Jack Kerouac llegó a la Ciudad de México en el verano de 1955 buscando el «México fellahin» —esa tierra no contaminada por el materialismo occidental que había idealizado en su mente—. Lo que encontró fue mucho más complejo: una mujer de veintidós años llamada Esperanza Villanueva, conocida en las calles como «Zaragoza», que se convertiría en el corazón de su novela Tristessa y en un espejo brutal de sus propias contradicciones.

La Mujer de Carne y Hueso
Esperanza no era el personaje romántico que muchos imaginan al leer Tristessa. Era la esposa de Dave Tesorero, un antiguo proveedor de drogas de Burroughs, y trabajaba como prostituta en el submundo de la Roma Norte. Alta, esbelta, morena —Kerouac la describía como «india»—, vivía en una choza en la azotea de un edificio, en un caos constante: techo con goteras, animales desperdigados (un chihuahua, una paloma, un gallo), y un desorden que reflejaba su vida interior fragmentada.
Su adicción era devastadora: diez gramos de morfina al mes la mantenían «siempre muy drogada y enferma». Tenía una pierna enferma, quistes en los brazos, y estaba literalmente «al borde de la autodestrucción». Pero también era católica devota, había peregrinado a Chalma junto a su difunto esposo, y mantenía una fe inquebrantable en la Virgen de Guadalupe.

El Espejo Incómodo
¿Qué vio realmente Kerouac en Esperanza? No fue amor romántico, sino algo más perturbador: se vio a sí mismo. Como él mismo reconoció, ella era «una versión femenina de Jack»: una adicta desesperada, autodestructiva, con una brújula mal imantada, ansiosa de absolutos que la redimieran. Ambos eran «piezas que no encajaban en el rompecabezas de la sociedad».
La diferencia existencial era brutal: Jack escribía, Esperanza se prostituía. Pero ella vivía su adicción «flaca y despreocupada, donde un americano estaría sombrío». Cuando Esperanza le preguntó por qué estaba tan triste, Jack respondió: «Estoy triste porque toda la vida es dolorosa». Ella, en cambio, había encontrado una forma de sobrevivir al dolor que Jack apenas comenzaba a comprender.
La Búsqueda Budista en el Lodo
Kerouac intentó practicar el precepto budista de la karuṇā (compasión) con Esperanza, pero su conflicto era evidente. Le confesó su amor repetidamente; ella respondía con indiferencia: «y yo no aguanto el amor». Su prioridad era clara: la morfina sobre cualquier otra cosa. Para Jack, esto se convirtió en una prueba viviente del primer canon de Buda: que la vida en este mundo es sufrimiento.
Pero también vio en ella algo más: la posibilidad de trascendencia. La percibía como una «mujer sabia», casi una «monja divina» destinada a la «Eternidad». En su mente, Esperanza encarnaba ese México híbrido que buscaba: «una mezcla de autenticidad, magia y melancolía», donde podía vislumbrar «una luz entre la inmundicia».

El Final Inevitable
La historia tiene el final que su contexto predecía. En 1957, cuando Kerouac regresó a México, Esperanza ya no estaba. Ni en su choza, ni en las calles donde la había conocido. «La vida se la había tragado», según García-Robles. Una desaparición que subraya la fragilidad de quienes viven en los márgenes de una sociedad que, aunque Kerouac idealizara, era innegablemente dura y autodestructiva.
La Proyección y la Realidad
Esperanza Villanueva no fue una musa pasiva, sino una mujer real que sobrevivía en condiciones extremas. Kerouac proyectó en ella sus fantasías sobre el «México auténtico», pero también encontró un espejo brutal de su propia autodestrucción. Ella tenía incluso cierta astucia práctica: cuando vio los manuscritos de Jack tirados en el suelo, le dijo que tenía «un millón de pesos potenciales» ahí.
La diferencia era que Esperanza había aprendido a navegar su infierno particular con una especie de gracia desapegada que Jack envidiaba. Mientras él se atormentaba con preguntas existenciales, ella simplemente decía: «mi Señor me paga» y seguía adelante.
Tristessa no es solo una novela sobre el amor imposible; es el registro de un escritor estadounidense confrontando la realidad de que su búsqueda espiritual romanticizada tenía un costo humano real. Esperanza Villanueva pagó ese costo con su vida, mientras Kerouac regresó a casa con una novela.

Calonne, D. S. (2022). The Beats in Mexico. Rutgers University Press.
García-Robles, J. (1995). La bala perdida: William S. Burroughs en México, 1949-1952.
García-Robles, J. (2000). Jack Kerouac en México: Al final del camino. Ediciones del Milenio.
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