El mal eterno e invencible: Un traje rojo para un duelo, de Elena Garro

Si se trata de un libro central, ¿por qué pasó inadvertido? En principio, como la mayoría de los textos escritos por Garro, tuvo que esperar un largo periodo para ser publicado. En el caso de esta noveleta, se especula que el retraso pudiera deberse a que alude a la casa de Josefa Lozano, madre de Octavio Paz, y relata muchos sucesos ocurridos allí, algunos privados y graves.

Si hace quince años alguien me hubiera dicho el protagonismo que alcanzaría Elena Garro como emblema de la literatura femenina contemporánea de México, difícilmente lo habría creído. En ese entonces su desprestigio era casi unánime: se trataba de una mujer que escribía sobre mujeres (¡oh sacrilegio!) y aún cargaba con la etiqueta de delatora que le habían adjudicado a raíz de unas desafortunadas (y descontextualizadas) declaraciones realizadas a partir de la matanza de estudiantes en la plaza de Tlatelolco, ocurrida el 2 de octubre de 1968. Garro era, por su leyenda negra de soplona, entre otras cosas, una escritora maldita.

Si bien es cierto que la revisión de la historia ha permitido esclarecer muchas injusticias cometidas en su contra –aquí hay que resaltar el trabajo realizado por el periodista Rafael Cabrera en este sentido-, Garro sigue teniendo un lado oscuro en su ficción. He afirmado en más de un sitio que el tema que atraviesa su narrativa y la cohesiona es la obsesión de la autora con el Mal. Los críticos, hasta hace algunos años, parecían estar de acuerdo en que la obra de esta escritora estaba dividida en dos partes, una luminosa, llena de imaginación, y otra oscura, asfixiantes y crudamente realista. La propia Garro se encargó de desmentir esta clasificación en varias entrevistas, con poco éxito, pero la lectura de sus novelas y cuentos, siguiendo el orden cronológico de su producción, permite observar que su gran obra, en conjunto, da cuenta de su tránsito de la mínima esperanza al total desencanto ante la incapacidad de hacerle frente al Mal en el mundo.

La lectura cronológica que propongo encontraría que en el núcleo de la producción de la autora se encuentra una noveleta prácticamente desconocida: Un traje rojo para un duelo, publicada originalmente por Castillo, y recientemente reeditada como una de sus Novelas escogidas. Este texto se trata también de uno de los menos atendidos por críticos y especialistas: recibió solo una reseña en una publicación de la UNAM, me parece, y apenas un puñado de trabajos críticos. Sin embargo, una mirada más atenta podría apuntar hacia su gran importancia, puesto se trata del punto de inflexión en la mirada de la autora y el trabajo en el que es más explícita en su interés por el estudio del tema que ya he señalado.

Si se trata de un libro central, ¿por qué pasó inadvertido? En principio, como la mayoría de los textos escritos por Garro, tuvo que esperar un largo periodo para ser publicado. En el caso de esta noveleta, se especula que el retraso pudiera deberse a que alude a la casa de Josefa Lozano, madre de Octavio Paz, y relata muchos sucesos ocurridos allí, algunos privados y graves. Si intentáramos localizar a qué pasaje de la vida de Garro alude esta historia, encontraríamos que coincide con la muerte de su padre y con anécdotas ocurridas aproximadamente en esa época, cuando la familia Paz-Garro vuelve de Europa y tiene que instalarse en la Ciudad de México. Podemos encontrar el equivalente de algunos pasajes de su diario en ciertas escenas de la noveleta, por ejemplo, un intento de suicidio (que, por cierto, también se alude indirectamente en Testimonios sobre Mariana); la mezquindad de Josefa Lozano para con su nieta, Helena Paz; el desprecio que manifestaba Paz por la familia de Garro; la injusta repartición de bienes después del divorcio y el esfuerzo que invirtió la autora en amueblar un departamento propio y, finalmente, los comentarios hirientes que Paz le hacía a Helena Paz sobre su madre. La diferencia principal entre los relatos que aparecen en los diarios y la noveleta es que en los primeros Garro escribe desde su propia experiencia, mientras que en la segunda adopta el punto de vista de la hija, que observa a sus padres (y a los adultos en general) como seres mezquinos y crueles, o bien, fracasados y a la deriva.

El juicio de Emmanuel Carballo –y de otros estudiosos- de que Un traje rojo para un duelo, junto con el resto de las obras posteriores a Andamos huyendo Lola, carecen de calidad literaria, se debe a que el hecho de darse a conocer de forma tardía produjo la impresión de repetir los temas y situaciones que Garro había explotado ya en su producción anterior: la suegra y el marido que persiguen a una mujer inocente que sufre por un amor prohibido, imposible y lejano, quien es el único que podría liberarla de esa persecución. Sin embargo, si consideramos que ésta noveleta es el antecedente de todas esas obras, notaremos que se trata del trabajo en el que el concepto garriano del Mal comienza a explicitarse, además de ser el punto de cohesión de los rasgos estilísticos y los elementos temáticos que serían característicos en la producción de la autora, además de poseer características propias que la dotan de singularidad.

En Un traje rojo para un duelo, como en los primeros y más célebres textos de la autora, coexisten dos mundos paralelos, uno real y otro aparentemente mágico: Irene –la protagonista- narra un episodio de su vida desde una perspectiva tan personal que nos inserta en un submundo constituido exclusivamente por lo que ella ve o piensa. Este mundo parece regirse por las reglas de los cuentos de hadas, donde su abuela paterna es un ser maligno y prácticamente omnipotente, que controla a quienes la rodean, incluido un insecto, al cual se le atribuye un pacto con el diablo y la inteligencia necesaria para espiar a Irene e incluso trazar con su trayectoria en la pared la palabra “suicídate”, como un mensaje dirigido precisamente a ella.

Por otra parte, la historia de amor dividido –una mujer entre un esposo hostil y un hombro imposible- será también un motivo repetido en la producción garriana. En este caso, no es el principal, sino solamente uno de los factores que han dado pie a la situación actual de Natalia, la madre de la protagonista. Curiosamente, a pesar de que esta historia está contada por una niña, es distinta a otras de Garro, pues también aparece el elemento adulto y realista (la trama de amor y adulterio). Por ello, la visión de la narración de la narradora es distinta de la de otras protagonistas niñas, quizá porque en los otros relatos Garro narraba desde la perspectiva de su infancia, mientras que en éste lo hacía desde la de su hija. En esto radica gran parte de la originalidad del libro, pues la hija no mira con tanta compasión a la mujer adulta que en otras historias nos parecía una víctima de las circunstancias, sino que la juzga duramente por sus deficiencias como madre, mientras que es mucho más compasiva con su padre, el marido hostil que en otras novelas de la autora aparecía como un enemigo con pocos matices.

El único tema que tiene la misma importancia en esta novela que en el resto de la narrativa de la autora es el de la crueldad, representada como la materialización del Mal. Siempre existe una constante tensión entre una fuerza hostil y su víctima, quien no tiene escapatoria posible. A partir de esta obra, la desesperanza sólo se recrudecería en las historias de Garro, pero en ésta existe una cierta ambigüedad. Si bien, Un traje rojo para un duelo es una especie de novela de crecimiento en la que la protagonista madura, no porque conozca el amor conyugal o filial, sino por el descubrimiento de la maldad humana –lo cual es una sutil declaración acerca de la condición femenina que la autora desarrollaría también a través de toda su obra-, el desenlace es abierto: la protagonista ha tenido que huir, se esconde, pero quizá se salve. Se trata de la única obra de Garro en la que hay una cierta esperanza en el final, pues todo lo que escribió a partir de entonces cancelaría esa posibilidad de manera tajante, presentando como única escapatoria a la muerte.

En suma, la revisión cuidadosa de la narrativa de Elena Garro permite afirmar que Un traje rojo para un duelo tiene una importancia mayor a la que se le ha atribuido hasta ahora, no sólo por su valor literario, sino por lo que aporta a la comprensión de la obra de esta autora en conjunto.


Procesando…
¡Lo lograste! Ya estás en la lista.

"La única libertad es la poesía" – Carta de José Revueltas a Octavio Paz desde Lecumberri

Muy bien habría logrado reunir aquí Martín Dozal sus dos, sus tres docenas de libros, su Baudelaire, su Juan Ramón Jiménez, su Miguel Hernández, su Pablo Neruda, su Octavio Paz. 2, 3 docenas de libros; ah, qué bello es decirlo aquí, los 20, los 30 libros, qué amoroso resulta, qué callada y paciente aventura esconde. Han venido uno a uno hasta llegar a sus manos- y ahora a las mías-, y aquí están para esa visita antigua, renovada, que se convino con nuestras gentes, de sus manos a las nuestras, de nuestros ojos a los suyos, ¿cómo decirlo?, años no, sueños atrás, desde entonces, desde aquel entonces -éste de hoy mismo, éste de no importa qué día de visita-, tan lleno de la confiada seguridad moral, del sosiego cálido y humilde con que nos miran a través de esa forma severa y religiosa que aquí toma el amor, cuando vienen a visitarnos, nuestras gentes y nuestros libros, cuando vienen a visitarnos y a quedarse aquí en la cárcel con nosotros, todo lo que nos ama y lo que amamos. Han venido desde los años y los sueños más distantes y más próximos y aquí están en la celda que ocupamos Martín Dozal y yo, su Baudelaire, su Proust, mi Baudelaire, mi Proust, nuestro Octavio Paz.
 
Martín Dozal lee a Octavio Paz; tus poemas, Octavio, tus ensayos, los lee, los repasa y luego medita largamente, te ama largamente, te reflexiona, aquí en la cárcel todos reflexionamos a Octavio Paz, todos estos jóvenes de México te piensan, Octavio, y repiten los mismos sueños de tu vigilia.
Pero puesto que estas palabras se escriben para hablar de ti, Octavio, antes de hablar de estos jóvenes que en la cárcel de Lecumberri leen tu obra, he de decirte quién es Martín Dozal, mi compañero de celda, mi hermano, Octavio, nuestro hermano.
 
Un día cualquiera de este mes de julio, Martín cumplió 24 años y realmente ésa es la cosa: está preso por tener 24 años, como los demás, todos los demás, ninguno de los cuales llega todavía a los treinta y por ello están presos, por ser jóvenes, del mismo modo en que tú y yo lo estamos también, con nuestros cincuenta y cinco años cada uno, también por tener esa juventud del espíritu, tú, Octavio Paz, gran prisionero en libertad, en libertad bajo poesía. Porque si leen a Octavio Paz es por algo. No son los jóvenes ya obesos y solemnes de allá afuera, los secretarios particulares, los campeones de oratoria, los ganadores de flores naturales, los futuros caciques gordos de Cempoala, el sapo inmortal. Son el otro rostro de México, del México verdadero, y ve tú, Octavio Paz, míralos prisioneros, mira a nuestro país encarcelado con ellos. Martín Dozal lee a Octavio Paz en prisión. Hay que darse cuenta de todo lo que esto significa, cuán grande cosa es, qué profunda esperanza tiene este hecho sencillo. Hubo pues de venir este tiempo, estos libros, esta enseñanza que nos despierta.
 
 
Martín Dozal tiene 24 años, es un joven maestro inalcanzable y bello que trabajaba sus 24 años, sus 24 horas diarias en las aulas, en las escuelas, en las asambleas, que enseñaba poesía o matemáticas e iba de un lado para otro, con su iracunda melena, con sus brazos, entre las piedras secas de este país, entre los desnudos huesos que machacan otros huesos, entre los tambores de piel humana, en el país ocupado por el siniestro cacique de Cempoala.
 
 
 
 
 
No, Octavio, el sapo no es inmortal, a causa, tan sólo, del hecho vivo, viviente, mágico de que Martín Dozal, este maestro, en cambio, sí lo lea, este muchacho preso, este enorme muchacho libre y puro. Y así en otras celdas y otras crujías, Octavio Paz, en otras calles, en otras aulas, en otros colegios, en otros millones de manos, cuando ya creíamos perdido todo, cuando mirabas a tus pies con horror el cántaro roto. Ay, la noche de México, la noche de Cempoala, la noche de Tlatelolco, el esculpido rostro de sílex que aspira el humo de los fusilamientos. Este grandioso poema tuyo, ese relámpago, Octavio, y el acatamiento hipócrita, la falsa consternación y el arrepentimiento vil de los acusados, de los periódicos, de los sacerdotes, de los editoriales, de los poetas-consejeros, acomodados, sucios, tranquilos que gritaban al ladrón y escondían rápidamente sus monedas, su excremento, para conjurar lo que se había dicho, para olvidarlo, para desentenderse, mientras Martín Dozal —entonces de 15 años, de 18, no recuerdo— lo leía y lloraba de rabia y nos hacíamos todos las mismas preguntas del poema: «¿Sólo el sapo es inmortal?»
 
Hemos aprendido desde entonces que la única verdad, por encima y en contra de todas las miserables y pequeñas verdades de partidos, de héroes, de banderas, de piedras, de dioses, que la única verdad, la única libertad es la poesía, ese canto lóbrego, ese canto luminoso.
 
Vino la noche que tú anunciaste, vinieron los perros, los cuchillos, «el cántaro roto caído en el polvo», y ahora que la verdad te denuncia y te desnuda, ahora que compareces en la plaza contigo y con nosotros, para el trémulo cacique de Cempoala has dejado de ser poeta. Ahora, a mi lado, en la misma celda de Lecumberri, Martín Dozal lee tu poesía.



Cárcel Preventiva, 19 de julio de 1969.