«Ocaranza, el místico de la podredumbre y las tinieblas», por Jessica Gómez

Los místicos, a lo largo de sus búsquedas espirituales, han deseado el encuentro con la luz múltiple que viene desde lo alto y que responde a los llamados de las palabras y de las oraciones que buscan la unificación para lograr la gracia, la iluminación y el encuentro divino.
Los modos anagógicos son diversos; entregarse a monasterios, a montañas, a buscar caminos sagrados dentro de los desiertos, o entregarse a la confección y alumbramiento de la poesía. Este último es el caso de Ramón Martínez Ocaranza, que a lo largo de su trayectoria caminó por las hojas delgadas del catastrófico antiguo testamento.
González Rojo ya sospechaba esos atisbos de espiritualidad cuando dice  “Siento que “en Ramón había, e ignoro con qué grado de conciencia, ciertos residuos religiosos (aunque, desde luego, no dogmáticos) que, aplastados durante su período marxista, salen a flote ahora con toda libertad y honradez.” Y es mi menester explorar un tanto el grado de conciencia que el maestro Ocaranza tenía de su espiritualidad.
En cambio, no es mi intención rehacer frases doloridas que comparen la poesía del escritor que nos atañe con el resto de la poesía mexicana, sino desglosar algunas de las formas que en mí dialogan luego de explorar dos místicas, la de Ramón y la de Ekhart. De esa forma, rindo homenaje y elogio a la obra de un gran pensador que tuvo la fortaleza para volver a hechizar el verbo a través de la propia oscuridad que lo envuelve, a modo de negar la negación del mundo podrido que lo cobijaba y como dice el mismo González Rojo, hacer una la fenomenología de un caos. Para luego afirmar con ello, que es no sólo importante su labor dentro de las letras sino dentro de uno de los encargos que la poesía nos ha legado.
González Rojo también afirma que la poesía de Martínez Ocaranza es única y que ha dado vuelta, marometa y espalda a las corrientes latinoamericanas, que ha roto los esquemas y que ha ido más allá de la lírica nacionalista y que sus composiciones son enigmáticas. Y al suscribirme a dicha idea es que trato de hermanar esa propuesta con un interlocutor de su talla y con ello explorar sus enigmas: Meinster Echkart, un místico del siglo XIII que en su época fue considerado un dominico hereje por pensar, entre otras cosas, que la muerte de Dios era un paso importante para pisar con certeza la búsqueda de sí mismo. En ese espacio solipsista convergen la filosofía, la poesía, la ciencia matemática y la música con sus respectivos esoterismos. Y en todos esos espacios Echkart y Martínez Ocaranza conversan posados en los amarillos luminosos de la palabra y la búsqueda del verbo encarnado.
Martínez Ocaranza, se inició en los misterios gracias a la gnosis de sí mismo, que experimentaba en el México podrido de principios del siglo XX. Él mismo afirma que “los poetas lloran en el diario misterio de la conciencia con la palanca del conocimiento”. Estaba en busca de la conciencia, en un principio, a través de las emociones humanas, luego a través de las tinieblas y de las ciencias matemáticas, Así es como rasga sus consideraciones al afirmar que “[… la] metáfora de un poeta terrible –todo poeta es terrible—puede conmocionar la conciencia del mundo en contra de la bomba atómica.” Estaba seguro del poder de la palabra, del poder que podía tener en sí mismo y del poder que podía tener en el México que le dolía, porque también era comunista y también se inclinaba por las causas y movimientos sociales.

Consideraba al mundo como divino pero terrible, lleno de defectos pero bello. Odiaba el odio de su mundo y por eso quería engendrar amor al declarar: “El odio contra el odio es la más pura belleza del amor”. Este sentimiento como un aspecto de la universalidad divina, de las fuerzas antagónicas pero complementarias, pretendiendo así que sus versos fueran una especie de energía neutralizante.

Le interesaba lo inexplicable de la oscuridad, asumía que dentro de la trinidad siempre existe el lado intangible que es parte de las tres fuerzas donde se conforma y mantiene el equilibrio del universo. Se preguntaba por lo deslumbrante del la luz que inevitablemente te lleva a las tinieblas, cuando siente: “el exceso de luz me ciega más que las tinieblas” (pp. 20). Asumía la parte aterradora del silencio previo al encuentro con la música del universo, aquella que experimentaba Eckhart luego de vivir las tres muertes espirituales que explicaremos después. Y en sus metáforas se recuerda al Dios ebrio imaginado por Lautremont.
Cuando uno recorre las páginas de sus poemarios, especialmente Patología del ser, se encuentra un primer desconcierto al saborear lo mismo odio que amor, luminosidad que oscuridad, arrebato que serenidad e inevitablemente piensa que hay algo oculto entre la vida y la muerte que él ya conocía. Y un ejemplo de ello es cuando dice: “Cada forma se da de lo que es por lo que hace./ De tal manera que las paralelas se juntan cuando nacen.” (pp.29) para mostrarnos que sus metáforas surgen de la contradicción y de la negación. Personalmente encontré algo de explicación cuando leí sobre la mística en la posmodernidad, esa época aplastante que poco nos permitía hablar o pensar en iniciaciones, en escalar montañas o en reposar en un espíritu trabajador y caminar más firme por la antipoesía superpoética para desvelar lo divino del odio y la podredumbre del hombre no iluminado.
Hass, filósofa alemana, al analizar las posibilidades de que exista sabiduría mística en la posmodernidad, acude a Meister Eckhart para ocuparse del camino hacia lo absoluto y hacia el abandono, asume que quien ha de trabajar por su libertad interior debe abandonarse a sí mismo, abandonar el mundo y abandonar a Dios. Asegura que el maestro Eckhart habla de esto a través de la experiencia en las tres muertes que se necesitan para lograr esos abandonos. Recordemos otro verso de nuestro poeta; “La muerte es del mundo de los triángulos”.
 La primera muertes es la “muerte del espíritu”, el ir extinguiéndose frente a lo creado, y consiste en que el alma pierde su propio ser, lo cual provoca el dejar de ser frente a todo.  Así alcanza el alma un estado de nulidad muy libre, tal como era cuando todavía no era. Esta muerte tiene que ser superada otra vez por una “muerte divina”, que consiste en una muerte, en una extinción progresiva frente al propio arquetipo, frente a la “lo increado de la imagen”. Muere la idea y el pensamiento de la divinidad y de la creación. Pero también hay que superar esta muerte: en la tercera muerte, que supera la muerte criatural y la muerte arquetípica, a través de la muerte de la trinidad de Dios dentro de la divinidad. Ésta es “la muerte suprema”: [En esta muerte pierde el alma toda apetencia y todas las imágenes, toda la facultad de pensar  y toda figura y es privada de todo ser]. Pero todavía no se ha alcanzado su final. Después de que el alma, en cierto modo, haya alcanzado la concepción de que la esencia divina es música, entonces sucede algo extraordinario. En este punto la divinidad flota en sí misma y es ella misma todo el universo. Entonces el alma sale de su ser creado y de su ser increado, se empieza a sentir a sí misma, recorre su propio camino y ya no busca a Dios. Se encuentra en la imagen eterna.» (Hass, 2009)
Dadas las concepciones místicas de Eckhart, podemos notar cómo Ocaranza encarna esas muertes en las visiones que tiene de su realidad social, se mata a sí mismo en la miseria ajena, deja de ser un yo y se convierte en un todo, quizá aún en un arquetipo. Luego, abandona la idea de Dios, de la creación como algo que es sacralizado para ser alejado. Y entonces nos deja “el testamento de la tercera muerte de (su) muerte.” (pp.45) Y afirma que “nadie conoció los misterios del nacer./ Si hubiera sido posible tal suceso,/ un inmenso ataúd sería la tierra.” (pp.48) Y para los que no logran entender les pregunta:
 
“Perdóneme, Señor: ¿por qué no quema la droga de su ser?
Hay otras drogas  que pueden conocer el infinito.
Por ejemplo: la droga del reloj cuando se muere.”
 
 
 
Él nos acerca los sacramentos a través de las borracheras o a la embriaguez de la que hablan los sufís, cuando es posible beber la sangre derramada de la verdad, nos acerca el inicio de la creación a  través de la vagina de las prostitutas y nos habla del complejo de Edipo como una manera desesperada de buscar el nacimiento y la muerte en un solo instante. Cito: “Porque los hijos de las putas cuando se acuestan con las putas son alcohólicos.”
Ocaranza encuentra en la poesía el halo necesario para poder llevar el camino de las tres muertes. Allí encuentra la belleza de la fatalidad y de la podredumbre. Él se autonombra “Caín, un hombre enfermo por la maldad del mundo, que lo que produce nace muerto, y se siente prisionero de sí mismo”. Y dice también que se debe lograr “la muerte del fondo de uno mismo”. La muerte se mata para vivir en la conjunción, en la unidad y las instalaciones intangibles de la vacuidad. Parece que Ocaranza telepatea a la pluma para que en la hoja quede todo designio de comunicación con su propia humanidad desgarrada.
Así como la iluminación es pagana, el desacralizar a los dioses es convivir con la estructura total de su ser. “Ni las sombras creadoras de las sombras pueden librarse/de sus propias sombras” (pp. 37 patología). Preconcebir a la muerte es una de sus formas de ver a la vida reluciente aún sin los dioses perfectos.
La ley de octavas utilizada por algunos místicos de nuestro siglo, con  su infinitud musical es rota por Ocaranza, quizá rompiendo el paso del tiempo o aprendiendo la forma de romper el eterno retorno del caracol y parece que aprende una lección. “Yo combiné la ley de las semanas con caracoles muertos” (pp.43) Esa misma ley es una manera sonora que él encuentra para explicarse al universo cuando dice: “No hay moradas que vayan más allá de siete cornos”. Por eso la morada, el encuentro único con dios también lo encuentra en la música como Echkart, luego de cruzar sus tres muertes.
Ocaranza es un iniciado, sabe que al pisar el umbral donde comienzan los escalones recibes aquello que está hecho para cada uno, para su tiempo y para su circunstancia. Y él estaba parado en medio siglo XX, donde el comunismo tomaba forma y fondo en Mexico, donde la montaña sagrada había de ser pisada por los que querían cambiar la realidad de la vuelta de la esquina. Además, sugiere que el comunismo quita la mácula y protege el lado angelical de Ser. ¿Qué de la mística comunista permite la comunicación con otras dimensiones? ¿Qué de lo comunista permite vivir fuera del pecado? ¿Qué de la mística da esa libertad al Ser? Son algunas de las preguntas que formula en los incendios del ser y en la convivencia con los “Fantasmas del No-ser ardiendo”. Es una manera de declarar la existencia de los brahmanes, aquellos seres mitológicos hindúes y de Agni, el dios fuego de la India,  que tienen una manera fenomenológica en la Nada, dentro de todo aquello que sucedía antes de que el mundo fuera como lo conocemos ahora.
“Dos líneas paralelas no se encuentran por el camino de la democracia” (pp.104) es la afirmación de que no se logrará la unificación e integración al todo infinito a través del supuesto régimen democrático que predomina en el sistema Neoliberal. Y entonces es que encontramos atisbos de la mística socialista que, de algún modo encuentra fallida.
Ocaranza resuelve los cuestionamientos que plantea en brillantes metáforas de locos amarillos y decide que ha de cruzarse por la muerte para preparar las huelgas. ¿Será que al descubrir las otras dimensiones de la muerte pierda el apego a las consecuencias terrenas y se pierda el miedo?
Si los astros muertos existen el ser muerto también tiene una manera en el espacio y en el tiempo cuando los astros se presentan en la muerte. “Señora: ¿sabe cómo se presentan los astros?/ En la muerte/ con copas de marfil para sus labios.” (pp.98).
Y luego de todo, se da cuenta de que la única manera de ir, de estar y de ser se encuentra en la poesía, esa combinación de música y de vibraciones sonoras que ordenan al universo. Para componer entonces la Patología del ser que según mi perspectiva es El tratado del odio que odia para engendrar amor.
En términos más concretos Ramón Martínez Ocaranza es una exposición de las muertes iluminadas. Es una épica de ternuras, la consecución de los mitos cartografiados, la paradoja de quien dice odiar.  Develación de los dioses y sus sombras. Y la patología como modo de reivindicación de la conciencia y el encuentro con el ser. Es un relato de la “conciencia de la preconciencia”. La superrealidad para Ocaranza se hace con los verbos del poema. Donde parecería que nos dió una guía de tonos amarillos y grises con el cual matar este mundo.
Y como declara en su último salmo:
“La gran aventura del poeta,
es cuando canta su último salmo
y se sienta a llorar en un camino
para esperar su muerte.”
… aquella que ya no le permitió tomar la pluma para continuar regalándonos espléndidas rítmicas de la ontología y la mística que nos ha legado para fortuna de los buscadores y de los que desean un compañero de guerra en este camino de la asunción en una humanidad que ya comienza la vuelta al espíritu.
 
Porque “allí comienza el diálogo profundo:
El verdadero diálogo del hombre:
El diálogo de la muerte y el poeta.”
 
 
 
 

– M. Haas. Viento de lo absoluto. ¿Existe una sabiduría de la posmodernidad? Alois. Traducción del alemán de Jorge Seca. Colección El árbol del paraíso, editorial Siruela. España 2009.

– Marco Antonio López López. Ramón Martínez Ocaranza, un poeta nicolaita. Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. Secretaría de Difusión Cultural y Extensión Universitaria. México, 2002.

– Patología del ser. Ramón Martínez Ocaranza. Editorial Diógenes. México, 1981.

– El libro de los días. Ramón Martínez Ocaranza. Universidad Michoacana. México, 1997.

** Ensayo escrito en 2013. Publicado con el permiso expreso de la autora.

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