casa después de haber vivido sola durante tanto tiempo, adiós, adiós…
Los poetas beats, de los Estados Unidos, nos habían dejado importantes mensajes, en el decir de Jack Kerouac quien había definido a su generación como un grupo de “Jóvenes románticos modernos buscando acción”. El «Aullido» de Allen Ginsberg, tan lleno de intensidades, hablaba de aquellos muchachos amorosos:
quienes copularon extasiados e insaciables con una cerveza un dulce corazón un paquete de cigarrillos una vela y remataron fuera de la cama y continuaron sobre el piso y siguieron por el pasillo y acabaron desmayándose sobre la pared con una visión del último culo y llegaron eludiendo el último trancazo del conocimiento, quienes endulzaron las vaginas de un millón de muchachas estremeciéndose a la hora del ocaso y amanecían con los ojos enrojecidos pero ya estaban preparados para endulzar la vagina del alba, destellando nalgas bajo pajares y desnudos en el lago…
En el mero 1968, Nicolás Guillén nos sorprendió con un poema totalmente nuevo y diferente dentro de su típica y conocida producción de la negritud (y confieso que aún hoy me sigue sorprendiendo), el poema se titula “La pureza”, y leo:
Yo no voy a decirte que soy un hombre puro. Entre otras cosas falta saber si es que lo puro existe. O si es, pongamos, necesario o posible. O si sabe bien. ¿Acaso has tú probado el agua químicamente pura, al agua de laboratorio sin un grano de tierra o de estiércol, sin el pequeño excremento de un pájaro, el agua hecha no más que de oxígeno e hidrógeno? ¡Puah!, qué porquería. Yo no te digo pues que soy un hombre puro; yo no te digo eso, sino todo lo contrario. Que amo (a las mujeres naturalmente, pues mi amor puede decir su nombre), y me gusta comer carne de puerco con papas y garbanzos y chorizo y huevos, pollos, carneros, pavos, pescados y mariscos, y bebo ron y cerveza y aguardiente y vino, y fornico (incluso con el estómago lleno). Soy impuro. ¿Qué quieres que te diga? Completamente impuro. Sin embargo, creo que hay muchas cosas puras en el mundo que no son más que pura mierda. Por ejemplo la pureza del virgo nonagenario.. La pureza de los novios que se masturban en vez de acostarse juntos y desnudos en una posada… La pureza de los clérigos, La pureza de los académicos… La pureza de los que nunca tuvieron blenorragia ni un chancro sifilítico. La pureza de la mujer que nunca lamió un glande. La pureza del hombre que nunca succionó un clítoris. La pureza del que no engendró nunca… En fin, la pureza de quien no llegó a ser lo suficientemente impuro para saber qué cosa es la pureza…
El polvo de William Blake rejuvenecía más que nosotros cuando leíamos: “Los caminos del exceso conducen al Palacio de la Sabiduría” y “Si las puertas de la percepción estuvieran abiertas, veríamos la realidad tal como es: infinita”. Entonces se multiplicaron las “Lucys en el cielo con diamantes” (Beatles), las Magas (Julio Cortázar) o las alucinantes amorosas Nadjas (André Breton).
El amor intenso frente a la realidad opresiva. Entonces venía Mick Jagger a cantar su poema:
No puedo encontrar satisfacción… Cuando un hombre viene por la T. V. a decirme qué tan blancas deben estar mis camisas… entonces explota mi imaginación… [y] Nena, no juegues conmigo porque juegas con fuego.
De ahí (como Charles Baudelaire, Arthur Rimbaud, Paul Verlaine e Isidore Ducasse “Conde de Lautréamont”) a la “Simpatía por el diablo”. Y del poeta “Rey Lagarto” James Douglas Morrison:
Sabes que no sería verdad, sabes que yo mentiría si te dijera, chava mía, que no podemos ir más alto. Ven, chava, y prende mi fuego… Trata de incendiar la noche… Trata de incendiar la noche… […] Ámame dos veces, chava, ámame el doble hoy. Ámame dos veces, chava, me voy a desvanecer. Ámame dos veces, muchacha: una por mañana y otra por ahora mismo…
Para el conformismo todo el mal está promovido por los pensadores inconformes, críticos. El poder político, por medio de la misma bocota del que era presidente, nos acusó de tener influencia de los “modernos filósofos de la destrucción”. “¿Quiénes son esos filósofos?”, nos preguntábamos Eligio y yo. Han de ser algunos de los que leemos: Herbert Marcuse, Theodor Adorno, Simone de Bauvoir, María Zambrano, Hegel, Friedrich Nietzsche, Emma Goldman, Mijail Bakunin, Susan Sontang, Karl Marx, Merleau-Ponty, Charles Fourier, Hans Magnus Enzesberger, Bertrand Russell… ¿Será? Pues estamos de acuerdo con esa acusación… Entonces, para la llamada “Manifestación del silencio”, en una manta negra de más de diez metros de largo con letras blancas escribimos: ESTAMOS CON LOS MODERNOS FILÓSOFOS DE LA DESTRUCCIÓN (la foto de esta manta apreció en la primera plana de uno de los periódicos y el texto del pie también fue acusatorio). Causó escándalo no sólo entre la prensa vergonzante del momento sino aun entre la izquierda estrecha de miras. Como siguió causando censura que en las manifestaciones posteriores transformáramos las consignas: “El pueblo unido, funciona sin partido”. Edgar Morin con justa razón escribió: “Soy de quienes piensan que el activismo del militante de partido es reaccionario; el que es revolucionario es el militante de la existencia, es la comuna y la nueva red de relaciones humanas, sociales e, incluso, económicas, es el festival del rock y el amor libre”. De la década de 1960, por supuesto.
En “Una fuerte lluvia que va a caer”, el poeta Bob Dylan cantaba:
Oh, ¿qué has visto mi hijo de ojos claros?… Vi a un recién nacido rodeado de lobos Vi una supercarretera cubierta de diamantes, y sin nadie en ella Vi una rama negra goteando sangre Vi un cuarto lleno de hombres con martillos sangrantes… Vi a diez mil oradores con sus lenguas cortadas Vi pistolas y espadas en manos de niños. Y una fuerte lluvia, y una fuerte lluvia va a caer… ¿Y qué escuchaste mi hijo de ojos claros?… Oí el golpe del trueno rugiendo una advertencia Oí una ola rugiente que podría cubrir al mundo Oí a cien tamborileros con sus manos en llamas Oí a diez mil susurros que nadie escuchaba Oí a un muerto de hambre y mucha gente riendo Oí la canción de un poeta muerto en la cloaca Oí en el callejón los llantos de un payaso Y una fuerte lluvia, y una fuerte lluvia va a caer. Oh, ¿qué encontraste mi hijo de ojos claros?… Encontré a un niño detrás de un pony muerto Encontré a un hombre blanco paseando con un perro negro Encontré a una muchacha con su cuerpo en el fuego Encontré a una niña que me dio un arcoiris Encontré a un hombre herido de amor Encontré a otro hombre herido por el odio Y una fuerte lluvia, y una fuerte lluvia va a caer…
Y en “Los tiempos están cambiando”, Dylan también decía:
Vengan, júntense toda la gente dondequiera que ande y reconozcan que las aguas en todo el rededor están creciendo y vean que pronto estarán inundados hasta el cuello Y si creen que vale la pena cambiar vuestro tiempo es mejor que empiecen a nadar Porque los tiempos están cambiando. Vengan escritores y críticos ustedes que profetizan con la pluma y tengan sus ojos bien abiertos. Ya no habrá oportunidad Y no hablen tan aprisa porque la rueda sigue girando y nadie sabe lo que significa que el vencido de hoy será el que triunfe mañana. Porque los tiempos están cambiando… Vengan padres y madres de toda la Tierra y ya no critiquen lo que no han entendido. Sus hijos y sus hijas ya no están bajo su mando Las rutas viejas se están acelerando… La línea está trazada el anatema está lanzado. Lo que va lento hoy más tarde irá de prisa así como el presente será nuestro pasado. El orden muy pronto se desvanece Los primeros de ahora muy pronto serán los últimos. Porque los tiempos están cambiando.
En aquel entonces, la promesa de un mundo mejor (comunismo) fue menos determinante que el desencanto de lo que existía. Ernst von Solomon antes lo había dicho así: “No queríamos lo que conocíamos. Y no conocíamos lo que queríamos”.
Aunque escrita por muchos autores, aquella poesía era muy nuestra, no cabía duda, nos llenaba porque encerraba la posibilidad del sueño que partía de la realidad, pesadilla a veces, pero también mejores sueños habría que realizarlos en el ahora y aquí. Por esto, no encuentro mejor colofón para este texto que unas palabras de T. E. Lawrence: “Todos los hombres sueñan, pero no de la misma manera. Aquellos que sueñan por la noche, entre los repliegues polvorientos de su mente, se despiertan con el día y piensan que todo fue fantasía. Pero los soñadores despiertos son peligrosos, porque pueden actuar sus sueños con los ojos abiertos, y convertirlos en realidad”.