En este poema, Crowley expresa una visión extensa y apasionada sobre el significado de la vida, en términos de religión, placer, individualidad y rebelión. Expresa sus opiniones sobre las restricciones de la religión, al tiempo que utiliza referencias bíblicas como una metáfora de lo insignificante de la vida.
Crowley se refiere a la vida como «una máquina impecable», lo que implica la repetición existente en la vida humana. El autor cree firmemente que la raza humana es un «sin sentido», como si la gente trabajara en un ciclo interminable sin lograr absolutamente nada. Incluso llega al punto de decir que la muerte es el «clímax» de la vida, una expresión más de las oscuras opiniones del poeta/brujo. A lo largo de este poema, Crowley constante y consistentemente usa una combinación de imágenes y referencias bíblicas para transmitir su mensaje. Por ejemplo, al comienzo de la segunda estrofa, el poema cita: «Su cuerpo: un radiante rubí sangriento / Con noble ímpetu, Lucifer, con alma de sol / Barrido a través del amanecer colosal, raudo transversal». Esta cita en particular describe las características físicas de Lucifer-Satanás, una figura bíblica notoria por su naturaleza traicionera, engañosa y astuta.
He aquí, entonces, un final potente a todas estas imágenes y que resume la visión de Aleister Crowley respecto al significado de la existencia misma: La Clave de la Alegría es la desobediencia.
HIMNO A LUCIFER
Consúmete, ni por bien ni por mal, ¿qué objetivo tiene actuar? Sin su clímax, la muerte, ¿qué sabor posee la Vida? Una máquina impecable, exacta, camina por un sendero necio y fútil. Para saciar apetitos brutales, su única satisfacción. ¡Qué tediosa capacidad para comprenderse a sí mismo! Aún más, nuestro noble elemento de ígnea la naturaleza, amor en espíritu, incomprensible La vida no tiene primavera, ni eje, ni fin.
Su cuerpo: un radiante rubí sangriento De noble ímpetu, Lucifer, con alma de sol Barrido a través del amanecer colosal, raudo transversal, En el imbécil perímetro del Edén. Él bendijo a la nada con toda maldición Y condimentó con tristeza el alma aburrida de los sentidos, Vida respirada en el universo estéril, Con Amor y Conocimiento desterró la ingenuidad La Clave de la Alegría es la desobediencia.
— Aleister Crowley
HYMN TO LUCIFER
Ware, nor of good nor ill, what aim hath act? Without its climax, death, what savour hath Life? an impeccable machine, exact He paces an inane and pointless path To glut brute appetites, his sole content How tedious were he fit to comprehend Himself! More, this our noble element Of fire in nature, love in spirit, unkenned Life hath no spring, no axle, and no end.
His body a bloody-ruby radiant With noble passion, sun-souled Lucifer Swept through the dawn colossal, swift aslant On Eden’s imbecile perimeter. He blessed nonentity with every curse And spiced with sorrow the dull soul of sense, Breathed life into the sterile universe, With Love and Knowledge drove out innocence The Key of Joy is disobedience.
— Aleister Crowley
Traducción de J. M. Lecumberri para Barbas Poéticas, enero 2018.
Amemos pues, depuremos pues, las puertas de la percepción hacia el infinito. Seamos, por un momento y quizá para siempre: INMACULADOS.
Bonne nuit, Monsieur Morrison: Hemos venido a morir.
I. When the music’s over, turn out the lights
Le poète se fait voyant par un long,
immense
et raisonné dérèglement de tous les sens. [1]
—Arthur
Rimbaud
En medio de una mar de gente, entre cientos de cabezas y melenas
sudorosas, la adrenalina y la ansiedad están al tope por lo que escuchan —y por
lo que están a punto de escuchar—. Entonces, todos dirigen su mirada en trance
hacia el mismo punto. Ahí, derrumbado sobre una tarima adornada con
instrumentos de metal, madera y plástico, él sostiene entre sus manos un micrófono.
El cable serpentea alrededor de sus piernas y pasa por los pliegues de una
camisa que separa su abdomen del infinito. Siempre en movimiento, su cabellera
ondulada —que años más tarde coronaría a miles de mentes de esa generación—
enmarca un par de párpados cerrados. Ahí se encuentra un profeta, quizá uno de
los verdaderos —es probable que el último— que pisó los convulsos años que
dieron vida al siglo XX.
Ése era el espíritu de un joven de dos décadas y un poco más que desde
hacía casi dos años sacudía y masturbaba las conciencias de una adolescencia
que traía sobre sus hombros una vida entera de clamar por un mesías. Y esos
jóvenes enardecidos no sólo estaban a punto de ungir a su ansiado prototipo de
mago, de guía espiritual; sino que estaban —quizá sin saberlo— a punto de
presenciar el nacimiento de un chamán.
Un solo hombre —su mirada, su voz, su cabellera y un par de pantalones
ajustados— sería capaz de transformar su realidad y la de todos los que lo
siguieron y admiraron. Ante ellos se erigía el próximo monarca de la
contracultura norteamericana —amén de lo que llegó a significar—, cuya voz se
convirtió en una mano imaginaria que los tomó con firmeza de los genitales y
los llevó a la cima, a un rincón apartado del mundo donde nadie los encontraría
jamás. Ahí, cogerían tan duro que no tendrían otra salida más que exprimir su
cerebro y renacer nuevos, distintos: ser otros.
Éstos fueron tiempos de rituales, de ceremonias chamánicas de comunión
con los espíritus que emergían poco a poco de entre sus labios y alrededor de
sus movimientos; en la superficie, todo tenía forma de concierto de rock.
Aquélla fue una suerte de reencarnación de Dionisio: lector imparable y
rebelde prototípico que lideró legiones de ángeles. Juntos, el dios y sus feligreses,
sucumbían a los placeres de la carne a la menor provocación.
Esta oscura aura musical pronto se mezcló peligrosamente con la
evocación a su héroe, Arthur Rimbaud —el enfant terrible—, quien
vomitó toda la poesía que pudo desde el fondo de su podredumbre espiritual
hasta que no quiso otra cosa. No quedaba más que someterse al sueño dorado del
iluminado: desaparecer. Desvanecerse: a primera vista, quizá, para dedicarse al
comercio y contrabando en Abisinia; sin embargo, para los paganos que
observamos desde las lejanas nubes del futuro, representó una desaparición
esencial, un corte definitivo en la actividad del genio, en el latido sagrado
de la creación. Para ambos poetas.
El muchacho yace en el escenario. Sus ojos siguen sin abrirse. Este
pequeñísimo ritual es parte de un ritual mayor en el que mira hacia dentro —dentro de sí—,
hacia las cavernas que se esconden justo detrás de nuestros propios párpados
—porque la mirada del profeta es nuestra mirada; somos uno con él, que entonces
no es nadie—. Ahí se ocultan los secretos que acaso nunca lleguemos a
descubrir. Tal vez sólo haya luz un pequeño momento antes de despedirnos de
este plano, cuando toda la vida pase frente a nosotros. Aunque venga de ninguna
parte —de Otrolado, diría el propio Lecumberri—, emergerá
desde las tinieblas para obsequiarnos una última sorpresa y una última sonrisa.
No hay que olvidar que el profeta —el chamán— es capaz de ir y regresar de este viaje una y otra vez.
II.We want the world and we want it: Now!
Do you know we exist? [2]
—Jim Morrison
Cuando James Douglas Morrison era un niño, sus compañeros lo veían como
un devorador de libros. La literatura se convirtió en su vida. Sabía más de
poesía y poetas que cualquiera a su alrededor. Era un pequeño de diez años que
corregía a sus profesores. Su espíritu saltaba a la vista de quienes en ese
instante se retorcían confusos, pero que, al final, lo recordarían el resto de
sus vidas.
Poco antes de que Jim cumpliera catorce, un libro llegó a los estantes
de las librerías norteamericanas y sacudió las mentes de aquéllos cuya alma no
cabía en el molde del american way of life. La historia narraba la vida
de un joven en sus veintes, nacido en Lowell, Massachusetts, quien había
recorrido Estados Unidos a lo largo de la última década. Sus pies iban
enfundados en un par de zapatos desgastados, pero llenos de fe. Pasó por trenes
de carga, pidió aventones a desconocidos y compartió el viaje con intrépidos
pilotos que se convirtieron en héroes americanos. Tomaba notas sin parar,
imaginaba la vida on the road: una vida de libertad, música, baile,
hierba y poesía —mucha poesía—.
Kerouac escribió:
[…] the only people for me are the mad ones, the ones who are mad to live, mad to talk, mad to be saved, desirous of everything at the same time, the ones who never yawn or say a commonplace thing, but burn, burn, burn like fabulous yellow roman candles exploding like spiders across the stars and in the middle you see the blue centerlight pop and everybody goes “Awww!” [3]
Jim, entonces, ardía. ¿Qué más podía hacer un chico de 14 años en San
Francisco, ante esta invitación a lanzarse a los caminos y experimentar la vida
como es: infinita?
Empezó por largarse de la escuela, por supuesto. Escapó uno de esos
tantos días, entre la neblina que rodeaba el edificio de su secundaria, justo
donde encontraba a sus ídolos: los poetas, los escritores, los libertarios
héroes de las carreteras. No se detendría hasta llegar al 261 de la Avenida
Columbus, donde —asegura la historia— el mismo Ferlinghetti lo saludó con una amplia
sonrisa desde el otro lado de la vitrina. Así, selló de una vez y para siempre
el destino del hijo del almirante Morrison —primer capitán de un navío
atómico—, en el camino de lo espiritual y lo sagrado, en el amasijo eléctrico
entre la poesía y el rock.
Pero el sendero místico lo había llamado desde mucho antes. No hay que
olvidar que un chamán es elegido por los dioses, es recibido desde antes de la
concepción para asignarle la tarea que será su ocupación sagrada por el resto
de su vida.
El pequeño Jimmy escribiría años después: Indians scattered on dawn’s highway bleeding / Ghosts crowd the young child’s fragile eggshell mind [4]. Ése era su ritual de iniciación. Fue casi imperceptible para un niño tan chico que —dada la profesión militar de su padre— se veía arrastrado una y otra vez, transferido de ciudad en ciudad —también on the road, por qué no— a bordo del auto familiar. Su vista parecía ocupada con el exterior del mundo, pero en realidad se hallaba en lo profundo: en el interior de su propia mente. Más tarde escribiría:
Me and my — ah —mother and father — and a / grandmother and a grandfather — were driving through / the desert, at dawn, and a truck load of Indian / workers had either hit another car, or just — I don’t / know what happened — but there were Indians scattered / all over the highway, bleeding to death. / So the car pulls up and stops. That was the first time / I tasted fear. I musta’ been about four — like a child is / like a flower, his head is just floating in the / breeze, man. / The reaction I get now thinking about it, looking / back — is that the souls of the ghosts of those dead / Indians… maybe one or two of ’em… were just / running around freaking out, and just leaped into my / soul. And they’re still in there [5].
El chamán había nacido
III. All right, all right… I wanna see some ACTION!
The key of joy is disobedience [6].
—Aleister
Crowley
En Estados Unidos, necesitas ser un héroe o un asesino para convertirte
en una verdadera superestrella. Jim ya estaba en ese camino.
Sigue ahí, tendido en el suelo. Guarda el micrófono entre las manos con
los ojos cerrados. La mirada se dirige hacia el nebuloso interior de sí mismo.
Segundos antes se sostenía del pedestal, como si no hubiera otra cosa en el
mundo que pudiera mantenerlo de pie, ni siquiera sus propias piernas. La música
es el único asidero.
Un redoble de tambores que parece eterno anuncia lo inevitable: el
paredón, en medio de la jungla. Es uno más de los soldados que enviaron a
combatir una guerra inútil, los que condenaron a convertirse en muertos
caminantes. Historias, palabras, llantos, miradas: todo aquello enfundado bajo
el uniforme. Las miradas perdidas nos observan fijamente por debajo de sus
cascos.
Uno. Dos. Tres. Cuatro.
Silencio.
Morrison ha desobedecido los últimos meses. Ningún productor de
televisión lo quiere de nuevo ante sus cámaras. Y aunque toda la nación lo
reconoce, sus propios compañeros de armas voltean a otro lado cada vez que
empieza un show. ¿Qué hará ahora Jimmy para meterlos en problemas?
This is the end, beautiful friend [7]. La vida lo puso en el camino del chamán, de aquél que presagia el final con una sonrisa en la cara. Esa sonrisa morrisoniana —tan bella y particular—, capaz de mantener la respiración de un planeta entero a lo largo de medio siglo. This is the end, my only friend. The end [8].
Se entregó —por fin— a la poesía más que al rock. Aunque para él,
siempre fue la poesía: el rock era sólo un instrumento para explotar los versos
como armas de construcción masiva. Y, ¿de qué otra manera puede construirse un
mundo nuevo si no es prendiéndole fuego, como en una pira funeraria?
Nuestro chamán sostuvo la antorcha bien arriba. A veces tuvo que
resguardarla bajo la mirada hipnotizante de un Dionisio que resucitó de entre
los vivos; a veces, detrás de la melena que hacía que la clase media
estadounidense —ésa que busca sostener una vida moralina al norte y también al
sur del Río Bravo— suspirara con desesperación. No fue posible que ellos lo
aceptaran, que lo miraran sonreír sin sentirse amenazados, sin temer por sus
almas puritanas. Al final, tenían algo de razón: eran violadas con violencia
por un terrible gurú de la poesía eléctrica —aunque no tuvieron nunca la menor
idea de lo que eso significó—.
Compañía: ¡Alto! ¡Presenten armas!
El auditorio está callado. Lo que presencian ahora ha dejado de ser un
concierto. Ya no es el evento por el que pagaron una entrada. Ya no está
incluido en el boleto. Ya no van a ver a un excéntrico y hermoso joven
interpretar canciones junto a su banda, como lo han hecho los últimos años. Ya
no es otro show como el de otros grupos que los animan a desobedecer y a
dejarse crecer el cabello. Ya no podrán volver a casa, al final del día,
despertar y ponerse su traje, ir a trabajar, cobrar su cheque y seguir actuando como rebeldes. Ya no más.
Están frente a un acto de muerte y resurrección. El redoble de John
continúa por más tiempo. Se alarga más de lo que cualquiera de ellos espera.
Pero —aunque cueste trabajo entenderlo— éste ya no es un concierto de
rock.
Manzarek, de espaldas, extiende los brazos en señal de que ha llegado el
momento de la iluminación. Krieger levanta su guitarra a la altura de los ojos.
El brazo del instrumento apunta directo al corazón del soldado. Morrison está
listo para el sacrificio.
Uno. Dos. Tres. Cuatro.
Silencio…
Y, entonces, ¡el estruendo! Jim está en el suelo.
El Estado de Miami no pudo soportarlo más, y él tampoco. New Haven no lo
toleró. Su amado Los Ángeles también lo rechazó. Embriagarse en público,
arriesgar a la gente en las calles, simular una felación en el escenario —a
un desconcertado Robby que hacía llorar su guitarra-sexo-alma—. El caos
se apilaba.
México lo recibió como a un dios, pero lo trató como a un cliente. La
casa presidencial lo echó a la calle por ser él mismo. Masturbación, blasfemia,
lujuria, lascivia en público. El caos crecía. Quizá sólo abrió la puerta a la
multitud de vicios que todo el mundo practicaba en privado. Él quitó el
antifaz. Desvistió a la hipocresía y el mundo se escandalizó ante el desnudo —como
si se vieran frente al espejo—.
You are a bunch of fuckin idiots! You are a bunch of slaves! Maybe you love to have your face stuck in the shit! What are you gonna do about it? All right, all right, all right… I wanna see some action out there! What are we waiting for? I wanna see some fun! I wanna see some dancing! The are no rules. No limits. No laws. This is your show [9].
El chamán se enfrentó al mundo y el mundo no pudo más con él. Fue un
ritual de iniciación —quizá de confirmación— ante los espíritus
que desde hacía tiempo habitaban en su interior. Fue imposible continuar entre
la gente que no soportó verse a sí misma reflejada en los ojos de otro.
La policía se convirtió en el miembro visible, de lenguas bífidas, que
lo acusó y lo puso detrás del estrado. La oscuridad tomó la forma de un
rechoncho juez que desayunaba “justicia” en las rocas.
Unborn living, living, dead. Bullet strikes the helmet’s head [10]. La guerra había terminado. Para Jim, la única trinchera posible quedaba en la poesía y la forma de llegar a ella era, claro, a través de la muerte.
Barbón y gordo, Morrison dejó las grabaciones de L.A. Woman para irse a
París. Pamela y poesía están allá. Era irresistible.
—Hola, Mr. Morrison. ¿A París?
—Sí. Dos asientos.
—¿Quién lo acompaña?
—La poesía.
En el aeropuerto, la gente lo recibe emocionada pero expectante. Aquel
tipo barbudo de los periódicos está frente a ellos.
Una voz que emerge de entre la niebla le habla directo a Jim.
—Bienvenu, Monsieur Morrison —el joven entorna los ojos como si reconociera a un viejo amigo, quizá ese espíritu que encontró años atrás—. Nous savons que tu es venu ici pour mourir [11].
Él sonríe. Y el mundo gira de nuevo.
IV. Bienvenu, Monsieur Morrison [12]
Is everybody in?
Is everybody in?
Is everybody in?
The ceremony is about to begin.
Wake up! [13]
—Jim Morrison
Ella estaba dormida. Él, mientras, moría en la bañera. Estaba sonriendo.
Eso, a fin de cuentas, me hizo sentir mejor.
Maintenant, tu es Monsieur Morrison. Bienvenu [14].
Antes conocido como James Douglas Morrison, el hermoso muchacho de ojos azules que enamoraba unodostrescuatrocincoseis pichones [15] se alista para asistir a su propio funeral. Así, José Miguel Lecumberri da voz a este texto: una visita, un recorrido interior a aquella maquillada tumba en Père-Lachaise. Un viaje lleno de simbolismos y rituales, alrededor, hacia y dentro de un sepulcro enteramente vacío.
En este plano, J.D.M. no existe más. Nadie —ya ni nosotros— existe.
Desaparecimos en el momento exacto en que aquel joven y su par de pantalones
ajustados yacieron sobre el escenario. Abrazó su propia voz. Escondió su alma
tras los párpados y su hermosa cabellera.
Monsieur Morrison nació porque llegó para morir. Es el deseo que experimenta el
excéntrico, el chamán, el mago. El poeta. Sí, la poesía es sólo el primer paso
del resto del viaje. No es siquiera el acercamiento de la cámara, no es ni el
tomar aire antes de saltar. Aún queda mucho por recorrer. La travesía está
escrita en las páginas de este libro. Monsieur Morrison lo es —aquí en
nuestros ojos y allá en la mente de Lecumberri— TODO.
Monsieur Morrison es lo que el diablo hubiera querido ser, de no haber sido un ángel o una Punta Maquínica, sino un hombre, barro y aliento, légamo y hálito, fango y soplo, sedimento y respiración [16].
Las posibilidades son infinitas.
París lo recibió a sabiendas de que
aquello terminaría con un sacrificio. Monsieur Morrison se ofrecería
como comidilla para chamanes, brujos y esotéricos, y luego también para los
detectives, que manosearían y profanarían su cadáver. Ésa fue su misión desde
que vio la luz del mundo por primera vez. Sus padres lo sabían, pero decidieron
olvidarlo. Él también lo olvidó. Fue sobre el escenario que el recuerdo lo
golpeó con toda la fuerza del universo. Cuando tenía los ojos cerrados:
visiones y gritos y clamores, todo fuera de su tiempo.
Monsieur Morrison aún canta en las oscuras cintas, en el apolillado vinil, y Alicia sigue ahogada escogiendo para siempre su camino entre las venas de los muertos [17].
Para siempre…
Después de recibir la bienvenida
parisina, todos los nombres cambiaron. Sin embargo, todas las almas nacieron
una vez más. ¿Muerte? ¿Desaparición? ¿Sacrificio? Todo al mismo tiempo, y quizá
nada, a fin de cuentas. De cualquier forma su nombre sigue goteando desde la
punta de la lengua de media humanidad. Todos, alguna vez en la vida, clamamos
ser Jim Morrison, sólo por juego o por disfraz o porque las almas de esos
indios que sangraban sobre la autopista revolotean aún entre nosotros.
Monsieur Morrison caía tan lentamente que parecía soñar. Esto es lo que el amor le hace a tu alma. Es la pesadilla, lo que pasa en el deshabitado palacio del amor. La jaula se ha vuelto león… [18]
Todos, alguna vez en la vida, estuvimos encerrados en jaulas como
rugientes bañeras, con el agua hasta las narices y los cabellos como anclas
hacia el sur. Todos hemos tenido las manos extendidas en un rictus de dolor.
Con esa sonrisa de quien sabe con certeza a dónde va, M.M. se deja ir.
Deja que los demás lo toquen, lo respiren. Deja que los mortales extraigan algo
de Bourbon de sus pulmones, para drogarse, con la esperanza de ser un poco más
como él.
El señor Muerte, Moloch, juega con su precioso chico de ojos azules. Con su voz de teatro griego se hace un collar de gemas que aúllan, que construyen pirámides en la luna [19].
Nosotros, los mortales, dirigidos por el autor, jugamos con los
espíritus de los muertos. Le pedimos al infierno que nos conceda un miligramo
de poesía para llevar y un poco de maravillosidad perdida.
Monsieur Morrison nos da la
bienvenida al interior. Pasamos por el umbral del asombro y dejamos atrás la
historia que se cuenta desde hace cuarentaisiete años. Nadie recordará
Chicago, ni Miami, ni Los Ángeles. Nos sentaremos, trago en mano, al final de
la barra, a reescribir su pasado.
Lecumberri se posa al Otrolado.
Viste el sucio uniforme de cantinero y se inclina ante Él. No deja vacío el
vaso mientras mira cómo escurre el Bourbon entre las barbas llameantes y hasta
los pulmones donde —ambos lo saben con certeza— se acumulará más y más hasta
que M.M. se eleve al cielo y baje nuevamente hacia nosotros.
Hoy canta el infierno: un F14 vomita pétalos radiactivos sobre el Tíbet, las prostitutas cantan bajo el Arco del Triunfo, se avecina el otoño como una marejada de cuervos oxidados [20].
La lectura de este texto requiere abandono. Y oído afinado y ojos
abiertos hacia el interior. Es un recorrido literario y es un disco de música y
es una cinta de video y es un carrete de fotografías bellísimas y oscuras.
J.D.M. hizo todo eso, J.M.L. lo
materializó, y M.M. lo llevó hasta el final.
He venido al mundo para vaciarme, no voy a morir sino a desaparecer [21].
Amemos pues, depuremos pues, las puertas de la percepción hacia el infinito [22]. Seamos, por un momento y quizá para siempre: INMACULADOS.
Bonne nuit, Monsieur Morrison: Hemos venido a morir.
La lectura de este texto requiere abandono. Y oído afinado y ojos abiertos hacia el interior. Es un recorrido literario y es un disco de música y es una cinta de video y es un carrete de fotografías bellísimas y oscuras.
CORTOMETRAJE
OTROLADO, cortometraje basado en Monsieur Morrison
banda sonora original
Notas:
1. Rimbaud, A., (1871), Lettres du voyant. [El poeta se hace
vidente por un largo, inmenso y razonado desarreglo de todos los sentidos.]
2. Morrison, J., (1978), An American Prayer, Estados Unidos,
Zeppelin Publishing Company. [¿Sabes que existimos?]
3. Kerouac, J., (1957), On the road, Estados Unidos, Viking
Press. [La única gente que me interesa es la que está loca, la gente que está
loca por vivir, loca por hablar, loca por ser salvada, con ganas de todo al
mismo tiempo, la gente que nunca bosteza ni habla de lugares comunes, sino que
arde, arde, arde como fabulosos fuegos artificiales explotando igual que arañas
entre las estrellas y en el centro ves la última explosión azul y todo el mundo
estalla en un “¡Awww!”]
4. Morrison, J., (1978), An American Prayer, Estados Unidos,
Zeppelin Publishing Company. [Indios
esparcidos sobre la autopista del amanecer, sangrando. / Los espíritus
abarrotan la mente del niño pequeño, frágil, como cáscara de huevo.]
5. Morrison, J., (1978), An American Prayer, Estados Unidos,
Zeppelin Publishing Company. [Yo y mi
—ah— madre y mi padre —y una / abuela y un abuelo — íbamos conduciendo a través
/ del desierto, al amanecer y un camión de indios / trabajadores había chocado
con otro coche o sólo —no sé / qué sucedió—, pero había indios desparramados
por toda la autopista, desangrándose hasta la muerte. / Entonces el coche se
orilla y se detiene. Ésa fue la primera vez / que saboreé el miedo. Yo debía de
tener cuatro años —a esa edad, un niño es / como una flor, su cabeza flota en
la / brisa, amigo. / La sensación que tengo ahora cuando pienso en ello,
mirando / atrás, es que las almas de los fantasmas de los indios / muertos,
quizá la de uno o dos, estaban sólo / corriendo enloquecidas por allí y se
introdujeron en mi / alma. Y aún siguen ahí dentro.]
6. [La clave de la alegría es la desobediencia.]
7. Morrison, J., música de The Doors (1967). The End. En The
Doors [LP]. Estados Unidos: Elektra Records. [Éste es el fin, hermoso amigo
(hermosa amiga).]
8. Morrison, J., música de The Doors (1967). The End. En The
Doors [LP]. Estados Unidos: Elektra Records. [Éste es el fin, mi único amigo
(mi única amiga). El fin.]
9. Morrison, J. Concierto en vivo, Miami (1969). [¡Son una
bola de pendejos! ¡Son un montón de esclavos! Tal vez les encanta tener la cara
metida en la mierda. ¿Qué van a hacer al respecto? Está bien, está bien, está
bien… ¡Quiero ver algo de acción aquí! ¿Qué estamos esperando? ¡Quiero ver algo
de diversión! ¡Quiero ver algo de baile! No hay reglas. No hay límites. No hay
leyes. Éste es su espectáculo.]
10. Morrison, J., música de The Doors (1968). The Unknown
Soldier. En Waiting for the Sun [LP]. Estados Unidos: Elektra Records. [Nonatos
viviendo; los vivos, muertos. La bala impacta directo en la cabeza del casco.]
11. [Sabemos que ha venido aquí a morir.]
12. [Bienvenido, Monsieur Morrison.]
13. Morrison, J., (1978), An American Prayer, Estados Unidos,
Zeppelin Publishing Company. [¿Están todos aquí? / ¿Están todos aquí? / ¿Están
todos aquí? / La ceremonia está a punto de comenzar. / ¡Despierten!]
La reputación de Marjorie Cameron [La Bruja Escarlata] como artista creció después de su muerte. En 2006, su amigo Scott Hobbs estableció la Fundación Cameron-Parsons para servir como un archivo de almacenamiento y promoción de su trabajo. En 1995, su pintura Peyote Vision se incluyó como parte de una exposición sobre «Beat Culture and the New American», que tuvo lugar en el Whitney Museum of American Art en la ciudad de Nueva York. Algunas de sus obras de arte fueron expuestas junto a las de Aleister Crowley y otros Thelemites para la exposición de 2001 «Reflections of a New Aeon», realizada en la Galería Eleven Seven en Long Beach, California. En 2007 se realizó una retrospectiva del trabajo de Cameron en la Galería Nicole Klagsbrun en el distrito de Chelsea de la ciudad de Nueva York, mientras que ese mismo año aparecieron algunas de sus obras en la exposición itinerante «Semina Culture», dedicada a todos los artistas que contribuyeron al Diario de Wallace Berman. En 2008, su pintura Dark Angel apareció en la exposición «Traces du Sacré» en el Centro Georges Pompidou en París. En 2014, se realizó otra retrospectiva, titulada «Cameron: Songs for the Witch Woman», en el Museo de Arte Contemporáneo de Los Ángeles. Ese año, la editorial Fulgur Esoterica, con sede en el Reino Unido, publicó un libro con imágenes de las obras de Cameron y los poemas de Parsons. En 2015, una retrospectiva de su trabajo titulado «Cameron: La Cenicienta de las Tierras Yermas» se llevó a cabo en los proyectos Deitch en Soho, Nueva York, que incluyó una noche en la que amigos de Cameron se reunieron para discutir públicamente su legado. La estética de Cameron también influyó en el mundo de la moda, las diseñadoras Pamela Skaist-Levy y Gela Nash-Taylor reconocieron a Cameron como una inspiración parcial para su labe de Skaist-Taylor.
Aquí presentamos nuestra versión en español de su poema The Wormwood Star.
Estrella de Ajenjo
Siete veces golpeé la poderosa puerta de la bóveda subterránea – abierta – abierta
Me quedo afuera en el ventoso y curvado pasillo que se acerca a tu guarida.
Siete veces resuenan mis llamadas en la puerta de piedra y las cuevas de popa muertas y maldicen la hora de la medianoche
ven tú, traigo una lámpara para esta terrible oscuridad, verás el rostro conocido en los sueños.
Mis ojos son terribles y extraños, pero tú me conoces, he aquí mis vestidos son de una tela rica
y llevo el aire de una tierra de generosidad más allá del mar, ven fuera.
Estás a la sombra de la luz que llevo, y tus vestiduras apestan a los muertos y al sol fuera de lugar.
Ascenderemos la escalera que está llena de cosas insalubres, la piedra rueda delante de mí
y en la bóveda ardiente de la noche de las noches, salimos como luz.
Estrella oscura te busco en todas las salas sin fin del universo.
he entrado en el laberinto del caos y buscado las promesas, sin fin y sin cumplimiento,
pero he visto tu cabeza con casco reflejando el oro de todos los sangrientos triunfos y atardeceres del mundo.
He escuchado tu voz cantando canciones solitarias de deseo en el viento salvaje, recuerdo el arte de los dedos que sostenían la rosa con asombro
su garganta musical sonando el himno del amor, buscando desde el nacimiento y la estrella nebulosa.
Reinos de músculos y espuma de estrellas, perseguido y perseguidor, guerrero radiante, cuánto tiempo mi amado dios, cuánto tiempo, cuánto tiempo, cuánto tiempo
—Marjorie Cameron [La Bruja escarlata]
The Wormwood Star
Seven times I rap upon the mighty door of the subterranean vault – open – open
I stand without in the drafty and bent corridor that approaches thy lair.
Seven times resound my summons on the stony door and the dead stern caves and cursed the midnight hour
come thou forth,I bear a lamp for this terrible darkness, thou shall behold the face known in dreams.
Mine eyes are terrible and strange, but thou knowest me, behold my garments are of a rich cloth
and i bear the air of a land of bounty beyond the sea, come forth.
Thou are in the shadow of the light i bear, and thy garments reek of the dead and the sun misplaced.
We shall ascend the stair which is fraught with unwholesome things, the stone rolls before me
and into the blazing vault of the night of nights, we go forth as light.
Dark star i seek you in all the endless rooms of the universe.
i have entered the maze of chaos and searched the promises, no end and no fulfillment,
but i have seen your helmeted head flashing gold from all the bloody triumphs and sunsets of the world.
I have heard your voice singing lonely songs of desire in the wild wind, i remember the artistry of fingers that held the rose in wonder
your musical throat sounding the hymn of love, seeking since the birth and the crashing star nebula.
Kingdoms of muscle and star foam, pursued and pursuing, radiant warrior, how long my beloved god, how long, how long, how long.