«Estridentistas; punks de mi época», por Germán Lizt Arzubide

¡Alerta, Germán!, me dijo un amigo, que en cuanto el régimen se tambalee debemos estar listos para tomar venganza. Se refería, desde luego, a que entonces apaleáramos a todos esos artistas oficiales, que, al amparo de la familia revolucionaria, han engañado a nuestra juventud, haciéndole creer que son ejemplos culturales; y también por haberse gastado en autopromociones y francachelas, el dinero que mejor hubiera hecho a los niños tarahumaras.

Las turbas vengadoras, aquí a dos calles, arrancarían las placas que dicen “Torres Bodet”, paradigma del artista por decreto, y rebautizarán la calle, aunque sea por lo pronto con gis, como calle Manuel Maples Arce. Pero esto, concedo, es todavía una posibilidad remota pese a su inminencia, porque nuestro capital cultural salvaje tiene muy bien aceitados sus mecanismos de control y represión.

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Los Estridentistas fuimos los punks de nuestra época. A los veintitantos de edad, con nuestros bastones y nuestras polainas, concitábamos el odio de los conacultos de entonces y nuestra limpieza y pulcritud de cuerpo y alma era considerado como peligrosa y subversiva. Nadie oficialmente, como ahora para con los roqueros, quiso analizar nuestra propuesta, nuestra palabra, nuestra ética. Simplemente nos lincharon.
Hoy vengo tranquilo al Chopo porque sé que estaré rodeado, protegido, por tantos jóvenes a los que, cariñosamente, tiendo mi mano estridentista. Y desde luego, estoy aquí con la intención de hacer acuerdos acerca de la actitud y estrategia que seguiremos en nuestra lucha durante los siguientes doscientos años. El camino es largo y el enemigo poderoso y descarnado.

Este museo para mí también es un muchacho, no solo porque soy casi diez años mayor que él, sino porque desde siempre ha sido imán de sueños frescos y más ahora que ha asumido cabalmente su papel de refugio y santuario de nuestra mejor juventud.

A esta calle vine en innumerables ocasiones, primero a visitar a mi amigo don Chopo, Enrique González Martínez, poeta exquisito y delicado, cuyos versos, hoy en el olvido, eran muy populares. También vine a recoger a mis hijos cuando me avisaban que se habían ido de pinta. Seguro de aquí encontrarlos, disimulaba buscarlos por el camino más largo para extasiarme mañosamente con el contenido onírico de todos los viejos estantes repletos de polvorosos misterios.

En concreto, chopantes, mi propuesta es esta: No obstante la crisis brutal en la que nos metió el amigo de Cuevas y de Paz, no obstante que hemos perdido a nuestro país privatizado, no obstante que ya somos solo un territorio del cual se sacan las materias primas y se viene a tirar basura, no obstante la deuda que nunca pagaremos de cincuenta millones de pesos por persona, no obstante todo eso, nosotros necesitamos de tiempo, para leer, para escribir, para hacer música, para platicar, para pintar y esculpir, para caminar, soñar y ser felices. Sé, por otro lado, que la necesidad nos apremia. Lo sé porque algunos jóvenes me visitan los jueves, al partir me piden apenados, cuando es tarde para caminar, un peso para el camión. Cuando les ofrezco un pequeño refrigerio lo devoran gruñéndose ferozmente. Es claro que esta crisis está premeditadamente diseñada para presionarnos obligándonos a vivir como los esclavos, no solo trabajando a cambio de salarios de miseria, sino hasta nos exigen prepararnos no por el placer de conocimiento, siempre sublime, sino para ser esclavos calificados que les rindan aún mejor ganancia. Sepan ustedes que Germán Lizt Arzubide no sólo jamás se vendió ideológicamente, sino jamás, tampoco, alquiló su tiempo y su vida a cambio de una miserable compensación capitalista. Mis hijos atestiguan que fui capaz de sostenerlos en una elegante pobreza, pero a cambio, todos los días de nuestra vida, sin faltar uno, fueron domingo.

Quiero mencionar a ustedes a manera de ilustración, algunos ejemplos recientes de jóvenes a los que llamo “los otros triunfadores”, porque no sólo se triunfa haciéndose millonario, también se triunfa viviendo feliz y tranquilo sin someterse a un bagladeshiano salario mínimo, que en México es un salario máximo para los jóvenes y para las mujeres: un muchacho ingenioso pintó un bote de rojo y negro. Con él, se sube a los camiones a echar un discurso que insulta al gobierno. La gente entusiasmada, entonces, le llena de inmediato el bote de dinero.

Otro da clases de yoga a las gordas de Tecamachalco. Entre todas le pagan ciento cincuenta pesos la hora, a cambio de ponerlas en posturas extravagantes y de platicarles un montón de fantasías “esotéricas” que ellas adoran. Él así, se lleva fácil diez o quince mil pesos mensuales. Una comuna de cuatro jóvenes con cuatro chicas abrió un estanquillo en un pueblo rabón, pero bonito, por Pachuca. Mínimamente, pero los mantiene a todos cantando y gozando. Otra joven pareja hizo su cuartito desarmable con algunas tablas que colocan en cualquier azotea mientras los dejan. Se cambian de colonia, gratis, cada vez que les apetece.

Tengan ustedes en cuenta que 18 mugrosos pesos de salario mínimo que generosamente viene, los pueden ustedes ganar vendiendo jícamas y hasta cantando en los camiones media hora. ¿Tiene caso entonces preocuparnos o vendernos ante cualquier patrón explotador?

estridentismo

Yo soy un anarquista lo suficientemente inteligente para unirme al que lucha contra mis enemigos. Así he defendido a la Unión Soviética. Era, con sus defectos, piedra de toque que demostraba que es posible organizar la sociedad sin la explotación o el lucro. Si no defendemos ahora a China, que comunistamente ha llevado a mil millones de habitantes de la miseria a la opulencia: si no defendemos a Cuba donde sin deuda externa duermen tranquilos comiendo austeramente pero ciertamente mejor que nuestros indios, con mejor medicina y mayor seguridad social: si no los defendemos como opciones que demuestran la maldad del capitalismo, entonces habremos establecido que el humano es esclavo por vocación.

En un cuento de misterio de Lord Dunsay, los guerreros triunfadores en plena fiesta obligan al augur a hacerles una predicción. Éste, renuente, temiendo represarías, les dice finalmente la verdad. “Predigo que ustedes nunca llegarán a Carcasona” … Los triunfadores, entonces, retados e incrédulos, dueños del mundo, cogen de inmediato sus lanzas y salen al camino gritando: “Carcasona, Carcasona”. Cada vez que cansados desfallecen, alguien vuelve a gritar las mágicas palabras y todos nuevamente hacen el esfuerzo algunos años más. Cuando estos mueren en el camino ya otros están preparados para continuar el desafío que así ha seguido desde entonces.
Yo, poco a poco, me voy sumergiendo en el mundo de los sueños. Las luces, lo sé, se van apagando. Pronto habré de partir para un larguísimo periplo, pero como rip rip, me acuesto tranquilo sabiendo que ustedes recogerán mi lanza y, que cuando de nuevo despierte me encontraré junto con ustedes en pleno corazón de Carcasona. ¡Carcasona … Carcasona!


*Extraído de Revista Generación, número 1, tercera época, abril-mayo de 1995.

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