Londres, 1983. Russell Mulcahy, el visionario detrás de los videos que definieron la estética de Duran Duran, cierra las páginas de «The Wild Boys: A Book of the Dead». La novela de William S. Burroughs, publicada doce años antes, late con imágenes de juventud salvaje, rituales sexuales y paisajes post-apocalípticos construidos con la técnica cut-up que el escritor perfeccionó en Tánger junto a Brion Gysin.
Mulcahy ve una película. Ve cuerpos andróginos moviéndose entre ruinas industriales, ve la violencia poética de Burroughs traducida al lenguaje cinematográfico. Su propuesta a Simon Le Bon y compañía es directa: crear la banda sonora de una película que existe solo en su imaginación.
La película nunca se materializa, pero en 1984 nace algo más poderoso: «The Wild Boys» de Duran Duran, un himno que captura la estética visual de la novela—paisajes desolados, sensualidad peligrosa, juventud rebelde—y la filtra por la sensibilidad pop británica de los ochenta. El resultado llega al #2 en Reino Unido.
Es la demostración perfecta de cómo las ideas de la generación beat siguieron mutando décadas después. La prosa experimental de Burroughs, nacida entre los cafés de París y los fumaderos de Tánger, encuentra una nueva forma de infiltrarse en el mainstream: a través de sintetizadores y videos de MTV.
Ronald Reagan dominaba las pantallas, pero los Wild Boys de Burroughs seguían danzando en la oscuridad, ahora vestidos de new wave y glamour británico. La contracultura había encontrado, una vez más, su camino hacia las radios del mundo.
Cortar, reinventar, subvertir. Esa es la verdadera tradición beat.
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