La homosexualidad en el arte, a propósito de Aullido y otros poemas

por Eduardo Hidalgo

Los hechos

Allen Ginsberg escribió su poema «Aullido» en 1955. El poema, según el propio autor, está inspirado en la vida de Carl Solomon, a quien Ginsberg había conocido años atrás en un hospital psiquiátrico de Nueva York, y a quien dedicó el poema. En algunos de los versos, sin embargo, también se mencionan los nombres de Jack Kerouac y Neal Cassady, amigos de Ginsberg y miembros notables del movimiento literario denominado Generación Beat.

Las vidas de estos tres personajes (Solomon, Kerouac y Cassady) y la del propio Ginsberg, entre otras, fueron la base del relato que se retrata en el poema «Aullido». Son ellos las famosas «mejores mentes de mi generación». El lenguaje utilizado por Ginsberg, que podría considerarse obsceno en ciertos ámbitos, es el que el poeta eligió para expresar la crudeza de las vidas que decidieron vivir él y sus camaradas beat.

En ese mismo año de 1955, Allen Ginsberg organizó un recital de poesía en la Six Gallery de San Francisco, en el que Kenneth Rexroth, un poeta y viejo conocido del ambiente literario de esta ciudad, fungió como maestro de ceremonias y en el que varios poetas recitaron algunos de sus textos. Fue la primera vez que Ginsberg leyó «Aullido» en público. Según el testimonio de Jack Kerouac, que puede leerse en la novela Los vagabundos del Dharma, la lectura del poema fue un éxito. El propio Kerouac organizó la coperacha entre los asistentes, fue a comprar tres galones de vino y, mientras Ginsberg leía, todos los asistentes bebían y lo animaban a seguir leyendo con gritos y júbilo desbordados. Pero dejemos que sea el propio Kerouac quien lo relate:

Estaban allí todos. Fue una noche enloquecida. Y yo fui el que puso las cosas a tono cuando hice una colecta a base de monedas de diez y veinticinco centavos entre el envarado auditorio que estaba de pie en la galería y volví con tres garrafas de borgoña californiano de cuatro litros cada una y todos se animaron, así que hacia las once, cuando Alvah Goldbook [Allen Ginsberg] leía, o mejor, gemía su poema «¡Aullido!», borracho, con los brazos extendidos, todo el mundo gritaba: «¡Sigue! ¡Sigue! ¡Sigue!» (como en una sesión de jazz) y el viejo Reinhold Cacoethes [Kenneth Rexroth], el padre del mundillo poético de Frisco [San Francisco], lloraba de felicidad (19).

7 copy

Uno de los asistentes al recital fue Lawrence Ferlinghetti, conocido poeta, editor y dueño de la librería y editorial City Lights. Al día siguiente, Ferlinghetti envió una carta a Ginsberg en donde lo saludaba al inicio de una gran carrera literaria con la intención de solicitar el manuscrito de «Aullido» para publicarlo bajo su sello editorial: City Lights.

Aullido y otros poemas salió a la luz al año siguiente, 1956, en una edición de bolsillo de 1,000 ejemplares. El tiraje se agotó pronto, en buena medida por la popularidad que tenía Ginsberg gracias al célebre recital, y Ferlinghetti mandó imprimir 1,000 ejemplares más en Inglaterra. Sin embargo, un juez había iniciado un proceso en contra del editor por vender material obsceno. Cuando los ejemplares llegaron al puerto de San Francisco, los inspectores de aduanas los incautaron. No contento con esto, Ferlinghetti mandó imprimir otras 1,000 copias en territorio gringo para evitar las aduanas, lo cual funcionó por unos meses porque, en junio de ese año, el Departamento de Policía de San Francisco detuvo a Lawrence Ferlinghetti por publicar y vender material obsceno, lascivo y pornográfico.

En su libro La Generación Beat. Crónica del movimiento que agitó la cultura y el arte contemporáneo, Bruce Cook menciona que «la publicación estuvo bloqueada por un proceso judicial por obscenidad. Se necesitó nada menos que la intervención del abogado criminalista ‘Jake’ Ehrlich para ganar el proceso y lograr la distribución del libro» (76).

El juicio

Lawrence Ferlinghetti sabía que la publicación de Aullido y otros poemas podía causarle dificultades por ser el editor responsable. Previendo lo anterior, el editor se había hecho miembro de la American Civil Liberties Union, quienes se encargaron, a través del famoso abogado criminalista Jake Ehrlich, de la defensa de Ferlinghetti. Se trató, pues, de un juicio entre el Estado y Lawrence Ferlinghetti.

Tanto el Estado como la defensa contaron con testigos académicos y críticos literarios que, por un lado, encontraban poco o nulo mérito literario en la obra de Ginsberg y, por otro, hubo quienes defendieron el famoso poema arguyendo que se trataba, efectivamente, de un texto poético con valor estético y literario. En su libro Los poetas que cayeron del cielo. La Generación Beat comentada y en su propia voz, José Vicente Anaya menciona que «Ginsberg fue absuelto solo mediante la defensa del célebre abogado Elrich, […] y con la condición de que un grupo de catedráticos universitarios especialistas en literatura atestiguaran […] que aquella poesía era merecedora de valor artístico» (10).

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El Estado, a través de la Suprema Corte de Estados Unidos, afirma que la obscenidad es «tener una tendencia sustanciosa a corromper despertando deseos lujuriosos» (Howl) y, por lo tanto, algunos fragmentos de «Aullido» pueden recibir el calificativo de obscenos. Es cierto que el poema contiene palabras que reflejan con crudeza el relato de la vida de Ginsberg y sus amigos; pero también es cierto que, lo que más escandalizó a las buenas costumbres morales y cristianas de la ultraderecha gringa fue el hecho de que Ginsberg no solo aceptara abiertamente su homosexualidad, sino que utilizara el lenguaje obsceno que caracteriza a algunos versos de «Aullido» para describir con gozo la manera libre en que el poeta disfruta su homosexualidad. Así lo dice el traductor Antonio Rómar en el prólogo de El pulso de la luz, una antología de la obra poética de Lawrence Ferlinghetti: «Pero es el tabú de la homosexualidad lo que se quiebra de un golpe y sacude las bases de la morales cristianas del país» (9).

Uno de los argumentos, quizá el más valioso, que utilizó la defensa para ganar el caso fue el siguiente: «La descripción de actos sexuales o sentimientos en el arte y la literatura es de suma importancia para una sociedad libre» (Howl). Por su parte, el Estado, a través de uno de sus jueces, dictaminó que algunas palabras obscenas de Ginsberg bien pudieron sustituirse por otras en aras del buen gusto (valdría la pena preguntarnos ¿qué es el buen gusto? y ¿quién decide cuál es el buen gusto?); sin embargo, continúa el Estado,

un autor debe ser auténtico al tratar su tema y se le debe permitir expresar sus pensamientos e ideas en sus propias palabras. Las libertades de expresión y prensa son inherentes a una nación de personas libres. Esas libertades deben protegerse si queremos seguir siendo libres, tanto individualmente, y como nación (Howl).

Bajo el amparo de estos argumentos, el Estado dictaminó que Aullido y otros poemas «tiene cierta importancia social redentora y el libro no es obsceno» (Howl).

El análisis

Los hechos que acabamos de presentar líneas arriba muestran que los protagonistas fueron, en su momento, celebridades literarias que adquirieron notoriedad gracias al movimiento contracultural al cual pertenecieron: la Generación Beat. Allen Ginsberg fue el poeta más carismático de todo el grupo; y Lawrence Ferlinghetti, también poeta y reconocido intelectual en la vida bohemia y literaria de San Francisco, fue el editor de varios poetas beat.

El asunto central del juicio no fue la obscenidad, como el Estado lo planteó, sino la homosexualidad abierta del poeta y el gozo con el que describe sus prácticas sexuales. El Estado utilizó la obscenidad como una careta que ocultaba el verdadero objeto de sus señalamientos: la práctica abierta de relaciones sexuales entre hombres. De hecho, en el argumento del Estado que presentamos líneas arriba, se utiliza el arte como careta que oculta el acto en sí. Lo que el juez vio en el libro no es la práctica de relaciones homosexuales, sino un arte, obsceno tal vez, pero, a fin de cuentas, solo arte. O al menos eso es lo que parece decir el Estado.

El argumento por el que el juez dictaminó que el libro no es obsceno claramente menciona que, en tanto arte, en tanto literatura, la obscenidad y la homosexualidad son permisibles por el Estado. Es un lugar común decir que la literatura es ficción, y lo es en buena medida, y como la ficción no es la realidad, a pesar de estar basada en ella, el Estado no tiene objeción en que se publiquen obras obscenas. El juez no halló culpable a Lawrence Ferlinghetti debido al ocultamiento retórico de la homosexualidad en el libro Aullido y otros poemas. Sin embargo, cuando la homosexualidad no se expresa en el arte, sino en la vida cotidiana, en los hechos, el Estado, y en buena medida la sociedad, condena estas prácticas. Estamos ante un discurso discriminatorio que, por ejemplo, en la mayoría de países, no reconoce el derecho a contraer matrimonio entre personas del mismo sexo, ni mucho menos adoptar niños. Valdría la pena preguntarse si la comunidad gay realmente debe entrar a ese discurso, o simplemente permanecer fuera. El matrimonio es también una institución regulada y establecida por el mismo Estado que reprime la naturalidad polígama del ser humano y lo urge a reproducir su especie y a participar en el medio de producción capitalista que mantiene los privilegios de las clases altas y la repartición injusta de la riqueza producida por la humanidad. ¿No será conveniente que la comunidad gay —y todos los seres humanos— nos alejemos poco a poco de ese discurso? Pero el matrimonio, de suyo un tema polémico y discutible, no es el tema de este ensayo, así que sigamos con nuestro asunto.

No hay que olvidar que la creación artística está limitada a esa porción de la población que, por diferentes factores, tiene acceso a la llamada alta cultura, a las belles lettres; aunque de vez en cuando haya una que otra excepción. En el caso de Allen Ginsberg, el Estado reconoce su calidad de poeta y figura pública que, por su «genio artístico», tiene permiso para expresar su homosexualidad en los términos que él decida. En su celebre ensayo «La muerte del autor», Roland Barthes nos dice que «el autor es un personaje moderno, producido indudablemente por nuestra sociedad». Y ese personaje moderno, al estar investido por sus cualidades artísticas y de genialidad, tiene permiso, en los hechos, de expresar su homosexualidad abiertamente a través de su arte.

El reconocimiento del Estado hacia las prácticas sexuales entre personas del mismo sexo está vedado para el ciudadano común; y a los artistas se les otorga siempre y cuando permanezca en el terreno del arte, de la ficción. Mientras la homosexualidad se exprese a través de alguna expresión artística, está bien, pero que ahí se quede —diría el Estado—, porque si se expresa abiertamente en la vida real, como hemos dicho líneas arriba, se señala, se reprime y se condena. Bien dice Terry Eagleton en su Una introducción a la teoría literaria que a la literatura «podría definírsela […] como obra de ‘imaginación’, en el sentido de ficción, de escribir sobre algo que no es literalmente real» (11). No es de extrañar que las relaciones homosexuales se escondan y que la decisión de salir del closet sea un parteaguas vital para muchos, cuando en realidad no es otra cosa que una simple cuestión de gusto.

Si bien Allen Ginsberg había declarado sus preferencias sexuales abiertamente antes de que escribiera «Aullido», como se puede leer en la correspondencia que mantuvo con Jack Kerouac, su participación como poeta célebre en la vida pública de Estados Unidos fue un factor decisivo para que el juez dictaminara que su libro no era obsceno.

Los beats no buscaban la fama, pero sí querían que sus obras se publicaran, y aceptaban los riesgos que ello implicaba. Cuando finalmente alcanzaron el reconocimiento del público y un sector de la crítica, entraron, quizá sin quererlo, a la alta cultura de la que se mofaban cuando eran jóvenes escritores en ciernes; y gozaron de las prerrogativas, quizá también sin quererlo, que su nueva investidura de escritores les ofrecía. Prueba de ello fue el fallo del juez a favor de Lawrence Ferlinghetti.

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Jack Kerouac renegó de su fama y de que los hippies lo tomaran como una influencia decisiva en su estilo de vida. Se retiró a distintos lugares dentro de Estados Unidos a vivir con su madre alejado de los reflectores y acompañado por la soledad, la escritura y el alcoholismo. Él quería seguir siendo un vagabundo, un católico budista en busca del Dharma, un escritor desconocido que se niega a participar en los mecanismos del sistema, un beat. Ginsberg, por su parte, participó efusivamente en el movimiento hippie, el verano del amor y la revolución psicodélica de los años sesenta del siglo XX. Parece que la fama le sentó bastante bien y la aprovechó para manifestarse en contra de la Guerra de Vietnam y a favor de la legalización de la marihuana y la liberación de los gays. Lawrence Ferlinghetti recibió una gran publicidad gratuita mediante el juicio en su contra. La obscenidad, el sexo, la homosexualidad y las groserías, temas tabú que el Estado puso en la mesa durante el juicio, fueron la mejor publicidad que pudo tener el libro de Allen Ginsberg porque, como se sabe, lo prohibido es tentador y los lectores quisieron leer aquel poema que tanta controversia había causado.

Sin duda, la publicación de Aullido y otros poemas fue un hito en la historia moderna de la literatura. No solo contribuyó a la consolidación del movimiento beat en Estados Unidos, también permitió ejercer la literatura desde un enfoque distinto al establecido por las clases altas y mostró que la libertad del ser humano no depende de las costumbres impuestas por el Estado y la ideología capitalista. Asimismo, como resultado del juicio en su contra y seguramente sin proponérselo, el Estado dio un gran impulso a la carrera editorial de Lawrence Ferlinghetti. En la actualidad, a poco más de 60 años del juicio, City Lights goza de excelente salud y siguen publicando libros de muy diversa índole, algunos abiertamente en contra del Estado.



Obras citadas

Anaya, José Vicente. Los poetas que cayeron del cielo. La Generación Beat comentada y en su propia voz. México, DF: Casa Juan Pablos e Instituto de Cultura de Baja California, 2001.

Barthes, Roland. «La muerte del autor» en El susurro del lenguaje. Más allá de la palabra y la escritura. Barcelona: Paidós, 2009.

Cook, Bruce. La Generación Beat. Crónica del movimiento que agitó la cultura y el arte contemporáneo. Barcelona: Ariel, 2011.

Eagleton, Terry. Una introducción a la teoría literaria. México: Fondo de Cultura Económica, 2012.

Ferlinghetti, Lawrence. El pulso de la luz. Poesía escogida. Madrid: Salto de Página, 2016.

Howl. Dir. Rob Epstein. Fandango, 2010. DVD.

Kerouac, Jack. Los vagabundos del Dharma. Barcelona: Anagrama, 2009.


La Generación Beat ante la cultura oficial: Crónica de una verdad construida

Por Eduardo Hidalgo

 

En la era del internet, los acontecimientos del mundo se dan a conocer prácticamente en el momento en que suceden. Los medios de comunicación tradicionales (televisión, radio y prensa) han sido rebasados por las redes sociales. Sin embargo, aunque pudiera pensarse que dichos medios han perdido su hegemonía, la siguen ejerciendo a través de las mismas redes que las grandes cadenas de noticias han sabido explotar a su beneficio. Por otro lado, a partir de que se empezaron a difundir noticias falsas en internet, los usuarios buscan las cuentas oficiales de CNN, El Universal, Proceso, Noticieros Televisa, La Jornada –por mencionar algunos ejemplos– para corroborar las noticias que se difunden en la red. Es decir, a pesar de que los propios usuarios pueden convertirse en reporteros y decir prácticamente cualquier cosa en internet, seguimos anclados a los medios de comunicación tradicionales. Lo anterior se explica, en mi opinión, por la adhesión a la estructura de vida que, sin saberlo, nos domina desde el momento en que nacemos; y también porque nos resistimos al cambio.En la era del internet, los acontecimientos del mundo se dan a conocer prácticamente en el momento en que suceden. Los medios de comunicación tradicionales (televisión, radio y prensa) han sido rebasados por las redes sociales. Sin embargo, aunque pudiera pensarse que dichos medios han perdido su hegemonía, la siguen ejerciendo a través de las mismas redes que las grandes cadenas de noticias han sabido explotar a su beneficio. Por otro lado, a partir de que se empezaron a difundir noticias falsas en internet, los usuarios buscan las cuentas oficiales de CNN, El Universal, Proceso, Noticieros Televisa, La Jornada –por mencionar algunos ejemplos– para corroborar las noticias que se difunden en la red. Es decir, a pesar de que los propios usuarios pueden convertirse en reporteros y decir prácticamente cualquier cosa en internet, seguimos anclados a los medios de comunicación tradicionales. Lo anterior se explica, en mi opinión, por la adhesión a la estructura de vida que, sin saberlo, nos domina desde el momento en que nacemos; y también porque nos resistimos al cambio.

Los medios masivos de comunicación tienen el monopolio de la información. Y como tal, ejercen su poder para moldear las opiniones de los ciudadanos para proteger los intereses de las clases altas y de los gobernantes. Algunas de las «verdades» que se difunden a través de la televisión, la prensa escrita y la radio no son más que construcciones temporales que, a fuerza de repetirse, terminan por volverse lugares comunes y aceptadas como ciertas por el grueso de la población. El problema es que no solo se trata de una simple creencia, sino que la verdad, cualquiera que este sea, regula las prácticas sociales. Quien controla la información, controla la sociedad. En otras palabras, las construcciones de las que hablaba líneas arriba tienen efectos en el acontecer cotidiano. El poder de los medios, ejercido a través de ciertos periodistas, analistas e «intelectuales» al servicio del régimen, manipula la opinión pública en detrimento de los intereses de la mayoría. Por mencionar un ejemplo, veamos el caso de Venezuela.

Muchas personas, sin ningún asomo de duda, afirman que Nicolás Maduro es un dictador. Estamos ante un caso de una verdad construida que ni siquiera se cuestiona. Repasemos los hechos. Maduro asumió la presidencia de su país el 19 de abril de 2013, es decir, está próximo a cumplir cinco años en el cargo. Dentro de este periodo, mediante votaciones, los venezolanos eligieron nuevos representantes de la Asamblea –lo que en México equivaldría al Congreso– en 2015. En dichas elecciones, la oposición obtuvo más votos que el partido de Nicolás Maduro y los votos fueron respetados: la oposición tiene mayoría en la Asamblea. Me surgen algunas preguntas: ¿en qué dictadura hay elecciones?; y en caso de que las hubiera; ¿en qué dictadura se respeta el voto en contra del propio dictador?; ¿cuatro años son suficientes para llamar dictador a un presidente?

En Inglaterra, por mencionar un ejemplo opuesto, la reina Isabel ha gobernado su país desde el 6 de febrero de 1952. Es decir, está a punto de cumplir 66 años en el poder. Si bien es cierto que existe la figura del primer ministro, que hace las veces de presidente, el poder que tiene la reina es real y ningún medio masivo de comunicación cuestiona su autoridad. Pero como Inglaterra defiende el llamado neoliberalismo; y es una potencia al servicio de la clase dominante en el mundo; y por ser europeos de raza blanca, nadie afirma que se trata de una dictadura. Inglaterra es, pues, una real y auténtica democracia ante los ojos del mundo, mientras que Venezuela es una dictadura. Este es, pues, un claro ejemplo de verdad construida. Pero como decía líneas arriba, no se queda en la teoría, sino que estas «verdades» regulan la vida en el mundo. Esperemos que no suceda así, pero a nadie le parecerá extraño que Estados Unidos intervenga militarmente para «tirar» a Maduro «el dictador». No será un crimen, ni un genocidio, ni un acto injusto, ni una intromisión en los asuntos políticos del país sudamericano; será, más bien, un acto de justicia en beneficio de la «oprimida» población venezolana. Pero si lo mismo ocurriera en Inglaterra, todos los medios lo condenarían y lo definirían con las primeras palabras que utilicé en la frase anterior; y muchas personas pondrían de fondo la bandera de Inglaterra en su foto de perfil de Facebook y el hashtag #PrayForEngland sería tendencia en Twitter. Pero dejemos el terreno político, en donde hay infinidad de verdades construidas, y pasemos al literario, en donde también las hay.

Recordemos un poco de historia, a propósito de Estados Unidos. La Segunda Guerra mundial terminó, oficialmente, el 2 de septiembre de 1945 con la rendición de Japón. A partir de ese momento, Estados Unidos se erigió como la superpotencia del mundo: el Imperio Romano del siglo xx y lo que va del xxi. Sin embargo, lejos de ser el país humanitario que salvó al mundo del comunismo y de los nazis, Gringolandia se convirtió en el supuesto portavoz de la libertad, el progreso y la democracia y, bajo esta máscara, los gobiernos yanquis han explotado a la clase trabajadora del mundo para favorecer sus intereses y conservar el opulento estilo de vida de las clases altas. A sabiendas de lo anterior, dos jóvenes estadunidenses que nacieron en la segunda década del siglo pasado se desencantaron de su país y se negaron, en la medida de lo posible, a participar en la sociedad consumista y capitalista que su país les proporcionaba. Estos jóvenes fueron Jack Kerouac (1922-1969), nacido en Lowell, Massachusetts; y Allen Ginsberg (1926-1997), nacido en Newark, Nueva Jersey, futuros miembros principales de la Generación Beat. Ambos se conocieron en la Universidad de Columbia, en Nueva York, y tenían un amigo en común: Lucien Carr (1925-2005), quien, a su vez, los presentó con otra de las figuras emblemáticas de la Generación Beat: William Burroughs (1914-1997), nacido en San Luis, Misuri.

 No detallaré en estas líneas los pormenores de la Generación Beat. Para eso recomiendo dos excelentes libros sobre el tema: Los poetas que cayeron del cielo. La Generación Beat comentada y en su propia voz de José Vicente Anaya, publicado en 2001 por Casa San Pablos y el Instituto de Cultura de Baja California; y La Generación Beat. Crónica del movimiento que agitó la cultura y el arte contemporáneo de Bruce Cook, publicado en español (traducción del inglés) en 2011 por la editorial Ariel. Asimismo, al lector interesado en estos temas podrían serle de utilidad las Cartas de Jack Kerouac y Allen Gisnberg, publicadas en español (traducción del inglés) en 2012 por la editorial Anagrama; un libro que registra gran parte de la correspondencia entre estos dos escritores y que muestra su propia visión sobre los acontecimientos que los llevaron a ser los miembros principales de la Generación Beat. Pero si no detallaré en estas líneas los pormenores de este movimiento literario, ¿cuál es el objetivo de este texto?

Lo que intento poner de manifiesto es lo que precisamente acabo de hacer en el párrafo anterior: cuando se escribe sobre la Generación Beat, a menudo se cae en el lugar común de nombrar a los tres miembros principales: William Burroughs, Jack Kerouac y Allen Ginsberg. La importancia de la obra de estos tres escritores es incuestionable, y el estatus de líderes de dicho movimiento –aunque William Burroughs siempre pintó su raya– lo tienen bien merecido. Sin embargo, como lo menciona José Vicente Anaya en su ensayo «Lo que se ignora de la Generación Beat», publicado el 4 de enero de 2013 en Círculo de poesía. Revista electrónica de literatura, «[…] hay un promedio de 70 escritores beats […]». ¿Cómo es posible que, en México, del promedio de 70 escritores beats solo se conozcan tres, y quizá unos cuantos más? La respuesta tiene que ver con lo que discutíamos al inicio de este ensayo: las verdades construidas que imponen los medios masivos de comunicación quienes, a su vez, sirven a los intereses de las clases altas.

Para probar lo anterior, citaré un solo ejemplo de esta «verdad». Me valdré de un conocido escritor mexicano célebre por su irrupción en la literatura mexicana en la década de los sesenta del siglo xx: José Agustín. En su libro La contracultura en México, el autor de La tumba relata de la siguiente manera el surgimiento de este movimiento:

En 1945, los jóvenes escritores Jack Kerouac y Allen Ginsberg […] conocieron, cada quien por su lado, a William Burroughs en la Universidad Columbia de Nueva York. Burroughs […] era un gran conocedor de literatura, sicoanálisis y antropología; además le gustaba la morfina y la heroína. De más está decir que impresionó profundamente a los chavos, quienes lo tomaron como una especie de tutor, de gurú, a la vez que establecían una gran amistad entre ellos dos. Más tarde se les unieron los poetas Gregory Corso y Gary Snyder, el novelista John Clellon Holmes y el loco de tiempo completo Neal Cassady […]. Todos coincidían en una profunda insatisfacción ante el mundo de la posguerra, creían que urgía ver la realidad desde una perspectiva distinta y escribir algo libre como las improvisaciones del jazz, una literatura directa, desnuda, confesional, coloquial y provocativa, personal y generacional; una literatura que tocara fondo (21-22).

Sería injusto decir que José Agustín pretende hacer un estudio profundo de la Generación Beat, porque no es así. La cita anterior es, más bien, un fragmento de ocho páginas que el autor de De perfil dedica en su libro La contracultura en México al movimiento que nos ocupa. José Agustín habla de la Generación Beat (así como de los pachucos, los existencialistas y los hippies) como una forma de establecer las bases que permitieron, a su juicio, la existencia de un movimiento contracultural en México. Por lo tanto, las líneas que dedica al tema solo bordean la superficie y no podemos objetarle la falta de información porque, evidentemente, se trata de generalidades. Sí se echa de menos, sin embargo, que José Agustín solo mencione a unos cuantos escritores beats. A lo largo de su disertación, solo menciona a 17 escritores (recordemos que el promedio es 70). Y no es que cualquier escrito sobre la Generación Beat deba tener una lista de los todos los miembros, pero sí sería deseable que al menos se mencionara el número aproximado. Si bien José Agustín menciona a 17, el énfasis siempre recae en los tres principales, cuyos nombres ya supondrá el lector. Desconozco las razones por las cuales el escritor acapulqueño no mencione que, aparte de la Santa Trinidad de la Generación Beat, hay muchos miembros más de este movimiento. Lo que me queda claro es que el lector podría quedarse con la impresión de que la Generación Beat fue un movimiento literario que tuvo pocos miembros. José Agustín es un escritor apreciado por los jóvenes lectores y, a pesar de hallarse del lado rebelde de la literatura, su palabra pesa en la intelectualidad oficial, en donde se reconoce que William Burroughs, Jack Kerouac y Allen Ginsberg son los tres miembros más importantes (y tal pareciera que únicos) de la Generación Beat.

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No he querido culpar a José Agustín del hecho que he intentado manifestar en estas líneas. Pienso que sus intenciones al escribir sobre la Generación Beat en su libro La contracultura en México son bien distintas. Lo tomo como ejemplo para mostrar que las verdades construidas en la literatura, así como en política, regulan el pensamiento de las personas y, por lo tanto, las prácticas con las que se desenvuelven en la sociedad. Para cualquiera que se acerque a algún libro de cualquier escritor beat, resultará claro que se trata de una literatura antiintelectual, anticonvencional, antisistema, antivalores tradicionales de la sociedad gringa de mediados del siglo pasado, anticapitalismo, anticonsumismo. Se trata, más bien, de una literatura que refleja un estilo de vida en donde la sexualidad (incluidas las relaciones entre personas del mismo sexo) se disfruta sin tapujos, sin el discurso represor de la moralidad cristiana; en donde el consumo de sustancias para alterar la conciencia es visto como una práctica no para escapar de la realidad, sino para aumentarla; en donde hay un constante rechazo del mundo laboral porque esclaviza al ser humano; en donde el vagabundo es visto como un ser en busca de libertad; en donde no hay un culto al dinero; en donde la religiosidad se expresa en el mundo cotidiano (bien decía Ginsberg que todo es sagrado) y no en el falso discurso redentor de los sacerdotes en la misa dominical; en donde el matrimonio es antinatural al ser humano, y no la base de la felicidad; en donde el ser humano no busca acumular riquezas a costa de los demás, sino que reconoce que no se necesita mucho dinero para ser feliz, entre otros preceptos.

En pocas palabras, y a pesar de algunas posturas de ultraderecha que mostró Kerouac en sus últimos años, los escritores de la Generación Beat, como decimos en México, estaban gruesos. No es de extrañar que los hippies (la generación juvenil que los precedió) los hayan tomado como base para construir su ideología de amor, paz, ecologismo, revolución, liberación sexual y expansión de la conciencia. No resulta difícil concluir que estos escritores representaron una amenaza para la estabilidad del sistema. Y el sistema, como acostumbra en estos casos, construye, a través de los medios a su disposición, «verdades» que intentan ningunear, acallar, anular, vilipendiar, denostar y extinguir las voces en su contra, como sin duda lo fueron los libros de los escritores beats. En su tiempo, los medios oficiales de Estados Unidos los tachaban de drogadictos, homosexuales, vagabundos sin oficio ni beneficio, rebeldes sin causa e, incluso, de criminales. Todos estos motes, evidentemente, se usaban en el peor de los sentidos. Si los beats irrumpieran en el México de hoy, seguramente serían circunscritos en la categoría de chairos, locos, marihuanos, vagos, ninis, etc. Y ya que hablamos de México, las vacas sagradas de la cultura oficial mexicana de la segunda mitad del siglo xx y lo que va del xxi siempre han considerado sus libros como subliteratura. Los beats, sean tres o 70, en los hechos, no son incluidos en antologías (salvo en las temáticas, claro); no se imprime mucha tinta en hablar de ellos; no merecen pertenecer a la categoría de «grandes escritores». Son, más bien, una moda literaria que influyó en las mentes débiles de los jóvenes contestatarios de la segunda mitad del siglo pasado; un grupo de escritores que no merecen ser leídos porque sus vidas no fueron «ejemplares»; un colectivo dionisiaco que debe ser extinguido por su rechazo a la moral y a las buenas costumbres de la sociedad burguesa y la clase dominante de la época en que les tocó vivir que, a punto de finalizar la segunda década del siglo xxi, siguen siendo, en esencia, las mismas.

¿Por qué cuando se habla de los beats casi siempre se menciona solo a tres de sus miembros?; ¿por qué las revistas académicas y especializadas no hablan del tema? Comprendo que los intereses de algunos académicos e intelectuales no sean los mismos que los del autor de estas líneas, pero, ¿por qué no hay muchos ensayos sobre los beats como sí los hay de Octavio Paz, Alfonso Reyes, Jorge Luis Borges, William Shakespeare, Marcel Proust y Johann Wolfgang von Goethe?; ¿será por la necesidad de extinguir su voz para preservar el establishment de la cultura oficial?; ¿será porque, efectivamente, no son tan buenos como los escritores que acabamos de mencionar?; ¿será porque esta verdad construida conviene a los intereses de las mafias culturales impuestas desde las clases altas?; ¿será porque los recitales de los poetas alabados por la academia nunca han estado tan concurridos como el célebre recital en la Six Gallery de San Francisco en donde Allen Ginsberg leyó «Aullido» por primera vez?

Por otro lado, ¿necesitarán los beats el reconocimiento de la academia?; ¿los lectores necesitaremos ensayos escritos por «intelectuales» que nos «expliquen» sus obras?; ¿serán necesarias tesis doctorales sobre los beats que solo leen los tutores del doctorando?; ¿o ensayos en revistas especializadas dirigidas a la misma comunidad académica y fuera del alcance de los lectores?; ¿no será mejor permanecer fuera de ese discurso?; ¿no será mejor estar del lado de las letras rebeldes (aunque eso no quiera decir que no disfrutemos de la obra de los «grandes escritores»)?; ¿no será mejor pelear a la contra?; ¿no será mejor tener una actitud francamente valeverguista ante las actitudes de la academia?; ¿una actitud francamente beat?

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No pretendo responder las preguntas anteriores. Creo, más bien, que para criticar algo (una actitud, una «verdad», un discurso, una opinión o creencia generalizada) es necesario conocerlo. Tampoco es mi intención desvalorizar las opiniones de la academia en contra de la Generación Beat porque, finalmente, forman parte de todo el conjunto de juicios formulados alrededor de este grupo. No hay que casarse con una valoración en particular, sino cotejarla con otras (a favor y en contra), y con la propia, para tener un dictamen más completo, más informado. Mi propósito ha sido, en todo caso, mostrar que ciertas «verdades» son construidas pero que no necesariamente son ciertas, como es el caso de algunas cosas que se dicen sobre la Generación Beat.

Para terminar, tomemos en cuenta que William Burroughs, Jack Kerouac y Allen Ginsberg son los tres escritores más visibles de este movimiento literario, pero no los únicos. Al lector interesado en un compendio más completo de los miembros de la Generación Beat, lo remito a los libros mencionados anteriormente y al artículo «Lo que se ignora de la Generación Beat» de José Vicente Anaya, publicado en Círculo de Poesía. Revista electrónica de literatura, que puede consultarse en la red. Valdría la pena echarle un ojo a estos textos no para tener una visión más completa de la Generación Beat, pero sí menos sesgada. Finalmente, para quien realmente desee tener un juicio propio en torno a los escritores beats, existe una necesidad de conocer más de lo que se muestra en la superficie, más de lo que dice la academia y, definitivamente, conocer la obra de más escritores de este movimiento literario que cimbró las estructuras de la ideología dominante en los Estados Unidos de la segunda mitad del siglo xx. Y ya con esos elementos en mano, ahora sí, que el lector decida y tome partido.


 

Obras citadas

Agustín, José. La contracultura en México. La historia y el significado de los rebeldes sin causa, los jipitecas, los punks y las bandas. México, DF: Random House Mondadori, 2006.

Anaya, José Vicente. «Lo que se ignora de la Generación Beat». Círculo de poesía. Revista electrónica de literatura. 2013: http://circulodepoesia.com/2013/01/lo-que-se-ignora-de-la-generacion-beat/


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Manifiesto Populista – Ferlinghetti


MANIFIESTO POPULISTA
LAWRENCE FERLINGHETTI
Poetas, salgan de sus armarios,
abran sus ventanas, abran sus puertas,
han estado hibernando demasiado tiempo
en sus mundillos cerrados.
Desciendan, desciendan
de sus Russian Hills, de sus Telegraph Hills,
sus Beacon Hills y sus Chapel Hills,
de los Montes Análogos y de Montparnasses,
bajen de sus estribaciones y montañas,
salgan de sus tepees y de sus domos.
Los árboles siguen cayendo
y nosotros no vamos ya a los bosques.
No tenemos tiempo para sentarnos allí
mientras un hombre incendia su propia casa
para rostizar un puerco.
No más cantos de Hare Krishna
mientras arde Roma.
San Francisco se quema,
el Moscú de Mayakovsky quema
los combustibles fósiles de la vida.
La Noche y el Caballo se acercan
devorando luz, calor y fuerza
y las nubes llevan pantalones.
No son tiempos para que el artista se esconda
en las alturas, más allá, detrás de la escena,
indiferente, emparejándose las uñas,
refinándose hasta perder la existencia.
No es tiempo para nuestros pequeños juegos literarios,
no es tiempo para nuestras paranoias e hipocondrías,
no es tiempo para tener y detestar,
es tiempo sólo para la luz y el amor.
Hemos visto a las mejores cabezas de nuestra generación
desplomarse de aburrimiento
en las lecturas de poemas.
La poesía no es una sociedad secreta,
tampoco es un templo.
Las palabras secretas y los cánticos ya no sirven.
La hora de los cantos om ha terminado,
el tiempo de la intensidad ha llegado,
es tiempo de entusiasmarse y de regocijarse
del cercano fin
de la sociedad industrial,
dañina para la tierra y el hombre.
Es tiempo de mirar hacia delante
en completa posición de loto
con los ojos bien abiertos,
es tiempo ya de abrir la boca
con un nuevo discurso,
es tiempo de comunicarse con todos
los seres sensibles,
todos ustedes «Poetas de las ciudades»
colgados en museos, incuyéndome a mí,
poetas que escriben poemas acerca de la poesía,
todos ustedes poetas de lenguajes muertos y deconstruccionistas,
todos ustedes poetas de talleres
en el corazón rural de América,
ustedes los Ezra Pound caseros,
todos ustedes poetas excéntricos y alucinados,
poetas concretos pre-acentuados,
poetas cunnilingus,
todos ustedes poetas de excusados públicos
que gruñe con graffitis,
todos ustedes libertinos del metro
que nunca se han columpiado de abedules,
ustedes los maestros del haiku de aserradero
en las Siberias norteamericanas,
ustedes los irrealistas sin visión,
ustedes los superrealistas que se ocultan a sí mismos,
ustedes los visionarios de recámara,
los agitopropagandistas de clóset,
ustedes los poetas Groucho-marxistas
y camaradas de la clase acomodada
que se la pasan acostados todo el día
y hablan de la clase trabajadora proletaria,
ustedes los católicos anarquistas de la poesía,
ustedes los Montañeses Negros de la poesía,
ustedes los Brahamanes de Boston y bucólicos de Bolinas,
ustedes madres sobreprotectoras de la poesía,
ustedes los hermanos zen de la poesía,
ustedes amantes suicidas de la poesía,
ustedes profesores velludos de la poesía,
ustedes los reseñadores de la poesía
que se beben la sangre del poeta,
ustedes los Policías de la poesía:
dónde están los niños salvajes de Whitman,
dónde las grandes voces haciéndose oír
con ese sentimiento de dulzura y sublimidad,
dónde la nueva gran perspectiva,
la nueva visión del mundo,
la gran canción profética
de la inmensa tierra
y de todo lo que en ella canta,
y nuestra relación con ella.
Poetas, desciendan
una vez más a las calles del mundo
y abran los ojos y las mentes
con el antiguo regocijo visual,
aclaren su voz y hablen firmemente.
La poesía ha muerto, viva la poesía
de ojos terribles y fuerza de búfalo.
No esperan a la Revolución
o ésta se irá sin ustedes,
dejen de tartamudear y exprésense
con una nueva poesía abierta
con un nuevo recubrimiento público comunosensual
con otros niveles subjetivos
u otros niveles subversivos,
con un diapasón en el oído interno
para golpear bajo la superficie.
Canten de su propio y dulce yo
y sin embargo profieran la palabra en masa
para llevar al público
a lugares más encumbrados
que a los que otras ruedas puedan llevarlo
La poesía aún desciende de los cielos
a las calles todavía abiertas.
No se le han levantado aún barricadas,
y las calles todavía se animan de rostros,
de bellos hombres y mujeres que caminan por allí,
aún hay criaturas adorables por dondequiera,
y en los ojos de todos el secreto de todos,
aún sigue enterrado,
los hijos salvajes de Whitman aún duermen allí,
despierten y salgan a caminar al aire libre.







Febrero 1975,
San Francisco 

Canción, de Allen Ginsberg




CANCIÓN


El peso del mundo
            es el amor.
Debajo de la carga
            de la soledad,
debajo de la carga
            de la insatisfacción

            el peso,
el peso que llevamos
            es el amor.

¿Quién lo puede negar?
            En sueños
toca
            el cuerpo,
en los pensamientos
            construye
un milagro,
            en la imaginación
se angustia
            hasta nacer
humano-

mira desde el corazón
            ardiendo de pureza-
porque el peso del mundo
            es el amor,

pero llevamos la carga
con agotamiento,
y así es que debemos descansar
en los brazos del amor
al fin,
debemos descansar en los brazos
            del amor.

No hay descanso
            sin amor,
no hay sueño
            sin sueños
de amor-
            estés loco o tiritando
obsesionado con ángeles
            o máquinas,
el último deseo
            es amor
-no puede ser amargo,
            no puede negarse,
no lo podemos retener
            si se niega:

su carga es demasiado pesada

            -debe dar
sin recibir
            como el pensamiento
se da
            en soledad
con toda la excelencia
            de su exceso.

Los cuerpos cálidos
            brillan juntos
en la oscuridad,
            la mano se mueve
al centro
            de la carne,
la piel tiembla
            de felicidad
y el alma viene
            alegre al ojo-

sí, sí,
            eso es
lo que quería,
lo que siempre quise,
lo que siempre quise,
            regresar
al cuerpo
            en donde nací.


*Traducción de Tom Maver

Tres poemas de Bob Kaufman


Bob tuvo el mejor deseo que un poeta Beat pudo haber tenido: quería ser olvidado. Y por eso se negaba a escribir su trabajo poético. Pasaba mucho tiempo en las calles, vagabundeando y bebiendo. Improvisando como un músico de jazz en una sesión de Jam. Fue quizá el mejor exponente del be bop en las letras de mediados del siglo XX. Pasó mucho tiempo en la cárcel por “alterar el orden público y escandalizar” —y por supuesto, por ser negro—, dada su costumbre de comenzar a recitar a los gritos en cualquier esquina, bar o local que se le atravesara.
 
Parte del Renacimiento poético de San Francisco,  Bob tiene unos cuantos libros publicados: Solitudes Crowded with Loneliness (1965), Golden Sardine (1967), Ancient Rain: Poems 1956-1978 (1981) y Cranial Guitar: Selected Poems by Bob Kaufman (1996).
 
De no ser por su esposa y  amigos —los demás beats, como Kerouac, Corso, Ginsberg y Ferlinghetti —, quienes procuraban capturar al vuelo los recitales o grabarlo en cintas magnetofónicas, no habría testimonio de su poesía be bop.
 

Hasta ahora, en México hay textos suyos en dos traducciones:

Trozos de mí, Editorial Laberinto.
Una tribu de salvajes improvisando a las puertas del infierno: Antología Beat, editado por la UANL.

 
 
MISIONES PROFANAS
 
Quiero que me entierren en un cráter anónimo en la luna.
Quiero construir minigolfs en todas las estrellas.
Quiero probar que la Atlántida fue un sitio de veraneo para el hombre  de las cavernas.
Quiero probar que la ciudad de Los Angeles es una broma que nos gastaron los seres superiores de un planeta simpático.
Quiero denunciar al Cielo, un sanatorio exclusivo, repleto de ricos psicópatas que creen poder volar.
Quiero demostrar que la Biblia se publicó en una revista  romana para niños.
Quiero probar que el sol nació cuando Dios se quedó dormido con un  cigarro encendido, exhausto tras una dura noche como juez.
Quiero probar de una vez por todas que no estoy loco.
 
 
EN 
 
En prisioneras esquinas de deseos embriónicos, ahogadas en una gota de heroína.
En prisioneras esquinas de vuelos estacionarios para sonar los bolsillos llenos en el espacio.
En neuro-esquinas de cerebros desnudos y desesperados electro-cirujanos.
En alcoholizadas esquinas de discusiones inútiles y cronísticas crudas.
En televisivas esquinas de literarios cornflakes y rockwells América impotente
En universitarias esquinas de intelecto a la medida y abrecartas griegos.
En militares esquinas de muertes megatónicas y anestesia universal.
En religiosas esquinas de quintillas teológicas y
En radio esquinas de grabaciones eternas y eventos estáticos.
En publicitarias esquinas de helados con filtro e instantáneos instantes.
En adolescentes esquinas de seducción de libros de comics y guitarras corrompidas.
En políticas esquinas de candidatos buscados y mentiras rituales.
En cinematográficas esquinas de lassie y otros símbolos.
En intelectuales esquinas de terapia conversacional y miedo analizado.
En periodísticas esquinas de encabezados sexys e historietas escolares.
En divididas por el amor, esquinas de -muera ahora pague después- funerarias.
En filosóficas esquinas de criminales semánticos y traficantes de ideas.
En clasemedieras esquinas de pubertad de escuela privada y revueltas anatómicas.
En ultra-realistas esquinas de amor en montañas rusas abandonadas.
En esquinas de poetas solitarios, de hojas que yacen por lo bajo y de ojos de profetas enmohecidos.
 
 
POEMAS DE LA CÁRCEL
 
1
Estoy sentado en una celda con vista hacia malignas paralelas
esperando que el trueno me astille en mil pedazos.
No es suficiente estar enjaulado con uno mismo;
quiero sentarme frente a cada prisionero en cada agujero.
Las puertas se deslizan y golpean. Cada portazo una conclusión, ¡bang!
El yonqui desapareció en un ruido rojo; se drogaba para sacarse un infierno.
El fragante borracho se enorgullece porque no fuma,
huellas de dedos sobre negras lápidas de tinta,
ruidos de angustia filtrándose a través de paredes de acero, rompiéndose,
alcanzan mi dolor. Me hago parte de alguien más para siempre.
El acento salvaje de los criminales me resulta más dulce que el zumbido de los policías,
ocupados en clausurar las escotillas de estas almas; carga
destinada a puentes de acusaciones, muelles de culpas.
¿Qué comen los policías, viejo Sócrates, aún prisionero?
 
2
Pintor, píntame una cárcel enloquecida, dementes celdas de acuarela.
Poeta, ¿qué edad tiene el sufrimiento? Escríbelo en plomo amarillo.
Dios, hazme un cielo sobre mi techo de vidrio. Necesito estrellas
para guiarme en esta atmósfera de gritos e infiernos particulares,
entradas y salidas, adentro… afuera… arriba… abajo. El balancín municipal.
Yo—aquí—ahora—óiganme—aquí—ahora—siempre aquí de alguna manera.
 
3
En un universo de celdas, ¿quién no está preso? Los carceleros.
En un mundo de hospitales, ¿quién no está enfermo? Los médicos.
Una sardina dorada está nadando en mi cabeza.
Ah, sabemos algunas cosas, hermano, sobre algunas cosas
como el jazz y las cárceles y Dios.
El sábado es un buen día para ir a la cárcel.
 
4
Ahora nos dan un nuevo formulario, tembloroso como gelatina,
que demuestra que cualquier muchacho puede ser presidente de Muscatel.
Le odian porque es uno de Ellos.
Desnudez no planeada, salpicada de gris; dedos
pestilentes aferrados a la poceta. El Sr. América se quiere bañar.
¡Mira! En el piso, acostado sobre el rostro de América,
una estrella de cine que ha actuado en un millón de noticieros.
¿Qué estoy haciendo?, ¿sentir compasión?
Cuando salga colaborará con mi asesinato.
Probablemente odia estar vivo.
 
5
Tuercas y tornillos resonando en su estómago, revueltos.
La sociedad se ha hecho pedazos en su barriga, hinchada.
Mira el gran molino americano, inclinándose hacia dentro,
bueno y sólido, como los que embriagaron América.
El éxito escrito en todo su culo rayado por las calles.
Exitoso éxito, cuarenta jonrones en un solo inning.
Deja de sufrir, Jack, no nos puedes engañar. Lo sabemos.
Este es el mejor país del mundo, ¿no lo es?
No lo logró. Borracho en la Celda 3.
 
6
Han pasado demasiados años en este breve lapso.
Mi alma reclama una caverna propia, como el dios del Jainismo;
mas debo lograr que continúe, ruda como el jazz, relumbrando
en esta oscura selva de plástico, tierra de largas noches, heladas.
Mi ombligo es un botón que aprieto cuando quiero salir de mí.
¿Soy algo más que una masa de entrañas y toscos tejidos?
¿Debo romperme los huesos? ¿Beber mi sangre, diluida en vino?
¿Debería arrancar viejas tristezas de mi pecho?
No otra vez,
esas antiguas bolas de fuego, engullidas con ardor, déjenlas.
Déjenme escupir vapores de introspección, pedazos de mí,
así, cuando me vaya seguiré estando en el aire.
 
7
Alguien que soy no es nadie.
Algo que he hecho no es nada.
Algún lugar que he visitado no está en ninguna parte.
No soy yo.
¿A qué respuestas
debo buscar preguntas?
Debo encontrar ciudades
para estas calles ajenas.
Gracias a Dios por los beatniks.
 
8
Toda la noche el hedor de personas que se pudren,
el vaho que surge de piras de hombres vivos,
satura mi nariz de repugnancia gaseosa,
ahogando en lágrimas mis expuestos ojos.
 
9
Vendedor ambulante de Dios, reventándome el tímpano
con la parte más aburrida de un libro bueno y sensual,
impaciente por el lunes y las calculadoras.
 
10
Perros de ojos amarillos silbando en la noche.
 
11
El bebé vino hoy a la cárcel.
 
12
Un día más al infierno, lleno de glándulas flotantes.
 
13
La cárcel, un cubo de metal enorme y hueco
colgado de la luna por una cadena de plata.
Johnny Appleseed la cortará un día.
 
14
Tres largos hilos de luz
trenzados en un rayo.
 
15
Soy aprensivo en cuanto a mi futuro;
mi pasado me ha dado la espalda.
 
16
Veo sombras formándose en la pared,
imágenes del deseo que se protegen de mis ojos.
 
17
Después de pasar toda la noche construyendo un sueño,
vino la mañana y me cegó con su luz.
Ahora busco, entre montañas de cáscaras de huevos,
el maldito sueño que nunca quise.
 
18
Sentado aquí escribiendo cosas en el papel,
en lugar de clavar mi lápiz en el aire.
 
19
La Batalla de los Fracasos Monumentales, crispada;
ambos bandos anhelan una limpia derrota.
 
20
Ahora veo la noche, abrumando silenciosamente el día.
 
21
Atrapado en las imaginarias redes de la conciencia,
lloro por mis actos, mas continúo creyendo.
 
22
Deberían construir las ciudades en un solo lado de la calle.
 
23
Las personas que no arrojan sombra
nunca mueren de pecas.
 
24
El fin siempre llega de último.
 
25
Nos sentamos en una mesa
devorándonos palabra por palabra
hasta que no quedó nada, esqueletos repulsivos.
 
26
Estoy sentado escribiendo, sin atreverme a parar,
por miedo a ver lo que está fuera de mi cabeza.
 
27
Listo, Jesús, ¿ves que no dolió ni un poco?
 
28
Temo seguir a mi propia carne hasta esas angostas
anchas rígidas blandas camas mujeriles, pero lo hago.
 
29
Eslabón por eslabón, forjamos la cadena.
Luego, al descubrirla alrededor de nuestros cuellos,
nos espantamos.
 
30
Nunca he visto una hogaza poética silvestre de pan,
pero si la viera, me la comería con corteza y todo.
 
31
¿Desde qué lejanos años vienen los bebés?
 
32
Universalidad, dualidad, totalidad… uno.
 
33
El anormal que balbuce en el suelo
alguna vez fue un hombre que gritaba sobre las mesas.
 
34
Ven, ayúdame a aplanar una gota de lluvia.
 
Escrito en la Cárcel de la ciudad de San Francisco
Celda 3, 1959.
 

Presentación y adaptación al español, Odeen Rocha para Barbas Poéticas, 2013.

Recientemente publicado en el libro POESÍA BEAT, de Buenosaires Poetry y AEREA, 2017.