Esperando a Jim Morrison

Son Ray Manzarek, Robby Krieger y John Densmore quienes hacen que The Doors suene como ellos, y tal vez sean Manzarek, Krieger y Densmore quienes hacen que diecisiete de los veinte entrevistados en American Bandstand prefieran The Doors sobre todos los demás grupos, pero es Morrison quien se sube allí con pantalones negros de cuero sin ropa interior y proyecta la idea, y es Morrison a quien están esperando ahora. 

1968

Son las seis, o las siete de una tarde de principios de primavera, y estoy sentada en el frío suelo de baldosas de vinilo de un estudio de sonido en Sunset Boulevard, viendo a un grupo de rock llamado The Doors grabar una pista. 

En general, mi atención está menos que enteramente comprometida con las preocupaciones de los grupos de rock (ya he escuchado sobre el ácido como etapa de transición y también sobre el Maharishi e incluso sobre el amor universal, y después de un tiempo todo me suena como un cielo de mermelada), pero The Doors son diferentes. 

The Doors me interesan. No tienen nada en común con los apacibles Beatles. Carecen de la convicción contemporánea de que el amor es hermandad y el Kama Sutra. Su música insiste en que el amor es sexo y el sexo es muerte y ahí está la salvación. The Doors son los Norman Mailers del Top 40, misioneros del sexo apocalíptico. 

En este momento están reunidos en una incómoda simbiosis para hacer su álbum, y el estudio está frío y las luces son demasiado brillantes y hay masas de cables y bancos de circuitos electrónicos intermitentes y siniestros con los que los nuevos músicos viven de manera tan informal. Hay tres de los cuatro Doors. Hay un bajista prestado de un grupo llamado Clear Light. Están el productor, el ingeniero, el gerente de ruta, un par de chicas y un husky siberiano llamado Nikki con un ojo gris y otro dorado.

Hay bolsas de papel medio llenas con huevos duros e hígados de pollo y hamburguesas con queso y botellas vacías de jugo de manzana y rosa de California. Hay todo lo que The Doors necesita para cortar el resto de este tercer álbum, excepto una cosa: El cuarto Door, el cantante principal, Jim Morrison, un graduado de UCLA de veinticuatro años que usa pantalones negros de cuero sin ropa interior y tiende a sugerir un rango de lo posible más allá de un pacto suicida. 

Es Jim Morrison quien describe a The Doors como «políticos eróticos». 

Es Morrison quien define los intereses del grupo como «cualquier cosa sobre revuelta, desorden, caos, sobre todo actividades que parece no tener sentido». Es Morrison quien fue arrestado en New Haven en diciembre por ofrecer una actuación “indecente”. Es Morrison quien escribe la mayoría de las letras de The Doors, cuyo carácter peculiar es reflejar una paranoia ambigua o una insistencia bastante inequívoca en el amor a la muerte como la máxima euforia. Y es Morrison quien falta. 

Son Ray Manzarek, Robby Krieger y John Densmore quienes hacen que The Doors suene como ellos, y tal vez sean Manzarek, Krieger y Densmore quienes hacen que diecisiete de los veinte entrevistados en American Bandstand prefieran The Doors sobre todos los demás grupos, pero es Morrison quien se sube allí con pantalones negros de cuero sin ropa interior y proyecta la idea, y es Morrison a quien están esperando ahora. 

Ray Manzarek está encorvado sobre un teclado Gibson.

— ¿Crees que Morrison va a volver? — le dice a nadie en particular.

Nadie responde.

— ¿Entonces podemos hacer algunas voces? — dice Manzarek.

El productor está trabajando con la cinta de la pista rítmica que acaban de grabar. — Eso espero —, dice sin mirar hacia arriba.

—Sí—, dice Manzarek. —Yo también.

Es mucho tiempo después que llega Morrison. Tiene puestos sus pantalones negros de cuero, se sienta en un sofá de cuero frente a los cuatro grandes parlantes en blanco y cierra los ojos. El aspecto curioso de la llegada de Morrison es este: nadie lo reconoce ni con un parpadeo. 

Robby Krieger continúa elaborando un pasaje de guitarra. John Densmore afina su batería. Manzarek se sienta en la consola de control y hace girar un sacacorchos y deja que una chica le frote los hombros. La chica no mira a Morrison, aunque está en su línea de visión directa. 

Pasa más o menos una hora y todavía nadie ha hablado con Morrison. Entonces Morrison habla con Manzarek. Habla casi en un susurro, como si estuviera luchando con las palabras detrás de una afasia incapacitante.

— Es una hora para West Covina—, dice. —Estaba pensando, tal vez deberíamos pasar la noche ahí afuera después de tocar.

Manzarek deja el sacacorchos. — ¿Por qué? — dice.

— En lugar de volver. 

Manzarek se encoge de hombros. 

— Estábamos planeando volver.

— Bueno, estaba pensando, podríamos ensayar allí.

Manzarek no dice nada.

— Podríamos ensayar, hay un Holiday Inn al lado.

— Podríamos hacer eso—, dice Manzarek. — O podríamos ensayar el domingo, en la ciudad.

— Supongo que sí —. Morrison hace una pausa. — ¿El lugar estará listo para ensayar el domingo?

Manzarek lo mira un rato.

 — No —, dice entonces.

Cuento las perillas de control de la consola eléctrica. Hay setenta y seis. No estoy segura a favor de quién se resolvió el diálogo o si se resolvió en absoluto. Robby Krieger toca su guitarra y dice que necesita una caja de fuzz. El productor sugiere que tome prestado uno de Buffalo Springfield en el próximo estudio. Krieger se encoge de hombros. Morrison vuelve a sentarse en el sofá de cuero y se echa hacia atrás. Enciende un fósforo. Estudia la llama un rato y luego, muy lentamente, muy deliberadamente, la baja hasta la bragueta de sus pantalones negros de cuero. 

Manzarek lo mira. La chica que está frotando los hombros de Manzarek no mira a nadie. Existe la sensación de que nadie va a salir de esta habitación, nunca. Pasarán algunas semanas antes de que The Doors termine de grabar este álbum. No veo cuándo.


Extraído de: Joan Didion, The Withe Album. Simon & Schuster, 1979. pp. 21 – 25

Traducción de Roberto Rimbaud (2021).

«Oda a L.A. mientras pienso en Brian Jones, Fallecido” un poema de Jim Morrison

Escrito no solo sobre su amada ciudad natal, Los Angeles, el poema adquiere más resonancia al enfocarse en Brian Jones. El miembro fundador de The Rolling Stones fue encontrado muerto a los 27 años en su piscina el 3 de julio de 1969, y este poema rindió homenaje a la estrella como figura mítica.

Tan sólo dos años después, la muerte prematura del propio Morrison le llegaría a la misma edad y con su cuerpo sumergido en agua, justo como le sucedió a Jones.

Jim Morrison no sólo era el Rey Lagarto o la voz y líder de la reconocida banda The Doors. No, también fue un poeta increíble. Qué mejor manera de demostrarlo que con ese perfecto poema llamado “Oda a L.A. mientras pienso en Brian Jones, Fallecido”, escrito en 1969.

El poema fue un elemento esencial de las presentaciones de la banda durante ese año, ya que solía repartirse entre la multitud antes de muchos de sus conciertos. Impreso en papel verde pálido y tinta verde oliva, el folleto es una belleza en sí mismo sin tener en cuenta su conmovedor contenido. Como lo confirman las notas de Alan Graham, Morrison estaba «pasando el poema a cada persona que conocía».

Escrito no solo sobre su amada ciudad natal, Los Angeles, el poema adquiere más resonancia al enfocarse en Brian Jones. El miembro fundador de The Rolling Stones fue encontrado muerto a los 27 años en su piscina el 3 de julio de 1969, y este poema rindió homenaje a la estrella como figura mítica.

Tan sólo dos años después, la muerte prematura del propio Morrison le llegaría a la misma edad y con su cuerpo sumergido en agua, justo como le sucedió a Jones.



Oda a L.A. mientras pienso en Brian Jones, Fallecido

Soy residente de una ciudad
Acaban de elegirme para el papel de
Príncipe de Dinamarca
Pobre Ophelia
Todos esos fantasmas que él nunca vio
Flotando a la fatalidad
en una vela de hierro
Regresa, valiente guerrero
al buceo
en otro canal
Piscina de caliente mantequilla
¿Dónde está Marrakech?
Bajo las cataratas
la furiosa tormenta
donde los salvajes cayeron
al final de la tarde
monstruos rítmicos
Has dejado que tu
Nada
le haga competencia a tu
Silencio
Espero que te hayas ido
sonriendo
como un niño
en el fresco remanente
de un sueño
El hombre-ángel
con serpientes compitiendo
por sus palmas
y dedos
Finalmente reclamó
esta benevolente
alma
Ophelia
Hojas, empapadas
en seda
Sueño
clorificado
loco ahogado
Testigo
El trampolín, la zambullida
La piscina
Eras un luchador
una musa almizclada de Damasco
Eras el palidecido
sol
para la TV de la tarde
sapos-cornudos
disidente de mancha amarilla
Mira ahora adónde te ha
llevado
en el cielo de carne
con los caníbales
y judíos
El jardinero
encontró
el cuerpo, furioso, Flotando
Afortunado Cadáver
¿Qué es esa cosa verde pálido
de la que estás hecho?
Hacer agujeros en la piel de
la diosa
¿Apestará
llevado al cielo
por los pasillos
de música?
De ninguna manera
Requiem por un pesado
que sonríe
Ese gordo sátiro
de mirada maliciosa
ha saltado a lo alto
en la tierra fértil

Jim Morrison, Los Angeles, 1969.


Procesando…
¡Lo lograste! Ya estás en la lista.

Extraído de Read Jim Morrison’s poem ‘Ode To L.A. While Thinking of Brian Jones, Deceased’ from 1969.

Traducción y adaptación al español de Odeen Rocha para Barbas Poéticas, febrero 2020.