Chamán americano: el camino hacia Otrolado

Amemos pues, depuremos pues, las puertas de la percepción hacia el infinito. Seamos, por un momento y quizá para siempre: INMACULADOS.

Bonne nuit, Monsieur Morrison: Hemos venido a morir.


I. When the music’s over, turn out the lights

Le poète se fait voyant par un long, immense

et raisonné dérèglement de tous les sens. [1]

—Arthur Rimbaud

En medio de una mar de gente, entre cientos de cabezas y melenas sudorosas, la adrenalina y la ansiedad están al tope por lo que escuchan —y por lo que están a punto de escuchar—. Entonces, todos dirigen su mirada en trance hacia el mismo punto. Ahí, derrumbado sobre una tarima adornada con instrumentos de metal, madera y plástico, él sostiene entre sus manos un micrófono. El cable serpentea alrededor de sus piernas y pasa por los pliegues de una camisa que separa su abdomen del infinito. Siempre en movimiento, su cabellera ondulada —que años más tarde coronaría a miles de mentes de esa generación— enmarca un par de párpados cerrados. Ahí se encuentra un profeta, quizá uno de los verdaderos —es probable que el último— que pisó los convulsos años que dieron vida al siglo XX.  

Ése era el espíritu de un joven de dos décadas y un poco más que desde hacía casi dos años sacudía y masturbaba las conciencias de una adolescencia que traía sobre sus hombros una vida entera de clamar por un mesías. Y esos jóvenes enardecidos no sólo estaban a punto de ungir a su ansiado prototipo de mago, de guía espiritual; sino que estaban —quizá sin saberlo— a punto de presenciar el nacimiento de un chamán.

Un solo hombre —su mirada, su voz, su cabellera y un par de pantalones ajustados— sería capaz de transformar su realidad y la de todos los que lo siguieron y admiraron. Ante ellos se erigía el próximo monarca de la contracultura norteamericana —amén de lo que llegó a significar—, cuya voz se convirtió en una mano imaginaria que los tomó con firmeza de los genitales y los llevó a la cima, a un rincón apartado del mundo donde nadie los encontraría jamás. Ahí, cogerían tan duro que no tendrían otra salida más que exprimir su cerebro y renacer nuevos, distintos: ser otros.

Éstos fueron tiempos de rituales, de ceremonias chamánicas de comunión con los espíritus que emergían poco a poco de entre sus labios y alrededor de sus movimientos; en la superficie, todo tenía forma de concierto de rock. Aquélla fue una suerte de reencarnación de Dionisio:  lector imparable y rebelde prototípico que lideró legiones de ángeles. Juntos, el dios y sus feligreses, sucumbían a los placeres de la carne a la menor provocación.

Esta oscura aura musical pronto se mezcló peligrosamente con la evocación a su héroe, Arthur Rimbaud —el enfant terrible, quien vomitó toda la poesía que pudo desde el fondo de su podredumbre espiritual hasta que no quiso otra cosa. No quedaba más que someterse al sueño dorado del iluminado: desaparecer. Desvanecerse: a primera vista, quizá, para dedicarse al comercio y contrabando en Abisinia; sin embargo, para los paganos que observamos desde las lejanas nubes del futuro, representó una desaparición esencial, un corte definitivo en la actividad del genio, en el latido sagrado de la creación. Para ambos poetas.

El muchacho yace en el escenario. Sus ojos siguen sin abrirse. Este pequeñísimo ritual es parte de un ritual mayor en el que mira hacia dentro dentro de sí, hacia las cavernas que se esconden justo detrás de nuestros propios párpados —porque la mirada del profeta es nuestra mirada; somos uno con él, que entonces no es nadie—. Ahí se ocultan los secretos que acaso nunca lleguemos a descubrir. Tal vez sólo haya luz un pequeño momento antes de despedirnos de este plano, cuando toda la vida pase frente a nosotros. Aunque venga de ninguna parte de Otrolado, diría el propio Lecumberri, emergerá desde las tinieblas para obsequiarnos una última sorpresa y una última sonrisa.

No hay que olvidar que el profeta —el chamán— es capaz de ir y regresar de este viaje una y otra vez.


II. We want the world and we want it: Now!

Do you know we exist? [2]

—Jim Morrison

Cuando James Douglas Morrison era un niño, sus compañeros lo veían como un devorador de libros. La literatura se convirtió en su vida. Sabía más de poesía y poetas que cualquiera a su alrededor. Era un pequeño de diez años que corregía a sus profesores. Su espíritu saltaba a la vista de quienes en ese instante se retorcían confusos, pero que, al final, lo recordarían el resto de sus vidas.

Poco antes de que Jim cumpliera catorce, un libro llegó a los estantes de las librerías norteamericanas y sacudió las mentes de aquéllos cuya alma no cabía en el molde del american way of life. La historia narraba la vida de un joven en sus veintes, nacido en Lowell, Massachusetts, quien había recorrido Estados Unidos a lo largo de la última década. Sus pies iban enfundados en un par de zapatos desgastados, pero llenos de fe. Pasó por trenes de carga, pidió aventones a desconocidos y compartió el viaje con intrépidos pilotos que se convirtieron en héroes americanos. Tomaba notas sin parar, imaginaba la vida on the road: una vida de libertad, música, baile, hierba y poesía —mucha poesía—.

Kerouac escribió:

[…] the only people for me are the mad ones, the ones who are mad to live, mad to talk, mad to be saved, desirous of everything at the same time, the ones who never yawn or say a commonplace thing, but burn, burn, burn like fabulous yellow roman candles exploding like spiders across the stars and in the middle you see the blue centerlight pop and everybody goes “Awww!” [3]

Jim, entonces, ardía. ¿Qué más podía hacer un chico de 14 años en San Francisco, ante esta invitación a lanzarse a los caminos y experimentar la vida como es: infinita?

Empezó por largarse de la escuela, por supuesto. Escapó uno de esos tantos días, entre la neblina que rodeaba el edificio de su secundaria, justo donde encontraba a sus ídolos: los poetas, los escritores, los libertarios héroes de las carreteras. No se detendría hasta llegar al 261 de la Avenida Columbus, donde —asegura la historia— el mismo Ferlinghetti lo saludó con una amplia sonrisa desde el otro lado de la vitrina. Así, selló de una vez y para siempre el destino del hijo del almirante Morrison —primer capitán de un navío atómico—, en el camino de lo espiritual y lo sagrado, en el amasijo eléctrico entre la poesía y el rock.

Pero el sendero místico lo había llamado desde mucho antes. No hay que olvidar que un chamán es elegido por los dioses, es recibido desde antes de la concepción para asignarle la tarea que será su ocupación sagrada por el resto de su vida.

El pequeño Jimmy escribiría años después: Indians scattered on dawn’s highway bleeding / Ghosts crowd the young child’s fragile eggshell mind [4]. Ése era su ritual de iniciación. Fue casi imperceptible para un niño tan chico que —dada la profesión militar de su padre— se veía arrastrado una y otra vez, transferido de ciudad en ciudad —también on the road, por qué no— a bordo del auto familiar. Su vista parecía ocupada con el exterior del mundo, pero en realidad se hallaba en lo profundo: en el interior de su propia mente. Más tarde escribiría:

Me and my — ah — mother and father and a / grandmother and a grandfather were driving through / the desert, at dawn, and a truck load of Indian / workers had either hit another car, or just I don’t / know what happened but there were Indians scattered / all over the highway, bleeding to death. / So the car pulls up and stops. That was the first time / I tasted fear. I musta’ been about four like a child is / like a flower, his head is just floating in the / breeze, man. / The reaction I get now thinking about it, looking / back is that the souls of the ghosts of those dead / Indians… maybe one or two of ’em… were just / running around freaking out, and just leaped into my / soul. And they’re still in there [5].

El chamán había nacido


III. All right, all right… I wanna see some ACTION!

The key of joy is disobedience [6].

—Aleister Crowley

En Estados Unidos, necesitas ser un héroe o un asesino para convertirte en una verdadera superestrella. Jim ya estaba en ese camino.

Sigue ahí, tendido en el suelo. Guarda el micrófono entre las manos con los ojos cerrados. La mirada se dirige hacia el nebuloso interior de sí mismo. Segundos antes se sostenía del pedestal, como si no hubiera otra cosa en el mundo que pudiera mantenerlo de pie, ni siquiera sus propias piernas. La música es el único asidero.

Un redoble de tambores que parece eterno anuncia lo inevitable: el paredón, en medio de la jungla. Es uno más de los soldados que enviaron a combatir una guerra inútil, los que condenaron a convertirse en muertos caminantes. Historias, palabras, llantos, miradas: todo aquello enfundado bajo el uniforme. Las miradas perdidas nos observan fijamente por debajo de sus cascos.

Uno. Dos. Tres. Cuatro.

Silencio.

Morrison ha desobedecido los últimos meses. Ningún productor de televisión lo quiere de nuevo ante sus cámaras. Y aunque toda la nación lo reconoce, sus propios compañeros de armas voltean a otro lado cada vez que empieza un show. ¿Qué hará ahora Jimmy para meterlos en problemas?

This is the end, beautiful friend [7]. La vida lo puso en el camino del chamán, de aquél que presagia el final con una sonrisa en la cara. Esa sonrisa morrisoniana —tan bella y particular—, capaz de mantener la respiración de un planeta entero a lo largo de medio siglo. This is the end, my only friend. The end [8].

Se entregó —por fin— a la poesía más que al rock. Aunque para él, siempre fue la poesía: el rock era sólo un instrumento para explotar los versos como armas de construcción masiva. Y, ¿de qué otra manera puede construirse un mundo nuevo si no es prendiéndole fuego, como en una pira funeraria?

Nuestro chamán sostuvo la antorcha bien arriba. A veces tuvo que resguardarla bajo la mirada hipnotizante de un Dionisio que resucitó de entre los vivos; a veces, detrás de la melena que hacía que la clase media estadounidense —ésa que busca sostener una vida moralina al norte y también al sur del Río Bravo— suspirara con desesperación. No fue posible que ellos lo aceptaran, que lo miraran sonreír sin sentirse amenazados, sin temer por sus almas puritanas. Al final, tenían algo de razón: eran violadas con violencia por un terrible gurú de la poesía eléctrica —aunque no tuvieron nunca la menor idea de lo que eso significó—.

Compañía: ¡Alto! ¡Presenten armas!

El auditorio está callado. Lo que presencian ahora ha dejado de ser un concierto. Ya no es el evento por el que pagaron una entrada. Ya no está incluido en el boleto. Ya no van a ver a un excéntrico y hermoso joven interpretar canciones junto a su banda, como lo han hecho los últimos años. Ya no es otro show como el de otros grupos que los animan a desobedecer y a dejarse crecer el cabello. Ya no podrán volver a casa,  al final del día, despertar y ponerse su traje, ir a trabajar, cobrar su cheque y  seguir actuando como rebeldes. Ya no más.

Están frente a un acto de muerte y resurrección. El redoble de John continúa por más tiempo. Se alarga más de lo que cualquiera de ellos espera. Pero —aunque cueste trabajo entenderlo éste ya no es un concierto de rock.

Manzarek, de espaldas, extiende los brazos en señal de que ha llegado el momento de la iluminación. Krieger levanta su guitarra a la altura de los ojos. El brazo del instrumento apunta directo al corazón del soldado. Morrison está listo para el sacrificio.

Uno. Dos. Tres. Cuatro.

Silencio…

Y, entonces, ¡el estruendo! Jim está en el suelo.

El Estado de Miami no pudo soportarlo más, y él tampoco. New Haven no lo toleró. Su amado Los Ángeles también lo rechazó. Embriagarse en público, arriesgar a la gente en las calles, simular una felación en el escenario a un desconcertado Robby que hacía llorar su guitarra-sexo-alma. El caos se apilaba.

México lo recibió como a un dios, pero lo trató como a un cliente. La casa presidencial lo echó a la calle por ser él mismo. Masturbación, blasfemia, lujuria, lascivia en público. El caos crecía. Quizá sólo abrió la puerta a la multitud de vicios que todo el mundo practicaba en privado. Él quitó el antifaz. Desvistió a la hipocresía y el mundo se escandalizó ante el desnudo como si se vieran frente al espejo—.

You are a bunch of fuckin idiots! You are a bunch of slaves! Maybe you love to have your face stuck in the shit! What are you gonna do about it? All right, all right, all right… I wanna see some action out there! What are we waiting for? I wanna see some fun! I wanna see some dancing! The are no rules. No limits. No laws. This is your show [9].

El chamán se enfrentó al mundo y el mundo no pudo más con él. Fue un ritual de iniciación quizá de confirmación ante los espíritus que desde hacía tiempo habitaban en su interior. Fue imposible continuar entre la gente que no soportó verse a sí misma reflejada en los ojos de otro.

La policía se convirtió en el miembro visible, de lenguas bífidas, que lo acusó y lo puso detrás del estrado. La oscuridad tomó la forma de un rechoncho juez que desayunaba “justicia” en las rocas.

Unborn living, living, dead. Bullet strikes the helmet’s head [10]. La guerra había terminado. Para Jim, la única trinchera posible quedaba en la poesía y la forma de llegar a ella era, claro, a través de la muerte.

Barbón y gordo, Morrison dejó las grabaciones de L.A. Woman para irse a París. Pamela y poesía están allá. Era irresistible.

—Hola, Mr. Morrison. ¿A París?

—Sí. Dos asientos.

—¿Quién lo acompaña?

—La poesía.

En el aeropuerto, la gente lo recibe emocionada pero expectante. Aquel tipo barbudo de los periódicos está frente a ellos.

Una voz que emerge de entre la niebla le habla directo a Jim.

—Bienvenu, Monsieur Morrison —el joven entorna los ojos como si reconociera a un viejo amigo, quizá ese espíritu que encontró años atrás—. Nous savons que tu es venu ici pour mourir [11].

Él sonríe. Y el mundo gira de nuevo.


IV. Bienvenu, Monsieur Morrison [12]

Is everybody in?

 Is everybody in?

 Is everybody in?

The ceremony is about to begin.

Wake up! [13]

—Jim Morrison

Ella estaba dormida. Él, mientras, moría en la bañera. Estaba sonriendo. Eso, a fin de cuentas, me hizo sentir mejor.

Maintenant, tu es Monsieur Morrison. Bienvenu [14].

Antes conocido como James Douglas Morrison, el hermoso muchacho de ojos azules que enamoraba unodostrescuatrocincoseis pichones [15] se alista para asistir a su propio funeral. Así, José Miguel Lecumberri da voz a este texto: una visita, un recorrido interior a aquella maquillada tumba en Père-Lachaise. Un viaje lleno de simbolismos y rituales, alrededor, hacia y dentro de un sepulcro enteramente vacío.

En este plano, J.D.M. no existe más. Nadie —ya ni nosotros— existe. Desaparecimos en el momento exacto en que aquel joven y su par de pantalones ajustados yacieron sobre el escenario. Abrazó su propia voz. Escondió su alma tras los párpados y su hermosa cabellera.

Monsieur Morrison nació porque llegó para morir. Es el deseo que experimenta el excéntrico, el chamán, el mago. El poeta. Sí, la poesía es sólo el primer paso del resto del viaje. No es siquiera el acercamiento de la cámara, no es ni el tomar aire antes de saltar. Aún queda mucho por recorrer. La travesía está escrita en las páginas de este libro. Monsieur Morrison lo es —aquí en nuestros ojos y allá en la mente de Lecumberri— TODO.

Monsieur Morrison es lo que el diablo hubiera querido ser, de no haber sido un ángel o una Punta Maquínica, sino un hombre, barro y aliento, légamo y hálito, fango y soplo, sedimento y respiración [16].

Las posibilidades son infinitas.

París lo recibió a sabiendas de que aquello terminaría con un sacrificio. Monsieur Morrison se ofrecería como comidilla para chamanes, brujos y esotéricos, y luego también para los detectives, que manosearían y profanarían su cadáver. Ésa fue su misión desde que vio la luz del mundo por primera vez. Sus padres lo sabían, pero decidieron olvidarlo. Él también lo olvidó. Fue sobre el escenario que el recuerdo lo golpeó con toda la fuerza del universo. Cuando tenía los ojos cerrados: visiones y gritos y clamores, todo fuera de su tiempo.

Monsieur Morrison aún canta en las oscuras cintas, en el apolillado vinil, y Alicia sigue ahogada escogiendo para siempre su camino entre las venas de los muertos [17].

Para siempre…

Después de recibir la bienvenida parisina, todos los nombres cambiaron. Sin embargo, todas las almas nacieron una vez más. ¿Muerte? ¿Desaparición? ¿Sacrificio? Todo al mismo tiempo, y quizá nada, a fin de cuentas. De cualquier forma su nombre sigue goteando desde la punta de la lengua de media humanidad. Todos, alguna vez en la vida, clamamos ser Jim Morrison, sólo por juego o por disfraz o porque las almas de esos indios que sangraban sobre la autopista revolotean aún entre nosotros.

Monsieur Morrison caía tan lentamente que parecía soñar. Esto es lo que el amor le hace a tu alma. Es la pesadilla, lo que pasa en el deshabitado palacio del amor. La jaula se ha vuelto león… [18]

Todos, alguna vez en la vida, estuvimos encerrados en jaulas como rugientes bañeras, con el agua hasta las narices y los cabellos como anclas hacia el sur. Todos hemos tenido las manos extendidas en un rictus de dolor.

Con esa sonrisa de quien sabe con certeza a dónde va, M.M. se deja ir. Deja que los demás lo toquen, lo respiren. Deja que los mortales extraigan algo de Bourbon de sus pulmones, para drogarse, con la esperanza de ser un poco más como él.

El señor Muerte, Moloch, juega con su precioso chico de ojos azules. Con su voz de teatro griego se hace un collar de gemas que aúllan, que construyen pirámides en la luna [19].

Nosotros, los mortales, dirigidos por el autor, jugamos con los espíritus de los muertos. Le pedimos al infierno que nos conceda un miligramo de poesía para llevar y un poco de maravillosidad perdida.

Monsieur Morrison nos da la bienvenida al interior. Pasamos por el umbral del asombro y dejamos atrás la historia que se cuenta desde hace cuarentaisiete años. Nadie recordará Chicago, ni Miami, ni Los Ángeles. Nos sentaremos, trago en mano, al final de la barra, a reescribir su pasado.

Lecumberri se posa al Otrolado. Viste el sucio uniforme de cantinero y se inclina ante Él. No deja vacío el vaso mientras mira cómo escurre el Bourbon entre las barbas llameantes y hasta los pulmones donde —ambos lo saben con certeza— se acumulará más y más hasta que M.M. se eleve al cielo y baje nuevamente hacia nosotros.

Hoy canta el infierno: un F14 vomita pétalos radiactivos sobre el Tíbet, las prostitutas cantan bajo el Arco del Triunfo, se avecina el otoño como una marejada de cuervos oxidados [20].

La lectura de este texto requiere abandono. Y oído afinado y ojos abiertos hacia el interior. Es un recorrido literario y es un disco de música y es una cinta de video y es un carrete de fotografías bellísimas y oscuras.

J.D.M. hizo todo eso, J.M.L. lo materializó, y M.M. lo llevó hasta el final.

He venido al mundo para vaciarme, no voy a morir sino a desaparecer [21].

Amemos pues, depuremos pues, las puertas de la percepción hacia el infinito [22]. Seamos, por un momento y quizá para siempre: INMACULADOS.

Bonne nuit, Monsieur Morrison: Hemos venido a morir.


Monsieur Morrison

La lectura de este texto requiere abandono. Y oído afinado y ojos abiertos hacia el interior. Es un recorrido literario y es un disco de música y es una cinta de video y es un carrete de fotografías bellísimas y oscuras.


CORTOMETRAJE

OTROLADO, cortometraje basado en Monsieur Morrison

banda sonora original


Notas:

1. Rimbaud, A., (1871), Lettres du voyant. [El poeta se hace vidente por un largo, inmenso y razonado desarreglo de todos los sentidos.]

2. Morrison, J., (1978), An American Prayer, Estados Unidos, Zeppelin Publishing Company. [¿Sabes que existimos?]

3. Kerouac, J., (1957), On the road, Estados Unidos, Viking Press. [La única gente que me interesa es la que está loca, la gente que está loca por vivir, loca por hablar, loca por ser salvada, con ganas de todo al mismo tiempo, la gente que nunca bosteza ni habla de lugares comunes, sino que arde, arde, arde como fabulosos fuegos artificiales explotando igual que arañas entre las estrellas y en el centro ves la última explosión azul y todo el mundo estalla en un “¡Awww!”]

4. Morrison, J., (1978), An American Prayer, Estados Unidos, Zeppelin Publishing Company.  [Indios esparcidos sobre la autopista del amanecer, sangrando. / Los espíritus abarrotan la mente del niño pequeño, frágil, como cáscara de huevo.]

5. Morrison, J., (1978), An American Prayer, Estados Unidos, Zeppelin Publishing Company.  [Yo y mi —ah— madre y mi padre —y una / abuela y un abuelo — íbamos conduciendo a través / del desierto, al amanecer y un camión de indios / trabajadores había chocado con otro coche o sólo —no sé / qué sucedió—, pero había indios desparramados por toda la autopista, desangrándose hasta la muerte. / Entonces el coche se orilla y se detiene. Ésa fue la primera vez / que saboreé el miedo. Yo debía de tener cuatro años —a esa edad, un niño es / como una flor, su cabeza flota en la / brisa, amigo. / La sensación que tengo ahora cuando pienso en ello, mirando / atrás, es que las almas de los fantasmas de los indios / muertos, quizá la de uno o dos, estaban sólo / corriendo enloquecidas por allí y se introdujeron en mi / alma. Y aún siguen ahí dentro.]

6. [La clave de la alegría es la desobediencia.]

7. Morrison, J., música de The Doors (1967). The End. En The Doors [LP]. Estados Unidos: Elektra Records. [Éste es el fin, hermoso amigo (hermosa amiga).]

8. Morrison, J., música de The Doors (1967). The End. En The Doors [LP]. Estados Unidos: Elektra Records. [Éste es el fin, mi único amigo (mi única amiga). El fin.]

9. Morrison, J. Concierto en vivo, Miami (1969). [¡Son una bola de pendejos! ¡Son un montón de esclavos! Tal vez les encanta tener la cara metida en la mierda. ¿Qué van a hacer al respecto? Está bien, está bien, está bien… ¡Quiero ver algo de acción aquí! ¿Qué estamos esperando? ¡Quiero ver algo de diversión! ¡Quiero ver algo de baile! No hay reglas. No hay límites. No hay leyes. Éste es su espectáculo.]

10. Morrison, J., música de The Doors (1968). The Unknown Soldier. En Waiting for the Sun [LP]. Estados Unidos: Elektra Records. [Nonatos viviendo; los vivos, muertos. La bala impacta directo en la cabeza del casco.]

11. [Sabemos que ha venido aquí a morir.]

12. [Bienvenido, Monsieur Morrison.]

13. Morrison, J., (1978), An American Prayer, Estados Unidos, Zeppelin Publishing Company. [¿Están todos aquí? / ¿Están todos aquí? / ¿Están todos aquí? / La ceremonia está a punto de comenzar. / ¡Despierten!]

14. [Ahora eres Monsieur Morrison. Bienvenido.]

15. Lecumberri, J.M., (2018), Monsieur Morrison, México, Barbas Poéticas. [Escena final]

16. Idem. [Escena seis]

17. Idem. [Escena trece]

18. Idem. [Escena trece]

19. Idem. [Escena final]

20. Idem. [Escena dieciséis]

21. Idem. [Aforismos]

22. Idem. [Escena final]


Una fuerte lluvia va a caer / Porque los tiempos están cambiando: La poesía que leíamos en 1968

Pienso en 1968 como en un año de rebelión y gozo. Si el azar hubiera sido más favorable, habría prohijado más belleza al provocar que todo mejor ocurriera en el mágico y simbólico 69.

Lo dicho de ninguna manera oculta los espantosos nubarrones de dolor y muerte, ni la negación de la vida que representó el terrorismo de Estado impuesto por los políticos en el poder (amparados en la profunda corrupción y autoritarismo del PRI, dispuestos, como lo hicieron una vez más, a matar, desaparecer y masacrar a los ciudadanos y justificarlo como “un bien a la patria”); aunque frente a todo eso estaba nuestra afirmación de la vida envuelta bajo el manto de Eros (Vida, Creación, Gozo, Erotismo, Sensibilidad), enfrentada al macabro Tanatos (Muerte, Destrucción, Injusticia, Cerrazón, Opresión). Por supuesto que no era necesario que las cosas ocurrieran como ocurrieron, pero cuando se vive en un país en el que gobierna la megalomanía oligofrénica y, por otro lado, los jóvenes están llenos de vida, hartos de la miseria material y espiritual, ávidos de justicia, Eros y Tanatos se polarizan. Frente a toda la parafernalia con que el gobierno reprimió aquella lucha justiciera de los jóvenes estaba, y estará, nuestro profundo anhelo de libertad. El espíritu libertario era más pleno y auténtico con cada golpe de la opresión, porque el ser humano sólo es libre cuando lucha por la libertad en un lugar y tiempos concretos, es por esto que Jean-Paul Sartre dijo que los franceses nunca habían sido tan libres como cuando estuvieron bajo el yugo de la ocupación nazi.

En tiempos de miseria y tragedia, pues, también hay y debe haber fiesta, elogio y creación del espíritu, vitalidad que mantiene la energía, y de esto es que quiero hablar ahora. ¿En qué se manifestó esa energía? Se manifestó en una reapropiación del arte, sobre todo en el canto y en la poesía como parte de la vida cotidiana. Y tuvo sus expresiones en la música del momento, el rock y el auténtico folclor latinoamericano así como en los poetas que nos eran muy significativos, además de otras voces que no eran estricta y formalmente poemas pero que tenían todo el vigor para serlo. Tuvo sus expresiones, también, en frases contundentes que se gestaron en otros lugares con similar espíritu festivo y combativo.

Las cosas no sucedieron en los estrictos 365 días de 1968, venían de años antes y continuaron… Si quisiéramos explicarlo con todo detalle no nos alcanzaría el tiempo en un texto como éste, porque tendríamos que abordar la historia de la lucha libertaria de la humanidad, sin excluir su presente y su futuro… Para el tema que ahora tocamos, nos ceñiremos a los jóvenes que en 1968 en México teníamos un promedio de veinte años de edad (unos más y otros menos). Y es aquí donde el recuerdo me trae las primeras palabras de un autor que para nosotros fue capital, el fancés Paul Nizan en su libro Adén Arabia nos decía:

Tenía yo veinte años. Y no permitiré que nadie diga que esa es la edad más hermosa de la vida.

Todo amenaza con la ruina a un hombre joven: el amor, las ideas, la pérdida de la familia, la entrada en el mundo de los adultos. Es duro aprender cuál es su lugar en el mundo.
¿A qué se parecía nuestro mundo? Se parecía al caos que los griegos atribuían al origen del Universo, en las tinieblas de la creación.

Ante el deslinde y la rabia de estas palabras emparentadas con la poesía, Sartre, en ese momento joven y entrañable amigo de Nizan, al hablar de ambos, apunta: “Íbamos a escribir, haríamos hermosos libros que justificarían nuestra existencia”.

Hace más de cien años, otro joven francés (iconoclasta, como deben ser todos los jóvenes sensibles e inteligentes), Arthur Rimbaud, había escrito: “El poeta harto [ebrio] insultó al Universo”. Y el poeta James Douglas Morrison, con su grupo de rock The Doors, gritaba: “¡Queremos el mundo! ¡Y lo queremos ahora!” Todas estas voces eran nuestras, venían desde muy adentro de nuestro ser, no eran las consignas políticas que alguien inventa y trata de imponer a los demás. Nosotros estábamos descubriéndonos en las palabras de los jóvenes que habían sentido lo que sentíamos.

Edgar Morin, cuando explica la rebeldía que llevó al joven James Dean a la muerte (recordemos que éste fue el símbolo más atacado del “rebelde sin causa” – los más adultos del status quo equivocadamente creían que no había causas para la rebelión) escribió: “Al fin y al cabo, en las sociedades aburguesadas y burocratizadas [capitalistas y comunistas, ¿neoliberales ahora?] es adulto quien se conforma con vivir menos para no tener que morir tanto. Empero, el secreto de la juventud es éste: vida quiere decir arriesgarse a la muerte; vida quiere decir, vivir la dificultad.” El mismo Edgar Morin, en un viaje que hace en 1969 a la contracultura de California, Estados Unidos, apunta: “John me dice que los jóvenes han descubierto el absurdo de una vida dedicada al trabajo tecnoburocrático. Qué formidable disolución de los valores. ¡Qué crisol! Ese es mi objetivo aquí: ver a esta juventud que segrega su contrasociedad y vive su revolución salvaje”. Aquí, lo que se iba al carajo eran los hipócritas valores de los poderosos (capitalistas o comunistas) sobre el trabajo, la “positiva productividad”, el progreso, la eficiencia; por eso, con los poetas diabólicos o malditos exaltábamos contravalores. Con Lautréamont leíamos: “Hice un pacto con la prostitución para sembrar el desorden en las familias”. En el elogio de las Flores del mal de Charles Baudelaire, con poemas como: “La musa venal”, “La mala sangre”, “Una carroña”, etcétera, cimbraban sus palabras: “Hipócrita lector, mi semejante”. Y el salvajismo de Arthur Rimbaud:

Heme aquí sobre la playa armoricana. Que las ciudades se incendien en la noche. Mi viaje está hecho, dejo la Europa. El aire marino quemará mis pulmones. Los climas perdidos me curtirán, nadar, triturar la hierba, sobre todo fumar, beber licores como de metal hirviente -como hacían nuestros ancestros alrededor del fuego.
Yo volveré con mis miembros hechos de acero, la piel oscura, el ojo furioso. Por mi apariencia creerán que soy de una raza fuerte. Tendré oro, seré vago y brutal. Las mujeres cuidan bien a esos inválidos feroces que regresan de los países cálidos. Me mezclaré en la política. Estaré salvo.

De la rebelión estudiantil de mayo de 1968, en París, en la que encontramos algunos motivos como los nuestros, coincidíamos: “La imaginación toma el poder” o “Mientras más hago el amor, más ganas tengo de hacer la revolución. Y mientras más hago la revolución, más ganas tengo de hacer el amor”. Del poeta peruano Oquendo de Amat, quien murió joven, leíamos: “Tengo veinte años y una mujer como un Sol”. Y de otro peruano, Javier Heraud: “Soy un río…” De Miguel Hernández:

Menos tu vientre
todo es confuso.
Menos tu vientre
todo es futuro
fugaz, pasado.
Menos tu vientre
todo es oculto, menos tu vientre
todo inseguro,
todo postrero,
polvo sin mundo.
[…]
Boca que arrastra mi boca.
Boca que me has arrastrado:
boca que vienes de lejos
a iluminarme de rayos.
Alba que das a mis noches
un resplandor rojo y blanco.
Boca poblada de bocas:
pájaro lleno de pájaros…
Beso que va a un porvenir
de muchachas y muchachos
que no dejará desiertos
ni las calles, ni los campos…

El amor libre fue un reto radical y una nueva responsabilidad, la libido liberada hacía más sabrosa la vida. Muchas familias, como se dijo, se empezaron a transformar porque los hijos y las hijas rompieron la tutela del sargento que representaba el pater familias (Wilhem Reich dixit). Las muchachas se supieron dueñas de su vida, su cuerpo, su sexo y se iban del hogar por muchas horas o para siempre. Los Beatles cantaban:

Miércoles por la mañana a las cinco
cuando el día empieza
Silenciosamente cierra la puerta de su recámara
Ella deja una nota
en la que desearía decir más…
En silencio de da vuelta a la llave de la puerta trasera
afuera camina y ya es libre
Ella (“Le dimos toda nuestra vida”)
se va (“Sacrificamos la mayor parte de nuestras vidas”)
de casa (“Le dimos todo lo que puede comprar el dinero”)
Ella se va de casa después de haber vivido sola
durante tanto tiempo, adiós, adiós…

Los poetas beats, de los Estados Unidos, nos habían dejado importantes mensajes, en el decir de Jack Kerouac quien había definido a su generación como un grupo de “Jóvenes románticos modernos buscando acción”. El «Aullido» de Allen Ginsberg, tan lleno de intensidades, hablaba de aquellos muchachos amorosos:

quienes copularon extasiados e insaciables con una cerveza un dulce corazón un paquete de cigarrillos una vela y remataron fuera de la cama y continuaron sobre el piso y siguieron por el pasillo y acabaron desmayándose sobre la pared con una visión del último culo y llegaron eludiendo el último trancazo del conocimiento,
quienes endulzaron las vaginas de un millón de muchachas estremeciéndose a la hora del ocaso y amanecían con los ojos enrojecidos pero ya estaban preparados para endulzar la vagina del alba, destellando nalgas bajo pajares y desnudos en el lago…

En el mero 1968, Nicolás Guillén nos sorprendió con un poema totalmente nuevo y diferente dentro de su típica y conocida producción de la negritud (y confieso que aún hoy me sigue sorprendiendo), el poema se titula “La pureza”, y leo:

Yo no voy a decirte que soy un hombre puro.
Entre otras cosas
falta saber si es que lo puro existe.
O si es, pongamos, necesario
o posible.
O si sabe bien.
¿Acaso has tú probado el agua químicamente pura,
al agua de laboratorio
sin un grano de tierra o de estiércol,
sin el pequeño excremento de un pájaro,
el agua hecha no más que de oxígeno e hidrógeno?
¡Puah!, qué porquería.
Yo no te digo pues que soy un hombre puro; yo no te digo eso,
sino todo lo contrario.
Que amo (a las mujeres naturalmente,
pues mi amor puede decir su nombre),
y me gusta comer carne de puerco con papas
y garbanzos y chorizo y huevos, pollos, carneros, pavos, pescados y mariscos,
y bebo ron y cerveza y aguardiente y vino,
y fornico (incluso con el estómago lleno).
Soy impuro. ¿Qué quieres que te diga?
Completamente impuro. Sin embargo, creo que hay muchas
cosas puras en el mundo
que no son más que pura mierda.
Por ejemplo la pureza del virgo nonagenario..
La pureza de los novios que se masturban
en vez de acostarse juntos y desnudos en una posada…
La pureza de los clérigos,
La pureza de los académicos…
La pureza de los que nunca tuvieron blenorragia
ni un chancro sifilítico.
La pureza de la mujer que nunca lamió un glande.
La pureza del hombre que nunca succionó un clítoris.
La pureza del que no engendró nunca…
En fin,
la pureza
de quien no llegó a ser lo suficientemente impuro
para saber qué cosa es la pureza…

El polvo de William Blake rejuvenecía más que nosotros cuando leíamos: “Los caminos del exceso conducen al Palacio de la Sabiduría” y “Si las puertas de la percepción estuvieran abiertas, veríamos la realidad tal como es: infinita”. Entonces se multiplicaron las “Lucys en el cielo con diamantes” (Beatles), las Magas (Julio Cortázar) o las alucinantes amorosas Nadjas (André Breton).
El amor intenso frente a la realidad opresiva. Entonces venía Mick Jagger a cantar su poema:

No puedo encontrar satisfacción…
Cuando un hombre viene por la T. V.
a decirme qué tan blancas deben estar mis camisas…
entonces explota mi imaginación…
[y]
Nena, no juegues conmigo
porque juegas con fuego.

De ahí (como Charles Baudelaire, Arthur Rimbaud, Paul Verlaine e Isidore Ducasse “Conde de Lautréamont”) a la “Simpatía por el diablo”. Y del poeta “Rey Lagarto” James Douglas Morrison:

Sabes que no sería verdad,
sabes que yo mentiría
si te dijera, chava mía,
que no podemos ir más alto.
Ven, chava, y prende mi fuego…
Trata de incendiar la noche…
Trata de incendiar la noche…
[…]
Ámame dos veces, chava,
ámame el doble hoy.
Ámame dos veces, chava,
me voy a desvanecer.
Ámame dos veces, muchacha:
una por mañana
y otra por ahora mismo…

Para el conformismo todo el mal está promovido por los pensadores inconformes, críticos. El poder político, por medio de la misma bocota del que era presidente, nos acusó de tener influencia de los “modernos filósofos de la destrucción”. “¿Quiénes son esos filósofos?”, nos preguntábamos Eligio y yo. Han de ser algunos de los que leemos: Herbert Marcuse, Theodor Adorno, Simone de Bauvoir, María Zambrano, Hegel, Friedrich Nietzsche, Emma Goldman, Mijail Bakunin, Susan Sontang, Karl Marx, Merleau-Ponty, Charles Fourier, Hans Magnus Enzesberger, Bertrand Russell… ¿Será? Pues estamos de acuerdo con esa acusación… Entonces, para la llamada “Manifestación del silencio”, en una manta negra de más de diez metros de largo con letras blancas escribimos: ESTAMOS CON LOS MODERNOS FILÓSOFOS DE LA DESTRUCCIÓN (la foto de esta manta apreció en la primera plana de uno de los periódicos y el texto del pie también fue acusatorio). Causó escándalo no sólo entre la prensa vergonzante del momento sino aun entre la izquierda estrecha de miras. Como siguió causando censura que en las manifestaciones posteriores transformáramos las consignas: “El pueblo unido, funciona sin partido”. Edgar Morin con justa razón escribió: “Soy de quienes piensan que el activismo del militante de partido es reaccionario; el que es revolucionario es el militante de la existencia, es la comuna y la nueva red de relaciones humanas, sociales e, incluso, económicas, es el festival del rock y el amor libre”. De la década de 1960, por supuesto.
En “Una fuerte lluvia que va a caer”, el poeta Bob Dylan cantaba:

Oh, ¿qué has visto mi hijo de ojos claros?…
Vi a un recién nacido rodeado de lobos
Vi una supercarretera cubierta de diamantes, y sin nadie en ella
Vi una rama negra goteando sangre
Vi un cuarto lleno de hombres con martillos sangrantes…
Vi a diez mil oradores con sus lenguas cortadas
Vi pistolas y espadas en manos de niños.
Y una fuerte lluvia, y una fuerte lluvia va a caer…
¿Y qué escuchaste mi hijo de ojos claros?…
Oí el golpe del trueno rugiendo una advertencia
Oí una ola rugiente que podría cubrir al mundo
Oí a cien tamborileros con sus manos en llamas
Oí a diez mil susurros que nadie escuchaba
Oí a un muerto de hambre y mucha gente riendo
Oí la canción de un poeta muerto en la cloaca
Oí en el callejón los llantos de un payaso
Y una fuerte lluvia, y una fuerte lluvia va a caer.
Oh, ¿qué encontraste mi hijo de ojos claros?…
Encontré a un niño detrás de un pony muerto
Encontré a un hombre blanco paseando con un perro negro
Encontré a una muchacha con su cuerpo en el fuego
Encontré a una niña que me dio un arcoiris
Encontré a un hombre herido de amor
Encontré a otro hombre herido por el odio
Y una fuerte lluvia, y una fuerte lluvia va a caer…

Y en “Los tiempos están cambiando”, Dylan también decía:

Vengan, júntense toda la gente
dondequiera que ande
y reconozcan que las aguas
en todo el rededor están creciendo
y vean que pronto estarán inundados hasta el cuello
Y si creen que vale la pena
cambiar vuestro tiempo
es mejor que empiecen a nadar
Porque los tiempos están cambiando.
Vengan escritores y críticos
ustedes que profetizan con la pluma
y tengan sus ojos bien abiertos.
Ya no habrá oportunidad
Y no hablen tan aprisa
porque la rueda sigue girando
y nadie sabe lo que significa
que el vencido de hoy
será el que triunfe mañana.
Porque los tiempos están cambiando…
Vengan padres y madres
de toda la Tierra
y ya no critiquen
lo que no han entendido.
Sus hijos y sus hijas
ya no están bajo su mando
Las rutas viejas
se están acelerando…
La línea está trazada
el anatema está lanzado.
Lo que va lento hoy
más tarde irá de prisa
así como el presente
será nuestro pasado.
El orden muy pronto se desvanece
Los primeros de ahora
muy pronto serán los últimos.
Porque los tiempos están cambiando.

En aquel entonces, la promesa de un mundo mejor (comunismo) fue menos determinante que el desencanto de lo que existía. Ernst von Solomon antes lo había dicho así: “No queríamos lo que conocíamos. Y no conocíamos lo que queríamos”.
Aunque escrita por muchos autores, aquella poesía era muy nuestra, no cabía duda, nos llenaba porque encerraba la posibilidad del sueño que partía de la realidad, pesadilla a veces, pero también mejores sueños habría que realizarlos en el ahora y aquí. Por esto, no encuentro mejor colofón para este texto que unas palabras de T. E. Lawrence: “Todos los hombres sueñan, pero no de la misma manera. Aquellos que sueñan por la noche, entre los repliegues polvorientos de su mente, se despiertan con el día y piensan que todo fue fantasía. Pero los soñadores despiertos son peligrosos, porque pueden actuar sus sueños con los ojos abiertos, y convertirlos en realidad”.


Los hipsters originales: Cinco rebeldes literarios clásicos

Walt Whitman, Francoise Sagan, Christopher Marlowe, Jean Rhys, Arthur Rimbaud
 

 

Los tan difamados hipsters —la ubicua molestia cultural, que vive convencida de su propia superioridad— puede parecer un producto del mundo moderno, pero de hecho, ellos (o ellas) tienen una larga historia literaria. Nuestros cinco hipsters literarios favoritos son un manojo diverso, menos conocidos por sus barbas y su afición por los líos que por no encajar socialmente y su negativa a jugar limpio con el sistema. Normalmente son vistos como jóvenes presumidos que se movían entre círculos de amigos, rivales y amantes. Raramente se conformaban o se ablandaban con la edad, y hasta el día de hoy sus trabajos se consideran abrasivos, inconformes y revolucionarios.
Mientras que en todo caso se puede acotar que Shakespeare creó al hipster literario original en el desdichado e incomprendido Hamlet, su amigo Christopher Marlowe —autor de las violentas obras maestras Tamburlain y Doctor Faustus— debe ser reivindicado en el status heroico del hipster. Poco se conoce con certeza de la vida de Marlowe y de su muerte violenta, pero fue tanto un poeta de renombre como probablemente un espía que apoyó una doctrina de liberación sexual y religiosa que alarmó fuertemente a quienes estaban en el poder.
La vívida biografía El Mundo de Christopher Marlowe, escrita por David Riggs, escarba profundamente en lo que conocemos sobre el hombre y su tiempo, iluminando el mundo inestable de Elizabeth England y la peligrosa vida del dramaturgo. Y, aunque no hay seguridad de que se trate de Marlowe, los retratos que más se le atribuyen lo muestran de brazos cruzados, una ceja levantada, y una distintiva expresión escéptica— sin mencionar el vello facial perfectamente esculpido, dando lugar al auténtico look hipster del siglo 16.
Saltando un par de siglos, llegamos ante el santo patrono de los hipsters de Brooklyn, Walt Whitman, quien batalló para generar ingresos mientras escribía poesía y cultivaba una exuberante barba. Su poesía terrenal, con espíritu libre y visiblemente sexual, sorprendió a sus primeros lectores; y el Whitman que miraba desde el retrato incluido en el frente de la primera edición de Leaves of Grass, con su sombrero ladeado y su camisa holgada y desabotonada del cuello, podría pasear confortablemente a través de las calles de un moderno Williamsburg.
Ser parte de una hermandad divertida es normal en el curso de los hipsters y el grupo de coautores de Whitman incluía a actores, comediantes, escritores e intérpretes que cohibidamente encarnaban la bohemia europea en América. La biografía del grupo escrita por Justin Martin y que lleva por título Almas Rebeldes (Rebel Souls)cuenta la historia de sus encuentros contraculturales en el Pfaff Saloon de Manhattan. Sin duda alguna la cerveza debió venir de una fábrica local.
Ningún hipster literario de verdad debe ser totalmente exitoso en vida, y el extravagante poeta francés Arthur Rimbaud murió en una apropiada oscuridad. Sin embargo, en la biografía escrita por Graham Robb, el héroe autodestructivo del Avant Garde aparece como un espíritu creativo sin igual, cuya corta vida dejó un legado extraordinario.
Renegando por completo de su vida burguesa, Rimbaud se dejó crecer el cabello, comenzó a beber y se mudó a París para comenzar su legendaria aventura con el poeta Verlaine quien fue encendido por la pasión y el ajenjo, terminando dicha aventura cuando el más viejo le pegó un tiro a Rimbaud en la muñeca. El joven poeta se dio por vencido con la poesía en sus veintes, viajó muchísimo y eventualmente se instaló en Etiopía, en donde inauguró el comercio de café con Europa. Rimbaud murió de cáncer con tan solo 37 años, adquiriendo fama póstuma como el arquetipo del “enfant terrible” y santo patrono de los hipsters mal portados.
Una temporada en París es de rigor para los hipsters literarios del pasado y del presente, y Jean Rhys, la inglesa nacida en el caribe, vivió por algunos años en dicha ciudad mientras se definía a sí misma como una escritora y luchaba entre una serie de tragedias personales. Su sensibilidad forastera le dio una perspectiva única sobre la vida expatriada en París y sus primeras historias capturan brillantemente la soledad de las vidas de las mujeres jóvenes modernas.
En su biografía The Blue Hour, Lilian Pizzichini da vida a la novelista emotivamente, recontando su lucha de una vida entera por superar el alcoholismo, sus tres matrimonios, la muerte de sus dos hijos y su posterior fama literaria con la novela Wide Sargasso Sea, publicada en 1966, casi cuarenta años después de que sus primeras historias fueran publicadas.
La personificación de la indiferencia fresca y única del hipsterismo francés tal vez sea Cécile de la novela clásica Bonjour Tristesse de Francoise Sagan, ubicada en un nebuloso verano en la Riviera en el que la heroína adolescente descubre el sexo y pone a prueba los límites de su poder en su padre que es un vividor. Su creadora, Francoise Sagan, tenía dieciocho años cuando la novela fue publicada en 1954 y fue instantáneamente relacionada con su inmoral heroína.

 

Con su corte de cabello estilo pixie y su sonrisa traviesa parecía la imagen de una clase particular de indiferencia francesa que se convirtió en una estrella internacional cuando el escándalo sobre su libro alzó las ventas en escalas astronómicas. Se casó dos veces y se divorció rápidamente en ambas ocasiones; tuvo relaciones con hombres y mujeres a lo largo de su vida. Era terrible con el dinero, amaba los autos rápidos, el trago y las drogas; nunca aprovechó el éxito de su debut. Esa novela, una reluciente síntesis del mal comportamiento glamuroso, cuenta la historia de su vida mejor que cualquier biografía podría hacerlo.
—————————–
*Texto extraído de: The Original Hipsters: Five Classic Literary Rebels, de Joanna Scutts.
*Traducción de Loops Sandoval.
*Revisión y adaptación de Odeen Rocha