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OPIUM – La Argentina Beatnik

Descubre cómo la Beat Generation influyó en la cultura argentina de los años 60, dando vida al movimiento OPIUM. Sumérgete en las historias de rebeldes literarios y en la vida acelerada de Marcelo Fox, un ícono inolvidable. ¿Listo para conocer este fascinante capítulo de la contracultura sudamericana?

Como lo hablamos la última vez, la literatura puede cambiar al mundo de muchas maneras.

La influencia de la Beat Generation dio un salto hacia el otro lado del Atlántico para ponerle nombre al grupo más influyente de la historia del rock del siglo XX, pero también llegó hasta el extremo sur de América para posarse en la mente de una sociedad que venía de un golpe de Estado y que necesitaba un poco de aliento hacia esa luz al final del túnel que suele haber en situaciones de gran esfuerzo: la libertad,


Y la libertad suele tener muchas caras.

En los sesenta, esta pandemia cultural que inició nuestro querido Jack con «On the Road» unos pocos años antes, llegó a la Argentina para formar dos corrientes: OPIUM y Sunda.

En este caso nos detendremos en la primera, para poner a la vista del refinado lector de esta su revista favorita, el documental que detalla su paso por la cultura argentina y las peripecias de las que fue protagonista.

En los años sesenta había en Buenos Aires un grupo de escritores que, influenciados por el movimiento beatnik americano, se hacían llamar Opium. Anárquicos, rebeldes con causa, poblaban las noches porteñas en bares como El Moderno, promoviendo un movimiento diferente para una época diferente. Esta película trata no sólo de Opium, sino de la propia década de los sesenta y sus protagonistas colaterales.Diego Arandojo

Acerca de estos movimientos sudamericanos, la editorial Caja Negra sacó en 2016: Argentina Beat: Derivas literarias de los grupos OPIUM y Sunda.

Uno de los autores que destacan durante el documental es Marcelo «el gordo» Fox que, aunque no formó parte del movimiento OPIUM, sí fue uno de los autores más recordados por su atrevimiento, locura y vida acelerada ¿nos suena de algo?

Cada país tiene su prototipo de artista desenfrenado y genio (si no fuera así, no existiría la cultura). Marcelo Fox lo fue en la Argentina de los 60 con sus dos libros: Invitación a la masacre y Señal de fuego.

Fox se paseaba por las calles gritando «¡Soy un nazi! ¡Soy comunista!», así que ya podemos imaginar el tamaño de huella que dejó en la sociedad y cultura de su época.

Actualmente, sus libros son difíciles de hallar o extremadamente caros en manos de coleccionistas, pero aquí dejamos, para concluir, un fragmento de Invitación a la masacre:

«Creo que quedamos pocos. Unos cuantos hombres. No lo sé en realidad. Quizá yo sea el último. Me han recluido en una especie de celda. Espero. Pienso. Soy o no soy culpable. He ahí el problema. Un problema para matar el tiempo. Ya nada por el estilo tiene importancia. La Progresión es implacable. Fui su instrumento ocasional. Pudo ser cualquier otro de no ser yo quien diera conciencia a las máquinas. Ahora sólo acero y aceite. Válvulas y sistemas electrónicos. Circuitos de ácido y uranio. Nada escapa a la perfección. El Nuevo Orden reina. Hasta que se derrumbe como se derrumbó la humanidad al paralizarse bajo el peso de las contradicciones ontológicas que ya le era imposible resolver.

No vimos el peligro que crecía a medida que aumentaba la evolución de las estructuras vivientes de metal. Aunque lo hubiéramos visto nada podríamos haber hecho. Tarde o temprano hubiéramos sido desplazados lo mismo. Todo lo que existe merece morir una vez que ha perdido su ritmo en la carrera en pos del Infinito. Cuando creamos el primer instrumento para ahorrar trabajo dimos a luz la estirpe de las que serían nuestras sepultureras. La máquina se fue complicando. Haciéndose cada vez más poderosa y autónoma. Hasta que tuvo conciencia de sí. De su poder. De que ella era realmente la que todo lo creaba y nada recibía en cambio. Entonces comenzó la más pulcra y exacta rebelión de la historia. Antes de que los hombres se dieran cuenta qué pasaba ya habían desaparecido. Salvo los pocos que hasta ahora fuimos aparentemente perdonados. No sé por qué.


El cerebro me duele. Sudo. Quisiera dormir largamente. Olvidar que existo. Olvidar esta pesadilla. Despertar y volver a encontrar los campos de soya maduros. Autoplanos en los niveles. Caminos rodantes funcionando. Las risas y el brillo de las calvas de las mujeres. Qué bien marchaba el mundo. Cómo era de dichosa la humanidad entera. Sólo restaba seguir aumentando la felicidad por medio del desarrollo de la técnica luego que destruido todo lo que se opusiera a su avance se supuso que el planeta había pasado a una etapa cualitativamente superior de organización. Ilusiones. Espejismos de sombras. El cáncer metálico se expandía a nuestro alrededor preparándose para el momento de aplastarnos. Ya pagamos nuestra ceguera de no escuchar las voces de aquellos pocos a quienes les hicimos rectificar neutrónicamente el cerebro por predicar la inminencia de la catástrofe. A veces me expreso como si lo inevitable se hubiera podido evitar.

No. No era posible. Lo peor es la incertidumbre. Qué van a hacer conmigo. Con nosotros los náufragos. «

Si te quedaste con ganas, puedes consultar esta entrevista con los editores Matías Raia y Agustín Conde De Boeck, artífices de Vida, obra y milagros de Marcelo Fox, publicado en 2021 por Borde Perdido.


Marcelo Fox se arrojó a las vías del tren en 1972. Tenía 30 años.

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